Un texto notable del periodista cubano y emblemático de Prensa Latina, José Dos Santos. El capítulo De viaje con Fidel: Mirar la Historia, de su libro “Relatos del más acá”, obra que viene compartiendo, incluso, a través de las redes sociales. AgePeBA lo publica hoy con la convicción de que es un ejemplo concreto de lo que significó la agencia fundada por el argentino Jorge Ricardo Masetti -este año es su 60 aniversario- para varias generaciones de periodistas: la posibilidad de leer, pensar y el escribir el mundo en latinoamericano; en este caso una serie de episodios que marcan a fuego este tiempo que vivimos. A pie de la nota se incluyen los dos primeros comentarios que motivo la nota, el otro colega de Prensa Latina, Roberto Molina, y el de un diplomático cubano, Orestes Hernández Hernández.
Por José Dos Santos / No podía ser de otra forma. Las coberturas de acontecimientos a los que estuvo vinculado nuestro Comandante en Jefe constituyeron la cúspide de mi labor periodística en el siglo XX. Fue un privilegio multiplicador de mi profesión. Enseñanza permanente para tratar de no ser de esos que, cuando el hombre sabio señala a la luna, se quedan mirándole el dedo.
Aunque de lejos al inicio, porque el diseño de la atención informativa así obligaba, estuve durante casi una década en coberturas internacionales vinculadas con nuestro Comandante en Jefe. Desde la Cumbre Iberoamericana de Salvador de Bahía, los periodistas cubanos tuvimos contacto directo con Fidel. Ese es un honor y galardón que me acompañarán más allá de mis días útiles.
La primera ocasión tuvo lugar en la celebración del aniversario 70 de la Revolución de Octubre, en 1987, un jubileo que sería histórico en más de un sentido. Sobre ese punto de viraje escribí mucho en su momento sobre el terreno e imbuido de una sana emoción, la que a veces empaña el paisaje.
Al releer lo dicho, más de una década después, recordé un chiste político que le hubiera venido muy bien a Mijail Gorbachov entonces, si yo hubiera sido pitoniso: al llegar a una encrucijada, el chofer del auto que conducía al poderoso secretario general del PCUS le preguntó qué dirección tomar. El hombre del mapa en la frente le dijo: «Pon el indicador para la izquierda y gira hacia la derecha».
UNIÓN SOVIÉTICA. EL GRAN ENGAÑO
Rememorando hechos culminantes de su historia, plena de heroísmo y sacrificios, el pueblo soviético, representado por los capitalinos, estremecía la multicentenaria Moscú al grito de un prolongado ¡hurra!
Primero fue en el pase de revista de las unidades que abrirían el desfile militar, a las diez de una caprichosa mañana, tan pronto gris, con atisbos de nevada y viento helado, como risueñamente soleada y sin nubes.
Luego cuando la caballería siguió a los capotes pardos del Ejército Rojo y las chaquetas de cuero negro de los chekistas, los primeros que defendieron con las armas el naciente poder soviético, hacía siete décadas.También con el paso de las tropas y la técnica militar, incluidas las legendarias katiushas y los misiles de alcance medio.
Principalmente cuando masas multicolores, alegres y animosas, lo hacía nacer de sus gargantas ante el Mausoleo de Lenin, desde cuya cima los saludaban los principales dirigentes soviéticos y relevantes personalidades extranjeras.
El hurra leído en relatos históricos y escuchado en filmes sobre la guerra se sintió entonces especialmente vibrante en el desfile por el Octubre Rojo, no solo en la plaza, escenario tradicional de la manifestación popular.
Al recorrer las áreas aledañas, por la Avenida Gorki, la Plaza Dzhershinsky o la calle Kalinin, hombres, mujeres y niños confundían sus voces concluyendo consignas con la inconfundible exclamación.
Unos ciento veinte mil moscovitas, de caras encarnadas por el frío y la emoción, marcharon con cantos y sonrisas durante casi dos horas, dejando a su paso el eco de su grito de combate…
Esas escenas me quedaron como recuerdos finales de lo que fue la Unión Soviética.
ÚLTIMO ENCUENTRO
Comprensión mutua era el saldo aparente dejado en las relaciones cubano-soviéticas por la duodécima visita a la Unión Soviética del máximo dirigente de Cuba, Fidel Castro. Corría 1987.
Tanto en el discurso y el comunicado del encuentro del líder cubano con su homólogo soviético, como en las apariciones públicas conjuntas, se mostró un amplio nivel de comunicación recíproca.
Sin referencias a las alusiones manipuladoras de sectores y prensa occidentales, las máximas autoridades de los dos países echaban por tierra las especulaciones en torno a supuestas dificultades bilaterales.
