Los mercados actúan y los medios acusan. Cada palabra de Alberto Fernández tiene sus respuestas, que van desde la amenaza al cuestionamiento. De mientras, la crisis, que es cuando los verdaderos poderes le ponen una zancadilla a la política.
Por Marcos Mayer (*) / El ministro Lacunza arrancó el anuncio de las nuevas medidas con un mensaje para Alberto Fernández que fue en verdad un llamado a silencio, pedido que fue aceptado desde los equipos de campaña del Frente de Todos. “Cualquier imprudencia sale cara”, advirtió en la conferencia de prensa sumándose a funcionarios y periodistas oficiales que plantean como causa principal del desmadre cambiario al documento del candidato opositor tras su reunión con los delegados del FMI, en el que lo hacía corresponsable de la crisis actual.
Es probable que, en este contexto, con los mercados en estado de pre-pánico, cualquier palabra genere un sacudón. No es improbable que se aceleren las paranoias fogoneadas por voceros mediáticos y oficiales, aunque a veces los roles se mezclen. De hecho, el embajador con cartera del gobierno Morales Solá afirmó un hecho incomprobable como que Fernández recomendó al Fondo que no entregara la última parte del préstamo, porque ese dinero se iba a usar para la fuga de capitales. Patricia Bullrich subió la apuesta (aunque en algún canal también se dijo algo parecido) y relacionó la corrida cambiaria con la marcha de las organizaciones sociales como intentos de desestabilización. Declaró: “Desde el lunes hasta ahora la actitud ha sido absolutamente fuera de lugar, desmesurada y en contra de la estabilidad“.
Ante todos estos dichos, desde el Frente de Todos optaron por el silencio de manera explícita con lo cual, frente a medidas que afectan al país en el corto y largo plazo, resigna, al menos momentáneamente, su rol opositor. Optó, para decirlo en el idioma oficial, por la prudencia. Pero esa actitud deja instalada la cuestión de cómo ejercer la oposición en este contexto. Porque, y es algo que aparecía insinuado en el comunicado post FMI, hay dos poderes. Uno formal, contra el cual se contiende electoralmente y otro real –el de los llamados mercados- que dispone de toda una serie de recursos para manejar la situación casi a su antojo.
Para decirlo de otro modo, si el juego de la política –ese que el macrismo no termina de entender- es la confrontación de posiciones, ¿se puede seguir haciendo política en un país donde los mercados tienen las riendas y donde cada movida afecta la vida de todo el país? No es un dilema al que se enfrente solamente la Argentina, hay una incompatibilidad de base entre democracia y desigualdad que parece más en vías de agudizarse que de resolverse y que convierte muchas veces a la política en un ejercicio de ficción. Tal vez en economías más consolidadas o en estado terminal (como ocurrió en 2003 en la Argentina) la política puede recuperar al menos parte de sus fueros.
En este momento, lo que los mercados y los medios afines hacen es marcar la cancha. Puede que Fernández se haya saludado con Magnetto pero la tropa periodística sigue en la misma, con Leuco hablando del “nacional populismo” mientras que el diario transita con el mismo ahínco de siempre la ruta del escrache K. Para no hablar de La Nación que se dedica a amplificar los tuits de Eduardo Feinman, de Casero o las declaraciones de Marcelo Birmajer donde trata de infradotados a los votantes de la fórmula F y F. Después de su “autocrítica”, Majul, como se vio en la entrevista con Alberto Fernández, volvió al repertorio de siempre: Cristina, corrupción, Venezuela, Lázaro Báez. Es decir que el periodismo de guerra se está ocupando de preanunciar el tenor del manejo de la información en los próximos tiempos de Fernández.
Lo nuevo es que le han soltado la mano a Macri. Es el destino de los perdedores, te dejan solo. Hay algún momento en el que se recupera el antiguo cariño –como la cobertura de la plaza del 24 de agosto- pero dura apenas un rato. Para decirlo de otra manera, el puesto de defensor de los intereses del mercado ha quedado vacante, PASO de por medio. Y la idea es que Fernández (en verdad a regañadientes, porque no hay otro), aun con todas las sospechas que despierta la presencia de Cristina en la fórmula, ocupe ese lugar. Que sea populista, pero nuestro populista.
La crisis que deja el macrismo como herencia no es solo económica sino una puesta en cuestión de la independencia de la política frente a los factores de poder. Que siempre es relativa pero que en este panorama pinta como casi imposible. Esta es la deuda que vale la pena pagar, de ser posible sin reperfilaciones.
(*) Texto tomado del sitio Socompa.