El Pejerrey Empedernido –heterónimo de Víctor Ego Ducrot – sigue con pasión los profundos debates políticos que se dan en feisbuc y suele tomar posición ante las grietas: cebolla sí o cebolla no, Tita o Rhodesia, tuco o pesto, Braden o Perón. Y consciente de que las diferencias que separan a los defensores y detractores del mondongo son enormes, no se amilana y te da una receta que eleva la temperatura de la lucha de clases (*).
Hacía tiempo que venía con ganas de retomar el tema, porque para serles franco más de una vez me zambullí en él cual mostachole en el caldo de gallina, brodo querido que jamás olvidaré, que las nuestras son las verdadera blancas y rojas y no como otras que andan por ciudades con canales al Norte allá lejos, o si no con diagonales, al Sur por aquí nomás. Lo que quise escribir con eso de zambullirme, porque al fin de cuentas como Pejerrey Empedernido que soy ese vendría ser mi verbo natural, es que en libros, cuartillas fugaces y hasta por TV y radio, sí así como lo oyen, tan irresponsablemente versátiles somos los de mi especie de escamas plateadas, de laguna, río o mar, ya me metí con esto que los argentinos comemos como lo que por infinita suerte somos en mayoría, unos verdaderos negros de mierda; aunque no lo sepan los tantos blanquitos, que los hay los hay, como los fantasmas, pero muchos, y no me refiero a los coloretes o desteñidos de nuestros pellejos, sino a nuestra cultura y muy especialmente a nuestra cultura del comer y del escabiar. Por supuesto que el bacanaje no reniega, al contrario, en esta patria desollada por la horda del capital indigesto son los únicos que las gozan, porque a los de a pie ni un puto mango les queda después de pagar la luz, digo, ni siquiera como para gritarle fiao’ al carnicero: me refiero a las achuras, es decir a las entrañas sangrosas de las vacas, o de los chanchos, o de los corderos. Pero vayan sabiéndolo, no se hagan los giles, que ya me voy a meter en el asunto, después de contarles porque me animé hoy a los presentes menesteres, y fue cuando el miércoles leí un breve texto feisbuquero del periodista y escritor Marcos Mayer, sí el mismito de esta Socompa, que dice así: Si hay una grieta verdadera es la que se da entre adoradores y aborrecedores del mondongo. Hay gente que ante el mero anuncio de una buseca puede olvidarse a los chicos en el colegio, faltar a su propia boda o perderse una final en la que juegue su equipo favorito. Para quien lo detesta no hay conciliación, incluso militan su antimondonguéz (que parece una toalla, que es gelatinoso, que tiene un gusto fuertísimo e insufrible). Ante esta grieta no hay pacto o diez puntos que sirvan y nada puede hacerse con la estampita de Lagarde o de Gelbard. Es para preocuparse. El mismo provocó comentarios que vale la pena sacudirlos por aquí, aunque sea unos muy pos de los tantos que rutilaron, y a saber: Es una toalla de hotel berreta. Punto. ¡Mondongueros del mundo, uníos! Hay ciertas cosas fundamentales que dividen a la humanidad toda: cebolla sí o cebolla no (nadie es indiferente a la cebolla), muslo o pechuga (no haya avenida del centro del pollo), Tita o Rhodesia (una o la otra), leche blanca si no no, tuco o pesto, Criollitas o Express, medialunas de grasa o de manteca, café cortado o té (con leche o solo, ya es otro quilombo). Batata o membrillo para el queso (más sofisticado, tal vez, pero igualmente binario). Braden o Perón en sus infinitas posibilidades, pero eso no se come. Y podría seguir, y disculpen los autores de semejantes lujosas apostillas que omita vuestros nombres pero los Pejerreyes somos así, medio chorizos en aguas arreboladas y nos gusta gritar y dale nomás a la lucha de clases, que grieta ni grieta. Ahora sí, a lavar las ollas de tanto mejunjes palabreros y, en capitulillos a lo del origen: I.- En el título estampé para el gorilita boludo y debo añadir que todos llevamos dentro, en lugar del facho, que aunque son parecidos no son lo mismo, porque no todo facho se sabe a sí mismo como tal ni todo gorila se considera facho, al menos en la devaluada liturgia política barrial argentina; pero que pareciditos de pinta y alma lucen, al revés de los Ibeyis santos jimaguas y carismáticos de la cultura yoruba, aliados de Changó, que los quiere con delirio por retozones, y glotones de frutas, arroz amarillo y pochoclo dulce. Bien, quien se sepa gorila, facho o simplemente boludo que se haga cargo. II.- Sí, sabelo, ya lo cuenta El Matadero, de Esteban Echeverría en tiempos de Juan Manuel, texto fundacional de la narrativa nuestra y por lo tanto de nuestro país este que tenemos, según enseñaba el maestro David Viñas; texto/país que nació/nacieron con una violación, la del unitario como víctima entre las faenas de bestias carneadas, después de la cuales, la negras esclavas recogían del suelo encharcado las inmundicias que allí quedaban, es decir nuestros manjares nacionales tal cual chinchulines, mollejas, tetas de vaca, tripas gordas, riñones, hígados y ¡sí, mondongos!, que de allí el querido barrio candombero. Y que sí, que somos negros y para celebrarlo una de mis recetas para la ocasión, y a ver si alguien que lee y cocina alguna vez las acomete, y me invita: Buseca, para la cual ahí va: viva el mondogo coreamos los mondongueros; y sean zanahorias con cebolla para llorar, arvejas que no alverjas como les decía la Matilde, la cocinera de una enramada quilmeña por allá en tiempos del tiranuelo Onganía, a quien hace medio siglo le rajamos el culo con el Cordobazo; papas papas papas papas, así cantadas pero sin tomates, como te amé Rita a vos y a tus simples a 33 revoluciones; porotos y garbanzos secos y dale que cocidos en agua salada; para mi gusto, ajos a granel pero sin zarparse; perejil y laurel; pimentón y que se yo, las hierbas y yuyos varios de vuestros benditos gustos; siempre un vaso o dos generosos de vino blanco. Me limpian bien el mondongo y lo cocinan entre los laureles hasta que blandito se nos ofrende. Lo mismo hagan con las papas cortadas en trozos de orfebrería, que terminarán dentro de la olla al final calientes, como los porotos y lo garbanzos. Con todo aquello otro que les conté se bailan una jota de sofrito en aceite de oliva – y que lo pague el FMI-, para luego darle candela en la misma olla, todo bien enamorado, y con el vino, la sal, y yo zámpole algo más de picante sin enloquecer, que hace bien a la vista, qué sabré yo de oftalmología, y para el amor; ¡sí, eso sí! Cuando los mire son su arrebol, ensopado y salsudo, que se te hace agua bendita en la boca, lo coronan con perejil fresco y a la mesa. Vino sí, vino más otro poco más de vino, pero no de la botella que es cosa de negros, sino mejor con copas fifí. Nota al pie: amé y amo tanto a Rita que suelo mandarle tomate triturado en orégano, salvia y tomillo. ¡Salud para todos!
(*) Se trata de un texto publicado por el sitio Socompa. Sobre su autor: Doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, donde también tiene a su cargo seminarios de posgrado sobre Intencionalidad Editorial (Un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos); y la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática. Director del sitio AgePeBA.