Reflexiones de lo que elegimos ser o no ser, cumpliendo un nuevo día de aislamiento social preventivo y obligatorio.
Por Carlos López / El cómo ya lo sabemos. El coronavirus se adhiere a su supervivencia en los organismos vivos y se traslada fácilmente de uno a otro con el uso de la cercanía. El cuándo es el gran interrogante que se hacen miles de argentinos que aguardan, en apariencia, un pico de la enfermedad para finales de marzo o comienzos de abril. Esa es la agenda que hoy marcan los medios de comunicación hegemónicos, con estadísticas y médicos infectólogos haciendo algunas apariciones con diversas teorías y recomendaciones que han nacido como respuestas a la pandemia más expansiva que le haya tocado vivir a la población mundial actual.
En estos días de encierro -feliz encierro pienso-, me puse a investigar sobre cómo llegamos a esta situación, cómo la humanidad puede verse envuelta en su propia fragilidad con tal facilidad. Pienso en la cuarentena y en lo difícil que debe ser permanecer aislado. “Esta es una cárcel de lujo”, me dijo hace unos días un ex secuestrado durante la última dictadura cívico-militar. Esa reflexión me lleno de razón, logró despertar en mi cabeza una aproximación más real a la realidad misma. No estamos encerrados. No estamos solos. Y fundamentalmente, no estamos cambiando al mundo. Nos estamos protegiendo sólo de un virus que se esparce por el planeta, el cual no sabemos cuidar lo necesario como para sentirlo parte de uno mismo.
Hoy nos acercamos a los 370 mil casos de COVID-19 en todo el mundo. China concentra la mayor cantidad superando los 81 mil casos, Italia ya tiene casos cercanos a los 64 mil y Estados Unidos se ubica como el país con más contagiados en el continente americano con al menos 41 mil casos confirmados. Las estadísticas por sí no ayudan más que a generar un estado de pánico en los que no padecen síntomas. Por ello, continuar con el aporte mundial de cuarentena no es sólo encerrarse para mirar televisión, leer, estudiar, hacer ejercicio o cualquier otra actividad que ayude a concentrarse en el aislamiento. El distanciamiento social tiene que ser un aprendizaje. Los seres humanos poseemos por decreto dos facultades innegables: nos construímos egocéntricos y nos deconstruímos como seres sociales.
Paradójicamente la mejor solución que existe contra el coronavirus es ir contra ambas facultades que nos definen como seres de este momento histórico, minúsculo en el transcurso del tiempo y apasionante como ningún otro. Debemos alejarnos del otro. Pero el alejamiento no es vano, ni es una mera orden a cumplir. Debe ser mucho más que eso, debe ser una elección a conciencia. Alemania es el gran ejemplo de dicho razonamiento. A la fecha, el país germano cuenta con 118 muertes a pesar de ser el quinto país del mundo con mayor cantidad de enfermos. Irán, sexto en la lista, lleva 1.812 personas fallecidas por coronavirus, y Francia con 16.900 enfermos ya elevó su cifra de muertes a 676 personas. Mismo camino siguen países como España, con 2.206 muertes y, el país con mayores complicaciones en el mundo, Italia, que registra 6.077 fallecimientos en una curva de contagios que no logra ser frenada.
En su discurso hacia los alemanes, Angela Merkel explicó que “la situación es seria. Tienen que tomarla también en serio. Desde la reunificación de Alemania… no, desde la Segunda Guerra Mundial, no se había planteado a nuestro país otro desafío en el que todo dependiera tanto de nuestra actuación solidaria mancomunada”, afirmó la canciller al comunicar que los ciudadanos debían respetar la cuarentena. Alberto Fernández también se mantuvo en esta misma línea de alarma necesaria para unificar los esfuerzos: “Me preocupa que haya tontos que no entienden el riesgo en el que estamos», dijo el pasado domingo el presidente de la Nación en una entrevista televisiva.
