Con esta semblanza, AgePeBA comienza a publicar una serie de textos que el colega y compañero José Dos Santos, ya un histórico periodista de la agencia Prensa Latina, publica en redes sociales y desde la capital cubana, en ocasión de ser este al año del 60 aniversario de ese portentoso proyecto comunicacional fundado por el argentino Jorge Ricardo Masetti, en La Habana y en el contexto de la flamante entonces Revolución Cubana. El trabajo de recopilación informativa y documentación fotográfica que realiza Dos Santos viene a ser una suerte de constancia, de memoria viva, de Prensa Latina. Hemos elegido este texto porque en él figuran los nombres y lo recuerdos de otros colegas, como el del también ya fallecido Elmer Rodríguez, quien con Pineda tantas veces sirven de inspiración a la hora de cumplir con nuestros trabajos profesionales.
Por José Dos Santos/ No era amigo de ser fotografiado y esta que muestro ahora se la tomé sin advertencia ni buenas condiciones de iluminación, mientras redactaba en su oficina de Río de Janeiro, al tiempo de que su esposa «ponchaba» en el teletipo sus textos.
Sergio era ya una leyenda en Prensa Latina cuando yo comencé a dar mis primeros teclazos en la sede de la agencia, en el edificio del Retiro Médico, en la Rampa capitalina.
A su rica historia profesional, a la que se han referido varios de mis amig@s en estos días de festejos y recuerdos por los 60 años de PL, se le sumaba una personalidad singular, de bromas y de mal genio combinados, que sólo unos pocos podían provocar sin salir mal parados.
Uno de ellos fue clave para mi desarrollo profesional y conocimiento del ser humano; Elmer Rodríguez, quien merece un relato aparte, y fue su compinche y coberturas deportivas de alto relieve, desde campeonatos de futbol hasta la Olimpiada de Moscú.
Pineda era un «croniquero» natural, de los que le brotaban las historias como si estuviera conversando con el lector o el oyente, con giros simpáticos y fina ironía, cargadas siempre con mensajes mas allá de las palabras. ! Qué útil seria poder rescatarlas, agruparlas y convertirlas en libro para la enseñanza práctica del género más difícil de enseñar en escuela alguna.
Yo confieso algo sabido sólo por unos pocos que aún pueden delatarme: ese era mi lado débil a la hora de las evaluaciones para transitar por las categorías existentes en mi época de iniciarme en el periodismo.
Siempre recordaré que el tribunal evaluador de mi pase al máximo peldaño de los años 70 (categoría A), con salario de 250 pesos (el auxiliar ganaba 138, el redactor C 163 y el B 231 pesos) lo integraban Elmer, Jorge Timossi y José Bodes Gómez –tres de los buenos buenos– y que una de las pruebas era elaborar una crónica, algo que jamás había escrito desde un buró del gran salón del quinto piso vedadense.
Desde allí había aprendido a «refritar», hacer despachos y notas informativas, notas comentadas y hasta artículos pero la falta de fogueo en la calle hacía de otras formas comunicativas del periodismo, como la crónica y el reportaje, desafíos nunca enfrentados porque hacía esencial el contacto directo –y múltiple en el caso del reportaje– con la realidad. Yo procedía de aulas universitarias no periodísticas.
Supongo que fue más por simpatía que por calidad que me aprobaron. Ya yo era editor de la Zona (más tarde Redación) Europa, dirigida por Pedro Atienza Simarro (PAS), un veterano de la Guerra Civil Española bajo cuyas indicaciones de disciplina, rigor y estudio me formé, y él me consideraba calificado para promover de escala. Pero eso no era suficiente. Había que examinar.
Todo esto me viene a la memoria con la malucha foto de Sergio que he rescatado de mi interminable cofre de gráficas, como hice hace unos días con la entrañable Coca (y facebook me recuerda que su hija Tamara es mi amiga por esta vía… que alarmanetemente inteligente es ese mecanismo del ciberespacio)
A este sagaz chileno-cubano-mexicano, latinoamericano de pura cepa, deberíamos volver en estos tiempos convulsos, en los que las «fake news» tienden a marear a más de uno, incluso a los que las utilizan para manipular o falsear la verdad, porque a él no le hubieran pasado una.