Entre la calma de la noche y la ansiedad que ingresa al hogar por la pantalla de la TV. La cuarentena nos trae más que interrogantes; nos brinda acaso la oportunidad de aprender una nueva forma de ser y estar, nos une en el encuentro de lo que queremos ser como sociedad. Otra entrega que busca ordenar el revoltijo mental de estar alerta al Coronavirus.
Por Carlos López / “Ahora contaremos doce y nos quedamos todos quietos. Por una vez sobre la tierra no hablemos en ningún idioma, por un segundo detengámonos, no movamos tanto los brazos. Sería un minuto fragante, sin prisa, sin locomotoras, todos estaríamos juntos en una inquietud instantánea”. Así comienza A callarse, de Pablo Neruda. Mi hermana me compartió el poema el viernes temprano, cuando me preparaba unos mates y ella salía a trabajar. La cuarentena no es obligatoria para Eugenia por su rol en una empresa relacionada a la alimentación. La decisión no fue tan agradable para los que la queremos y estamos cerca. Lejos, en tiempo y espacio en mi caso, pero cerca.
La cuarentena obligatoria que comunicó el presidente de la Nación se hacía esperar con mucha ansiedad. Porque visto lo ocurrido en países con serias complicaciones como Italia o España, existe una alta probabilidad de que las naciones de Sudamérica sufran casi inevitablemente un pico de la enfermedad. La prevención se volvió el mejor arma para callar al dolor que viene provocando en todo el mundo el coronavirus. La prevención es la posibilidad de pasar de contar las muertes en decenas a contar primero la cantidad de gente que se encuentra a salvo.
Hoy salí a la calle, y vaya si eso es novedad para mis piernas por estos días. Camine unas cuadras por calle Viamonte y luego me adentre en Avenida Córdoba. Los pasos de otros que acompañan mi caminata se escuchan a la distancia. Algunas hojas que anuncian el otoño dan sinfonía a mi aventura. ¿El objetivo? Acudir a una farmacia cercana de casa en busca de un medicamento para una mascota. Al llegar, un hombre vestido con un traje de seguridad privada le niega el acceso a una mujer. Buscaba alcohol en gel, barbijos y guantes. Su camino será algo más complejo que el mío, pensé. Es que dichos elementos de higiene se volvieron un bien preciado, difícil de hallar pese a los controles y medidas que se declararon en la producción.
De vuelta en casa la sensación de haber salido fue relajante. Hacer un poco de ejercicio también puede ayudar. Otros, como dos vecinas cercanas a mi departamento, eligieron charlar de balcón a balcón. Los mensajes con mi hermana y mi familia aumentan con el paso de las horas. Hay muchas ganas de decir muchas cosas. Los detenidos por ser egoístas con el resto, las estadísticas de Europa que se renuevan y el temor por los cientos de argentinos que ingresan del exterior están en el top de noticias.
Mientras escribo estas líneas mi compañera en casa escucha la voz de Fito Páez, quien como acompañamiento a las y los que respetan el aislamiento les brinda algunos de sus temas en diferentes shows en vivo que orquestados desde su casa. El fin de la primera semana de cuarentena fue tal cual lo esperado, pero no deja de impactar. La Ciudad de Buenos Aires casi vacía, en un silencio conjunto que no es posible apreciar ni siquiera en días feriados. El colectivo de la línea 29 pasa por la puerta de casa transportando a lo sumo a una o dos personas. Ya pasaron las 21 horas del viernes y la gente vuelve a aplaudir desde sus balcones, en un nuevo reconocimiento a los profesionales de la salud que luchan contra lo inminente. El ritual se volvió costumbre y no deja de emocionar. Habrá quienes le faciliten la supervivencia al maldito virus, pero habrá muchos más que no.
«No se confunda lo que quiero con la inacción definitiva: la vida es sólo lo que se hace, no quiero nada con la muerte. Si no pudimos ser unánimes moviendo tanto nuestras vidas, tal vez no hacer nada una vez, tal vez un gran silencio pueda interrumpir esta tristeza, este no entendernos jamás y amenazarnos con la muerte, tal vez la tierra nos enseñe cuando todo parece muerto y luego todo estaba vivo. Ahora contaré hasta doce y tú te callas y me voy». Sí, para muchos de nosotros callar y esperar será la mejor opción que tengamos por ahora.