El suicidio en Bangkok del corresponsal francés Arnaud Dubus abre un profundo debate en la profesión periodística acerca de las condiciones de trabajo actuales y el fin de una profesión.
Por Rodrigo Carrizo Couto (*) / La noticia no ocupó espacio en la prensa internacional. Ni siquiera de los medios en lengua francesa. De hecho, quien escribe estas líneas se enteró del “Caso Dubus” gracias a un grupo cerrado en Facebook creado para periodistas francófonos. La historia la dio a conocer la periodista Laure Siegel en un artículo publicado por la revista online Mediapart. Pero, poco a poco, este caso comenzó a tomar cuerpo, retransmitido por innumerables periodistas en las redes sociales. Primero, fueron los franceses, y luego el tema se hizo “internacional” al ser retomado en inglés. De hecho, es muy posible que este artículo en Literal Magazine sea el primero que se publica en español sobre este tema.
¿Pero qué es el “Caso Dubus”? Arnaud Dubus era un periodista independiente francés de 55 años, basado en Bangkok. Considerado como una verdadera autoridad en la región, llevaba décadas colaborando con medios de prestigio internacional como Libération, el diario suizo Le Temps o Radio France Internationale. En palabras de Siegel, se le tenía por “una de las mejores plumas francófonas del Sudeste asiático”. Pues el 29 de abril, Arnaud Dubus salió de su despacho, se dirigió a un puente cerca del metro y se lanzó al vacío. Moriría poco después a consecuencia de sus heridas.
Síntoma de una profesión agonizante
Hasta ahí los hechos. Dubus llevaba tiempo en tratamiento por depresión, y desde el pasado año había aceptado un puesto como agregado de prensa en la embajada francesa. ¿La razón? El periodismo ya no le permitía cubrir sus necesidades básicas, y a los 55 años veía con temor acercarse la edad de la jubilación. La única posibilidad de ahorrar algo para la vejez y dar un techo a su familia le llevó a aceptar un empleo en el que todo parece indicar fue muy infeliz.
Pero pronto su trágica muerte adquirió proporciones de símbolo. Muchos fueron los colegas periodistas que vieron en el suicidio de Arnaud “el síntoma de una profesión agonizante”: la de corresponsal de prensa. En su artículo, Laure Siegel narra con precisión el descenso a los infiernos de este periodista veterano. De año en año menos artículos comprados, las redacciones en París o Ginebra comenzaron a no responder sus llamadas e ignorar sus propuestas, llegando al extremo de dejar de cubrir su seguro médico, dado que sus colaboraciones no eran “suficientemente relevantes” para las empresas que le empleaban.
Y ahora pasemos a dar algunos datos concretos, que el público suele ignorar. Arnaud Dubuis sobrevivía con ingresos que oscilaban “entre 600 y 1.500 € por mes”. Cada colaboración en la prensa francesa se paga a una media de 60 € por página, y lo más gracioso es que, muy a menudo, los costos involucrados en la producción de un reportaje en el terreno son muy superiores al pago del trabajo. Conclusión: no son raras las veces en las que el periodista debe perder dinero, o pagar de su bolsillo los costos de un trabajo que, a menudo, queda inédito. En estos casos, la “compensación” que suelen dar los medios es menos que simbólica.
Lo cierto es que hoy pocos son los medios de prensa que mantienen verdaderos corresponsales extranjeros. Un puñado de privilegiados siguen trabajando en condiciones razonables en las capitales “calientes” como Washington, Londres o Tel Aviv. Pero la inmensa mayoría del ejército de periodistas que continúan proporcionando diariamente contenidos a los medios de comunicación tiene un contrato de colaboración externo (los más afortunados) o se limitan a esperar que la redacción les compre algunas historias. Historias que en muchos casos son imprescindibles para que el periodista pueda regularizar su estatus legal en países que exigen un certificado de los medios conforme el “corresponsal” sigue siendo necesario. En muchos casos, no tener este sésamo hace que el profesional no pueda obtener su green card o un visado de periodista, por ejemplo en países como Tailandia, donde ejercía Dubus.
