Miradas e intentos de extraños ensayos sobre ellos, nosotros, todos; desde un rincón de la vida misma, esencial, porque sin él no somos y porque haberlo pensado y puesto en acto hace miles, pero sí, muchos miles de años, nos hizo humanos. Las columnas de Víctor Ego Ducrot o su otro yo para estos menesteres, El Pejerrey Empedernido, sobre gastronomía como patrimonio cultural intangible de cada uno de los pueblos que habitan este sufrido planeta Tierra.
Como sabrán, muy lejos estoy de propiciar una cruzada contra los excesos en el buen comer – que para eso están los médicos siempre y desde unos casi cuatro dolorosos años las políticas públicas de este gobierno mauriciano desquiciador de argentinas y argentinos-, a menos que los excedidos sean siempre unos pocos; los mismos que viven de aquellos muchos que no pueden siquiera pensar en bacanales. Por eso cada mañana me levanto al canto de la hierba de los caminos, la pisan los caminantes. Y a la mujer del obrero, la pisan cuatro tunantes de esos que tienen dinero. ¿Qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en la mata? Y viene un hijo de puta y lo mete en una lata y lo manda pa’ Caracas. Los señores de la mina han comprado una romana. Para pesar el dinero que toditas las semanas le roban al pobre obrero. ¿Cuándo querrá el Dios del cielo que la tortilla se vuelva? Que los pobres coman pan, y los ricos mierda, mierda. Aclarado ese punto, digamos que ético, la historia de esta semana es un circunloquio de poco radio respecto de cómo comen “los políticos”, y en torno a las diferencias que ofrecen esos yantares, conforme elijamos la mesa a la cual sentarnos (la de los glotones o la de los otros), y de acuerdo también con las comparaciones que nos regala la historia. Me dice un candidato a diputado: -Hay que trabajar por la salvación del país. La patria está en bancarrota. -Che, hacé el favor, anda a engrupir a otro…a mí no me vengas con esa novela…Decí la verdad. ¿Cuántos negocios pensás hacer…? Cuando Roberto Arlt escribió esa aguafuerte porteña se avecinaba la larga noche del ´30. Qué escalofrío nos constriñe la barriga si pensamos en lo cercano que suena su texto, aunque vivamos lejos ¿muy lejos? de aquel escenario. Sucede que nuestra democracia está inapetente porque, pese a ella o por su renguera, quizás, se privatizó la política (el cargo como puesto de trabajo reciclable); y, como en tantos asuntos de la vida, cada práctica pública o privada tiene su propia cultura manducatoria. A los candidatos se los ve gorditos. No escamotean tarjetas de crédito ni buenas relaciones públicas a la hora de recorrer el mapa restaurantero de Puerto Madero o las rutas del asado generoso, en countries y espacios similares. A los políticos de éstas y otras latitudes siempre les gustó comer. Simplemente ocurre que a algunos los priva la gula y a otros la buena mesa. Por ejemplo, Sarmiento se empachaba con ensalada de pepinos –no podía detenerse-, mientras quien le demostró que su “civilización o barbarie” era una chapucería, Lucio V. Mansilla cuando escribió Una excursión a los indios Ranqueles, convirtió al arroz con leche en título de un ensayo exquisito. Mucho antes, Cornelio Saavedra conspiró contra la vida de Mariano Moreno en su regimiento de Patricios, deglutiendo un puchero que le llevaran desde la fonda “de Clara, la inglesa”, ubicada en lo que hoy es 25 de Mayo, entre Corrientes y Sarmiento. Mucho después, tanto que para nosotros fue ayer, un grupejo de políticos amantes del plato de los pescadores japoneses del siglo XVIII (el sushi) se escapó hacia donde pudo, sin rendir cuentas por el asesinato de más de 30 argentinos en Plaza de Mayo; y claro cuántos de ellos volvieron prendidos a los trapos caros de los garcas de turno que reposan sus horribles y operados culos en las poltronas de la Rosada, hoy. A Hipólito Irigoyen le gustaba la sopa de verduras, el pastel de choclo, el bacalao y los helados de crema; bebía agua pero apreciaba el champán. Perón se entusiasmaba con el pastel de papas y los alcauciles; sabía disfrutar del coñac. Evita era fanática de las milanesas y hasta firmó un pequeño libro sobre la culinaria de la papa. A Frondizi le apasionaba la parrilla, los chorizos bien tostados. Illia, dicen quienes comieron con él, era admirador de las empanadas. Alfonsín de la cocina española y los bifes de chorizo “con tres huevos fritos mejor”, De otros mejor ni hablar; y los dictadores seguro que comían carroña. Si nos da el cuero, y con unos cuantos días de anticipación, cosa de organizarnos bien, para el día del voto octubriano que se aproxima, mamita mía que desastre la chantada de nuestros dizque dirigentes, pero bueee; decía propongo lo siguiente, para lastrar entre amores y compañeros: sopaipillas, que son como tortas fritas pero con zapallo; empanadas de pino – relleno de carne- y un caldo de pescado porque no hay Cristo que pueda comprar mariscos, apenas mangar las cabezas de cualquier bicho nadador en la pescadería del barrio, pero ojo que no sean las de mis hermanos los pejerreyes; vino tinto y el postre a gusto. No es el menú de un político argentino pero sí el de uno que es héroe y murió con su pueblo. Se llamaba Salvador Allende. ¡Salud!
(*) Textos publicados por el sitio Socompa. Su autor es periodista, escritor y profesor universitario. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP; y de Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática del mismo centro académico. Es director del sitio AgePeBA.