¿Se puede pensar una política energética sustentable más allá de la crisis que hoy enfrenta el país? El problema con las energías renovables. Atucha III y el desafío de apostar al sector nuclear en el largo plazo para alcanzar una matriz energética más eficiente.
Por Vicky Castiglia / El 16 de junio de 2019 un apagón sacudió a la Argentina dejando al país entero sin luz y afectando incluso a Uruguay. Por aquel entonces, las autoridades señalaron que se trató de una falla del sistema de transporte de la central hidroeléctrica Yacyreta y el hecho, calificado como histórico, dio lugar a un debate público sobre la cuestión energética, un tema sobre el que los especialistas del sector, las empresas y los diferentes gobiernos vienen debatiendo desde hace tiempo. A nivel internacional, la agenda está marcada por la necesidad desarrollar matrices energéticas que sean sustentables: que no dañen el medio ambiente y que al mismo tiempo sean eficientes, pero el lobby y las presiones de los países poderosos y de las grandes empresas están a la orden del día.
La cuestión da lugar a una serie de interrogantes: ¿Es adecuada la matriz energética Argentina? ¿Es posible modificarla? ¿Es factible cumplir con los requerimientos internacionales en el mediano plazo? ¿Se puede pensar una política energética sustentable y eficiente más allá de las problemáticas urgentes que hoy enfrenta un país donde la población encuentra serias dificultades para pagar las tarifas? En el mediano y largo plazo, el desafío es poder constituir una matriz energética que permita aumentar nuestra capacidad para producir electricidad considerando las expectativas de crecimiento de la población y que sea de la manera menos contaminante posible. Pero, ¿cuál es el estado actual de situación actual?
Gran parte de la matriz energética argentina es generada por combustible fósil, en especial el gas. Para ello, en parte y desde algunos años, se cuenta con el yacimiento de Vaca Muerta, la mayor reserva no convencional de gas en el mundo y la cuarta de petróleo. Aunque, como es sabido, la utilización de este tipo de combustible tiene un gran impacto negativo a nivel ambiental. También hay participación de energía hidráulica, en casi un 30%, energía nuclear en un 7% y de energía procedente de fuentes renovables, en aproximadamente un 5,9%.
Las energías renovables fueron de las más publicitadas durante la gestión de Mauricio Macri, en especial a partir de la implementación del Plan Nacional de Energías Renovables (RenovAr) a través del cual, desde 2016, entraron en operación comercial 131 parques de generación de energías renovables, en su mayoría eólicos. Según fuentes de la Secretaría de Energía, actualmente hay 70 en construcción y 7 próximos a su inauguración, con una inversión en curso estimada en US$4256 millones. Sin embargo, según advierte una nota publicada este miércoles en el diario La Nación, el sector no está creciendo al mismo ritmo que lo hizo durante los últimos años: hay 99 proyectos frenados y 7 parques que fueron rescindidos porque no tendrían financiamiento. Además, desde el organismo indicaron falta de infraestructura de transporte eléctrico en cinco o seis proyectos y negligencias de la gestión anterior, obligarían a efectuar una revisión de los proyectos licitados.
El problema con las energías renovables no son sólo sus efectos contaminantes, (por ejemplo: la mayor radiación ocasionada por la construcción de las plantas de electricidad proviene de las plantas de energía solar seguidas por las de energía eólica, según especialistas en el tema), tampoco es el hecho que gran parte de los elementos que se utilizan para producirla deban importarse, sino que además, no pueden suplir a la energía de base. Es decir, con los niveles de tecnología presentes en nuestro país, las renovables no pueden ser utilizadas como energía de base, aunque sí en momentos de consumo máximo. De esta manera, en lo que respecta a la generación contínua de energía las opciones continúan siendo, al estado actual del arte, las energías fósiles, hidroeléctricas (afectada en la actualidad al calentamiento global y las alteraciones en los ciclos de los ríos) y nucleares. Queda entonces por explorar la tercera opción: la energía nuclear.
