En AgepeBA no queremos hacerle fintas a las ñapis de texto que suele lanzar en jab el poeta. Porque Rober Mur, dicho sea de paso periodista también, salido de una esquina transa y mugrienta, sobre el sur del universo ese al que llaman Conurbano, se tiró sobre las cuerdas esta vez para decirse y decirnos acerca de la mierda que nos tapa, pero que seguiremos soñando. Aquí va y no levanten la guardia porque no les servirá de nada. Él te emboca.
Vuelvo a comer un paty del puesto de la estación de La Plata. Es mediodía y la panchería está hasta las manos.
A mi lado dos, tres, cuatro tipos morfan milanesas endurecidas desde hace días, panchos lánguidos, empanadas a quince pesos. Los miro, me miran, metemos un mordisco enorme y sonreímos todos: estamos juntos en esto. Nos metemos este veneno en la boca como si fuera comida. Nos matamos todos, para seguir viviendo el resto del día.
Miro al techo de la estación y las palomas me devuelven la mirada, sentadas sobre su propia mierda. Paran los trenes. Hay señoras sentadas con bolsos tristes, hay gente parada en los andenes, hay vagos muriendo de aburrimiento.
Vuelvo a morfar un paty de la calle, vuelvo a comer mierda. ¿Por qué me asesino de esta manera? Si tantos me dicen que me cuide, que coma sano, que me aleje de lo que lastima. Si hay tanta comida sana y buena en este país y esta mierda me sale carísima. Si es tan barato y tan fácil el maná del cielo, ¿Por qué pago tan caro por meterme en el infierno?
Me llevo a la boca esto que ni carne es, solo cartón, plástico pedazos de diario, noticia vieja y sin sabor ¿Por qué siempre regreso solo para caer, por qué me castigo, por qué no puedo dejar de volver a conmoverme hasta las lágrimas con esto que, a simple vista, no es más que un paisaje de muerte? Si yo no se la desearía nunca a nadie esta carne de mierda, esta mierda de paloma y esta vida de mierda que, tan infecciosa y angelical, no puedo dejar de volver a consumir, amar y agradecer de tener.
Muchos pasamos una vida entera comiendo mierda, una y otra vez, creyendo desde el fondo del corazón, sintiendo genuinamente en el pecho, que esto es el alimento que supimos conseguir, lo que nos queda para meternos en la boca y alimentar el alma. Dejamos el cuerpo, dejamos el mundo muchas veces sin conocer nunca el sabor real de la vida.
No es lo que queremos, pero igual damos todo por conseguirlo. Porque nos obligamos a creer que será carne asada para la panza, aunque sea perro, gato o gusano. Aunque peligre el corazón o el hígado. Aunque decepcione, aunque duelan los riñones.
Aunque sea esta la mierda sobre el plato, en nuestras manos, sabemos en el fondo que algo mejor nos espera. Que esto no va a ser siempre así. Hay que abrir la boca y volver a intentarlo. Porque el veneno algún día va a ser agua limpia, la carne va a recuperar la vida y esta estación va a ser apenas una ruina, un cementerio de otra época, donde estaremos los come-mierda, fríos como tumbas y escombro viejo. Donde solo habrá la comida liberada para quienes se bajen y se suban de este largo tren que nunca se detiene.
Vuelvo a comer un paty del puesto de la estación de La Plata. Vuelvo y dejo el alma. Por la comida del mañana, de los que vengan, envenenados de gloria vivamos. O juremos con gloria morir en el andén de la estación, con la panza llena.