Ya son cinco las víctimas del cura Lorenzo y exigen que la Justicia lo detenga. Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos y representantes de víctimas se presentaron ante la Fiscalía de La Plata para exigirle a las autoridades que arresten y procesen al cura acusado por abuso sexual y que hoy se encuentra en plena libertad. Con un artículo de colega Roberto Álvarez Mur , el sitio Contexto, de La Plata, da cuenta de los siguiente, conforme pasamos a reproducir. Y días atrás Infobae había publicado un exhaustivo informe.
Tras la presentación de una quinta denuncia por parte de una víctima que dio a conocer su episodio, se incrementa el pedido de acción a la Justicia en el marco del “caso Lorenzo”, vinculado a la serie de abusos sexuales cometidos por el cura Eduardo Lorenzo. Por ello, activistas y familiares de víctimas se acercaron ayer a la Fiscalía de La Plata para brindar información y exigir a las autoridades que actúen de inmediato contra el capellán que hoy se encuentra libre.
“En la actualidad, si él quisiera, Lorenzo podría tomarse un avión y salir del país como si nada”, fueron las palabras de Dino Bártoli, padre y abogado de Julián Bártoli, una de las víctimas que denunció a Lorenzo por abuso sexual cuando tenía 13 años. Julián hoy tiene 32 años y continúa esperando que la Justicia tome cartas en el caso.
De la misma manera, en los últimos meses, se dieron a conocer las denuncias de los casos de Juan y Gustavo -seudónimos para proteger sus identidades-, quienes también fueron víctimas de Lorenzo, y cuyos episodios datan de principios de la década de los noventa. Distinto es el caso de León, joven abusado en la casa parroquial de la iglesia Inmaculada Madre de Dios de Gonnet, entre 2007 y 2008.
“Desde principios de 2019 cuando se reactivó la causa, junto con la declaración de León y posteriormente de Julián Bártoli, ya son cinco las víctimas de esta persona. Hoy estamos esperando que la jueza Garmendia, del Juzgado de Garantías 5, decida la detención. En realidad, nunca nos atendió ni a mí ni a las víctimas. Yo intenté hablar con ella y no me atendió. Yo le pido que baje de su pedestal y dicte la detención de Lorenzo”, expresó Dino Bártoli ayer, quien se presenta como abogado querellante junto a Juan Pablo Gallego.
El lunes por la mañana declaró la nueva víctima que decidió dar testimonio sobre el accionar de Lorenzo. La detención fue solicitada una vez más después de dos veces anteriores y, según expresó Bártoli, no quedan más elementos restantes para que pueda ordenar el arresto.
Este nuevo testimonio aportado por Gustavo –seudónimo de la nueva víctima- remite a los episodios vividos cuando él tenía 16 años. En ese momento, formaba parte del grupo de boy scouts de la Parroquia Rosa Mística, ubicada en 23 y 54. En aquella época -según expresa la declaración textual de Gustavo- Lorenzo era coordinador de los scouts de La Plata. La serie de abusos se da en varios encuentros personales que el sacerdote propicia en la misma parroquia.
Cabe señalar que cuando tomó trascendencia pública la intención de Julián Bártoli de declarar sobre los abusos, el propio Lorenzo se comunicó por teléfono con su padre y abogado, con el fin de averiguar qué era lo que su hijo pensaba declarar. “Si eso no es intimidar a las víctimas, ¿qué es? El día anterior, su propio abogado defensor me llamó para decirme que es ‘habitual’ que un acusado quiera saber qué va a decir un testigo. Eso es intimidación”, agregó el abogado Bártoli.
Otra de las personas que se presentó ayer fue Liliana Rodríguez, psicóloga e integrante de la Red de Sobrevivientes a los Abusos Eclesiásticos –entidad que impulsó la conferencia-, quien expresó: “Estaría bueno que la fiscal Medina y la Jueza reflexiones. Si no hay acciones contundentes y Lorenzo sigue caminando en las calles entre nosotros. No es casualidad que Juan y Gustavo quieran reservar su identidad, porque hay fotos de Lorenzo en las calles libre”.
Gustavo tiene 44 años, es soltero, vive en La Plata y posee un restaurante. En el relato que brindó ante la fiscal de la causa, Ana Medina, durante dos horas y media detalló los abusos que vivió durante 1991 y 1992, cuando tenía 16 años, en la parroquia San José Obrero, de Berisso.
En 1991 Gustavo estaba en el grupo scout que pertenecía a la iglesia Rosa Mística, de 23 y 54. “Al tiempo de haberlo conocido en la Rosa Mística, Lorenzo me invitó a ver grupos de scouts que tenía. Yo iba cada tanto, compartía alguna actividad, y un día me invitó a cenar a la casa parroquial, que quedaba al lado de la iglesia San José Obrero, de Berisso. Fui y como no podía volver porque era tarde, me ofreció que me quede en una habitación que tenía”.