Para los que presenciamos el desfile en la Plaza Roja moscovita por el aniversario 70 de la Gran Revolución Socialista de Octubre, no pasó inadvertido que a continuación de las tres principales autoridades soviéticas, Fidel fuera la primera personalidad extranjera en la cima del mausoleo a Vladimir Ilich Lenin.
Desde allí, el mandatario cubano presenció la manifestación popular, con frecuentes diálogos con Gorbachov y el presidente del Presidium del Soviet Supremo de la Unión Soviética, Andrei Gromiko.
Un poco más tarde, en la recepción ofrecida en el Kremlin, con invitados de más de ciento veinte países, se volvieron a ver juntos, sentados en el mismo sofá.
Un colega puntualizaba al escribir: «Hemos visto al Comandante en Jefe contento y satisfecho estos días. Resulta evidente el nivel de comunicación establecido… con Gorbachov y demás miembros de la dirección soviética. Cada uno de sus pasos aquí ha estado señalado por la especial deferencia y el cariño de sus anfitriones».
En la víspera del 7 de noviembre tuvo lugar una entrevista oficial entre los dos líderes, que se desenvolvió, según la nota divulgada a su término, «en el clima de cálida amistad, confianza y plena comprensión mutua que caracterizan las relaciones entre nuestros dirigentes, partidos y pueblos».
PRIMERA DIFERENCIA
En aquel comunicado se afirmó que el intercambio de informaciones realizado permitía constatar que los procesos de restructuración en la Unión Soviética (perestroika) y de rectificación en Cuba, estaban «orientados al fortalecimiento del socialismo (y que) tiene en su centro a los partidos» respectivos.
La vida demostró que en la Unión Soviética ya se incubaba la autodestrucción del socialismo y la aniquilación del Partido Comunista como fuerza dirigente de la sociedad.
Era muy prematuro para detectarlo. Aún las ideas de renovación contaban con gran simpatía en las fuerzas progresistas de todo el mundo.
Entonces se podía seguir contando con el estado soviético como aliado en la lucha por el desarrollo de los pueblos. Fidel había abordado el tema ante representantes de partidos y organizaciones de 120 países reunidos en Moscú por esos días.
Al abogar por un mundo de coexistencia, puntualizó que «pensar en la paz sin desarrollo carecería de realismo». Quienes defendemos el socialismo como futuro de la humanidad, dijo, «debemos estar en esta batalla que no es todavía la del socialismo, sino la de un mundo distinto librado de la miseria y la opresión».
La desigualdad que prevalece en el mundo, precisó, «tiene que ser eliminada o no será librada nuestra tierra de las violentas explosiones sociales y respuestas en que los pueblos neocoloniales, preteridos y explotados, se abrirán paso frente a todos los valladares con su propia fuerza y la necesaria solidaridad de otros pueblos».
Aquel episodio en el que intervino Fidel debía de haber sido el inicio de un proceso de acercamiento y unión en pro de la paz y el desarrollo de fuerzas de los más diferentes signos.
La abrupta e inesperada destrucción de la Unión Soviética y del campo socialista mató la naciente criatura, pero a la vez hizo más necesario llevar adelante las propuestas del líder cubano.
GORBACHOV
Una pieza clave del rompecabezas que comenzaría a desarrollarse públicamente a partir de aquella cita histórica fue Mijail Gorbachov.
En ese entonces, su discurso entusiasmaba a los que sabían o suponían los peligros que se cernían sobre el primer país socialista del mundo a partir no solo de la confrontación global con el capitalismo, sino también de sus propias deficiencias e insuficiencias.
Casi nadie podía suponer que tras su convocatoria a conocer la verdadera historia como experiencia para el futuro podría estar el germen que desembocaría en su arbitraria negación y su uso para desmontarla.
Para Gorbachov, en aquellos días de noviembre de 1987, un análisis veraz de la historia debía de ayudar a solucionar los problemas del hombre y la sociedad. Conceptos tomados del ayer e interpretados entonces tenían vigencia permanente.
De la posición capituladora de los troskistas y la extrema centralización del período posterior a Lenin a los abusos de poder de la época stalinista y las distorsiones sobre el papel de la Unión Soviética en el inicio de la segunda guerra mundial, Gorbachov decía extraer enseñanzas válidas para asuntos de actualidad.
Cuando criticaba el voluntarismo posterior a Stalin, la falta de un vasto despliegue de los procesos de democratización y los desfasajes en la política interior y exterior de la Unión Soviética, señalaba que no se podía continuar diciendo una cosa y haciendo otra. Ahora parece que ironizaba y adelantaba su actuación posterior.
