En la noche del sábado 26 de julio de 1952 millones de argentinos escucharon por radio el siguiente mensaje: “Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República, que a las 20.25 ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”. La noticia, aunque esperada atento a la enfermedad que padecía, provocó un enorme dolor en los peronistas, y un silencio contenido en quienes no lo eran. Las exequias oficiales, que duraron varios días, fueron imponentes, tanto como las multitudes que acompañaron a la fallecida en su velatorio. Paralelamente, en todos los rincones humildes del país, se levantaron altares para orar por su eterno descanso.
Por Claudio Panella (*) / La congoja popular fue la consecuencia de la trascendente labor llevada a cabo por Evita en su corta vida pública: en el ámbito político, al impulsar la sanción de la Ley de Sufragio Femenino, una meta largamente anhelada por varias generaciones de argentinas; en el social, al desarrollar una vasta tarea de reparación de los sectores populares a través de la Fundación Eva Perón. Asimismo, la decidida adhesión de los trabajadores, cuya organización sindical máxima, la CGT, la propuso como candidata a la vicepresidencia de la Nación para acompañar a su esposo en las elecciones de 1951, nominación a la que finalmente renunció.
Este amor incondicional fue recíproco, a tal punto que así lo manifestó Eva en distintas oportunidades; meses antes de su muerte escribió: “Quiero vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente y será también por lo tanto cuando llegue mi hora, la última voluntad de mi corazón. Donde estén Perón y mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo de mi alma”.
El derrotero del cadáver de Evita fue también la manifestación del odio profundo de un sector de la sociedad argentina. En efecto, su cuerpo, que fue embalsamado, permaneció depositado en la sede de la CGT hasta el golpe de Estado de septiembre de 1955. A partir de allí, las autoridades de la dictadura cívico-militar que se autodenominó Revolución Libertadora, lo secuestraron y vejaron para finalmente ocultarlo con un nombre falso en un cementerio italiano por más de quince años. En otros términos, un anticipo de lo que vendría por acción de otra dictadura militar, la que se inició en 1976.
También su nombre fue prohibido – como el de Perón-, y merecedores de castigo aquellos que lo pronunciasen, pero resultó imposible la eliminación de su figura de la memoria popular. Con el paso del tiempo, su vida y su obra se hicieron presentes a través de diversas manifestaciones culturales: libros, revistas, películas, musicales, obras literarias, pinturas, obras de teatro, exposiciones y muestras documentales, además de museos y monumentos varios, que en conjunto, y a pesar que algunas de ellas fueron sumamente críticas, valorizaron su legado de justicia y defensa de los derechos de los más vulnerables. Del mismo modo, su rostro aparece en banderas de clubes de fútbol, en remeras de jóvenes que militan por los derechos femeninos, en murales, en sellos postales e inclusive en billetes. Puede concluirse entonces que, si alguien “venció al tiempo”, esa fue precisamente Eva Perón.
(*) Docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Texto tomado del sitio de esa casa de estudios.