El Instituto Virología Robert Koch es el encargado de la estrategia sanitaria que ubica a Alemania como uno de los casos de éxito frente al virus. Desde la institución aseguran que “una de las claves de la baja mortalidad podría ser la identificación temprana de los portadores del virus, lo que frena la expansión de la enfermedad”. Observando lo ocurrido en China, Alemania conformó su comité contra el virus el 6 de enero pasado, cuando el coronavirus recién tocó suelo alemán el 27 de ese mismo mes.
El aislamiento social, preventivo y obligatorio que ejecuta nuestro país es fundamental para continuar luchando contra el contagio. Hoy es el tan denostado Estado el que se pone por delante para proteger la vida. ¿Qué lógica se aplica para decretar las suspensiones obligatorias que estudian imponer empresas a sus empleados si se extiende la cuarentena? ¿Cómo puede analizarse que casi 30 mil argentinos hayan abandonado el país cuando ya se había declarado la pandemia? ¿A dónde pensaron que estaban yendo? Somos hoy uno de los países menos afectados en el mundo por el virus. Debemos luchar con uno mismo, entre todos, para que esta situación continúe de la misma manera y fluya como una batalla que recién empieza.
El lunes por la madrugada una pareja de 57 años proveniente de Qatar fue detenida en Ezeiza por rehusarse a ser enviados a un hotel para cumplir con el aislamiento obligatorio. Un hombre y una mujer que atacaron a la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) y como si no alcanzara con el desacato, luego escupieron al personal de seguridad. Tal como lo recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), el virus no se puede combatir si no se sabe dónde está. Entonces, los exámenes a tiempo y el cumplimiento de la cuarentena son la mejor estrategia alcanzada para frenar el contagio. Hoy se lucha contra dos contagios: uno se lleva en la sangre y recibe el nombre de coronavirus, otro nace en nuestras mentes cuando actuamos con egoísmo.
Los países que se encuentran en la cima de las estadísticas se llevan las portadas de los diarios y los noticieros. En mi fugaz investigación de estadísticas por la Red, me centré por un momento exactamente en lo contrario. No sé si será por mi fanatismo futbolero que siempre me recuerda mirar quiénes están debajo en la tabla de los promedios, pero quise indagar sobre qué países figuran en el fondo de los contagios. Uganda, Timor Oriental, Siria, Somalía, San Vicente y las Granadinas, Papúa Nueva Guinea, Chad, Mozambique. La lista continúa con una gran cantidad de países que tienen sólo uno o dos casos. Esto no parece casual. Precisamente son países con altísimos indicadores de pobreza, alejados del mundo globalizado, con casi nula participación en la economía mundial y en las decisiones multilaterales. Países libres de aviones que llegan distanciados por minutos. La falta de movilización turística en estos países seguro es un aliciente para que no llegue la peste con tanta facilidad. Pero no por ello dejan de ser los países más perjudicados del mundo que podrían ser noticia cada día por otras problemáticas como la desnutrición infantil o las guerras que sufren los locales alimentadas por las mismas corporaciones y naciones que hoy unidas se ponen al frente de la lucha contra el coronavirus.
Cuando las sociedades gritan en su conjunto por un virus es cuando repentinamente las aguas de los canales de Venecia se observan limpias; delfines visitan los puertos de Cerdeña, y se logra una histórica reducción en la emisión de dióxido de carbono en un 25%. Estas demostraciones nos alertan sobre los caminos a los que se expone la vida en nuestro planeta. Por nuestro país, la desesperación de un desabastecimiento que nunca ocurrió y los irresponsables que no entienden el sentido de acompañarnos en el andar, nos obligan a preguntamos si luego que pase la pandemia vamos a reforzar nuestro egocentrismo o vamos a convivir como seres sociales. ¿Por qué no preguntarnos esto cada día de nuestras vidas? Los niños que sufren en Chad o Siria también son parte de nuestro mundo. Los cientos de argentinos que no logran salir de la pobreza también lo son. Pensar en una sociedad que pueda llevar la comprensión más allá de lo que ocurre en el balcón del vecino será lo que, algún día, nos convierta en una Nación unida, que acepte su injusto pasado para construir un nuevo futuro hacia la igualdad para todos y todas.