La víctima contó que fue varias veces a Berisso. «Me acuerdo que un día me dijo que estaba con mucho dolor en los pies y las piernas, y me pidió si podía hacerle masajes en los pies, y accedí porque no le encontraba nada raro. Al tiempo, una noche me pidió si le podía hacer masajes en la espalada porque estaba muy contracturado».
Según relató, el párroco utilizó el pedido de masajes para llevarlo a la cama. Según contó, la situación se repitió y el cura generó roces con sus genitales que lo incomodaron. “Él siempre hacía mucho hincapié en la amistad, en la confianza, en que todo estaba bien, nada era malo de lo que hacía. Éramos amigos y estaba todo bien. Todo esto siguió pasando varias veces hasta que él se fue de Berisso para Olmos”. Contó que en la última ocasión intentó besarlo en la boca. Ya no volvió a verlo.
Gustavo explicó a la fiscal que tomó la decisión de denunciar al cura el 14 de noviembre pasado cuando miró de casualidad un dario en la estación de servicio a la que concurre habitualmente y vio la imagen del cura.
Ahora reproducimos el informe “La escabrosa trama de abusos sexuales que empieza a acorralar al obispo Héctor Aguer”, que Infobae publicara el 1 de diciembre pasado, con la firma del colega Ernesto Tenembaum.
En 2007, luego de un intento de suicidio, un joven contó ante la Justicia el espanto al que lo había sometido el cura Eduardo Lorenzo, de la parroquia de Gonnet. Pese a esa y otras denuncias, el sacerdote fue varias veces ascendido y siguió en contacto con menores
Juan Pablo Gallego es un abogado que, en 2002, siendo muy joven, se hizo cargo de representar a los denunciantes del padre Julio César Grassi. Durante 15 años, esa causa fue el centro de su vida. En marzo del 2017, Gallego logró, finalmente, que la Corte Suprema de Justicia condenara al popular sacerdote y dispusiera que esa condena fuera efectiva. Desde entonces, Grassi está preso. Ese antecedente fue clave para que, a principios de este año, una pareja de militantes católicos, Julio César y Adriana Frutos, le pidieran ayuda legal. Desde hacía más de una década, Julio y Adriana intentaban sin éxito que la Justicia investigara los brutales abusos que un poderoso cura había cometido contra su ahijado. Cuando Gallego examinó el material quedó perplejo. “Hace años que trabajo con estos temas. Nunca vi un caso tan espantoso”, dice ahora.
La víctima de esa historia llevará el seudónimo de “León”, aunque sus verdaderos nombres y apellidos están en la causa judicial, a la que Infobae tuvo acceso. León era un chico de la calle que, a fines de los años noventa, fue adoptado por Julio y Adriana. Por eso camino llegó a la parroquia de Gonnet, que estaba a cargo del cura Eduardo Lorenzo, un sacerdote muy carismático. En el año 2007, luego de un intento de suicidio, León contó por primera vez ante la Justicia el espanto al que había sido sometido. Esa causa fue archivada casi inmediatamente por Ana Medina, la fiscal del caso, que aun sigue a cargo. En mayo pasado, 11 años después, Gallego logró que se reabriera la causa y León volvió a contar lo ocurrido en sede judicial. Lo que sigue son solo algunos fragmentos de su testimonio: alcanzan para entender el horror que vivió este muchacho.
-«Padecí por parte de Lorenzo muchos actos abusivos con acceso carnal haciendo abuso de su condición de sacerdote y de sus necesidades».
-«Manteniendo relaciones forzadas, siendo atacado sexualmente por Lorenzo, en su vehículo, obligandome a agarrar su miembro viril sexual y vociferando exclamaciones como “acá somos todos maricones”.
-«En muchas ocasiones me forzó a tener relaciones en el marco de un trío. En algunos casos exigía que participara de un trío con otro chico Matías. En otros casos se me acercaba con el pene al descubierto obligándome a chupárselo».
-«También tenía un cómplice, un cieguito llamado Tony, quien me decía que hiciera lo que quería Eduardo. Y Lorenzo me exigía después que me cogiera a Tony. Un ratito a cada uno, me decía».
-«Me penetró sexualmente por vía anal innumerable cantidad de veces».
-«El me decía vos ya sos mío. Solía traer dulces del Sur. Se los untaba en el pene para penetrarme y luego me pedía que yo hiciera lo mismo».
-«En el interín de esas orgías y ataques sexuales a los que me sometía, a veces recordaba que tenía que dar misa y decía: estos pelotudos todavía creen en Jesús. Al finalizar las misas me alcoholizaba y me volvía a someter sexualmente».
-«Los abusos se cometían todos los días a lo largo de más de un año, lo cual llegó a sumirme en una depresión profunda ante una atrocidad que ya no tenía escapatoria».
-«Para abril del 2008 intenté sustraerme del cura Lorenzo y me produje cortes en los brazos. Ante esta situación, el director del Hogar llamó a Adriana relatándole que me quise suicidar. En ese momento empecé a contar lo que me hacía».
