En texto publicado por el diario Perfil, el director de esta página revisa las formas en que los medios de comunicación, en particular los canales de noticias de nuestra TV, poco colaboran con la sociedad ante las emergencias que provoca el coronavirus en el mundo, la región y el país, lanzados una vez más a esa suerte de vocación por el «terrorismo» mediatico, la manipulación y el amarillismo.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / La necesidad de brevedad en los títulos es casi mandato divino para los periodistas. Por eso la simplificación del que encabeza este texto, aunque, y a fuerza de ser sincero, a veces parece que sí, que nuestros canales de noticias, todos en fila india, quisieran tener a su infectado propio, en pos de más y más audiencia; tan puestos están en hacer del coronavirus un plaga casi fin del mundo. Y ello acontece en todos, esté el uno o el otro del lado que esté o parezca estar respecto de si Alberto sí o Alberto no.
Para el caso conforman un bloque, aunque justa pude resultar la siguiente circunvalación sobre coronavirus y delirios simbólicos: los europeos superaron la marca, pues no son pocos los medios de España y Francia, por ejemplo, que en los últimos días se refieren a un resurgimiento de las ventas en librerías de aquella obra ejemplar de la literatura que es “La peste”, acometiendo con casi una afrenta para su autor, Albert Camus, que vaya a saber qué lápida incendiaria hubiese podido esculpir y enviarles de regalo a los creadores de semejante elucubración.
Ahora sí, a lo que nos aqueja, que es mucho más grave que la actual mutación de un viejo virus, sin que ello signifique, por supuesto, el desconocimiento o minimización de lo acuciante del desafío sanitario, tal cual se expresan, en general, las autoridades y voces especializadas del planeta; no así los que o quienes son, en esta nota, sujetos de atención especial.
Que el propio Donald Trump haya señalado que el aparato mediático está sobreactuando en forma global no inquieta ni les provoca mueca alguna a nuestros canales de noticias.Tratan la aparición de casos en nuestro país – los que muy probablemente irán en aumento con el correr de los días –como si del cólera en la argelina Orán, en 1849, se tratase; apuntado sea eso de paso en torno a la obra del existencialista nacido en la misma Argelia y que Gallimard publicara en 1947.
Un ejemplo acerca de la manía desinformativa instalada por estas comarcas: cuando el sábado 7 de marzo el ministerio de Salud informó sobre el primer paciente fallecido en el Hospital Argerich, mucho tardaron y pocos fueron los que consignaron con claridad que se trataba de una persona de 64 años, llegada de un viaje a Francia el 25 de febrero, que padecía diabetes, hipertensión, bronquitis crónica e insuficiencia renal, y que el virus que nos ocupa le fue detectado tras su deceso, tanto que antes y debido a los síntomas había sido estudiado en ese sentido, con resultado negativo.
Sigamos. El 80 por ciento de los casos de coronavirus en el mundo son de tratamiento ambulatorio. Sólo entre un 1,5 y un dos por ciento del segmento hospitalizado termina en decesos. En China, el proceso de contagio pasó de una meseta hacia una curva de retroceso.
Nueve centros científicos trabajan en la elaboración de una vacuna, la que, se estima podría estar disponible en aproximadamente tres meses. En general no ataca a niños y más del 90 por ciento de los casos se registró en universos de mayores de 65 años e integrado por individuos que por algún motivo ofrecen inmunodeficiencias preexistentes. Se trata de un brote internacional que, hasta ahora, causó muchos menos óbitos que los provocados cada año por la simple gripe, sólo en Estados Unidos.
En tanto, América Latina tiene en la actualidad unos tres millones 200 mil enfermos con dengue, mal que en nuestro país golpea a 16 provincias, entre ellas a la de Buenos Aires, y a la Capital Federal. El sarampión persiste y habrá que aguardar por los resultados que arroje la reciente reanudación de los planes públicos de vacunación.
Son datos aportados no sólo por el ministerio de Salud vernáculo sino por especialistas de uno y otro lado de las fronteras. La propia OMS debió retractarse acerca de que no estamos frente a una pandemia.
Sin embargo nuestra tele se mantiene impertérrita en esa suerte de “terrorismo” audiovisual que ejerce. Suele suceder que en tal o cual programa se dialogue con un especialista autorizado que insiste en ponerle paños fríos a la fiebre mediática, pero los periodistas o conductores del mismo concluyen en tono de catástrofe, y los llamados zócalos o leyendas impresas en pantallas aumentan el tono o la enjundia de las alertas desaforadas.
¿Por qué sucede lo que sucede?
El ministro Ginés González García no para de comparecer ante las cámaras de esa misma TV que describimos y tras resaltar una y otra vez que no se trata de desconocer lo que sucede con el coronavirus a escala planetaria, en la región y en el país, y en ese sentido enfatizar la necesidad de estar alertas y en funciones preventivas y asistenciales para enfrentar y minimizar posibles daños, admitió – lo hizo ante TN- no saber bien el por qué de tanta histeria mediática: hasta deslizó que ciertas resonancias sobre cuarentenas y males del Medioevo podrían estar operando sobre las conciencias de la población.
Puede resultar de interés recorrer al menos algunas de las interpretaciones que circulan respecto de la paranoia televisiva, que es viral y no sólo en nuestro país.
Uno de los pensadores más significativos de la actualidad, el italiano Georgio Agamben, de quien cada día más me maravillan sus trabajos sobre el rol de los juguetes en el trazado narrativo de la Historia, expresó lo suyo, y fueron de especial significado sus palabras, toda vez que en el norte de Italia el coronavirus golpeó con fuerza.
