Un recorrido que conecta las típicas matanzas norteamericanas – no las de las guerras sino los crímenes raciales fronteras adentro – con el consumo de leche como prueba de blancura, Jack London y el boxeo.
Por Raúl Argemí (*) / En los Estados Unidos sonaron, otra vez, los balazos que se llevaron por delante muchas vidas en nombre de la supremacía de la raza blanca, y se me mezclaron varias cosas. Y tanto que tuvieron que pasar muchas horas hasta que decantaran, fueran digeridas, y pudiera entender cuál era su relación. Aunque se puede decir que carecen de toda relación, como no sea la estupidez más febril.
¿Cuáles eran esas cosas? El racismo crónico, cierta pelea de boxeo, Jack London, Arthur Koestler y la leche. Empecemos por un dato casi ridículo: los supremacistas blancos de EEUU, en sus encuentros públicos, se fotografían bebiendo leche, de la botella o el tetrabrik, como un símbolo que señala que son blancos. ¿De dónde sale esa simbología? Retrocedemos a la década del 70.
Los blancos leche
Las firmas comercializadoras norteamericanas estaban preocupadas porque la gente de raíz latina no tomaba leche y, por lo tanto, no la compraban. Metieron millones en publicidad redactada para latinos, pero ni así consiguieron que tomaran más leche. Horror. ¡Qué sería del modo de vida americano!
Como también financiaban investigaciones, porque se descuentan de los impuestos, se vinieron a enterar de cierta milonga. Los niños recién nacidos, de cualquier origen étnico, generan lactasa, para digerir la lactosa suministrada por su madre mamífera. Pero, pasada la niñez, los humanos de origen mediterráneo, o amerindio, por ejemplo, dejan de generar lactasa, ya no toleran la leche y sufren efectos secundarios tan molestos como los gases intestinales, también llamados pedos.
La excepción son pueblos originalmente pastores que, merced a una mutación genética, producen lactasa toda la vida y pueden beber leche siendo adultos. Uno de esos grupos lo forman los de origen anglo, raíz de los blancos estadunidenses. Esa es la razón por la que los nazis -digámoslo claro- norteamericanos, le dan a la leche en sus actos públicos. Para demostrar que son blancos puros. La joda es que se saltaron una parte de la información. Pueblos pastores del África negra, que son gente de color, negro, como dirían Les Luthiers, tuvieron la misma mutación y toleran la leche hasta morirse de viejos, o porque los pisa un camión. O sea que la leche que te cae bien demuestra que sos muy blanco o que sos muy negro, pero, lo dicho, los supremacistas blancos se saltan la parte de los africanos.
(Dato al margen. Las empresas lácteas encontraron la solución a su problema comercial envasando “leche deslactosada”, hoy en las góndolas de su supermercado favorito. En rigor, es leche más lactasa. Para que sigas pensando que no hay nada más bueno que la leche, sin flatulencias).
Ku Klux Klan
Entonces escuchamos o leemos, en tren de simplificaciones siempre truchas, que la ola supremacista tiene todo que ver con Donal Trump, y que antes… en fin, pavadas.
Por eso nos vamos más atrás, al principio del siglo XX. El campeón de todos los pesos era un negro llamado Jack Johnson, “el gigante de Galveston”. Un negro que podría haber sido el papá de Cassius Clay (Muhammad Ali), porque era un jodón incorregible, que, abajo y arriba del ring, demolía a quién fuera a piñas y tomándoles el pelo, sin que importara el color que tuvieran. Algo que los blancos no se bancaban.
Así se organizó una pelea que Jack London -el de “El llamado de la selva” y “Colmillo blanco”- cubrió como periodista y narró en su libro “El combate del siglo”. Como el boxeo no era lo que hoy, se pactó a 45 round, o sea hasta que uno de los dos fuera demolido.
Para ese enfrentamiento sacaron de su retiro al campeón anterior, James J. Jeffries “la gran esperanza blanca”. Un tipo que se había negado sistemáticamente a combatir con boxeadores negros.
El gran Jack Johnson llegó al sitio de la pelea -Reno, Nevada, donde iban a asesinar a Ringo Bonavena- rodeado de un harem de mujeres negras y blancas, y haciendo chistes. Pero la cosa no era, y no iba a ser un chiste.
El Combate del siglo
Un grupo de inversores, convencidos de que Jeffries le bajaría los humos al negro, habían financiado la filmación de los entrenamientos previos y la pelea, asegurándose una amplia red de ciudades dispuestas a exhibir la película.
Todo eso lo narra Jack London, que tenía el corazón puesto en el púgil blanco, porque para eso don Jack era supremacista. Es notable como dedica mucha letra a los días previos y tan poca a la pelea en sí. Será porque el negro Johnson ganó sin discusión posible en 15 asaltos, dándose respiros como para que el otro le durara un rato más. Queda claro que para los negros no se trataba tan sólo de una pelea.
Para los blancos tampoco. Porque conocido el resultado, por paliza, se produjo una catarata de edictos municipales y estaduales que prohibían la exhibición la de la película registrada, con lo que los pobres inversores supremacistas perdieron plata. Muchas de esas medidas iban más allá, prohibiendo las competencias entre negros y blancos. Medidas que prevalecieron muchos años, y dieron sustento al “renacimiento negro” y los Black Panther, entre otras manifestaciones. Así, el promocionado “combate del siglo” prohijó nuevos combates dentro y fuera de los cuadriláteros.
¿Dónde entra a jugar Arthur Koestler, el enorme autor de “El Cero y el Infinito? En su libro “En busca de lo absoluto” afirma que los humanos somos el producto de una mutación defectuosa, jodida, y que no tenemos arreglo. En plan de un optimismo desmedido, o de fe religiosa, se puede decir que Koestler era un bajón con pantalones, que, como sucedió, terminaría suicidándose.
Sólo que, cuando uno puede ver a energúmenos descerebrados que beben leche y se permiten masacrar a todos los que no toleran la leche, porque son mexicanos, latinos, etc, etc, lo de que no tenemos arreglo cobra fuerza de verdad.
Cada día coincido más con Arthur Koestler, que también afirma que somos los únicos animales que matan a los de su especie por cualquier razón imbécil. Masacrar con la leche por bandera, es una razón muy imbécil. Tenebrosamente imbécil.
(*) Texto tomado del sitio Socompa.