Agárrate ésta que afirma Rober Mur, el escribidor de Beraza, periodistazo ya de lujo, quien informa sobre un texto que llega, escrito a cuatro manos con Juan Salvador (al editor se le ocurre que el a cuatro manos puede ser explicitado también como a dos hígados, o a cuatro pulmones, y para qué seguir con la numerología anatómica; influencias del viejo Montaigne). “En este libre mercado del lenguaje, han alquilado nuestras cuerdas vocales para sembrar ahí sus discursos, hacer de ellos un monocultivo tóxico, hasta convertir nuestras palabras en desiertos áridos, donde ya nada nuevo pueda florecer de rabia y color. Quizás se trata de hacerles el camino un poco más difícil (…).El neoliberalismo probablemente no esté para matarnos, sino para despojarnos de todo eso que nos hace ¿humanos?”.
La confirmación más triste de lo enfermos de neoliberalismo que estamos es la certeza de que esto es una pulseada por ver quién miente mejor que el otro. El asesinato de las dudas, de la sospecha, de la confrontación de sucesos. Al pensar en este presente de pos-verdad, pos-realidad, pos-vida, pos-muerte, no podemos dejar de recordar ese hermoso título de disco «After Chabón». ¿Cómo es ser un post-chabón, qué viene después? Sin querer, Luca nos regaló la metáfora de una delicadísima zoncera: la eterna obsesión de que llegue el futuro y entonces comenzar a ser ese algo «de verdad». Sacarnos el lastre pesado y dramático del siglo XX, ¡tan politizado, querida, tan de izquierda!
El relato del futuro prometido, como el regalo de Arnold Schwarzenegger a su hijo, las promesas de campaña de todo lo bueno que está por venir, tan cooles (?), tan esperanzadoras, tan evidentes y seductoras frente a una biología que se plantea siempre en degradación. No es que no creamos que un futuro hermoso es posible, simplemente prometer resoluciones light y escenarios sin problemáticas es parte de los tiempos de moda.
Nos hemos convertido en cautivos de nuestras propias informaciones. Nuestro decir es la noticia sobre la noticia. Una consecución de profecías autocumplidas antes de que siquiera sucedan. La militancia de la anti militancia.
Nos creímos mejores por destruir aquella creencia popular de que lo que decía la tele era cierto, pero validamos los soportes como fuentes confiables: “Me dijeron por whatsapp, lo vi en un portal, lo compartieron en facebook”.
Somos clientes de algo que nos atraviesa desde siempre. En este libre mercado del lenguaje, han alquilado nuestras cuerdas vocales para sembrar ahí sus discursos, hacer de ellos un monocultivo tóxico, hasta convertir nuestras palabras en desiertos áridos, donde ya nada nuevo pueda florecer de rabia y color. Quizás se trata de hacerles el camino un poco más difícil.
La aparición del cuerpo sin vida y en descomposición de Santiago Maldonado, rebotando de cadenas de whatsapp a informes de tv, fue una postal clave: el trofeo de guerra para coronar un cinismo que no nos deja tener pudor ni asco a nada, que nos ha prohibido sentir pena, empatía o culpa. Un meme que habla y respira. Que no puede demostrar amor ni dolor, pero que hace unos chistes bárbaros.
La segunda noticia más compartida sobre Santiago, “madre de Santiago dice que todo es mentira de los k”, era mentira. Nos enojó, nos dio repulsión, entonces eso tiene que ser una promesa, una vara, porque los hechos, lo que sucede o no, importan tanto como el decir.
El “anarko policía” del pañuelo caído: ¿era la prueba de una situación a denunciar?, ¿o la confirmación necesaria de algo que ya sabíamos? ¿Nos importa si hay infiltrados o simplemente nos excita un elemento gráfico que dé cuenta de nuestra postura genérica, que reafirme un discurso que teníamos previamente planificado? ¿Y si no hay infiltrados, qué? ¿El macrismo es menos malo? ¿De verdad creemos que la gestación de violencia del gobierno es solo a través de infiltrados, de intrusos oscuros? Esta obsesión por ver al macrismo como un estado de excepcionalidad a la democracia argentina, una infiltración en la historia, un error en la línea del tiempo, nos ha arrojado al asombro permanente, y si vivimos asombrados el meme será una buena respuesta. Pero solo será eso.
Estamos en una encerrona donde legitimamos el mismo escenario que propone el macrismo, la confrontación bajo sus mismas reglas, sus mismas patrañas, sus mismas falsificaciones. En ese callejón sin salida, donde no importa si infiltrados o no, si dictadura o no, siempre y cuando lo ubiquemos en la parte de «la grieta» que corresponde. El supuesto “anarko policìa” -luego desacreditado por Infobae- fue la última evidencia: facebook sigue jugando en las grandes ligas, se filtra hasta en el congreso. La crisis se cobró una nueva posverdad, balbucea TN.
El neoliberalismo probablemente no esté para matarnos, sino para despojarnos de todo eso que nos hace ¿humanos?, del desborde de vida, de destacarnos, de ser un poco más que un cacho de carne arrojado a las calles. Aventuras, dudas, las posibilidades de torcer un rumbo. Si el neoliberalismo fuera una sucursal de Anses llevaría un cartelito que diga: “Jubile sus sospechas y entregue el cuerpo como chatarra”.