Hablando desde mi experiencia directa, puedo decir que en el Palais des Nations de Ginebra, sede europea de las Naciones Unidas, la inmensa mayoría del press corps extranjero acreditado ante los organismos internacionales vive en condiciones precarias, excepción hecha de las grandes agencias de prensa y un puñado de diarios internacionales. Incluso los “colosos” de la prensa estadounidense cubren el cotidiano de los organismos internacionales con colaboradores eventuales. Tanto es así que al igual que Dubus son legión los corresponsales y periodistas que terminan tirando la toalla y poniendo su preciosa experiencia y agenda de contactos al servicio de embajadas, organismos multilaterales, agencias de relaciones públicas o corporaciones multinacionales. Una reconversión que no siempre funciona bien, y a la que solo acceden los más afortunados.
Para los que seguimos ejerciendo este maravilloso oficio, hay anécdotas bien conocidas que demuestran que la situación no es nueva. Desde el corresponsal que va por su propia cuenta y riesgo a una zona de guerra, sin seguro y sin siquiera chaleco antibalas, y que acaba muriendo en acción… hasta los jóvenes que desde Libia o Siria envían vídeos originales pagados a 50 € la pieza. Y eso cuando tienen suerte y el redactor jefe de turno no les cuelga secamente el teléfono ante su propuesta. Podría llenar 30 folios con anécdotas de este tipo, pero este no es el objeto de un artículo de este tipo.
“Las condiciones de trabajo que hemos perdido los periodistas ya no volverán nunca, incluso si los medios para los que trabajamos logran sobrevivir a la crisis. Una vez que los dueños ven que seguimos funcionando en estas condiciones, ya no hay vuelta atrás”, explicó a este cronista un experimentado periodista, veterano de mil batallas y que ha pasado por todos los puestos existentes en una redacción: desde los más modestos a los más elevados.
Y dado que mi seudónimo es El Observador Alpino, permitidme que os cuente la situación crítica en la que se hallan los medios de comunicación en la riquísima y ultra desarrollada Suiza. En los últimos cinco años hemos visto el cierre del semanario L’Hebdo, la única revista generalista en francés de Suiza, tras 20 años de buenos y leales servicios. El buque insignia de la prensa francófona, el diario Le Temps se vio obligado a abandonar su sede histórica en Ginebra para ir a fusionarse con otros medios del mismo grupo editorial en Lausana, previos despidos en cadena. Incluso la prestigiosa revista Parkett, referente mundial del mercado del arte, dio por acabada su edición en papel, al igual que el diario Le Matin, el más popular cotidiano en lengua francesa. Por su parte, el diario de Basilea en alemán Tages Woche cerró sus puertas, e incluso la agencia nacional de prensa, la ATS-SDA puso en la calle a buena parte de su plantilla. No son pocos los que bromean diciendo que hoy en las filas del paro en Suiza hay más periodistas que ninguna otra profesión. Algo no del todo inexacto.
¿El periodismo, un entretenimiento para “niños de papá”?
No intento en este artículo hacer una regla matemática, ni explicar “científicamente” lo que está ocurriendo. Aquí no hay verdades reveladas, estadísticas ni sesudos estudios académicos. Y para los que se dedican a este oficio, nada de lo que cuento es novedad, supongo. Pero lo cierto es que cada profesional verá la situación de una manera diferente; aunque creo que es evidente que hay un consenso acerca de los hechos básicos. En todo caso, aquí cuento lo que observo en el ejercicio de mi trabajo en los últimos años. Una situación que va a peor, aunque algunos vean con alborozo que diarios como The New York Times comienzan a salir de los números rojos y suman abonados. Pero a menudo los optimistas parecen olvidar que no todos los medios tienen el calibre del coloso neoyorquino.
