Un texto crítico sobre el escenario argentino, con ciertas claves para analizarlo desde puntos de vista no tan habituales, o al menos un intento. Fue publicado por el blog Firmas Selectas de la agencia de noticias Prensa Latina, en La Habana.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Le atribuyen al italiano Cesare Pavese decir que nuestras primeras experiencias se transforman en mitos y que, por lo tanto, quienes escribimos no ficción o ficción, mal, regular o bien, no viene al caso, siempre rondamos esos inicios. Y si de atribuciones se trata es muy famosa aquella del ruso León Tolstoi «pinta tu aldea y pintarás el mundo», enseñanza para escritores pero que no apela a grafías si no a trazos plásticos, tal cual hiciera el argentino Roberto Arlt cuando eligió título para sus magistrales textos a mitad de camino entre el ensayo y la crónica, sus Aguafuertes. Será que escritura y artes visuales tanto tienen para decirse, confiarse, casi entre secretos.
La Argentina de nuestros días nos obliga a esa trama de complicidades narrativas, nos condena a cierta poética indispensable si pretendemos sobrevivir. Y es en ese registro que dejo con ustedes una invocación, una urgencia, la lectura a mi compatriota Guillermo Saavedra, docto en Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, entre nuestros mejores críticos culturales y, rebuscador de la barrosa que no barroca tradición de los decires rioplatenses, responsable de una versión casi tanguera de aquellas admoniciones de Francisco de Quevedo, tantos siglos después, y bendecidas por Borges, Jorge Luís, no le presten atención al rey bobalicón que lo rebautizó José Luis en el Congreso de la Lengua que, mientras escribo, se lleva a cabo en la ciudad de Córdoba, la misma que paso casi sin escalas de ser patria chica del Cordobazo en el ‘69 de plena ebullición revolucionaria a territorio de victoria, en el 2015, para el execrable Mauricio Macri.
Porque escribió Borges acerca del arte de injuriar en su Historia de la Eternidad: “…Cometer un soneto, emitir artículos. El lenguaje es un repertorio de esos convenientes desaires, que hacen el gasto principal de las controversias. Decir que un literato a expelido un libro, o lo ha cocinado o gruñido, es una tentación harto fácil; quedan mejor los verbos burocráticos o tenderos: despachar, dar curso, expender. Esas palabras áridas se combinan con otras efusivas, y la vergüenza del contrario es eterna. A una interrogación sobre un martillero que era, sin embargo, declamador, alguien inevitablemente comunicó que estaba rematando con energía la Divina Comedia. El epigrama no es abrumadoramente ingenioso, pero su mecanismo es típico. Se trata (como en todos los epigramas) de una mera falacia de confusión. El verbo rematar (redoblado por el adverbio con energía) deja entender que al acriminado señor es un irreparable y sórdido martillero, y que su diligencia dantesca es un disparate…”.
Y ante el tanto sufrimiento de los de por aquí – y las, para los confundidos del castellano pero dogmáticos -, el citado Saavedra “comete” sus sonetos injuriosos, sus versos justicieros, a la espera del sonido de los escarmientos. Sólo uno por esos asuntos de los espacios disponibles que le quitan el sueño a quienes deben editarnos, él último hasta este viernes final de marzo, acerca del Congreso de la Lengua, de un presidente que anda buscando traductores del uruguayo al argentino según su propio discurso inaugural en el miserable evento; de un rey despintado por su estulticia y un narrador a quien tanto incesto con la tía seguro le hizo daño; con ustedes entonces, y perdonen por el argot porteño, aclarado espero, entre los paréntesis que os estorbarán a continuación; “Un pelotudo (idiota solemne) hablando en argentino: Prendido a las pelotas de un monarca / pletórico al batir (decir): “José Luis Borges”, / un Tribilín afásico, un San Jorge / carente de zabiola (cabeza) pero garca (mala persona), / inauguró un congreso de la lengua. / Venciendo al puercoespín Verga Llorosa/ en obsecuencia regia y escamosa, / nuestro frígido cuis (animalito roedor) no tuvo mengua: / cargándose al pasar la concordancia, / su boca siempre occisa de una papa, / meó con gentilicios todo el mapa / de América en fatal extravagancia. / Vas a morir, chuleta, sin Congreso: / tu ojete conjugado por mil presos”.
¡Ay aldea mía…cuándo sonará el escarmiento!
