Las relaciones entre Rusia y Estados Unidos vivieron en 2018 un peligroso deterioro con imposiciones unilaterales de sanciones a esta nación, amenazas de salida de acuerdos de desarme y encuentros efímeros al más alto nivel.
Por Antonio Rondón (Desde Moscú) */ El precipicio está cerca para caer sin remedio, pero mientras se puedan dar pasos en dirección contraria es necesario explorar todas las opciones, pues de ello depende la seguridad mundial. Esa pareció ser la divisa de la dirección rusa.
Pese a las expectativas abiertas tras el anuncio por Moscú del retiro del grueso de su contingente de Siria, al dar por derrotado al movimiento terrorista Estado Islámico (EI), Washington inició el año con mayor presencia en el país levantino.
De hecho, la realidad en el terreno de un EI acorralado por todas partes en Siria pareció más bien acelerar o multiplicar la búsqueda por la Casa Blanca de como revivir a los extremistas, cuya existencia pretende justificar la presencia norteamericana.
Rusia expuso abiertamente los planes estadounidenses e incluso llevó a análisis en el Consejo de Seguridad de la ONU la necesidad de que las tropas norteamericanas permanecieran ilegalmente en la nación levantina, a donde nunca los llamó Damasco.
Por otro lado, Estados Unidos continuó con su cosecha de nuevos pretextos para aplicar restricciones contra Moscú, pues se abrió otro frente de confrontación a partir del objetivo que parece haberse plateado Washington: sabotear la economía rusa.
Ello ocurrió con más fuerza cuando el mandatario ruso, en su discurso ante la Asamblea Federal, el Gobierno y representantes religiosos, científicos y militares, presentó su plan de desarrollo del país hasta 2026 y en algunos casos hasta 2030.
Uno de los acápites que más preocupó a Estados Unidos fue el de los avances tecnológicos en la esfera militar. Putin mostró videos y gráficos de los nuevos armamentos, en su mayoría sin análogos en el orbe.
Entre las conclusiones que pareció sacar en ese momento la Casa Blanca fue el efecto simbólico de las sanciones unilaterales aplicadas hasta ese momento contra Rusia, por lo cual era necesario golpear esferas más sensibles para su economía.
Washington aprovechó la campaña de Londres para acusar a Moscú de estar detrás de un supuesto ataque químico contra el ex agente de la inteligencia militar rusa Serguei Skripal y su hija Julia, sin que para ello presentara algún tipo de prueba concreta.
Eso para nada juega algún papel para Estados Unidos, lo importante era contar con un nuevo argumento, además de la gastada acusación de la presunta injerencia rusa en los asuntos internos norteamericanos.
Para el verano, precisamente cuando se produjo la primera y única reunión formal del presidente ruso, Vladimir Putin, y su similar estadounidense, Donald Trump, en Helsinki, en lugar de reducirse las asperezas surgieron otras menos esperanzadoras.
Moscú denunció que el país norteño se propuso frenar a la industria militar rusa, que esbozó contratos para la venta de sus modernos sistemas antiaéreos S-400 a Arabia Saudita y a Turquía, mientras que ganaba concursos para vender cazas a la India.
Por ello, entre los nuevos sancionados estuvieron compañías del complejo militar industrial ruso y centros de investigación con él relacionados.
Otra esfera importante, la energética, también se convirtió en blanco de las sanciones. En su momento, varios políticos rusos, incluidos el canciller Serguei Lavrov, coincidieron en denunciar que Estados Unidos aplica métodos de presión con fines económicos.
En lugar de atenerse a los preceptos del libre mercado que tanto defendió y enseñó a otros países del mundo a cumplir, Estados Unidos presiona y juega sucio cuando la competencia no es su fuerte en algunos áreas del comercio, consideran en el Krmelin.
Uno de los puntos de fricción lo constituye el proyecto de gasoducto Torrente Norte 2 que llevaría unos 55 mil millones de metros cúbicos de gas al año, desde estaciones en la Siberia hasta Alemania, a través del mar Báltico, sin intermediarios.
Estados Unidos, además de aplicar sanciones por otra causa (la supuesta violación por Rusia del Tratado de Armas Nucleares de mediano y corto alcance, INF), contra las empresas gasíferas rusas, señaló que el gasoducto Torrente Norte 2 amenaza a Europa.
La Casa Blanca públicamente habla de un peligro para la seguridad energética de Europa, pero en paralelo propone en ese mercado su gas comprimido, con un costo mucho más alto.
En medio de ese diferendo, Putin y Trump pretendieron realizar encuentros formales, primero en París, en el marco de los festejos por el centenario del fin de la I Guerra Mundial, a mediados de noviembre. Pero luego debieron reducirlo a un breve contacto.
Se planificó otro encuentro en ese mismo mes en Buenos Aire, como parte de la cumbre del Grupo de los 20, pero tras la provocación ucraniana cerca del estrecho de Kerch, Trump decidió cancelar esa cita.
Todo ello ocurrió en medio de la disputa entre Moscú y Washington por el anuncio de la Casa Blanca de su salida del INF y sus acusaciones contra Rusia por supuesta violación de ese acuerdo.
El año 2018 deja en suspenso, como los más apreciados filmes de horror, las consecuencias concretas del deterioro de los nexos entre ambas potencias nucleares.
(*) Corresponsal Jefe de la agencia Prensa Latina, en Rusia.