El crecimiento de las denominadas corrientes evangélicas en América Latina va de la mano con la inserción política de las derechas más reaccionarias. Una recorrida temática por la región. Alertas que debería encenderse en Argentina.
Por Vicky Castiglia / La semana pasada el presidente electo, Alberto Fernández, convocó a referentes evangélicos en el marco de la iniciativa “Argentina contra el hambre”. De esta manera, la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas (ACIERA), que hasta ahora había mantenido vasos comunicantes con el gobierno de Mauricio Macri, se suma a la mesa transversal del Frente de Todos, como así también la más progresista Federación Argentina de Iglesias Evangélicas. “Es la primera vez que nos convocan a debatir una política de Estado”, señalaron los referentes evangélicos luego del encuentro. No se trata de una cuestión menor. El crecimiento de la presencia de este sector se ha ido incrementado ampliamente en los últimos años en América Latina y muchos de sus seguidores han alcanzado altos grados de poder y han penetrado en la esfera política.
En Argentina, un reciente informe del Conicet al que refirió el diario Tiempo Argentino, mostró un crecimiento sostenido de los fieles evangélicos en todo el país. Según el estudio, casi un 16 por ciento de la población argentina se identifica con una expresión de esa iglesia -la que más creció en los últimos años- en un momento en el que, a pesar de que un connacional ocupe la más alta jerarquía de la Iglesia, disminuyó notablemente el número de católicos. La nota de Tiempo advierte que a esa estadística se suma el amplio y sostenido trabajo territorial: cada una de las 5 mil congregaciones instaladas en el estratégico territorio bonaerense pilotea un aceitado programa de asistencia social -en formato de comedores, ayuda escolar y asistencia a las familias más vulnerables- financiado con recursos propios.
Pero el caso de Argentina no es aislado. Mike Pence, vicepresidente de los Estados Unidos, profesa el culto evangélico y Donald Trump se ha mostrado cercano a esos sectores, que han sido -y se espera que vuelvan a serlo- aliados estratégicos en las elecciones presidenciales. De hecho, según un informe del Washington Post, el 61% de los pastores evangélicos estadounidenses expresaron en una encuesta su intención de votar por Trump en las elecciones de 2016.
En enero de 2018, una columna del New York Times aseguraba que para ese entonces, los evangélicos constituían casi el 20 por ciento de la población de América Latina, un número considerablemente mayor que el 3 por ciento de hace seis décadas. Aseguraba además que el ascenso de estos grupos resulta “políticamente inquietante”.
En un momento particular para la región, resulta interesante a repasar el grado de penetración de estos sectores en la arena política. Paradigmático resulta el caso Brasil, donde el presidente Jair Bolsonaro no sólo es parte de esa religión -al igual que el alcalde de Río de Janeiro, una ciudad tradicionalmente abierta a la comunidad homosexual-, sino que además cuenta además con decenas de parlamentarios en el Congreso que han logrado frustrar acciones legislativas a favor de la población LGBT y desempeñaron un papel importante en la destitución de la presidenta Dilma Rousseff.
En este caso el incremento de las vinculaciones con el poder político se hicieron evidentes cuando se inauguró en 2014 el Templo de Salomón, una megaiglesia de 100.000 metros cuadrados capaz de albergar a más de 10.000 fieles, al que asistieron Rousseff, MIchel Temer y varios miembros del gabinete. Ese ambicioso proyecto fue llevado a cabo por el obispo Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios y uno de los principales exponentes de la religión evangélica en Brasil, a la vez que poseedor de una gran fortuna, según un informe del think-thank español Real Instituto El Cano. Macedo. Macedo, que en su momento apoyó a Lula, fue uno de los más importantes apoyos de Bolsonaro para ganar la elección.
En Bolivia, tras el reciente golpe de Estado a Evo Morales, Jeanine Añez promulgó una ley para convocar a nuevas elecciones en las que el derrocado presidente no podrá presentarse. Según el sitio Biobio Chile, los candidatos serían el partícipe del golpe y fundamentalista religioso, Luis Eduardo Camacho; y los ex candidatos Víctor Hugo Cárdenas y Chi Hyung Chung.
A estos últimos, el diario español El País, en octubre de este año, los calificó de “los bolsonaros bolivianos” por “sus coincidencias en algunas propuestas y en la articulación de sus partidos con las iglesias evangélicas”. Sobre Cárdenas el medio advertía: “Igual que muchos otros indígenas que provienen de la zona del lago Titicaca, en el norte del país, Cárdenas fue criado como protestante. Luego de una larga trayectoria en el indigenismo, primero, y luego como opositor moderado al presidente Morales, entró a esta campaña como candidato de un partido tradicional, Unión Cívica Solidaridad, y se hizo acompañar por Humberto Peinado, pastor evangélico y líder de un movimiento en contra de la despenalización del aborto. Cárdenas mostró pronto que tenía a la llamada “ideología de género”, es decir, al feminismo y al avance de las sexualidades alternativas, como enemigos principales”. En tanto, sobre el “Doctor Chi” señalaba: Chung nació en Corea del Sur y se trasladó a Bolivia a los 12 años, cuando la Iglesia Presbiterana de Corea le encargó a sus padres crear una misión religiosa en el país andino. La misma ha tenido mucho éxito, ya que cuenta con 70 iglesias, una clínica, una universidad y otros negocios”.
