“Magia en los Andes”, Una más de la crónicas y semblanzas, de los recuerdos en negro sobre blanco desde el libro “Relatos del más acá”, del cubano José Dos Santos, referencia insoslayable de Prensa Latina, la agencia fundada por el argentino Jorge Ricardo Masetti al calor de la triunfante Revolución Cubana, ya hace 60 años. En éste, su año de tanto aniversario, AgePeBA la saluda con la colección de textos que viene publicando.
Por José Dos Santos / La toma de posesión de Rodrigo Borjas en Ecuador, en 1988, me sumó a un torbellino maravilloso de trabajo reporteril, con Fidel en el centro de todas las atenciones. Lo que más me impactó fue ser testigo de una relación que más tarde reflejé en el siguiente artículo:
Dos gigantes intercambiaron sueños en las cumbres andinas. Sonrisas para el visitante en jornadas que hicieron historia.
Atmósfera familiar a pesar del centenar de asistentes. El calor humano se había impuesto a distantes geografías y procedencias. La dicha de llamarse humanos y tener sueños propios los hermanaba gracias al eje insuperable de ellos, como respectivos maestros de la estrategia y de la plástica.
El anfitrión gozoso y el homenajeado sorprendido se enfrentaron a un inmenso pastel horneado en casa, iluminados tanto por las obligadas velitas como por las sonrisas emocionadas de los asistentes a aquella insólita ceremonia. Culminaba una fructífera visita al primer país de América Latina en el cual el jefe de Estado de Cuba asistía a un cambio presidencial.
Aquel epílogo informal de una cargada agenda de contactos y actos oficiales tuvo el sabor de ambrosía terrena. La visión de dos corpulencias distintas –como reflejo de la diversa altitud de sus existencias cotidianas y de sus propios orígenes– tenía muchos puntos comunes. La fraternidad fue el que más impresionó mi memoria de afortunado testigo.
Fidel Castro celebraba su onomástico fuera de Cuba, por primera vez de forma voluntaria, y mostraba en cada una de sus palabras y gestos que se sentía en familia, satisfecho y alegre. Así lo subrayó cuando expresara que ese era «uno de los días más felices de mi vida».
La iniciativa de festejarle su aniversario 62 en aquella casa llena de mística, arte e historia, se debía a su dueño, el pintor Oswaldo Guayasamín, cuya amistad –«un privilegio tan grande»– fue el eje emotivo de la velada que marcó además la última jornada de la visita del líder cubano a Ecuador.
Pocos días después de aquel memorable encuentro fui en busca de quien fuera llamado por Fidel «mi hermano Guayasamín».
En su vasta residencia del barrio Bella Vista, en el Batán, a medio camino de la cumbre quiteña opuesta al majestuoso Pichincha, me proyectó sus impresiones. De ellas se desprendía un entrañable afecto recíproco. Fui testigo de una afirmación excepcional, la de Fidel Castro cuando consideró un privilegio l haber conocido y contar con la amistad de Oswaldo Guayasamín, a quien llamó su hermano.
Muchas otras expresiones avalaban los profundos sentimientos del líder cubano para el insigne artista ecuatoriano. Por eso le pedí que me hablara de las sensaciones dejadas por la primera visita del presidente de Cuba a su casa, a su ciudad, a su país. Tal y como me lo dijo lo reproduzco:
«Desde hace muchos años, cada vez que hemos estado juntos en La Habana, siempre había sido preocupación mía invitarle a venir a Quito, que llegara a mi casa. Y por fin esa ambición, ese deseo, se cumplió. Ha sido una apoteosis para la ciudad, para el país y para mí, personalmente, el que haya venido y haya podido atenderlo como en cierta manera lo soy cuando voy a Cuba. Para mí fue cumplir un viejo deseo…
»Hemos sido testigos de las múltiples actividades que desarrolló y aún estamos sorprendidos por su gran vitalidad. Yo me considero un buen trabajador, de catorce horas al día, pero cuando lo veo a él, me sorprendo. En Quito a veces ni durmió dos horas en un día.
»A mi casa vino una vez, a las cuatro de la tarde. Era la primera reunión de mi familia con él solo; conversamos de cosas tiradas, de cuando dejó de fumar y por qué, cosas pequeñas de la vida de un ser humano, vivo y vital… Fue algo bello, maravilloso.
»Después vinieron casi trescientas personas para su cumpleaños, gentes de todos los partidos, algunas extrañas para mi pensamiento, para mi vida diaria, gente a las que incluso les tengo cierto resquemor. Me dije: “Bueno, Fidel sabe lo que hace”. Y por eso le expresé: “Mira, tú eres un genio en esto de la política internacional, así que haces y deshaces lo que tú quieras aquí”.
»En todo Ecuador, a todo nivel, desde gente de derecha hasta todas las gamas de la izquierda, es el personaje que más ha conmovido al país. Es un hombre de gran sabiduría.
Para cada cosa tiene una respuesta perfectamente clara. Cada frase de él, cada pensamiento, es verdaderamente un monumento, una granación hecha piedra para muchos años.
»Cuando habló de mi mural del congreso, casi me saca lágrimas. Cosas así no se ven fácilmente, además viniendo de quién vienen, de un hombre que tiene una sensibilidad extraordinaria.
»No puedo definir con palabras convencionales los sentimientos que producen en mí el que me haya considerado su hermano. Imagínese, tener hermanos de esa estatura es para mí… hablar de placer, de maravilla, felicidad… es demasiado poco. Una tontería. Es la cosa entrañable de piel adentro que a uno le conmueve hasta la raíz de los pelos.
