Una vez más aquí lo que el sitio Socompa publica cada sábado. Una columna sobre cocina como patrimonio cultural intangible de los pueblos. Crítica cultural y política entre las letras de textos sobre el comer y el beber, con la firma de El Pejerrey Empedernido, el heterónimo del director de esta página. Hoy sobre vinos y votos, sopas y esperanzas. Cocinar y pasar a la clandestinidad. En la foto un cocina clandestina en las guerrillas guatemaltecas.
Por El Pejerrey Empedernido (*) / No nos permiten concurrir a las urnas. No es que creamos demasiado en ellas, pero igual les decimos: no pasarán. Así como Moisés abrió las aguas del Mar Rojo y luego Jehová derrotó al faraón y a sus mejores carros de combate, la militancia conjurada del Frente de Liberación Nacional y Social por el Malbec y el Torrontés (FLNS-MT) transcurrirá un tiempo breve en la clandestinidad para pensar su estrategia de contraofensiva. No se saldrán con la suya los reaccionarios que son abstemios por principio de amoralidad, como bien los señalaron en sus tiempos ciertos tahúres y piratas, aquellas viajeras del contrabando y del trasiego de armas entre sus enaguas, para rebeldes, y puñaleras de mirada fija, que conspiraban contra coronas abyectas. Cuidaos cristianos y herejes, pecadoras y virtuosos de entre casa, cuidaos de quienes no beben, pues llevan estampado en su alma el impúdico frío de la traición. No quiere decir ello que todos los escanciadores, que todas la de buen ver y ser para los licores vayan sean leales tan sólo porque beben; no, de ninguna manera, lo que sí suele ser infalible es que los abstemios, las remilgadas ante las copas, los estreñidos del deseo, no son confiables, como en esta política profesional nuestra del señor y del diablo en la que cada día son menos confiables sus habitantes, y si no le creen a este humilde servidor, vuestro Pejerrey Empedernido, sufran por un rato algunas de esas perdiciones de toda sana vida que son los llamados spots de campaña electoral, que ya empezaron, y con palabrejas más, palabrejas menos, bajan todo al nivel de lo insoportable, de una publicidad de desodorantes para baños, para ser cuidadoso en el bien escribir. Pero a lo nuestro, que es hoy el vino, siempre el vino y si me permiten que no tan solo para su disfrute en original sino, por supuesto, como rito sagrado en el mismo acto de cocinar, y les paso una receta, que podrían ser muchas pero muchas más, aunque no, no sea cosa que se mal acostumbren, y por eso ahora con ésta basta, para un plato barato e insoslayable en tiempos de frio: agua que no bendita, jamás, tan sólo para disfrutarla en una olla cuerpuda, algo de cebollas, ajos, puerros, pimientos y por supuesto las verduritas más que por el campamento se encuentren; generosos y voluptuosos vasos de cualquier vino blanco que no sea dulce, sal gruesa, pimienta y uno besos de picor; ahora sí todos los menudos de pollo que logren rescatar a bajo precio por donde les quede cómodo y oportuno, y sobre el fuego con hervores largos, tendidos y conversados. Flor de sopa, dirán en el barrio, y crean vosotros que los vecinos no hablan porque sí. Y tanto que de vino somos, recuento aquí que se trata del oinos de los griegos, para no hacerla larga, pero con la vitis vinifera sylvestris se hacían jugos en la época del más allá, desde quizás el 6.000 antes del esenio. El primer vino tal cual lo conocemos, vino, digamos, parece que fue de los sumerios, quienes le daban al escabio tranquilos, a orillas del Tigris y del Eúfrates. Luego los egipcios junto al cauce del Nilo y a la hora de la siesta, y más tarde por la península de los íberos, gracias a los fenicios. En Grecia pasó a formar parte de la vida divina de la mano de Dyonisos, el mismo que se convierte en Baco con los romanos, que ya Julio César lo llevaba en barriles cuando se fue de armas tomar hasta las Galias, tiempos por los cuales el coblán se había convertido en signo de riquezas, poderes y lujurias, por lo cual comprenderán que mi pobre sopa de menudos bien borrachos tuvo nobles antepasados. Pero no la voy a hacer tan lunga; prometo sí para un próximo encuentro una historia más modosita de todo esto, pero no quiero olvidarme hoy de algo muy importante, al menos para gustadores y gustadoras del vino con historias. ¿A qué no saben de qué tierras llegó una vez la amenaza planetaria más grave que debió soportar nuestro divino brebaje? ¿Y a qué no saben quiénes fueros sus salvadores, porque dicho sea con todas las letras, casi las vides desaparecen de la faz de la tierra? La filoxera, un pulgón jodido si los hubo, casi acaba con todas las cepas en Europa, allá por el año 1865, cuando llegó desde Estados Unidos, sí siempre tan malditos, y se propagó a velocidad de furia por todas las mejores vides de aquél entonces. Sólo en nuestra América quedaron los sarmientos en pie, gracias a los cuales el vino recuperó vida y se hizo historia infinita. Y como en esa América del vino los argentos tenemos mucho que decir es que les cuento aquí algo de mi vieja cosecha: la historia del vino en el país es casi tan antigua como él mismo. Allá por el siglo XVI, las primeras vides fueron enterradas en la provincia de Santiago del Estero, mucho antes, claro, de que los de La Forestal y otras salvajadas de la dependencia atentaran contra la fisonomía ambiental de esas comarcas. Transcurrió mucho tiempo para que Cuyo sea lo que es hoy, la patria chica del vino argentino; y de qué vino, desde la época del común de mesa hasta la actualidad, la de los grandes varietales y cortes, blends, que le dicen; la de los argentinos con la sangre del esenio, otra vez, es toda una historia de amor, intrigas y borracheras. Como en toda saga, sobran las traiciones, las pasiones confusas por tanta gaseosa y otros beberes; pero, y casi como un desenlace tanguero, al final de los finales, amor de mi vida, aquí estoy, rendido a tus pies; de Malbec, Cabernet, Merlot o Torrontés seremos, pero por fin a tus pies. ¡Ay vino nuestro que está en la tierra, en la parra y en los toneles! Por eso el agradecimiento eterno a mi abuelo quien profesó el culto de una gota de tinto en el vaso de soda es bueno para que el nieto crezca sanito. Y para despedirme vuelvo al principio: todo bien chicos y chicas, que para mí la e y la x ocupan sus propios asientos en este viaje al planeta Vino, sí hay que rajar a estos monstruos que como pulgones venenosos nos carcomen el alma, pero miren que si a poco no se vislumbran pan y goce para el pobrerío, los del FLNS-MT regresaremos listos y sin contemplaciones. ¡Al gran vino argentino rojo, rosado y blanco, salud!
(*) Heterónimo de Víctor Ego Ducrot: Doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, donde también tiene a su cargo seminarios de posgrado sobre Intencionalidad Editorial (Un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos); y la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática. Director del sitio AgePeBA.