Cómo poder acercarse a la muerte que incubó y se hizo a sí misma, primero en las cabezas, en el seno de sus prácticas habituales, y después en los pies y en los puños de una patota de jóvenes predadores. Cómo poder aproximarse al asesinato de Villa Gesell. El crimen acometió contra la vida de un distinto, de un hijo de trabajadores e inmigrantes que por eso de los vasos comunicantes de la cultura como mediación y dependencia, se atrevió a compartir con sus victimarios ritos de discotecas y noches de ocios represivos.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Sucedió en una Argentina desquiciada, en la que los ricos tienen fuera del sistema al menos unos 600.000 millones de dólares, dos veces el monto de la deuda externa e interna que acogota al conjunto de la sociedad y hace débil a la democracia, ya algo cojas por cierto. En la que la trama agroexportadora repite hasta el cansancio la falsedad de que produce comida para más de 500 millones de personas, aunque hasta ahora vino produciéndola, sí, pero para chanchos chinos. En el mismo país en el que un tercio de su población vive entre la pobreza y la pobreza extrema, en el que las victimas primarias de ese cuadro son sus niños y jóvenes, casi la mitad de ellos con severas carencias alimentarias y de salud.
Ese hecho, y otros que se repiten casi a diario, las más de las veces entre pobres y en barriadas sin cloacas y con policías y penitenciarios sospechados de formar parte de la red delictual, integran la agenda de trabajo de mi cátedra “Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia”, perteneciente a estudios de maestría en Criminología y Medios, en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.
Ciertos factores hicieron que el caso de Villa Gesell tomara gran dimensión mediática. A la saña con la que mataron a Fernando Báez Sosa, según quedó registrado en cámaras de seguridad existentes en el lugar del homicidios y en filmaciones desde los celulares de los propios acusados, se suma el hecho de que éstos provienen de sectores sociales acomodados –o que pretenden serlo, o a eso aspiran-, y son jugadores de rugby.
Es decir, pertenecen al mundo de un deporte que, en Argentina y más allá de las excepciones, presenta notorios rasgos clasistas y desde el cual se ha generado y estimulado por ritualidades, el accionar de grupos juveniles violentos, casi supremacistas, pues rinden tributo público a sus supuestas superioridades como tribu. También son usufructuarios de la impunidad que rodea al poder de jueces, políticos, empresarios, jefes policiales, fiscales y medios de comunicación.
Vicky Castiglia es periodista y forma parte de mi cátedra. En un reciente artículo destaca que la forma abrumadoramente condenatoria contra los acusados utilizada en las coberturas de los medios centrales, especialmente por la TV, propondría un vuelta de tuerca al interior del modelo teórico Criminología Mediática, herramienta de análisis para el estudio de las relaciones entre Delito y Comunicación, desarrollada por el jurista Eugenio Raúl Zaffaroni.
La criminología mediática estudia cómo, en muchos casos, los medios – los considerados hegemónicos pero también los otros – construyen sus discursos respecto de la llamada agenda de Seguridad para criminalizar y condenar prejudicialmente a los pobres, a los integrantes, sobre todo jóvenes, de la comunidad marginada; configurando un “ellos” separado de la sociedad por ser un conjunto de “negritos, diferentes y malos” que se enfrenta y agrede a un “nosotros”, blanco, de buenas familias, bien burgués.
En el caso de Villa Gesell, la mayoría de los medios actuaron a contramano respecto de sus habitualidades, toda vez que, como señala Castiglia, “se trata de hechos en los que claramente la violencia provino desde el seno del ‘nosotros’ punitivista y no desde el ‘ellos’ estereotipado a priori como criminal”.
¿Cuál fue y es el objetivo del aparato mediático criminalizador de pobres y marginados, al fustigar ahora a sus propios representados de clase, ese ‘nosotros’ que hoy no puede clamar como víctima porque es victimario?
El abogado defensor de los acusados por el crimen de Villa Gesell cargó contra la prensa, diciendo que ella es la responsable de presentar a sus clientes como asesinos, y que ellos mismos no saben bien qué se les imputa.
Esas palabras pueden sonar absurdas pero forman parte de una estrategia procesal que mucho tiene en cuenta nuestro tópico de estudio, medios y delitos, para, con inteligencia ponerlo a contraluz.
También puede sospecharse que buena parte de las andanadas de los medios siempre amigos de los violentos del poder y voceros de la criminalización de los contingentes sociales subalternos tienden a darle argumentos a quienes se proponen exculpar o al menos morigerar la responsabilidad de los acusados ante la Justicia, que por menesterosa y clasista que sea, y desacreditada ante la sociedad que esté, es probable que en ésta ocasión no pueda hacer piruetas y deba condenar a los “chicos” del “nosotros”.
Tampoco hay que descartar que los medios hayan reaccionado en la inercia de sus agendas y gramáticas, más buscadoras de audiencias y anunciantes – el crimen vende – que dedicadas a la información como servicio público, que es lo que debería ser.
Mientras se desbroza la maraña del debate, puede resultar conveniente recordar, primero y desde un costado técnico, que poco aportan los medios en términos de información y mucho sí en tanto manipulación, cuando intentan reemplazar con “expertos” que tocan de oído y buhoneros de la opinión, aquello que mal o bien surgirá del propio expediente judicial, de sus métodos y saberes consagrados por la ley. No vaya a ser cosa que la condena de la TV y la prensa termine por no coincidir con las sentencias del tribunal.
Y segundo. En un contexto de roturas sociales, consecuencia directa del modelo económico y cultural excluyente que nos rige, no existe “la” violencia sino un plexo complejo de violencias diversas, que no son patrimonio exclusivo de tal o cual clase o grupo pero si tienen su origen en una “violencia” inicial. Y, probablemente, nada mejor para un intento de definición al respecto que apelar a la literatura, a la ficción, que tantas veces explica a la realidad mucho mejor de lo que ésta puede explicarse a sí misma o a través de sus intérpretes.
Por eso concluyo con una suerte de crónica sobre el asesinato de Villa Gesell, pero escrita en el pasado y que caso pueda transforma en presente. Su título es “El niño proletario”, texto con publicación póstuma del insoslayable Osvaldo Lamborghini (1940-1985), un escritor argentino revulsivo que escribió con sangre y tripas desde la lógica bestial del burgués.
“Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria. Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario (…). Nosotros nos divertíamos en grande. Evidentemente, la sociedad burguesa, se complace en torturar al niño proletario, esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror. Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa (…). A empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! (al niño proletario) en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro. Nuestro delirio iba en aumento. La cara de Gustavo aparecía contraída por un espasmo de agónico placer. Esteban alcanzó un pedazo cortante de vidrio triangular. Los tres nos zambullimos en la zanja. Gustavo, con el brazo que le terminaba en un vidrio triangular en alto, se aproximó (…) y lo miró. Yo me aferraba a mis testículos por miedo a mi propio placer, temeroso de mi propio ululante, agónico placer. Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos”.
(*) Texto tomado del sitio del diario Perfil. El autor es doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP, en la que también tiene a su cargo seminarios de posgrado sobre Intencionalidad Editorial (Un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos) y la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática. Es director de la página AgePeBA.