El “Caso Dubus” es la cara más dramática de una moneda que tiene su lado hilarante en otro artículo, firmado por una brillante periodista española. Se trata de “Los pijos acabaron con el periodismo”, de Marga Zambrana. Aclaremos que “pijos” en argot español se refiere a los “hijos de papá” de toda la vida. Pues bien, esta veterana corresponsal de Associated Press publicó en la revista Letras Libres en 2016 un desternillante relato del estado de la profesión, observado desde su atalaya de Estambul, donde cubre de la mejor manera que puede la catástrofe humanitaria de la vecina Siria. El texto de Zambrana fue tan bien recibido que terminó convertido en obra de teatro en adaptación del director teatral Iván Cerdán.
Al igual que muchos colegas, Marga Zambrana también confiesa sentirse conmovida por el drama de Arnaud Dubus. En conversación telefónica con Literal Magazine, la catalana se interroga: “¿Cómo puede haber tales niveles de hipocresía en los medios de comunicación? Los mismos diarios que dieron la espalda a Dubus, hoy le rinden homenaje público”, comenta indignada Zambrana.
“El periodismo se está convirtiendo en un entretenimiento para niños de buena familia”, prosigue analizando. Esta sentencia surge de comprobar que son legión los periodistas que malviven haciendo “dos colaboraciones anuales” para la revista Newsweek, fotografiando bodas, o en el caso de los más talentosos, poniendo su cámara al servicio de spots publicitarios. A no ser, claro está, que los padres puedan financiar las veleidades de sus retoños mientras sientan cabeza y buscan “un oficio serio” al que dedicarse cuando sean mayores.
A lo largo de “Los pijos acabaron con el periodismo”, Marga Zambrana desgrana varios elementos que a su juicio son responsables del estado de las cosas. “Las noticias gratis en la red, los ajustes en las redacciones, la corrupción del sindicato, la indecencia de los directivos con abultados sueldos, la ambición de la selfie, la banalidad. El creer que la posteridad es arriesgar la vida por poner tu nombre en un artículo.” Según explica, “nadie en Estambul o Beirut cobra un salario. Los medios compran sus noticias porque son baratos, ya estaban allí, no había que pagar gastos de viaje, ni seguro ni pensiones. No pagaron los doscientos o trescientos euros diarios que cuesta un traductor o una facción que te proteja en el frente.”
La veterana corresponsal continúa desgranando los casos de periodistas que se ofrecen para trabajar gratis, y algo aún más increíble: los que pagan de su bolsillo para poder escribir. Una inagotable mina de talento que los medios no dudan en utilizar mientras los responsables en las sedes centrales hacen malabarismos para mantener sus puestos de trabajo; casi siempre en peligro en la última década. En las circunstancias actuales, el destino de los colaboradores externos suele ser la última preocupación de las empresas editoriales.
¿Periodismo sin periódicos?
Ante este siniestro panorama, ¿cuáles son las salidas para la profesión? Un veterano periodista suizo comentó a este cronista: “Cuando me echaron del diario a los 49 años, consideré seriamente el suicidio. Pero al final pensé que había que reaccionar y hacer algo”.
Este hombre será el siguiente capítulo de una serie de entrevistas y reportajes que Literal Magazine irá publicando próximamente y que presentan periodistas que han optado por caminos alternativos, fuera del “paraguas” de los medios convencionales. Algunos incluso han logrado que sus proyectos sean no solo exitosos, sino incluso muy rentables. Hombres y mujeres en Colombia, España, Siria, Suiza o Francia que, ante el desastre actual, han decidido no bajar los brazos y continuar la lucha.
Puede que haya esperanza, pero cada vez parece más claro que esa esperanza habrá que construirla de forma individual, o en pequeños equipos que no teman arriesgarse en caminos nuevos y no trillados.
Puede que haya llegado la hora del periodismo sin periódicos…
(*) Tomado del sitio Literal (Ginebra, Suiza, 8 de junio de 2019). Sobre su autor, Rodrigo Carrizo Couto. Radica en Suiza y escribe para el diario El País, de España, y la SRG SSR Swiss Broadcasting. Ha colaborado regularmente con los diarios Clarín y La Nación, de Buenos Aires y la revista suiza L’Hebdo, entre otros medios.