“Yo no construiría nuevas centrales nucleares en Argentina. Lo nuclear es puro costo de capital. Además, son proyectos que sabés cuando empiezan, pero no cuando terminan ni cuánto pueden terminan costando. En Argentina la matriz tiene que ser gas, renovables y algunos aprovechamientos hidroeléctricos. Endeudarse en 5000 o 6000 millones de dólares para construir una nueva central nuclear no tiene sentido”. Las declaraciones fueron formuladas a Página12 por el secretario de Energía del macrismo, Gustavo Lopetegui , en diciembre de 2019, durante los días previos a la finalización de esa gestión.
Para comprender los motivos de las contundentes declaraciones del ex funcionario -e incluso para problematizarlas- hay que establecer ciertas consideraciones: el estado de situación de la cuestión nuclear en Argentina en los últimos años, la implicancia de los actores internacionales más importantes (Estados Unidos, Rusia y China) y la vinculación que existe entre estos dos elementos, y finalmente, la constitución de los modelos de matriz energética en otros países para constatar y establecer algunas comparaciones.
La energía nuclear en Argentina
A pesar del análisis pesimista del mencionado ex funcionario, Argentina tiene una vasta trayectoria en materia nuclear y es, de hecho, uno de los pocos países del mundo que maneja el ciclo del combustible nuclear. En nuestro territorio se ubica la primera central nuclear de potencia de América Latina, Atucha I y de aquí se exportan reactores de investigación a todo el mundo a través de la firma INVAP S.E. A diferencia de otros países de la región, el nuestro no solo cuenta con centrales nucleares, sino también con un consolidado plan nuclear que va desde la operación de sus instalaciones, la generación de sus propios elementos combustibles, la formación de recursos humanos y la gestión de sus desechos.
Argentina también es un actor con gran peso en la política internacional del sector nuclear. Ejemplo de ello es que ha participado desde sus inicios en la Junta de Gobernadores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), -la que ha presidido en tres ocasiones-, también ha presidido en tres ocasiones el Grupo de Proveedores Nucleares y actualmente tiene a su cargo la Dirección General del Organismo Internacional de Energía Atómica. En tanto, en el próximo mes de mayo el país tendrá a su cargo la presidencia de la Reunión de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear.
La actividad del sector se formalizó por decreto en los años 50, en pleno peronismo, y en ese marco se creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), una institución federal que cuenta con Centros Atómicos y sitios en diversas provincias del país, incluyendo instalaciones tales como reactores de investigación, centros de medicina nuclear, complejos mineros y laboratorios. En clave histórica, si bien durante la década del ´90 se fueron reduciendo las funciones de la CNEA a la par que se le quitó su núcleo productivo, durante la gestión del ex presidente Néstor Kirchner se revirtió esta tendencia volviéndose a revalorizar la importancia estratégica del sector nuclear en el desarrollo argentino, según un informe del CEPA. En 2006, se lanzó el Plan Nuclear Argentino al tomar la decisión estratégica de concluir la obra de la Central Nuclear Atucha II. Por el momento, Argentina cuenta con tres centrales nucleares de potencia en operación: Atucha I (la primera de América Latina), Atucha II y Embalse (recientemente finalizada su extensión de vida). Las primeras dos se ubican en el partido de Zárate, provincia de Buenos Aires y la tercera en Córdoba. Al finalizar el mandato de Cristina Fernández de Kirchner en 2015, nuestro país proyectaba, a partir de convenios firmados con la República Popular China y la Federación Rusa, la construcción de la Central Nuclear Atucha III y la Central Nuclear IV y V.
“Atucha III iba a ser un reactor de uranio natural y agua pesada para aprovechar la experiencia y los recursos que el país tiene en el uso de la tecnología canadiense Candu. Sin embargo, el interés principal de los chinos era vender su reactor PWR de uranio enriquecido y agua liviana, tecnología hacia la cual Argentina tenía decidido migrar pero de modo gradual. Las obras debían comenzar en 2016, pero luego del cambio de gobierno el entonces ministro de Energía, Juan José Aranguren, confirmó que durante ese año no habría novedades porque se estaban revisando los contratos y la negociación se fue demorando”, informaba Página12 en diciembre. Finalmente, las negociaciones con China y Rusia no prosperaron hasta ahora, que el tema vuelve a estar en agenda tras la asunción de Alberto Fernández.