En su reflexión sobre lo heroico y lo trágico, las victorias y los reveses en la historia soviética, Gorbachov apeló a enseñanzas leninistas para explicar de hecho, salvando distancias en tiempo y condiciones, los fundamentos de lo que estaba sucediendo en su vasto país.
Elogiaba el pensamiento leninista por distinguirse «en el rápido cambio de las formas y los métodos de trabajo, por la flexibilidad y las soluciones tácticas nada ordinarias».
Sin embargo, «la audacia política» que citaba como elemento de «modelo brillantísimo de mentalidad antidogmática, auténticamente dialéctica», a la que llamó una nueva mentalidad, se convirtió al poco tiempo en negación y regresión, un concepto oportunista para el desmantelamiento político, económico y social de la Unión Soviética.
La historia le preguntaría a Gorbachov qué pensaba realmente cuando concluía entonces: «Así y solo así piensan y actúan los verdaderos marxistas-leninistas, sobre todo en las épocas cruciales, críticas, en que se deciden los destinos de la revolución y el mundo, del socialismo y el progreso».
De aquella intervención de 105 páginas, en lectura de casi dos horas debido también a más de treinta interrupciones por aplausos, emergía que el concepto perestroika era la síntesis de la nueva filosofía política que resumía enseñanzas, revitalizaba estilos y anunciaba nuevos métodos, pero no para regresar al capitalismo, sino para perfeccionar el socialismo.
En palabras de Gorbachov, perestroika entonces no solo era «la superación del estancamiento y conservadurismo del período precedente», una rectificación de errores, sino también «la superación de rasgos de la organización social y los métodos de trabajo históricamente limitados» que han agotado sus posibilidades.
Él habló de setenta años de socialismo en el poder como punto de partida más que como objetivo alcanzado, y de la perestroika como una etapa histórica en el camino de «imprimir al socialismo una nueva calidad».
UNA NUEVA MENTALIDAD
¿Fui ingenuo y superficial al sentirme optimista y escribir: «Aires de octubre rojo, redimido y actualizado, estremecen mohosas estructuras y hacen tiritar a conservadores y timoratos. Bajo el nombre de perestroika hay sabor a revolución en la Unión Soviética»?
Algunos podrán pensar que no es necesaria la valoración autocrítica de este pasaje de mis vivencias como reportero internacional; sin embargo, no sería fiel a mí mismo si obviara uno de los episodios trascendentes en una experiencia que sobrepasa ya las tres décadas. O peor aún, reflejaría temores y alma pequeña que no corresponden con mi forma de asumir también mi propia historia.
Como la «etapa alemana», esta constituye un hito en lo tocante a maduración y razonamiento político e ideológico: haber sido testigo del principio del fin de una fortaleza aparentemente inexpugnable y haberle exaltado en los valores revolucionarios de sus postulados iniciales. Este me resulta compromiso por enfrentar en mi saldo del siglo XX.
Porque más de uno se quedó mareado con lo dicho en Moscú en aquel otoño de impresionantes desfiles y discursos, y no se percató después de contradicciones medulares y fatales. Me siento seguro al enjuiciar lo que pensé entonces porque nunca estuve, ni estoy, entre los que creen con fe ciega, sin reflexionar a fondo. Por eso aspiro ser de los permanentes revolucionarios de corazón y cerebro.
Cuando entonces escribía, elogiándola, la perestroika era proclamada como una forma profunda y progresista de ver el mundo, la sociedad y su futuro, de apreciar el papel del hombre, la importancia de su conciencia y su participación consciente en los destinos de la sociedad.
Había un lenguaje revitalizado, con enfoques incluso atrevidos en la solución de viejos males, sobre todo nacidos del anquilosamiento, la rutina y la subvaloración de principios claves para el socialismo, en un mundo en el que aún era, y es, un sistema minoritario y en desarrollo.
Documentos, discursos y declaraciones de períodos posteriores a la fundación del primer país socialista del mundo habían dejado de contar entre su fraseología con el concepto que Gorbachov daba rango relevante en sus primeras presentaciones públicas: revolucionario.
De ahí que llamara la atención que el principal discurso por el aniversario 70 del triunfo bolchevique en la Rusia zarista fuera titulado «Octubre y la perestroika, la revolución continúa».
RUPTURA DE ESQUEMAS
La forma de ver al mundo y sus fenómenos sociales que exponían los líderes soviéticos de entonces no era nueva para los marxistas, al menos desde el ángulo teórico.
