Como cada semana, le robamos al sitio amigo Socompa un texto del heterónimo de Víctor Ego Ducrot, quien escribe sobre gastronomía como excusa para sus críticas culturales y comentarios políticos. Esta vez le tocó el turno al pan nuestro de cada día, cada más difícil como consecuencia de aquello que la horda cambiemita le está perpetrando al pobre país de los argentinos.
Por El Pejerrey Empedernido (*) / Sí Marco Virgilio, al pie de tu tumba nos rendiremos vencidos por la desgracia los argentinos si las hordas cambiemitas no son rajadas a piñazos de urnas, ya que por motivos que son demasiados para la extensión posible de este texto -aunque entre ellos una lugar de premura ocupa la complicidad de tantos vociferantes opositores en estos años, casi todos -, no fueron legítimamente corridos de la Rosada por expresión soberana del pueblo y sin intermediaciones charlatanas. Antes de seguir no se crea entusiasta muchachada de la obediencia debida que con boleos sobre ortos macristas basta para ser felices, porque la madre del borrego es el proyecto sí, como se decía; pero el proyecto de sumisión al poder de nuestra lumpen burguesía que hoy aun se expresa en Cambiemos o como se llame para la próxima estación votemos, y que tiene la capacidad no sólo de mutar de cara y piel sino de inocularse entre las tripas mismas de quienes dicen nosotros estamos en contra, bla bla bla. Bien, entonces ahora a lo nuestro, a los asuntillos de El Pejerrey Empedernido, que sea él quien aclare lo de rendiciones y tumbas: Marco Virgilio Eurysaces fue uno de los trescientos y tantos maestros panaderos autorizados en la Roma del año 30 pre nacimiento del judío esenio que puso a parir al Templo y al Imperio, dicho sea de paso. El oficio de hacer pan era de semejante prestigio que el Augusto emperador ordenó se construyese en honor de aquél la Tumba del Panadero, ahí nomás cerquita de la Porta Maggiore, en Roma, of course. Y cómo no vamos a rendirnos, vencidos, ante tu tumba don Marco Virgilio, si estos turros encabezados por quien ya todos saben cómo se llama, evítenme entonces el dolor de panza que provoca escribir su maldito nombre, llevó el precio del pan a 100 mangos por kilo, por lo menos, lo cual así en escala absoluta no diría nada pero mucho grita cuando comparamos esa cifra con los salarios de hambre que cobran lo laburantes, cuando cobran, porque la mitad la yuga en las sombras de esa infamia llamada economía informal y un tanto similar pero entre niños y jóvenes apenas si gambetean la pobreza. Tal cual decía un viejo Pejerrey, un país así solo merece ser demolido a golpe tras golpe de esperanzas, o simplemente no ser vivido, porque sólo será apto para hijos de puta. Sin embargo no nos queda otro camino que la esperanza, pues perseverar en nuestro propio ser es una ética que viene de tan lejos, y por eso, pese a todo, el pan sigue siendo un rito. Ya volveremos sobre el por qué y el cómo de ese rito aquí y ahora, pero antes concededme la licencia de cierto juego divino con la palabra pan, que puede ser Pan: cuentan que Hermes cayó rendido de amores ante una hija de Dríope y que de ese retozo nació Pan, con dos cuernos y tan feo que escapó al bosque hasta el propio padre lo rescató para llevárselo al Olimpo. Otros que el mismo niño nació cuando Odiseo circulaba con sus viajes y Penélope, que no soportaba por largo tiempo su cama vacía, y lo bien que hacía, no dudó nunca a la hora de revoleos de almohadas y cojines: así fue que, bueno ustedes ya saben, parió a quien por esas cosas del embrujo conoció las insondables profundidades de la música, de los amores sin continentes, de las siestas tan prolongadas como sagradas y, por supuesto, de la agricultura y de los cereales; será quizás por ello, por tanto disfrute sin pasaporte ni cédula de identidad, que su nombre dice sos el hijo de todos. Palabra tenemos los pescadillos de ríos, mares y lagunas, tanta como para volver sí sobre aquello del rito del pan de cada día, que ya no es fácil, por no decir imposible hacerse del bueno de ley, entre tantos a base de conservantes y ni que hablar del que sale de las usinas con franquicias, todo igualitos y tan malos que el calificativo panes boludos se merecen. Por eso, para desagravio, vuelvo sobre un texto que alguna vez escribí en homenaje al que quizás sea el mejor pan del planeta argentino, el que sale del horno cotidiano de la panadería La Pompeya, entre las más antiguas de Buenos Aires, sobre el 1912 de la Avenida Independencia, en San Cristóbal y fundada allá por lo ’20 del XX, por obra y arte de un italiano que se llamaba Luis de Riso. Ahora sí, pasen y lean, aunque las letras sean añosas: cuando nació el mecías de los cristianos, los israelitas se alimentaban con poco. El pan era el elemento esencial. En hebreo, comer pan equivalía al acto mismo de comer, se sirviese sobre la mesa lo que se sirviese. Algo parecido sucede en la Ilíada y en la Odisea, porque, para Homero, era humano todo aquél o aquella que comiese pan. Para más datos, consultar el libro La vida cotidiana en Palestina en tiempos de Jesús, de Daniel- Rops, editado en Buenos Aires en 1961 por la editorial Hachette. Y continuamos: Aquél carácter atávico del pan nuestro de cada día explica por qué éste se manifiesta en casi todos los ritos religiosos o paganos nacidos en el llamado Occidente: desde el cuerpo de Cristo que es ostia, hasta la ceremonia de orden asesina en la viaja mafia siciliana, donde capo y sicario debían partir y compartir la hogaza. En homenaje al dicho popular al pan, pan y al vino, vino, valga la siguiente digresión: los cristianos nunca dudaron de la corporalidad panificada del Hijo y ésta así se hizo símbolo en la comunión, pero cuando a uno de ellos se le ocurrió que los iniciados no sólo debían acceder al cuerpo sino también a la sangre del crucificado que es vino –si somos antropófagos seámoslo sin joder, nada de a medias- , entonces el pobre desgraciado terminó en la hoguera. Ver vida y obra del bohemio Juan Hus, condenado al fuego por el concilio de Constanza, en 1315. Gracias por la paciencia ante tanto soliloquio ateo; ya me rajo pero antes una rodajas de hogaza bien horneada, algo tostadas y frotadas con ajo y aceite de oliva, cierto rojo tomate de nuestros amores y anchoas las salerosas, por ejemplo; una buena excusa para el vaso de vino que te haga feliz. Y no se olviden que sobreviviremos por tanta esperanza y persistencia en el ser. ¡Salud!
(*) Heterónimo de Víctor Ego Ducrot: Doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, donde también tiene a su cargo seminarios de posgrado sobre Intencionalidad Editorial (Un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos); y la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática. Director del sitio AgePeBA.