El periodismo, la comunicación social, en la guillotina de sus propias batallas y relatos. En el fango que todo lo devora, entre la bicoca en el pecho y la fiscalía de la patria. Esclavo de sus propias profecías. ¿Capote o Majul?, ¿Rial o Wiñasky?, ¿el futuro prometido o 1984?
Pergolini seguirá profetizando sobre el fin de la radio, el age of empires y la música seleccionada por otr*s. Un Lanata sacando el diario Crítica y con la humildad que lo caracteriza pagando un documental sobre el “último diario en papel”. Con puntos altos en el tándem con Caparrós bardeando a un redactor porque “hacía mal” las cosas. “Que queda 1 año de tele, que 3 meses de radio, que 1 semana de dibujar en papel”. Son el photoshop de un par de viejos al fondo levantando banderas sobre ese pasado que siempre fue mejor. El relato de lo que siempre está por venir.
Una curva hermosa, para comerse con papas a caballo, donde lo novedoso y original triunfará. El mérito de la meritocracia. Hace 200 años que el mercado redescubre la pólvora y la rueda, una vez por década, y ahí va, poniéndole un nombre más fresco, más canchero.
Ahora todos les contamos las costillas a las fake, a la posverdad, al relato, al timbreo. Pero ¿somos mejor que eso? ¿Somos mejor que el colectivo de cartulina de Macri? Desde hace tiempo, las redes sociales se parecen cada vez menos a sus usuari*s y cada vez más a sí mismas. Trabajamos gratis para un jefe que nos dice que somos nuestro propio jefe. Un “PedidoYa” permanente. Un algoritmo que no necesita Glovo para llegar.
Cuando la TV y la radio reunían a la familia, la realidad daba terror. A la paranoia de la cocaína y el aparato de tubo, al noticiero que indicaba nuestros miedos, a que la calle no, ahora nos frustramos por el poco espacio para la app nueva, pero ¡qué libertá!, ¡si es gratuita!, ¡si internet democratiza el conocimiento! Con Google se come, se cura y se educa. Un par de filtros, un par de me gusta, una lista de Spotify bien cuidadita. Ahora la realidad ya no da miedo, da paja. Mucha paja.
SOMO NOSOTROS y NOSOTRAS, parte de un sector del progresismo se forjó con críticas fundacionales a las prácticas punteriles “enquistadas” en diversas organizaciones y partidos políticos, pero prendemos fuego todos los pergaminos con un png screenshot impr pant de 30 x 25 mp para denunciar a la maldita policía de Larreta. Un inbox que nos interpela “no importa si es cierto, lo que importa es denunciar el imperialismo de Larreta”.
Somos el progresismo que se burla del posmodernismo mientras mira un teaser de Derrida. Porque fácilmente decimos que no se trata de lenguaje ni relato, pero al toque descuidamos los hechos. ¿Tanto pavor le tenemos a chocar contra el cemento de la realidad? Hemos construido barrios cerrados de informaciones virtuales, con sus propias policías para que nada lo perturbe. Mucho que “la realidad es la única realidad”, pero le damos al compartir de face más que a los panes de Cristo. La historia -primero en tragedia, ahora en comedia- de este siglo es volver a vendernos la muerte en forma de libertad. La ignorancia y el vacío como certeza. “Elige tu propia pos-verdad”, podría llamarse la peli. Eso sí, tarde o temprano, los retorcijones de hambre vuelven a llenarnos el estómago de preguntas escritas sobre granos de arroz.
Sobre nuestra ¿desprolijidad? opera el macrismo, es basicamente mejor que nosotros para eso. Y mucho más peligroso aún, ya que sobre el horizonte se posan cada vez más Lajes y Márquez, que son más potentes y a esta altura tienen una base social más sólida que aquella que siempre soñó Marcos Peña.
Quizás sea momento de aflojar de estampas las remeras, que Marx, que Perón, que la filosofía no debe entender al mundo sino transformarlo, que spameo luego existo, quizás es probable que tanta selfie nos hizo espejar las frases. ¿Sabemos de qué mundo hablamos cuando lo citamos para transformarlo? ¿Realmente buscamos transformar realidades o apenas editarlas, recortarlas y pegotearlas para que nos caigan más en gracia?
El problema ni siquiera son los castillos de arena, es darnos cuenta que las palitas las compraron nuestros padres en un todo x dos pesos. Denunciar que el feis se queda con nuestros datos privados en un posteo, como aquel que tipeaba que Cristina sabía nuestros movimientos por la tarjeta Sube. Por izquierda o por derecha, la cuenta bancaria de Mark Zuckerberg se la banca (¿o es que donó el 99 por ciento de sus acciones?), los focus group se reúnen y ya timbrea hasta Del Caño.
El fake vs fake decreta el fin de las ideologías, la muerte de las instituciones que no tienen columnas de cemento. Correrse aunque sea unos centímetros de esta guerra que no debería pertenecernos puede ser una opción a tener que adaptarnos a nuestra propia miseria como única forma de amor y libertad posible.
El macrismo no necesita ningún infiltrado para destruirlo todo. El terror se basa en la incomunicación. Skere.