Enocasión de la reciente intervención golpista en Bolivia, el cientista social argentino Walter Formento recordó en las Redes, lo siguiente:
“Pentecostalismo e Imperialismo Norteamericano: Desde los años 60, el pentecostalismo comenzó a tomar forma en América Latina a partir del catolicismo popular: El pentecostalismo llegó a insertarse entre las capas más bajas de la sociedad, las cuales habían sido dominadas por la magia y el misticismo; se desarrolló como protesta contra la racionalidad religiosa de los protestantes históricos propia de la clase media y el catolicismo de la clase alta, en un intento de afirmar la identidad religiosa de los pueblos marginales (…). La penetración del protestantismo en América Latina, no obstante, se intensificó sobre todo a partir de la década de los años 70 y 80, en plena guerra fría. En 1968, Nelson Rockefeller, vicepresidente de Richard Nixon, emprendió una gira por el continente y elaboró un conocido informe titulado Quality of Life in the Americas, en el que no dejaba lugar a dudas sobre los intereses estadounidenses y el papel de la religión a la hora de hacer realidad la doctrina Monroe. En su texto, aparecido en 1969, Rockefeller destacaba que ‘la iglesia está en la misma situación que la juventud, con un profundo idealismo, pero como resultado es susceptible de sufrir una penetración subversiva. Veía a la iglesia católica y más específicamente a la teología de la liberación como peligrosa y contraria a los intereses de los EE.UU’. Por ello, se afirmaba en el informe, era preciso reemplazar a los católicos latinoamericanos por ‘otro tipo de cristianos’. El magnate recomendó a su gobierno la promoción de las llamadas ‘sectas’ fundamentalistas que brotaban del florido árbol pentecostal estadounidense. Estas sugerencias contaron con el apoyo del presidente Nixon (1969-1974) y el Congreso de los EE.UU. que aprobó un plan de envío sucesivo y creciente de misioneros para debilitar a la denominada Iglesia Católica popular latinoamericana, una mezcla de la tradición católica española con los ritos y creencias indígenas y con los llegados de África en los casos de Brasil y de las Antillas. Para la consecución de esa política, se destinaron millonarias sumas de dinero a la construcción de templos evangélicos y al envío de ‘tele-evangelistas’ que se encargaran de organizar campañas masivas de evangelización a nivel regional. En mayo de 1980 un nuevo informe saldría a la luz, el Documento de Santa Fe I, dirigido al candidato Ronald Reagan, para el caso de que ganara las elecciones. En ese texto por primera vez se pedía incluir a la teología de la liberación como objetivo a ser combatido dentro de la Doctrina de la Seguridad Nacional. En adelante y sobre todo después del triunfo del sandinismo en Nicaragua, en 1979, se destinaron nuevos recursos para neutralizar la acción de movimientos revolucionarios y detener el marxismo en la región. ‘La política exterior de los EE.UU. – dice el Documento – debe comenzar a enfrentar (y no simplemente a reaccionar con posterioridad) la teología de la liberación, tal como es utilizada en América Latina por el clero de la teología de la liberación. Lamentablemente, las fuerzas marxistas-leninistas han utilizado a la Iglesia como arma política contra la propiedad privada y el sistema capitalista de producción, infiltrando la comunidad religiosa con ideas que son menos cristianas que comunistas’.
La intervención de Formento es más que pertinente y hoy se vive lo siguiente:
“Ciertamente el escenario político boliviano está muy lejos de otros en América Latina, donde las corrientes evangélicas ya han llegado a puestos de poder, como en Brasil o Guatemala; o ejercen fuertes presiones sobre la agenda pública, como en Costa Rica, Honduras, Colombia, Chile e, inclusive, México. Pero refleja una tendencia que, según datos de la BBC, hace que uno de cada cinco latinoamericanos se sienta ya representado por una Iglesia evangélica”, advierte el sitio mexicano Proceso.com y agrega datos del Pew Research Center: “los porcentajes más altos están en Centroamérica, ya que en Guatemala, Honduras y Nicaragua los evangélicos superan el 40%. Les sigue Brasil, con cerca de 27%; y luego Costa Rica y Puerto Rico, con alrededor de 20%. En Argentina, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela se calcula que al menos 15% se identifica ya con esta corriente. En México, que en contra de la tendencia regional se mantiene con el mayor índice de católicos (80%), al menos 10% se dice ya miembro de alguna denominación evangélica. Y la única excepción es Uruguay, donde tanto católicos (37.5%) como evangélicos (4%) ostentan porcentajes muy bajos, mientras que hasta 31% declara no pertenecer a ninguna religión”.