»Vino a pasar el día que llegó, a las cuatro, porque yo lo había pedido desde hacía mucho tiempo. Los retratos que le he hecho siempre han sido en La Habana y tengo la ambición (no tengo ambiciones pero en este caso sí), la ambición –¿sabe?– de hacerle un retrato aquí, en mi estudio, en mi propia salsa, con mí música, mis espátulas, mi paleta enorme… Pero el día que vino a posar, todas esas gentes que había recibido en mi casa me dejaron completamente cansado. Será para la próxima cita.
»Fidel siempre está con la voz clara, de una especie de deseos a nivel colectivo. A partir de la revolución cubana hay una voluntad que va haciéndose cada vez más incontenible, de una unidad latinoamericana, y Fidel es tan susceptible a esa voz colectiva que la hace pensamiento de su propia voz. La única salvación frente al monstruo del norte es la unidad de América Latina, y él lo dice.
Ese es un pensamiento ahora incontenible en Latinoamérica. Todos estamos hablando de lo mismo. Yo hablo de eso desde hace veinte, treinta años. De borrar las fronteras hasta donde sea posible, fronteras que, además, son absolutamente estúpidas, las cuales, por otro lado, son muy jóvenes, pues apenas tienen ciento cincuenta años…
»Aquí somos una misma identidad cultural… Ojalá que algún día desaparezcan banderas, himnos, para solo cantar una cosa, distinta: la unidad de América Latina».
Y aunque solo fueron eslabones en los intensos cinco días de actividad de Fidel en el corazón de los Andes, en sus contactos con Guayasamín se resumieron vivencias inolvidables, como fueron su encuentro informal con el parlamento ecuatoriano en pleno, su visita a la Mitad del Mundo (Paralelo Cero) y el recorrido por el casco histórico de Quito.
Entre las curiosidades de aquella estancia descolló que el líder cubano fue prácticamente el único punto de no fricción entre los gobernantes saliente y entrante, a pesar de que ninguno de ellos, por otro lado, compartía su ideología.
Aquella madrugada de cumpleaños, Fidel subrayaba la gran calidad del recibimiento que le dispensaron en Ecuador, multiplicación del cariño y admiración que en esa velada personificaban Guayasamín, su familia e invitados.
La amistosa acogida también se había hecho patente durante una multitudinaria conferencia de prensa en la que como buen maestro de masas, la afabilidad y energía, su forma didáctica y jaranera, le conquistaron el respeto y admiración de varios centenares de periodistas de las más diversas corrientes de pensamiento.
Un episodio singular, sin embargo, me impuso la increíble faena de narrar lo que no pude presenciar. Una falla en el mecanismo de aviso me hizo llegar tarde a una de las primeras apariciones públicas del jefe de la revolución cubana en las calles ecuatorianas. Salí de aquel atolladero profesional con el siguiente relato:
Las sonrisas que dejó a su paso por la plaza grande de esta capital compensaron con creces nuestra llegada tardía a la cobertura de la ofrenda floral del presidente cubano, Fidel Castro, ante el monumento a los héroes de la independencia. Al concurrido parque frente a la casa de gobierno llegamos un grupo de periodistas solo unos minutos después que el comandante Fidel Castro, como le dicen aquí familiarmente, realizara una de sus primeras actividades públicas, a escasas dos horas de arribar a Quito.
Al indagar entre las decenas de personas que entre curiosas y admiradas leían la dedicatoria de la corona de flores al pie del obelisco que domina la plaza, una amplia sonrisa nos respondió, invariablemente, acompañada de «sí, estuvo aquí, lo vi con mis propios ojos».
Un anciano nos repetía esa expresión llevándose los dedos al rostro, como para subrayarnos por dónde le había llegado la imagen, en una reiteración llena de orgullo.
El limpiabotas de los portales del arzobispado, dependientas de una tienda, e incluso el policía de tránsito del cruce de las calles Venezuela y Chile, a pocos metros del monumento, liberaron amplias sonrisas al referirse al presidente cubano y su breve permanencia por ese sector del casco quiteño.
Cierta euforia se sentía en los comentarios recogidos al paso, una especie de simpatía por encima de ideologías, respuesta tácita al fraternal saludo que hizo el presidente cubano a su llegada al país.
Cuando abordamos al genial artesano de las formas, ya sin la presión de tener presente a su ilustre huésped, aún se reflejaba el orgullo y la satisfacción por aquellos encuentros.
A ese hombre pleno de amores y odios, impaciente con el futuro e implacable con el presente, le dejamos con solo una insatisfacción, la que le impedía culminar la magia que le nacía con los Andes, pintar un cuadro de Fidel, acompañado de un concierto de piano de Schumann, «una maravilla… terriblemente tierno».
CODA
Poco tiempo después, Guayasamín volvió a la cumbre de sus sueños pictóricos. El nuevo lienzo de Fidel se hizo realidad, y luego se multiplicó en miles de réplicas que llegaron a quienes hicieron íntimamente público el homenaje al Comandante de América, en su septuagésimo aniversario.
Pocos años después, el pintor, sin advertírselo a casi nadie, fue a cobijarse junto a las raíces de aquel árbol que me mostrara una vez en el amplio jardín de su casa de Quito, y su Capilla del Hombre quedó, como la historia misma, sin concluir.
Pero el recuerdo de aquel gnomo genial, tierno y terrible como su obra, sonriente y amable, al tiempo que enérgico y seguro, continúa marcando el maravilloso y eterno ejemplo de amor y dedicación al ser humano que nos legó.