Este texto es descarnado en términos de intencionalidad editorial, que es política, que es ideológica, porque explicita su opción, sin remilgos, y ojalá pueda ser considerado, además, como intento o ensayo de ideas, o vuelta de tuerca interpretativa, respecto de complejo escenario político sobre el que vivimos, y acerca de las dolencias que nos afectan como campo popular, por el efecto de indebidas postergaciones en la discusión, atrapados como estamos por la urgencia del momento: que la peste cambiemita sea arrollada en las urnas, el próximo 27 de octubre.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Antes de ingresar al territorio propuesto, algunas aclaraciones metodológicas. Hace ya muchos años, dese la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP y con colegas de otras Universidades Públicas, trabajamos en un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos, que denominamos Intencionalidad Editorial.
Sostenemos que todas construcciones simbólicas, lo sepan o no, lo admitan o no sus autores, encierran parcialidades de clase, culturales, ideológica, y que, desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, las prácticas hegemónicas, intentar ocultar con mayor o menor índice de eficacia, según registran los diferentes contextos históricos.
Esos procesos de ocultamiento se proponen disciplinar al conjunto mayoritario de la sociedad, en orden a los intereses de las clases dominantes. Se trata de prácticas desplegadas en nombre de la objetividad, mito y fetiche a la vez.
Desde el modelo Intencionalidad Editorial postulamos un camino inverso, arduo y de eficacia a largo plazo, pues a largo plazo se constatan las construcciones ideológicas: que las producciones simbólicas del campo subalterno, en confrontación con el hegemónico, no se embocen entre los cortinados raídos de aquella suerte de neopositivismo tardío, de tan diversos modos designado.
Para este texto explícito de campaña en favor de la candidatura a la intendencia de la Plata de la ex decana de Perio UNLP, ex concejala y actual legisladora bonaerense Florencia Saintout, también podría resultar oportuno sobrevolar sobre ciertos senderos históricos de la palabra pública.
“El denostado panfleto”, un artículo publicado por el sitio Rebelión en febrero de 2006, sostiene: “Creo que lo más importante de los términos de cualquier texto, no es la etiqueta que otros puedan colocarles, sino su contenido. Incluir en ese texto, expresiones y palabras que, además de ampliar el sentido de los términos ya existentes, resulten familiares y comprensibles para la mayoría de la gente, no es empobrecer la calidad del mismo (…). Como género literario, el panfleto consiste en un estilo llano y directo, encaminado a tratar de convencer a los demás sin adornarse (…). Su herramienta es el lenguaje panfletario que, contrariamente a lo que podría pensarse, al ir destinado a un público heterogéneo, es mucho más exigente que cualquier otro y obliga a una transparencia absoluta (…)”.
El origen del panfleto como género literario que remite a la acción podría ubicarse en el libelo romano, de matriz insultante, injuriosa, como lo fuera muchos años después cierta poesía de Francisco de Quevedo (1580-1645), en tanto instrumento de lo que en la actualidad se denomina crítica cultural.
Fue de utilización perfeccionada a partir del siglo XVIII y su eficacia sigue siendo de tal magnitud, que sobre el propio concepto de panfleto se apoyan los dispositivos publicitarios, cada día de crecientes complejidades semánticas y tecnológicas, a partir de la Segunda Guerra Mundial y hasta nuestros días, tanto para la imposición de un desodorante, una tarjeta de crédito o de un candidato la presidencia. Para los incrédulos al respecto la siguiente pregunta: ¿Qué otra cosa que panfletos son los llamados “flyers” al uso y abuso de la comunicación digital?
En el XIX y a principios del XX cobra especial dimensión otro género literario de profunda vocación política, el manifiesto; declaración de principios y programa como el Manifiesto Comunista y todos aquellos tan propios de las vanguardias artísticas e intelectuales de las primeras décadas de la centuria pasada. El panfleto es una invocación al hacer de los cuerpos, mientras que el manifiesto comprende una propuesta y acto de fe para un futuro que no debería ser tan lejano.
El presente artículo, que, sin certezas respecto de sus aciertos o no, es más panfleto que manifiesto.
Entonces.
¿Por qué votaría por Florencia Saintout?
¿Sólo porque la conozco, la aprecio y la considero entre mis amigas? No.
¿Sólo porque, en términos generales, compartimos miradas ideológicas y posicionamientos políticos, aunque no siempre con la exactitud del encuentro que fijan la escuadra y el compás? No.