Lo que había sucedido era que quienes interpretaban esa doctrina como colección de recetas no podían, ni pueden, comprender que su elemento principal es su dialéctica revolucionaria. Por aquellas jornadas se citaba a Lenin cuando señaló que en la creación del mundo nuevo «más de una vez tendremos que terminar, rehacer o volver a empezar alguna cosa».
Como lo interpretaron muchos, se trataba de dejar atrás el falso y cómodo presupuesto de que «ya se llegó», y asumir valientemente los retos continuos de un mundo complejo, contradictorio e interconectado, con la mentalidad transformadora de la que han hecho gala, en especial, procesos revolucionarios de un entonces llamado tercer mundo y que en el siglo XXI es el segundo.
Por los días previos al aniversario del Gran Octubre fue publicado un artículo que hubiera sido insólito unos años atrás, cuando no imposible.
Titulado «La vocación: revolucionario», el influyente semanario Tiempos Nuevos dedicó un largo trabajo a lo que denominó «Enseñanzas morales de Ernesto Che Guevara», en otra época estigmatizado como romántico y aventurero por quienes no eran capaces de aceptar sus soluciones a los problemas de su tiempo.
En el análisis de esa figura de la historia latinoamericana y mundial, sin la cual «algo le faltaría a la humanidad», volvía a citarse a Lenin, en su plena vigencia: «un ejemplo vivo, mostrando cómo se resuelve el problema en un país cualquiera, es más eficaz que todas las proclamas y conferencias».
HISTORIA COMO SIMIENTE
En la Unión Soviética se retomaba a Lenin –el mismo que luego quisieron extirpar de la Plaza Roja– desde ángulos hasta entonces poco comunes, para mostrar cómo hacer lo que faltaba, modificar lo defectuoso y superar lo gastado y obsoleto.
La visión crítica de su pasado derivó después en un monstruo de mil cabezas que engulló su propia historia. El pretexto fue encontrar las causas de los errores, en el camino de superarlos y no repetirlos, en bien de una sociedad consciente y no formalista.
Gorbachov decía que «si hoy nos fijamos en nuestra historia, a veces con mirada crítica, es únicamente porque queremos imaginarnos mejor, más plenamente, el camino del porvenir».
No me tocaba ni podría dilucidar poco después la disyuntiva de si Gorbi engañó o fue solo una pieza ingenua de un monstruoso engranaje de engaño. Lo cierto es que desencadenó un fenómeno aún insuficientemente estudiado y que constituye una de las más dramáticas lecciones en la historia de la humanidad, en la que fueron demolidos cimientos ideológicos, políticos, económicos, sociales y ético-morales edificados en siete décadas de una experiencia pionera en el mundo.
PRONTUARIO
Como epílogo a este pasaje citaré textualmente algunas de las expresiones de Gorbachov que animaban a los sectores progresistas de todo el mundo con soñar en mejoras del socialismo. Léalas sin detenerse a pensar en quién las dijo:
• El pueblo soviético busca conjugar hoy la continuidad y la innovación, la experiencia del bolchevismo y del socialismo contemporáneo.
• Dar al socialismo formas más modernas, a tono con las condiciones y los requerimientos de la revolución científico-técnica, convertirlo en una etapa histórica en el avance progresivo de nuestra sociedad, e imprimirle una nueva calidad.
• Revelar los inmensos recursos sociales del socialismo de forma que se active al factor humano, mostrándolo como «régimen del humanismo efectivo que sirve al hombre y lo eleva».
• Una sociedad para la gente, para el florecimiento de su trabajo creador, bienestar, salud, desarrollo físico y espiritual.
• La democratización de la sociedad como eje del cual depende «el porvenir del socialismo». Se trabaja por crear un «mecanismo seguro y flexible de incorporación real de todos los trabajadores a la solución de los asuntos estatales y sociales» y por «desarrollar y consolidar los derechos humanos, fomentar la cultura política moderna de las masas».
• La paciencia revolucionaria no consiste en quedarse quietos o seguir la corriente, sino en la capacidad de ser realistas, no rendirse ante dificultades, no caer en el pánico ni perder la serenidad, tanto ante los éxitos como por los fracasos.
• En la economía, llevar a cabo profundos cambios estructurales, conseguir una inflexión determinante en la aceleración del progreso científico-técnico, culminar en lo fundamental la restructuración del mecanismo económico y encarrilar así la economía nacional por las vías de la intensificación.
• Restituir en sus derechos el interés material de los trabajadores, reforzando al mismo tiempo la atención prestada a sus formas colectivas. No subestimar los incentivos socioculturales y sicológico-morales, excepcionalmente importantes para el desarrollo normal de las relaciones de colectivismo y camaradería y del modo de vida socialista, para afirmar nuestros valores.
