Desde hoy algunas misceláneas de los periodistas de AgePeBA, acerca del coronavirus nuestro de todos los días.
Por Vicky Castiglia / Tomé dimensión de lo que estaba pasando recién el miércoles de la semana pasada, cuando hice una videollamada con Lucía, mi mejor amiga, que se mudó a España en octubre del año pasado para hacer su maestría. Me contó que estaba camino a una suerte de cuarentena y que lo más probable era que cancelaran el vuelo que tenía programado a la Argentina para fines de marzo, como efectivamente ocurrió. Fue ahí cuando me puse a pensar en que quizás el coronavirus estaba dejando de ser una cuestión lejana, propia de los chinos y los europeos y que podía llegar a repercutir en nuestra propia cotidianeidad. Y eso fue lo que pasó.
Al igual que Lucía, yo también soy periodista, pero vivo en las afueras de La Plata, en Villa Elvira. Trabajo como columnista y soy Secretaria de Redacción de AgePeBA desde que tengo memoria. Tengo también un par de trabajos más, en su mayoría remotos. Uno de ellos es el clipping, una tarea que consiste básicamente en levantarme bien temprano y leer los diarios para mi cliente, y luego enviarle una síntesis de las noticias más importantes. Si bien a través del clipping me fui enterando del crecimiento exponencial del virus – único tema de la agenda mediática por estos días-, insisto, no fue hasta la segunda mitad de la semana pasada que tomé real dimensión de lo que estaba pasando.
Más cerca del fin de semana y con el número de casos confirmados en Argentina actualizándose a cada hora, me puse a pensar en dos cosas. La primera fue “qué bueno que volvimos a tener Ministerio de Salud”. La segunda “¿y ahora cómo sigue esto?”. Comprar alcohol en gel se volvió más difícil que cambiar dólares y conseguir repelente para cuidarse del dengue. El dengue mismo pasó a otro plano, a pesar de que en La Plata y alrededores se detectaron casos autóctonos. Para estas alturas, los audios de whatsapp de supuestos médicos –todos inchequeables- ya habían empezado a circular, Twitter ya había colapsado de opinólogos, Facebook de memes e Instragram de fotos con filtros de barbijos.
El domingo fue tal vez el día en el que me terminó de caer la ficha. Por la mañana el presidente Alberto Fernández anunció que se estaban evaluando una serie de medidas para afrontar la propagación del virus, entre ellas la cuarentena para todos, todas y todes. Y ahí estaba la decisión más grande a la que debía enfrentarme en mucho tiempo: Ir o no al supermercado. Entrar o no en el temor generalizado. El día anterior, sin probabilidad de cuarentena, hice una cola de casi una hora, así que no me tomé el trabajo de caminar las 3 cuadras que me separan del súper Día de 120 y 80 y decidí que el arroz y los fideos que quedaban en mi casa iban a tener que ser utilizados de manera inteligente.
Lo primero que hice una vez que terminó la cadena nacional, fue llamar a mi abuela que vive en Pehuajó y forma parte del grupo de riesgo. Le pedí que no saliera. Me tranquilizó que me diga que se lava las manos todo el tiempo y me puse a pensar en que en tan solo unos pocos días, no sólo yo, si no varias de las personas que me rodean o forman parte de mi vida, habíamos incorporado no sólo el hábito de usar repelente cada dos horas para combatir el dengue, sino también de lavarnos las manos en reiteradas ocasiones por el COVID-19.
Ya completamente consciente de los riesgos del coronavirus, me propuse guardarme en casa lo máximo posible. A pesar de no formar parte de ningún grupo de riesgo, entiendo que es una manera de contribuir para tratar de frenar la expansión del virus. La verdad es que mis trabajos me lo permiten y habitar mi hogar no me representa ningún problema. Puedo hablar con mis amigos y familia por teléfono y hasta puedo pensar en hacer todas esas cosas de la casa que probablemente no termine haciendo. Ayer, lunes, fue mi primer día en casa. Ya había pasados días enteros sin salir, pero esta vez, la cuestión de la cuarentena social sobre la que nos debatimos, hizo que se sintiera distinto. De todas formas, eventualmente, voy a tener que salir. Sobre estas vicisitudes, escribiré mis próximas columnas.