¿Porque, aunque no viva en La Plata sí la vivo, en tanto profesor de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP que dialoga con estudiantes, vecinos, gentes cercanas a lo que pienso y con otras que no tanto; y considero que seguramente ella será, de ganar en octubre, la mejor alcaldesa que platense alguno pueda imaginar?
Mi voto tampoco obedece a que, como habitante de la Facultad de Perio, puedo dar cuenta de la notable labor que desempeñó a lo largo de su accionar académico y político.
Ni siquiera lo explicaría con el argumento obvio de que es la candidata del único espacio que, tanto en Nación como en provincias y municipios, puede derrotar, y todo indica que derrotará, a la peste que se abatió sobre los argentinos hace cuatro años.
Fundar en ese punto mi respuesta sería políticamente correcto, actitud que repudio; pues anida como huevo de serpiente en la anomia teórica que nos envuelve en tanto sujetos críticos que no podemos saldar la deuda con nuestra propia historia, que es darle muerte y sepultura al país, a la América oligárquica.
¿Por qué la votaría entonces?
“Hoy, cachuza, desperdigada y diezmada, esa tropa obstinada en escribir día a día la historia argentina vuelve a encontrar un rumbo y una esperanza. Hacen frente a un enemigo implacable: la raza maldita de los explotadores y sus mandaderos: los que tienen, siéndolo o no, alma de oligarcas. Para defender el sueño de una patria justa, libre y soberana, soldados incansables de la igualdad, la libertad y la democracia alimentarán la llama inextinguible de nuestra pasión argentina. El aluvión de la militancia popular se levantará otra vez como el batallón escogido de un ejército invencible: el de la clase trabajadora argentina.” (Arturo Jauretche).
Respecto de la militancia y el militante, y ante una asamblea de trabajadores realizada en la Cuba de 1963, el Che expresó: “Deberá trabajar todas las horas, todos los minutos de su vida, en estos años de lucha tan dura como nos esperan, con un interés siempre renovado y siempre creciente y siempre fresco. Esa es una cualidad fundamental”. En 1960, por TV en La Habana, decía: “vamos directamente a hacer la tarea que el deber nos impone”. Y el 6 de enero de 1962, en otra asamblea obrera sentenciaba “lo primordial, lo fundamental, es cumplir cada uno con su deber”.
¿Es acaso Florencia Saintout una militante guevarista? No.
¿Es jauretcheana? Muy probablemente sí.
Las citas recientes sólo apuntan al logro de algunas definiciones con autoridad política, no a bucear en el pensamiento de la candidata de Todos para la Plata.
Sin embargo, si nos atenemos a esas definiciones y por otro lado trazamos un recorrido de la vida pública de Saintout desde sus tiempos de estudiante hasta el presente, nos encontraremos con una militante, y del campo popular, por la defensa de los derechos postergados por la saña histórica de los conocidos de siempre, los hacedores de la maldición oligárquica.
¿Es ella una militante con la que coincido, como hace un rato escribí, en el encuentro perfecto de la geometría? Reitero que no, pero su condición de tal es clave para la necesidad del contexto actual de los argentinos.
Ese contexto se caracteriza por el exceso de condicionamientos y limitaciones, de disputas de incierto resultado y de resoluciones aun de difícil pronóstico, todo ello al interior del campo popular, en estos días aglutinado tras un objetivo impostergable, como lo es arrasar en la urnas a la maldad cambiemita, ya que no se supo, no se pudo o no se quiso hacerlo antes, desde la movilización popular refundadora.
La Argentina que debiera derivar del 27 de octubre puede abrir una esperanza, y si así fuere, para los tiempos que se avecinan, difíciles y complejos desde la perspectiva de la felicidad del pueblo, se requerirán nuevos ejercicios y prácticas en torno a la pugna política.
Habría que comenzar entonces por el principio: recuperar el aluvión de la militancia popular, para acometer con la tarea primordial, fundamental, que es cumplir cada uno con su deber. Allí se completa la definición de Saintotut como militante, aquella especie que nos podrá rescatar de la tanta política como profesión, esa maldita herencia cultural de la dictadura que también impregnó las prácticas de nuestros espacios, en los que suele llamarse militancia a lo que en realidad es simple artesanía estandarizada, la de los operadores, la de quienes trabajan de dirigentes y deambulan entre postores y truques de la mejor fortuna.
Por eso, porque la reconozco como parte de aquella vieja y gloriosa especie de militantes, que sabe de arrojos y de incorrecciones políticas, es que votaría por Florencia Saintout.
(*) Víctor Ego Ducrot es Doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, donde también tiene a su cargo seminarios de posgrado sobre Intencionalidad Editorial (Un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos); y la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática. Director del sitio AgePeBA.