En el caso de Chile, país que por estos días afronta una crisis institucional que incluye masivos levantamientos populares y represión por parte del gobierno, las elecciones presidenciales en 2017 ofrecen un ejemplo claro de esta unión entre los obispos evangélicos y los partidos. El ganador de las elecciones, Piñera, tenía cuatro pastores evangélicos como asesores de campaña, según la nota del Times. Se calcula que existen alrededor de 4.000 iglesias evangélicas o protestantes en Chile constituidas como personas jurídicas de derecho público o privado, según la prensa de ese país.
En México, en tanto, el evangélico Partido Encuentro Social fue un aliado importante para que Andrés Manuel López Obrador pudiera obtener un amplio triunfo y conseguir mayorías en el Congreso. “El PES, a partir de su alianza con esta coalición, obtuvo 30 diputados y cinco senadores y ha presentado iniciativas legislativas que permiten ver la construcción de una agenda legislativa propia, que al mismo tiempo busca abrir espacios y legitimar el camino para la participación de las iglesias y los grupos confesionales en la política mexicana, como el proyecto de decreto que busca agregar en el artículo 4 de la Constitución el reconocimiento por parte del Estado del derecho y el deber preferente de los padres de educar convenientemente a sus hijos, el proyecto de decreto que reforma el artículo 82 de la Ley del Impuesto sobre la Renta para establecer que serán deducibles las donaciones que reciban las asociaciones religiosas y el proyecto de decreto que reforma el artículo 41 de la Constitución para establecer el financiamiento de origen privado de los partidos políticos”, afirmó la doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Cecilia A. Delgado-Molina en el medio Nueva Sociedad.
En las últimas elecciones en Venezuela, Colombia y Costa Rica se presentaron dos pastores evangélicos y un religioso como candidatos para las elecciones presidenciales: Javier Bertucci, Jorge Antonio Trujillo y Fabricio Alvarado respectivamente, aunque no alcanzaron el triunfo. Distinto es el caso de Guatemala, donde el cómico evangélico y opositor al aborto y al matrimonio igualitario Jimmy Morales sí alcanzó la presidencia en 2016.
En tanto, en algunos países centroamericanos, como Honduras o Guatemala, el fenómeno se acentúa y los evangélicos prácticamente igualan o superan en porcentaje a los católicos. «En muchas partes de la región, la Iglesia católica pierde poder y aumenta el poder de la evangélica. No sé si el poder político directo, pero sí el poder de influencia en la sociedad,», sostenía en 2018 Marta Lagos, directora de Latinobarómetro, en declaraciones a la BBC. Ese mismo medio publicaba esta semana declaraciones de el historiador estadounidense Andrew Chesnut, quien refería que la fuerte influencia de los evangélicos en el ascenso y caída de líderes es una de las principales «tendencias» de la política actual en el continente americano y proponía algunos factores para comprender el por qué de este crecimiento, entre ellos, la cohesión ideológica de los evangélicos -que facilita articulaciones políticas-, la creación de redes de apoyo en comunidades marginadas –lo que les permite una mayor inserción en esos sectores- y la capacidad de hacer eco de pensamientos compartidos por sectores conservadores de clase media y alta.
En una entrevista a Página12, el sociólogo de las religiones Juan Esquivel, fue consultado sobre la genealogía de los grupos religiosos que están ocupando lugares expectantes en la política. “Los evangélicos han experimentado un crecimiento sostenido en las últimas décadas en América Latina. Y al crecer, se multiplican los grupos en su interior, se hace más diversa su composición y más compleja su trama identitaria. Así como hubo católicos que apoyaron golpes de Estado y otros que fueron víctimas de esos procesos, también en el mundo evangélico encontramos diversidad de actores. Unos apoyan y otros cuestionan, del mismo modo que unos se pronuncian a favor y otros en contra de la despenalización del aborto. Lo que se advierte claramente es un mayor posicionamiento y visibilidad en la esfera pública por un lado. Y, por otro, una inserción relativa en espacios de gestión pública –direcciones de culto, por ejemplo–, desde los cuales demandar buena parte de las prerrogativas que detenta la Iglesia católica. Ahora bien, estamos en el plano de las organizaciones evangélicas o de las “minorías intensas”. Ante la irrupción en la vida pública de los movimientos feministas y de la diversidad sexual, se han activado grupos al interior del campo católico y evangélico con el objetivo de frenar toda reforma en materia de derechos sexuales y reproductivos. Más allá de que el anclaje institucional de sus fieles es más sólido que en el mundo católico, un segmento considerable de la población evangélica, al igual que los católicos, se vincula con lo sagrado por su propia cuenta y no necesariamente se alinea con los posicionamientos institucionales”, explicó.