El Pejerrey empedernido se empacó esta semana y en lugar de darte receta te habla de los alfajores que -claro, eso sí –, son bien argentinos. Un entrega más de las crónicas acerca de gastronomía y crítica cultural firmadas por el heterónimo del director de este página. Un anticipo breve sobre lo que denomina cocina salvaje y cierta evocación sobre costumbres a la hora de comer.
Por El Pejerrey Empedernido (*) / Al estilo de los boludeos de mi amigo Ducrot en esos bancos de plaza que algoritmean, que no sé si existen pero al menos simulan tener más poder de fuego que las charletas de antaño, tantas y así de tantas como fue que el periodismo argentusco del XX debió haber nacido en las sillas de la vecinas en la vedera – ojo: vereda no – y por la fresca en tardecitas en enero y canícula, contertulias en la que el despellejo arremetía y no quedaba alcoba del barrio a cubierto del chismorreo excitante. Digo nomás, ya que no sé si creer en lo que escribo porque este mundo del aquí y ahora, como él mismo, el tal Ducrot, suele afirmar en sus ditirambos, vive un tiempo en el que no todo lo que es parece y muy poco de lo que parce es. Les decía, mejor aún, les escribía, como pregona el coso ese en las dizque redes sociales – che no digan que lo llamé coso a ver si de un boleo en el tujes me manda otra vez a las aguas y me impide a mí, El Pejerrey Empedernido, ponerme de tanto en tanto el antifaz, máscara o dale qué careta de humano y comprobar que medio salames son, ¿verdad? -; y vuelvo al principio, cuando el tipo jode con lo de viva la patria socialista, en postales y apostillas de las glorias bolchesovietistas, que volverán al son y cante de la marcha anarco peruca, para hacer justicia y sancochar testas y culos gorilas acalambrados. Por eso, me acordé de él, ya que esta vez se me ocurre parlarla de debute sobre alfajores justicieros, y aclaro: se trata de símbolos o parábolas ateas más que de marcas, ni quieran saber acerca de empresas y patrones lo que masculla este pescadito bonachón, casi tan inofensivo con un fresco y batata, postre vigilante que le dicen porque cuando al Maldonado se iba a pescar o de revolcones amorosos como esos que estremecen tripas y almas en las nochecitas de Palermo, en bodegón ignoto donde paraban taqueros y gorras varias, el bolichero así bautizó al matrimonio repostero tan argentino, que puede también ser con membrillo. Ahora a lo nuestro y miren lo que encontré, algo que ya tiene más de dos planes quinquenales de vida: los taxis de Buenos Aires pueden casi todo, si hasta sacarlo a uno de la fiaca intelectual, cuando al tachero de turno arranca con sus clases de filosofía universal, por ejemplo, y como lo que sucedió fue un 11 de septiembre, el viajero optó por mandarle un cross y un jab, al unísono y enunciativos…hoy estamos de duelo maestro, un día así el hijo de puta de Pinochet asesino al Chicho. Parece que fue sábado, en medio de una noche con la tanta humedad que a veces sólo parece surge cuando los porteños despiden al invierno, y entonces el gordo dicharachero que bajó la banderita para la breve travesía que separa los confines del sur de Almagro con la frontera norte de Villa Crespo tuvo el don de cantarle a la vida. Porque sí nomas, jamás me enteraré qué fue aquello que lo motivo, me mandó un sepa usted que el mejor de todos los alfajores es El Capitán del Espacio, yo lo como desde la época en que mi vieja me lo compraba cada mañana, de chocolate o blanco, antes de llegar a la escuela, dijo él, muy seguro de sí mismo. ¡Pero claro! Por fin un reconocimiento público así de contundente entre quienes, creo, pertenecemos a la cofradía de los amantes del alfajor argentino, y comenzó un verdadero diálogo tribal, al que no le faltó ni el contrapunto entre nombres y bondades varias, con Jorgito, Terrabusi, y Fantoche, ni mucho menos la exploración de una verdadera geografía alfajorera nacional. La misma que consagra al Capitán con imperio en los arrabales del Sur, en otros tiempos de fábricas y talleres, mientras que el Cachafaz se ubicaba como amo y señor en los kioscos de barrios con más pretensiones de cuatro por cuatro. Ni qué hablar de cuando, casi al final del recorrido, el hombre la emprendió con la memoria de Mar del Plata y los viejos Havanna, de toda la geografía del país en la que florecen nombres y gustos casi exclusivos para los integrantes de esa secta iniciática, la de los amantes caprichosos del alfajor. Y surgió la gran pregunta: ¿Por qué ese nombre, El Capitán del Espacio? Existen varias teorías. Algunas dicen que surgió en “El anillo del Capitán Beto”, de Luis Alberto Spinetta …ahí va el Capitán Beto por el espacio, con su nave de fibra hecha en Haedo. Ayer colectivero, hoy amo entre los amos del aire…Otros sostienen que tal maravillosa definición es un homenaje al viajecito humano del hombre a la Luna, aunque es probable que resuma en una mirada, si se quiere entre burlona y dulce al mejor estilo de la repostería argentina, de aquella Guerra Fría que cuando se fue, y muy a pesar de los agoreros del “fin de la Historia”, no acabó con la diabólica manía que unos pocos tienen por quedarse con lo que es de muchos, o de todos. Es por eso que, desde los cielos del Sur, el Capitán del Espacio contraataca. Recordaba este Pejerrey todo eso el otro día, escabullido en la mochila de un viajero distraído y de regreso a casa tras un almuerzo en un rincón clandestino en las cercanías de una ciudad endiagonalada. El tren traqueteaba. No quedaban asientos disponibles. La siesta quería inundar su cabeza de pescado arrabalero pero el retumbe de los últimos ecos vineros arrebolados durante la reciente morfada lo regresaban una y otra vez la charla que había mantenido acerca de una conspiración que pronto alumbrará; no se imaginan ustedes lo que cazadores, periodistas y estudiosos de la vida salvaje, pueden pergeñar, ya se enterarán acerca de los aires de un nueva cocina de yuyos y bestias soberanas, pero mientras tanto sepan que de la mano de un alfajor justiciero vamos a volver. El convoy ferroso se acercaba a Constitución cuando el vozarrón del cielo llegó. Un compañero más de todos los que nos buscamos la vida a nuestro aire entre tanta maldad política organizada por el turraje de siempre gritaba con caja de cartón en mano…alfajores Capitán del Espacio, dos por sesenta pesos. Rebusqué en la alforja lacerada. Nos entendimos con facilidad en un cruce de dedos en V y puño cerrado…Ya nos veremos algún día bailando alrededor de la olla que cocine culos y testas gorilas. ¡Salud, y para la próxima semana, se los anticipo…llegan los salvajes!
(*) El autor es Doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, donde también tiene a su cargo seminarios de posgrado sobre Intencionalidad Editorial (Un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos); y la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática. Director del sitio AgePeBA.