Ahora bien, ¿por qué no se avanzó con la construcción de Atucha III durante la gestión de Macri? ¿Son razonables las declaraciones de Lopetegui en contra de las centrales nucleares? ¿La decisión del macrismo de apostar por las energías renovables y en cierta medida desestimar los proyectos con China y Rusia no tuvieron acaso que ver con Estados Unidos, con la relación personal e ideológica entre Macri y Donald Trump y fundamentalmente, con el poder de influencia sobre la toma de decisiones que obtuvo la Casa Blanca una vez que Argentina tomó deuda con el FMI? Cabe recordar, que esta situación se dio durante un período de acrecentamiento de la guerra comercial y frente la avanzada de China con su proyecto de La Ruta de la Seda por América Latina. Además, es menester subrayar que la nuclear es una industria sensitiva, es decir que puede ser utilizada para fines pacíficos como para fines bélicos.
El 2 de diciembre de 2018, en el marco de la Cumbre del G20 celebrada en Argentina, el portal La Política Online afirmaba: Macri acepta el veto de Trump y da de baja las centrales nucleares de China y Rusia. “Washington comunicó durante la reciente visita de Trump al país su oposición a las centrales nucleares que la Argentina había acordado construir con la ayuda de Rusia y China. Se trata de temas muy sensibles para la geopolítica norteamericana. En las sucesivas bilaterales que el presidente Macri tuvo con los líderes de esa potencia este fin de semana, la Casa Rosada dejó en claro que ambos proyectos se daban por cancelados, con la excusa de la falta de fondos. El anuncio de la construcción de Atucha III con capitales chinos era prácticamente un hecho unos días atrás, pero al llegar la comitiva estadounidense, pasó factura de su estratégico apoyo que permitió el nuevo acuerdo con el FMI y la administración de Macri se quedó sin margen para sostener el proyecto. Al igual que en el caso de Rusia, el Canciller Jorge Faurie justificó la suspensión de la central asiática por motivos presupuestarios. Como contrapartida, Trump ofreció una línea de créditos que se presume podría alcanzar los 800 millones de dólares, para financiar parques eólicos y solares, el gasoducto Neuquén-Rosario y el PPP de la ruta 7, a cambio de permitir el ingreso de constructoras norteamericanas”, explicaba el medio.
Ahora, con la llegada de las nuevas autoridades, está por verse qué pasará con el sector nuclear. Recientemente, el titular de Energía, Sergio Lanziani (egresado del Instituto Balseiro, uno de los principales centros de formación de expertos nucleares a nivel mundial), afirmó: “Vamos a trabajar para que el sector nuclear siga creciendo y desarrollándose”, y aclaró que “estamos pensando en la Argentina de los próximos 20 años”.
Atucha III, de vuelta en agenda
La semana pasada, el portal Infobae publicó una nota titulada “Preocupación por un experimento nuclear chino en pleno corazón de América Latina”. La nota hace referencia a Atucha III, el proyecto que había impulsado Cristina Fernández con China en 2014 y que aun está en proceso de construcción. “Podría calificarse como un experimento. Uno de alto riesgo. Y el primero de su tipo en América Latina. Es que nunca antes el reactor nuclear que el régimen de Beijing promete construir en Zárate, en la Provincia de Buenos Aires, entró en funcionamiento en otras latitudes. De concretarse su construcción, la Argentina se convertiría en un laboratorio de pruebas. El punto central es que el reactor en cuestión -Hualong One- no está en funcionamiento en ningún lado, ni en China. Están todos en construcción”, sostiene la nota. Sin embargo, el hecho de que la central nuclear nunca haya sido operada en ninguna parte del mundo, no tiene nada de malo, según aseguró a esta agencia una fuente especializada en el tema.
