La derecha, expresión que puede resumirse en la idea de aparato político cultural que le da voz al sistema de poder económico militar del bloque capitalista-imperialista, no debate ideologías. Las edifica como soportes de encubrimiento para el trazado de estrategias en torno a sus intereses concretos, a veces contradictorios al interior del propio bloque. El cruento golpe en Bolivia y sus derivaciones aun no previsibles, sobre todo en el orden de la dialéctica resistencias – represiones, quizá sea el ejemplo más trágico de lo afirmado, en lo que va del siglo XXI, al menos en América Latina. Lo que sigue es apenas un punteo, ensayo, sobre múltiples posibilidades.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / En primer lugar una lección que deja la Historia. Bolivia encierra en su suelo portentosas riquezas siempre codiciadas por los imperios, desde la plata que aportó a la acumulación temprana del sistema capitalista europeo, hasta el gas y el litio de nuestros de las industrias de punta de nuestros días tan siglo XXI. Bolivia se encuentra es un espacio territorial de centralidad inapelable y de complejidad regional a veces trágica, como lo fue la Guerra del Chaco (1932 – 1935) en la que bolivianos y paraguayos se desangraron con casi 100 mil muertos, porque ya en aquellos años los intereses energéticos estadounidenses jugaban sus cartas. Bolivia ha sido desde sus primeros tiempos, quizás, el escenario latinoamericano de las más heroicas luchas por la justicia y la liberación y, por consiguiente, de las más brutales represiones: Julián Apaza Nina, más conocido como Tupác Katari; Gualberto Villarroel, “el presidente colgado” por imprimir en su país políticas de Estado que poco después Juan Domingo Perón desplegaría en Argentina; las jornadas revolucionarias de abril de 1952 y sus reacciones; el Che y su propuesta de guerra revolucionaria en el Tercer Mundo; las gestas memorables de la COB y la emergencia del general Juan José Torres, presidente entre 1970 y 1971, y secuestrado y asesinado en nuestro país durante la aplicación del Plan Cóndor, en colaboración entre los dictadores Jorge Rafael Videla y Hugo Banzer; el gobierno del Evo Morales y sus portentosas reformas económicas, de crecimiento y distribución, y de revalorización de los movimientos campesinos e indígenas. Y las luchas que vendrán. En ese sentido Bolivia se expresa casi como un círculo eterno de anhelos populares, reacciones oligárquicas y resistencias heroicas. Fuera de ese contexto resulta difícil comprender a fondo lo que está aconteciendo en estas horas de nuevas violencias, nuevos destierros y con las esperanzas de siempre.
A título de apuntes iniciales
El gobierno de Mauricio Macri pretende ocultar el carácter clara y brutalmente golpista de los acontecimientos que sacuden a Bolivia. ¿Por qué? Porque el conjunto de las derechas sudamericanas, alineadas con el sistema público-privado de poder que impera en Estados Unidos, apuntan a que los usurpadores sean reconocidos como gobernantes – en ello la OEA juega un papel destacado -, pero pretenden mucho más: desarticular al país altiplánico amazónico como unidad; se proponen un proceso casi de balcanización en el corazón mismo de Sudamérica, para ejercer el control directo o indirecto, a través de las clases oligárquicas locales, de las portentosas cuencas de recursos naturales, llámense litio y gas, o agua dulce, si cruzamos las fronteras de cara al Acuífero Guaraní, por ejemplo.
Hasta ahí en lo que respecta al caso puntual boliviano. Sin embargo, esa suerte de negacionismo apunta asimismo a crear doctrina aplicable a otros escenarios destituyentes y de imposición de autoridades de facto, previstos para la región y concebidos a partir de la trama de complicidades golpistas que conforman las corporaciones políticas, judiciales, mediáticas y armadas.
Es así que, la irrupción de patéticos personajes como Jeanine Añez, la autoproclamada presidenta de Bolivia, o la del jefe de comandos civiles y de la derecha psicopática llamado “Macho” Camacho, son fenómenos casi anecdóticos.
Una hace las veces de cara visible de la maniobra politiquera; el otro es la cabeza de un escuadrón de comandos civiles aplicado a la violencia que tiene un sentido metodológico, que en párrafos próximos intentaré visualizar.
La vuelta de tuerca dada por la administración Trump a lo que puede considerarse una resignifcación de la Doctrina de Seguridad Nacional, con las FF.AA. en el centro del escenario, cuenta con apoyaturas teóricas que no son improvisadas y tienen décadas de elaboración.
Entre ellas el libro “Choque de Civilizaciones”, del cuadro intelectual orgánico de la derecha estadounidense, Samuel Huntington, publicado por primera en la revista Foreign Affairs en 1993; y las posteriores elaboraciones que, en buena parte, de ese texto se desprenden, acerca de los llamados “estados fallidos”.
“Choque de Civilizaciones y «Estados fallidos»”
Es un libro del académico Samuel Huntington que contiene verdaderas barrabasadas desde la perspectiva de las ciencias sociales en su conjunto y del propio Derecho Internacional vigente en las formalidades del sistema o comunidad internacional, aunque inspiradas en la obra del historiador británico Arnold J. Toynbee (1889 – 1975) y su teoría de “los círculos”.
