Y una más, y serán…Ojalá que no muchas porque el bicho maldito debe desaparecer, o al menos sus efectos sobre los humanos mitigar; pero mientras tanto la urgencia y gravedad nos dan la oportunidad de leerla. Aquí otra entrega de las aguafuertes de nuestra editora en tiempos de pandemia.
Por Vicky Castiglia / Porque tiene un faro el Cabo me hizo acordar a ese cuento de Hemingway, El viejo y el mar. Lo pensé mientras perseguía las primeras luces del día para ver la salida del sol. Sentía el olor indescriptible de los pueblos pesqueros que se quedaron atrapados en el tiempo y nunca pudieron salir. Bordeé las piedras y me encontré de frente al mar. A la mar. “Siempre llamaba al océano la mar, que es como lo llama la gente que lo ama”. Ese día duró cien años y fue la primera vez que me regalé un amanecer de realismo mágico. Un jeep se adentró luego por el bosque y nos llevó de vuelta a tierra firme y una sonrisa enorme, unos ojos color café, me hicieron pensar en lo agradable que resulta siempre volver a ver a Rosalinda Fox.
El recuerdo de esa mañana me vino a la memoria después de que nos anunciaran que los días de encierro habían llegado para quedarse. Volví a Hemingway y al cuento del pescador sin suerte que lucha contra un tiburón en las aguas del golfo. “Ahora sabía que el pez estaba allí y que sus manos y su espalda no eran ningún sueño”. Tuve la sensación de que la batalla contra la pandemia será más larga de lo que imaginamos, porque en el camino se fueron abriendo frentes de egoísmo que son difíciles de controlar. ¿Y es que acaso no podías simplemente quedarte en tu casa? ¿Tenías que subirte al auto aún con fiebre? ¿Tenías que irte a la costa? ¿Tenías que exponer a los otros 399 pasajeros a bordo del buque?
Frente a la negligencia, me advierto que no estamos yendo a pelear con los ojos cerrados. “Es mejor tener suerte, pero yo prefiero ser prevenido. Entonces cuando la suerte viene, uno está preparado.” El jueves nos quedó clara la importancia de un Estado presente. Y la suerte de contar con los miles de héroes y heroínas que en su nombre exponen su vida para tratar de salvarnos. Sin elección, visten bata blanca o los llamados ambos, se mueven por los laboratorios, integran las fuerzas de seguridad, tripulan cabinas, sellan papeles en los consulados, las embajadas, los aeropuertos y las fronteras. Los une el anonimato, aunque a uno de ellos yo lo conozco. Diría Hemingway que tiene los ojos del mismo color del mar, que son alegres y vencedores.
Hace poco me enteré cuál es la canción preferida de mi papá. Estábamos en el mar, pero en otro mar, en una costa sin faro ni arena fría. Yo ya sabía que a él le gustan Los Beatles, pero nunca había escuchado While My Guitar Gently Weeps. Hay una parte que dice algo así como “los miro a todos, veo el amor que está durmiendo”. Esa fue una tarde muy bonita porque también estaban mi mamá y mis hermanos y hablamos de música y de cine, del futuro y de los sueños. Hablamos de cosas que trascienden en el tiempo y que son las cosas de las que nos vamos a acordar cuando todo esto haya terminado.
Ayer casi no escribí. Por primera vez desde que Lucía se fue, volví a verla a través de la pantalla. Por primera vez, desde que tenemos el grupo “Familia”, hicimos una conferencia entre todas. Intercambié mensajes con Fede, que está en París, sobre el futuro de la humanidad y desde el Reino Unido, Sofi mandó un audio que me hizo reír y me hizo pensar. Hablé con un montón de personas. Todas me importan mucho. “Contempló el mar y comprendió lo solo que estaba ahora. Sin embargo, veía los cabrilleos en el agua profunda, el sedal que se extendía por delante y la extraña ondulación de las olas. Empezaban a acumularse nubes y, al mirar a lo lejos, esbozada en el cielo vio una bandada de patos que se dibujaba y luego volvió a hacerse visible y supo que nunca nadie está solo en el mar”.