A continuación un texto del militante revolucionario argentino y ex combatiente en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), Darío Amador. Fue tomado de una publicación realizada hoy en redes sociales por el colega, compañero y amigo Pedro Lanteri, legendario ex director de la Radio de Las Madres.
Se levantaban más temprano que los hombres para despertar a los hijos, o para amamantarlos si eran bebés. Y luego salían a ejercer su “oficio” de guerrilleras con el mismo ahínco y riesgo que sus compañeros, pero con algunas horas menos de sueño. Caminaban las calles de cualquier ciudad con el mismo cuidado que los guerrilleros, las guerrilleras. Llevaban idénticas armas en la cintura o la cartera. Repartían volantes en puerta de fábrica, visitaban simpatizantes, distribuían la prensa. Combatían con el mismo amor e igual fiereza que los guerrilleros, las guerrilleras. En las reuniones ponían énfasis en sus opiniones igual que los demás. Se trenzaban en discusiones importantes y de las otras, y no se achicaban para defender sus diferencias. Pero a la hora de caer en manos del enemigo, ahí sí aparecían ciertas diferencias: a ellas las violaban siempre, a ellos en general no. A ellas las humillaban más que a ellos.Ellas caían muchas veces con sus panzas llenas de vida, y esa vida que amaban más que a la suya propia les era arrancada de sus vientres, abortadas a golpes y picana, y en el ¿mejor? de los casos, sus hijos recién nacidos eran secuestrados después de parir con más dolor que el usual, y con el asco infinito que provocaban esas bestias vestidas de blanco con rango de médicos militares y policiales. La mayoría de ellas no se pintaba demasiado, no tenía tiempo para depilarse, no se arreglaba mucho el pelo ni se vestía como le hubiese gustado. Su arma de seducción era limpia y despojada como lo eran ellas. Sus ojos, sus voces, sus manos, sus cuerpos, su entrega, su ideología, su sacrificio, su amor, su odio, su simpleza, y tantas veces su compromiso de sobrellevar la tarea siempre importante en el cuidado de la casa y de los hijos, con mayor protagonismo que su propio compañero. Ellas eran también hermosas en el monte, mientras sostenían el mismo fusil que los hombres, usaban uniforme, caían con el valor de las guerrilleras y los guerrilleros, palabras que no tienen diferencia de géneros. Lloraban en público, mucho más frecuentemente que ellos, que no lo hacían por un mandato cultural impuesto por los sectores dominantes que dice que los hombres no lloran, y cualquiera sabe que es mentira como tantos otros mitos culturales que se impregnan en todo aquel que ha nacido en un sistema injusto, en el capitalismo. La experiencia personal indica que incluso eran más duras, más firmes en muchos aspectos, y hasta más serias que nosotros, sus compañeros varones. Ellas, las guerrilleras de todos los tiempos y todos los continentes, las que siempre fueron minoría -cuando no ausentes- en las direcciones nacionales, en los comités centrales, en los burós políticos, en los estados mayores, en las jefaturas de las compañías, pelotones, escuadras, columnas o comandos, pero que pagaban con creces su decisión de ser revolucionarias y madres a la vez, o simplemente mujeres a la vez. Erpianas o montoneras, farianas o sandinistas, martianas o zapatistas, miristas o tupamaras o republicanas, y un larguísimo etcétera, todas ellas vivieron con la alegría de ser revolucionarias y rebeldes y el peso enorme de su responsabilidad histórica. El 8 de marzo es una fecha formal que tiene antecedentes en la muerte de 146 trabajadoras de la fábrica textil Cotton de Nueva York, obreras en su mayoría inmigrantes, pobres, combativas, que recibían menor pago por igual trabajo, es decir, que eran doblemente explotadas. No hay fecha en realidad que alcance para celebrar el día de la mujer, y mucho menos de las mujeres nuestras, las guerrilleras. No hay homenaje suficiente. No hay recordatorio posible, porque todavía no hemos desterrado de nuestra conciencia una de las mayores injusticiasque se cometen en el mundo desde que la humanidad existe: la diferencia contra natura entre nosotros y ellas, aunque todos, nosotros y ellas, seamos revolucionarios. Es lógico que las conciencias domesticadas y las que ejercen la explotación sin remordimiento hagan lo que hacen, las menosprecien o las discriminen, pero no es lógico que la practiquen en grandes o pequeños hechos cotidianos quienes aspiran a ser al menos parecidos al hombre nuevo… que paradoja: quizás hablamos siempre sobre formar al hombre nuevo porque la mujer nueva está más cerca de ese objetivo que nosotros. Ellas, que no son nuestras mujeres, sino compañeras nuestras. Ellas, que tantas veces no han sido iguales a nosotros, sino mejores.