A PUNTO DE ENTREGAR ESTA OBRA A LA EDITORIAL (2004)
Leo que Gorbachov acaba de admitir que su objetivo, desde un inicio, fue destruir el socialismo no sólo en la Unión Soviética, sino en toda Europa oriental. Le atribuye a su esposa Raisa un papel determinante en esa postura, y con ejemplar cinismo se lamenta no haber podido liquidarlo en China. No menciona a Cuba, pero la pequeña gran isla del Caribe le debe representar una espina atravesada en su oportunista garganta.
Comentarios
Roberto Molina. El final de tu artículo me da pie para recordar un hecho trascendente que un poco- o un mucho- confirma tu última valoración, o sea, respecto de Cuba: La visita de Gorbachov a La Habana en 1989. Me parece que fue el elemento que la faltaba para convencerse de que con Cuba todo era diferente. Saltaban las diferencias en prácticamente cada tema que abordaban, a pesar de la cordialidad y de las dotes de excelente anfitirón que Fidel desgranó en todo momento. Pero el instante cúspide fue la conferencia de prensa conjunta en el Palacio de Convenciones. Todo había transcurrido normalmente hasta que una colega muy conocida mía por los años compartidos en Moscú, la corresponsal jefa de EFE en la URSS, Silvia Odoriz, periodista argentina, hizo una pregunta. La dirigió a Gorbachov y consistía, más o menos en lo siguiente, pues a la distancia de 30 años no es posible ser ser textual: ¿No cree usted que, dadas las relaciones privilegiadas actuales de la URSS con Estados Unidos, podría mediar Moscú en la búsqueda de una solución al diferendo entre Washington y La Habana? Ni bien había Gorbachov iniciado su gesto característico de enlazar sus manos a la altura de la cintura para responder y abierto la boca para pronunciar sus primeras palabras, el resorte que Fidel llevaba siempre por dentro se disparó y, haciendo caso omiso del huésped y con una refinada amabilidad y su acostumbrada sonrisa, dijo que esa pregunta la contestaba él y añadió tajante que para esos asuntos Cuba no necesitaba intermediarios porque las (no) relaciones entre los dos países era un problema que solo incumbía a La Habana y Washington. Fue evidente que a Gorbachov, quien era «la estrella» de la rueda de prensa, le molestó esa abrupta interrupción de Fidel, aunque solo sonrió a media boca y no dijo una palabra. Como yo cubrí esa visita por PL, estuve al tanto de la repercusión de ese momento en diálogo con la propia Silvia, que algunos medios calificaron entonces de descortesía del líder cubano y otros, con luz más larga o quizás más cercanos a la realidad cubana, consideraron un acto de grandeza ante el predominio en ese entonces de las dos grandes potencias. El hecho tuvo sus repercusiones en la mañana del día siguiente, cuando Fidel acudió a la residencia de El Laguito donde se hospedó Gorbachov, pero me quedo por aquí.
Orestes Hernandez. Tienes razón. Tenía yo 27 años. Recién regresaba a Cuba de cumplir mi misión internacionalista como parte del contingente militar cubano en Angola.
Allí se hicieron patentes aún muy prematuramente esas diferencias en cuanto a estrategias en este caso militares entre la Unión Soviética y Cuba, sobre lo cual algo se ha dicho aunque no todo.
Por suerte ahí está Cuito Cuanavale.
Pero volviendo a la visita de Gorbachov a La Habana de 1989, debo decir que la imágen que para mí enuncia todo lo que dices es en la que al despedir al visitante y aún haciendo gala de su hospitalidad legendaria, la instantánea de los reporteros muestran un rostro de Fidel serio, sin motivos para el regocijo.
Apenas un año y medio después de aquella visita estuve por razones de trabajo en un Moscú diferente.
Cientos de moscovitas practicamente «fajados» frente a los incipientes «Mc Donalds» (que imágen) y los primeros intentos por sacar a Lenin del Mausoleo.
Tuvimos que ir un dia de apuros pues varias veces amenazaron de hacerlo.
Recuerdo especialmente la mañana en la que Gorbachov declaró que el PCUS dejaba de existir. Estaba yo junto a un camarada soviético en la estanción «Taganskaya» del Metro y con un frío duro a pesar del sol.
Aquel hombre tenía el terror grabado en el rostro y me dijo: «Dejó de existir el partido con el que ganamos la guerra. Perdimos la batalla en la calle, en los barrios».
Momentos duros, difíciles, aún poco estudiados que ojalá no se repitan.