Ahora bien, ¿en qué se basa este supuesto experimento? Tanto Atucha III como la otra central nuclear pautada con Beijing, como así también la negociada con Rusia, tienen previsto utilizar uranio levemente enriquecido, cuando las centrales argentinas actuales usan uranio natural. El punto es que al uranio levemente enriquecido hay que importarlo de otros países exportadores y son pocos los que lo producen: EE.UU., China, Rusia, Reino Unido y Francia. Cinco potencias con intereses geopolíticos fuertes y diversos. Es que si bien Argentina cuenta con su propia planta de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu, Provincia de Río Negro, no cuenta con experiencia de producción a nivel industrial. Esa es una de las aristas que quizás sea más necesario debatir.
El corto plazo y la necesidad de pensar un futuro sustentable
Los próximos meses estarán signados por los problemas que el nuevo gobierno debe resolver, entre ellos la deuda con el FMI y la reactivación económica. En este sentido, la posibilidad de retomar las negociaciones por la construcción de las centrales nucleares estará indefectiblemente signada por el vínculo con Estados Unidos, principal acreedor del Fondo.
Sin embargo, es necesario pensar también en el mediano y el largo plazo en torno a la matriz energética nacional en general, fundamentalmente si se tiene en cuenta que en el futuro el desafío será aumentar la capacidad productiva (para una mayor cantidad de habitantes) disminuyendo los niveles de contaminación. Tanto la energía fósil, como las renovables y la hidroeléctrica tienen sus desventajas: las primeras generan altos niveles de contaminación y la segunda atenta contra el calentamiento global porque hace más difícil mantener constante el volumen de agua y el caudal de los ríos. ¿Es razón suficiente para abandonarlas? No. Ambas, como la energía nuclear son energías de base. No puede suplirse con una sola de ellas al resto, fundamentalmente por nuestra densidad territorial (Argentina está octava en la lista de países más grandes). En este sentido hay una tendencia global que refiere a la regla del 33 por ciento, es decir 33% energía nuclear, 33 % energía fósil y 33% energía renovable.
Consultada por AgePeBA, una fuente del sector nuclear explicó: “El 70 % de la contaminación mundial tiene que ver con la producción de energía, esencialmente con la producción de energía con combustible fósiles. El desafío es que los Estados, a nivel global, tienen que dejar de consumir combustibles fósiles para producir energía por sus efectos en el calentamiento global. En este sentido, los países territorialmente grandes deben tener una matriz energética fuerte que no dependa sólo de los fósiles, para descarbonizar la producción de electricidad”. La energía nuclear es una buena opción porque produce electricidad de base (continuamente) con un grado de eficiencia alto que no produce gases que sigan afectando al efecto invernadero”. Incluso, agregó que “si bien hasta la década del 90 y del 2000, en el mundo invertían en energía nuclear los países desarrollados, la mayor inversión en el mundo actualmente está teniendo lugar en países emergentes, como China (allí se construyen 32 centrales nucleares) e India”.
“Si uno analiza los casos de los principales 7 países con alta densidad territorial, con la excepción de Brasil (rica en energía hidráulica) y Australia (fuente de combustibles fósiles), en todos ellos hay una gran producción de energía nuclear”, dijo el especialista y agregó: “Ese es el modelo que debería tomar Argentina, sin lugar a dudas. Es un modelo a mediano largo-plazo, de 20 a 30 años donde pueda constituirse alrededor del 30% de su matriz energética en nuclear, con 3 o 4 centrales de potencias o a través de reactores modulares como el proyecto CAREM. Siguiendo los casos de Francia o Corea del Sur, se podría alcanzar el autoabastecimiento energético asociado a un proceso de descarbonización”.
La contrapartida es que la energía nuclear es muy cara. Al momento de la construcción se estima entre 5 mil y 8 mil millones de dólares, pero a lo largo de los 30 40 años de esperanza de vida de una central nuclear, el costo de electricidad es mucho más bajo que la energía fósil. Es justamente en este punto donde colisionan las urgencias del corto plazo y las perspectivas del futuro.