Pese a sus limitaciones e imprecisiones teóricas, surge con capacidad de poderosa incidencia a la hora de trazar líneas de acción en política internacional para el Departamento de Estado, sobre las cuales republicanos y demócratas sólo tienden a diferir en consideraciones de coyunturas, tácticas o de matices.
En apretada síntesis, y en un ejercicio de burdo pero ultra pragmático reduccionismo – en ello es fiel a las tradiciones intelectuales de Estados Unidos y sobre esto recomiendo la lectura del notable libro “El club de los metafísicos”, del contemporáneo y Premio Pulitzer Louis Menand -, Huntington comprime al mundo en un plexo de “civilizaciones” (subsahariana, latinoamericana, hindú, budista, nipona, occidental, ortodoxa e islámica), con inevitables confrontaciones entre sí y además en sus propios interiores.
Así, para Huntington (1927 – 2008), de la Universidad de Columbia y mentor de Francis Fukuyama, el creador del concepto “fin de la Historia” (un aporte teórico de papel mojado de mala calidad que ahora su propio autor critica), la puja por los recursos económicos de Medio Oriente se explica con suficiencia a través del “choque” cultural entre el Islam y “Occidente”, y la dialéctica “recolonización o independencia” (idea acuñada en el libro “América Latina Siglo XX, de 2004, de mi autoría en forma conjunta con la destacadísima colega Stella Calloni), como constante lucha entre nuestros pueblos y los dispositivos de poder de Estados Unidos en tanto centralidad del modo capitalista – imperialista actual, se subsume en la existencia de los pueblos originarios de “nuestra América” que, como sujetos sociales equiparables al narcotráfico y el crimen organizado, hacen que las repúblicas sean “Estados fallidos”, incapaces de existir por sí mismos.
Nótese que para los númenes de estas propuestas, “fallido” es todo Estado que no puede garantizar su exclusividad en el uso de la violencia. Idea que ayuda a entender el por qué y el cómo de la modalidad de insurgencia en manos de comandos civiles financiados y organizados por Estados Unidos en connivencia con la derecha racista del Oriente boliviano.
Ese fue el modo utilizado para derrocar a Evo Morales, sumir al país en una suerte de desgobierno provocado y desplegar a las FF.AA. y de Seguridad como garantes de las autoridades de una supuesta “institucionalidad” que no es otra cosa que una fáctica golpista.
Para esos teóricos, autores intelectuales del discurso convalidante del golpe en Bolivia y sobre los que se apoyan los hacedores de políticas que operan detrás de la administración Trump y por consiguiente de las derechas latinoamericanas, los Estados fallidos deben dejar de existir, para ser divididos en jurisdicciones administrativas menores, y con exclusión de las formaciones políticas y culturales propias de la democracia formal burguesa.
Los nuevos Estados surgidos de esas operatorias deben ser regulados por una suerte de constitucionalismo aparente, sostenido por el sistema de poder estadounidense y sus aportes financieros, militares, de inteligencia y mediáticos.
Todos estamos en la mira
Hacia ese objetivo se dirige el Imperio y cuenta con las oligarquías nativas. También con un variado abanico de organizaciones financiadas por agencias de inteligencia oficiales y ONGs estadounidenses, instrumentos que vienen siendo experimentados desde hace años.
Por ejemplo el impulso de las “iglesias evangélicas” como instrumentos de ordenamiento social e ideológico, las que comenzaron a ser instaladas y capacitadas a partir del relajamiento en los hechos del denominado Cuerpo de Paz que el entonces presidente John F. Kennedy desplegó por América Latina para intervenir contra la influencia de la Revolución Cubana.
Se trata de es una agencia federal Estados Unidos creada 1961. Su acta fundacional propone «promover la paz y la amistad mundial (…) con hombres y las mujeres estadounidenses que estén dispuestos a servir y estén capacitados para trabajar en el extranjero, bajo condiciones difíciles si es necesario, y ayudar a las personas de tales países y áreas a satisfacer sus necesidades de mano de obra calificada (…). Datos de la propia agencia indican que fueron movilizadas casi 250 mil “voluntarios” en todo el mundo, su amplia mayoría en América Latina.
Esa fue la cuna de la “iglesias evangélicas” y del fundamentalismo cristiano que aúnan al comando civil Camacho y al presidente brasileño Jair Bolsonaro, por sólo mencionar dos personajes muy visibles.
Las nuevas redes de dominio recolonizador están previstas para toda la región y tienen dos aliado objetivos e involuntarios, pero muy peligrosos.
Por una lado la debilidad de los movimientos democráticos y contra hegemónicos en toda América Latina, y las insuficiencias en sus conformaciones, que explican la convivencia de sujetos de legítima vocación democrática y emancipatoria con oportunistas las más de las veces sostenidos por las propias embajadas de Estados Unidos.
Y por el otro, la carencia de una teoría política desde el campo popular que pueda darle respuesta efectiva a los desafíos y a las agresiones que en forma diaria despliegan las derechas en toda América Latina.
Es nuestra América en peligro.
(*) Víctor Ego Ducrot es Doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, donde también tiene a su cargo seminarios de posgrado sobre Intencionalidad Editorial (Un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos); y la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática. Director del sitio AgePeBA.