Tal cual ya lo recordáramos fueron el gran Quevedo y mucho después el propio Jorge Luis Borges, entre muchos, quienes en sus momentos indicaron el camino. Le decía en verso Quevedo a Góngora: “minóculo sí, mas ciego vulto; el resquicio barbado de melenas; esta cima del vicio y del insulto; éste, en quien hoy los pedos son sirenas, éste es el culo, en Góngora y en culto, que un bujarrón le conociera apenas”. Escribió Borges en La Historia de la Eternidad: “ (…). El burlador procede con desvelo, efectivamente, pero con desvelo de tahur que admite las ficciones de la baraja, su corruptible cielo constelado de personas bicéfalas. Tres reyes mandan en el póker y no significan nada en el truco. El polemista no es menos convencional. Por lo demás, ya las recetas callejeras de oprobio ofrecen una ilustrativa maquette de lo que puede ser la polémica. El hombre de Corrientes y Esmeralda adivina la misma profesión en las madres de todos, o quiere que se muden en seguida a una localidad muy general que tiene varios nombres, o remeda un tosco sonido —y una insensata convención ha resuelto que el afrentado por esas aventuras no es él, sino el atento y silencioso auditorio. Ni siquiera un lenguaje se necesita. Morderse el pulgar o tomar el lado de la pared (Sampson: I will take the wall of any man or maid of Montague’s. Abram: Do you bite your thumb at us, sir?) fueron, hacia 1592, la moneda legal del provocador, en la Verona fraudulenta de Shakespeare y en las cervecerías y lupanares y reñideros de osos en Londres. En las escuelas del Estado, el pito catalán y la exhibición de la lengua rinden ese servicio (…). Hoy en la Buenas Aires azotada por tanto turraje cambiador, el poeta justiciero que le dicen, Guillermo Saavedra, utiliza las redes para hacer lo que sabe, entre otros menesteres del texto y la academia, que es cobrarse las deudas morales y estéticas que nos deja la piara de prostibularios caciques que gobierna. Le tocó el turno a Horacio Rodríguez Larreta, el maléfico alcalde porteño que ahora disfruta cerrando las nocturnas en las estudian los laburantes. Con nosotros la poesía.
UN BOQUERÓN CON PASMO INMOBILIARIO
No hay bozal que sosiegue esa bocota
donde caben diez chotas y una idea:
manducarse al pasar la Gran Aldea
hasta dejarla seca y en pelotas.
No le basta con los profesorados,
ni con cinco hospitales y el zoológico,
este matungo zafio y patológico
en cada espacio verde ve un mercado.
Buzón ciego de pasmo inmobiliario,
acaba de cargarse los nocturnos,
ese costado frágil, taciturno
del lastimado brazo secundario.
Para esta Navidad, harán juguetes
los negros de la calle con tu ojete.