Las últimas mediciones gubernamentales y las de la Universidad Católica, la misma que otorgó, nadie sabe con qué seriedad y cumplimiento de legalidad, el título de Ingeniero a Mauricio Macri, la misma que fustigó a los gobiernos kirchneristas, la misma que desde su creación hace décadas impulsó las causas más reaccionarias, ahora devenida en crítica, ambas coinciden números más números menos, en que más de un tercio de la población argentina vive en la pobreza – léase en la indigencia social, aunque la semántica estadística desglose las categorías –, y si contemplamos a los menores de 14 años, el guarismo llega al 46 por ciento; mucho más que un otro tercio sobrevive endeudado y carente de un nivel de consumo adecuado para que la vida merezca ser vivida. Existe un 20 por ciento que va tirando del carro con cierta holgura, y un 10 por ciento – el estrato más pudiente de la escala social – dispone, consume y evade divisas hacia exterior en forma obscena.
Las encuestas preelectorales – las que no se publican, porque las otras, las visibles no son datos confiables sino que responden a los deseos de quienes las pagan – indican que, de cara a octubre, por ahora el electorado estaría dividió en tres treinta y tres por ciento, aproximadamente y sin signos visibles de alteraciones nucleares al respecto: el integrado por quienes están dispuestos a votar una vez más a Macri o a alguien de su espacio, un rejunto de derechistas y nietos de los genocidas del ’76, en ese grupo se encuentras los argentinos de derecha por convicción y los otros, aquellos que se sienten defraudados pero que su odio clasista los cosifica. El tercio que respalda a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner; y un último que no soporta más al actual gobierno pero tampoco estaría dispuesto a votar por ella, que buscaría opciones, de gran labilidad política e ideológica.
Las oposiciones se dedican a pronunciar diagnósticos, a jugar a las pamplinas en las redes sociales y a deambular por los canales de TV. Es difícil recordar en ellos una palabra clara dirigida a la población sobre lo que hay que hacer para salir del desastre, pero sí muy fácil presenciar como unos y otros son dominados por el juego de sustituir la política por la denuncia y los retozos en las cloacas de los servicios de inteligencia; y, por supuesto, casi todos en más o en menos, dispuestos a aceptar con distintos tenores de sometimiento consentido, los enjuagues que viene haciendo la embajada de Estados Unidos – el verdadero gobierno -, para que el país salga del atolladero tras la tarea sucia cumplida por Macri y sin crisis al estilo de la del 2001, y sobre todo sin la irrupción de actores que puedan cuestionar con posibilidades de construcción superadora al bloque de poder oligárquico en su diversidad de facetas.
Por su parte, y en general controlados por la Iglesia católica, los denominados movimientos sociales, patalean y hacen ruido para conseguir más dinero del Estado, ayudando entonces a la gobernabilidad del actual régimen de latrocinios, y alejados hace mucho de cualquier postura contrahegemónica.
Los sindicatos, salvo muy pocos, hacen nada o casi nada; cuando este texto llegue a ustedes seguramente se habrá cumplido una protesta en las calles pero es poco probable que la misma pueda superar la estrategia de toma y daca que las históricas burocracias corruptas encaran ante las patronales y el gobierno. Además, sus capacidades de representación siguen menguando toda vez que el modelo que cacarean combatir arrojó a más o menos el 50 por ciento de la sociedad activa al trabajo en negro, a la informalidad.
El clima es de dolor, de poca visibilidad y de poca confianza social en la práctica política como universo colectivo. Argentina una vez más aparece como un país incomprensible; baste el dato siguiente: cerca del 80 por ciento de los encuestados dice estar desconforme con los resultados económicos y sociales de la gestión, el presidente viene en caída de imagen (la negativa supera el 60 por ciento), pero su intención de voto sigue rondando el 30 por ciento o más.
Procurar que se oiga el sonido atronador del escarmiento para los responsables de la tanta maldad que sólo es capaz este capitalismo lumpen, esta derecha despiadada y sólo preocupada por el enriquecimiento de quienes componen la prostibularia piara de sus familiares, parece algo pasado de moda, algo de viejos empedernidos que no cejan. La aldea está en peligro.
(*) Doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, donde también tiene a su cargo seminarios de posgrado sobre Intencionalidad Editorial (Un modelo teórico y práctico para la producción y el análisis de contenidos mediáticos); y la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática. Director del sitio AgePeBA.