-«Cuando se entera de esa reunión Lorenzo aparece prepotente en su coche y entra a las patadas, insistiendo en que le abriera. Me dice: ¿qué mierda te pasa a vos? ¿Por qué no te matás de una y ya está? Agarra tu pantalón y vamos. Me lleva a una parrilla que queda en la esquina del hogar, me hace tomar alcohol, me pregunta qué hablé con Julio y Adriana. “Estás seguro que no dijiste nada de lo que pasa?”, me increpaba y me gritaba. Luego, en otro tono, me decía yo te voy a ofrecer de todo y me abrazaba diciendo que me esperaba al día siguiente».
El cura denunciado por León se llama Eduardo Lorenzo. Hasta hace pocos meses, fue capellán del Servicio Penitenciario Bonaerense. En los últimos años, fue el confesor de Julio César Grassi. Si se tratara de una ficción sería inverosímil: el cura detenido por abusos espantosos confiesa sus pecados ante el cura denunciado por abusos espantosos. León no es el único denunciante en la causa. Hay otros cuatro muchachos que se presentaron para contar que Lorenzo los sometía a abusos sexuales. Todos pertenecían a los grupos juveniles de la parroquia de Gonnet, una zona residencial que queda en los suburbios de La Plata.
“Lorenzo abusó de mí cuando tenía 13 años. Ahora quiero verlo preso”, declaró Julián Bartoli, en el mes de julio. Otro denunciante contó que fue obligado por Lorenzo a presenciar diversos abusos que cometía reiteradamente sobre otros adolescentes. Según su relato, el cura se bañaba con menores en su baño privado y por las noches se metía en sus carpas para manosearlos dentro de sus bolsas de dormir. “A esos mismos chicos los invitaba con frecuencia a fiestas y a pernoctar en la casa parroquial de Olmos”, dice la declaración.
La magnitud de la conmoción que se vive en la zona se puede percibir por un episodio reciente. Ante la primera difusión de los hechos, el Arzobispado de La Plata desplazó a Lorenzo de la parroquia de Gonnet, donde ocurrió todo este espanto, y lo quiso designar al frente de un colegio de Tolosa. Horrorizados, los padres de los alumnos de esa escuela difundieron una carta con dos mil firmas en contra de la designación. Ya se han producido manifestaciones en contra de Lorenzo frente a la paroquia de Gonnet y la catedral de La Plata, muy parecidas a las que decenas de militantes católicos realizaba frente a las parroquias donde celebraban misa los obispos abusadores en Chile.
Ninguno de estos hechos tuvo mayor trascendencia a nivel nacional. Sin embargo, alcanzan para generar una evidente inquietud en el arzobispado de la Plata. La pregunta obvia es cómo fue que permitieron que Lorenzo siguiera siendo cura. La respuesta es la de siempre. En el año 2009, ante la primera denuncia, el arzobispo Hector Aguer inició un expediente canónico, algo así como una investigación interna por parte de la misma Iglesia Católica. Ese expediente también figura en la causa y fue publicado el viernes por La izquierda Diario, el medio digital que ha trabajado con más seriedad este caso: es una evidencia muy contundente sobre el conocimiento que Aguer y las autoridades eclesiásticas tenían sobre los hechos. Pese a aquellas denuncias, Lorenzo fue varias veces ascendido y siguió en contacto con menores. Pasaron 11 años.
La situación se complica más para la jerarquía eclesiástica por la actitud de Víctor Fernández, el sucesor de Aguer en el arzobispado de La Plata. Fernández ha defendido públicamente al cura Lorenzo. Existen fotos de ambos celebrando misa juntos, en la parroquia de Gonnet, el 24 de marzo pasado: una imagen tremenda para los jóvenes denunciantes. El 22 de noviembre, con motivo del aniversario de la ciudad de La Plata, Fernández ofreció un tedeum en la catedral. Los familiares de las víctimas intentaron que los recibiera. No lo hizo ese día ni ningún otro. La decisión de respaldar a Lorenzo parece muy contundente y, al mismo tiempo, incomprensible y no solo por elementales cuestiones morales. Es raro que estas personas tan importantes e inteligentes no perciban el desenlace inevitable de estas historias: ya nadie puede encubrirlas.
La Iglesia argentina ha sido sacudida esta semana por dos casos muy conocidos. Uno de ellos es la condena de dos sacerdotes por violar a niños sordomudos en el Instituto Próvolo de Mendoza. Una vez que se conocieron las sentencias, el Vaticano emitió un escueto comunicado pidiendo disculpas. El otro es el inicio del juicio contra Gustavo Zanchetta, arzobispo de Orán, por las denuncias de abusos por parte de tres seminaristas. Cuando se conoció el caso, Zanchetta fue trasladado a Roma: difícil no ver en ese gesto el amparo de su amigo, el papa Francisco. La cadena del espanto incorpora ahora otro eslabón, el del cura Eduardo Lorenzo, cuyo desenlace depende de la jueza Marcela Garmendia, quien aun no se ha atrevido, siquiera, a tomarle declaración indagatoria: una demostración más del poder que, abiertamente o en las sombras, ha protegido al sacerdote.