En reciente texto – “La invención de una epidemia”, difundido a fines de febrero último – planteó lo siguiente: “¿por qué los medios de comunicación y las autoridades se esfuerzan por difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de excepción, con graves limitaciones de los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo en regiones enteras?”
Y el propio Agamben se contesta: “En primer lugar, hay una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno. La desproporción frente a lo que según la CNR (Consiglio Nazionale delle Ricerche) es una gripe normal, no muy diferente de las que se repiten cada año, es sorprendente. Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites (…). El otro factor, no menos inquietante, es el estado de miedo que evidentemente se ha extendido en los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una necesidad real de estados de pánico colectivo, a los que la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal. Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla”.
Otro intelectual europeo muy en boga en los últimos años, el esloveno Slavoj Zizek, analizó cómo el tratamiento de sentido que reciben el coronavirus, la salud en general y la seguridad en el mundo, se manifiesta en términos de lo que puede ser considerado como una ola creciente de racismo, en este caso contra la sociedad china.
“En estos tiempos, la influenza ha infectado a 15 millones de estadounidenses: al menos 140 mil personas han sido hospitalizadas y más de 8 mil doscientas personas fueron asesinadas solo esta temporada. Parece que la paranoia racista está obvia aquí, recuerda todas las fantasías sobre las mujeres chinas en Wuhan desollando serpientes vivas y sorbiendo sopa de murciélago. Mientras que, en realidad, una gran ciudad china es, probablemente uno de los lugares más seguros del mundo”, sostuvo Zizek hace pocos días, en un artículo publicado por la edición en inglés del periódico Russia Today.
Ya desde el ángulo de la economía mundial, el 6 de marzo la BBC afirmaba que para UNCTAD el brote viral ya provocó pérdidas por 50 mil millones de dólares y que para la OCDE el crecimiento económico puede caer a la mitad.
Por su parte, el periodista argentino Gabriel Bencivengo publicaba el 1 de marzo en el sitio Socompa: “En 2019, un tercio del crecimiento mundial se debió a China, el 11 por ciento a Estados Unidos y el 4 por ciento a la Unión Europea. Desde que se inició la crisis de 2008, Bejing ha sido la gran locomotora mundial. En 2012, su contribución al crecimiento global fue del 58 por ciento. Hoy, las estimaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial señalan que, por efecto del coronavirus, el crecimiento de China -que explica el 17 por ciento del PBI mundial- podría reducirse un 1,2 por ciento en el primer trimestre de este año. El pronóstico, de confirmarse, resultaría en una contracción anual del orden del 0,4 en el PBI global”.
Ese escenario también permitió abordar otro posible por qué del comportamiento mediático, que a todas luces resulta desproporcionado.
El experto en geopolítica de la organización Global Reserch, Tim Korso, acaba de publicar las siguientes reflexiones: “A medida que los mercados globales se preparaban para volver a un terreno más firme en medio de los primeros signos de certeza económica con el Reino Unido finalmente abandonando a la Unión Europea y Estados Unidos en un acuerdo comercial de primera fase con China, el brote de coronavirus los ha llevado a una espiral descendente, y Washington podría ser el que más se beneficie de ella (…). En sus esfuerzos por informar sobre el desarrollo del brote, los medios de comunicación globales parecen haber reaccionado de forma exagerada, especialmente a la luz del hecho de que el coronavirus hasta ahora no ha demostrado ser tan mortal como algunos temían que pudiera ser (…). Kevin Dowd, profesor de finanzas y economía en la Escuela de Negocios de la Universidad de Durham, en el Reino Unido, cree que algunos países podrían aprovechar la epidemia en su beneficio presionando a China. Dowd dice que ya se han impuesto ciertas restricciones a la libertad de circulación de los ciudadanos chinos y que es solo cuestión de tiempo antes de que se implementen limitaciones similares contra los productos del país”.
En ese contexto de pujas, el coronavirus podría jugar el rol de un eficaz comodín: esta semana comenzó con retracción en la cotización mundial del petróleo – ya deprimida – debido al desacuerdo de Rusia con la iniciativa de Arabia Saudita en la OPEP y con el discreto auspicio de Estados Unidos, consistente en reducir la producción a partir de abril. Los medios globales muy prestos fueron a la hora de cargarle la romana al virus que puede todo.
Para el final: ¿acaso nuestros canales de noticias se inscriben en algunas de esas lógicas enunciadas?
Tal cual lo he expuesto en varias oportunidades y en orden a las prácticas de nuestro periodismo televisivo, no pude descartarse, como sucede con otros temas de la agenda informativa, que esos discursos poco menos que apocalípticos sobre una enfermedad de alcance mundial respondan en buena medida a una suerte de automatismo profesional, rastreador de efectos y buscador incasable de públicos; al fin y al cabo condicionamientos de mercado cuando se consagra, como acontece, que la comunicación sea apenas una mercancía más.
Tampoco puede descartarse, porque los rastreos históricos sobre el funcionamiento de los medios, las complejas relaciones entre profesionales de la información con las empresas para las que trabajan y las tramas económicas, comerciales y políticas de éstas así lo indican, que el virus audiovisual, que no provoca altas temperaturas ni mucho menos internacionales hospitalarias pero sí disciplinamientos culturales, encuentre su razón de ser y se explique en consonancia con el comportamiento del aparato mediático global.
Por supuesto, no sería ésta la primera vez, ni creo que vaya a ser la última, que los haceres de nuestro oficio tomen esos atajaos o se cubran con tan cuidados velos.
(*) Texto tomado del diario Perfil. El autor es periodista, escritor y profesor universitario. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP, en la que también tiene a su cargo seminarios de posgrado sobre Intencionalidad Editorial (Un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos) y la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática.