En última instancia, las caras visibles de una red de complicidades montada por los dispositivos propagandísticos, para negar la muerte, ocultar sus responsabilidades. La dictadura usó el concepto de “desparecidos”. Durán Barba orientó a Macri a no reconocer que la tripulación del ARA San Juan falleció en forma casi inmediata.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / La Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) instruyó a la dictadura para negar que sus víctimas fueron muertas, asesinadas, y creó la figura del “desaparecido”. Las nuevas teorías hegemónicas sobre comunicación y política aplicadas al mercadeo (marketing) electoral, en las que el ecuatoriano Jaime Durán Barba es un especialista, orientaron al gobierno de Cambiemos a negar los hechos: la tripulación falleció toda y en pocos segundos durante el siniestro que llevó al submarino ARA San Juan a las profundidades del Atlántico Sur.
La estrategia oficial consiste en evitar por todos los medios que Macri y su gestión queden asociados, en el plexo colectivo de sentidos, a la idea de muerte. Por eso Santiago Maldonado simplemente se ahogó. Por eso las torturas, los abusos cotidianos y los asesinatos que cometen las fuerzas de seguridad son delitos de sus agentes y no modos de aplicación de una política represiva. Por eso se oculta la responsabilidad que le corresponde al Estado en la trama de violencias de género y femicidios.
Ese modelo teórico está alcanzando cumbres más infames que borrascosas. Con el reciente “caso Sheila”, el de una niña que todos indica fue asesinada por su tía y su tío, el alineamiento espontáneo de los canales noticiosos de la TV – hasta ahora las voces con mayor alcance del aparato mediático concentrado – constató una vez más la forma en que la prensa cumple con los ejes de producción propagandística; en este caso y en forma especial, con el principio de “orquestación”: desde TN hasta C5N, todos y de modo simultáneo se apropiaron de un cuerpo interpretativo “por izquierda” o “progresista”, desde el delito tiene su explicación última en la destrucción de los lazos sociales que provoca la pobreza (el conjunto de inequidades propios del sistema capitalista marginal o del los propios bordes de ese mundo dependiente), pero para concluir que es entre pobres y excluidos donde se registra una pérdida de la empatía por el otro, un mundo de cierta amoralidad consustanciada con la droga, el alcoholismo y la violencia, casi como hermenéutica clasista de una supuesta “sociopatía natural”, de la cual, por supuesto, están a salvo son víctimas los incluidos, las clases dominantes en lo estructural y en intangible; un elaboración neolombrosiana, según la cual el pobre es de por sí criminal y por consiguiente hay que encerrarlo o eliminarlo, aniquilarlo.
Los dispositivos mediáticos centrales apelan a una panoplia organizativa y semántica con pretensiones de saberes criminológicos en torno al delito, el delincuente, la pena, el accionar represivo y la cárcel – esa panoplia es justamente a la que alude la idea de criminología mediática –, con el propósito de esterilizar, de convertir al sistema de poder en una entelequia incolora, inodora e insípida, a partir de una síntesis según la cual toda oposición o confrontación con el poder es delictiva; proceso ése de maniqueísmo metafísico que el pensamiento crítico debe evitar, y no incurrir en su reverso, es decir en que todo sistema de poder puede explicarse tan solo desde el antagonismo con lo punitivo. En esa suerte de océano de vacio teórico que se forma cuando las respuestas críticas son reduccionistas es que crece la fortaleza comunicacional de la derecha, que nos observa y trabaja con recursos y tecnologías a su alcance.
Así es como se perfecciona un cuerpo de ideas e intervenciones que apuntan a generar espacios y actores políticos, a ganar elecciones desde las propias debilidades del campo contrahegemónico – casi siempre consecuencias de los procesos de colonización cultural, siendo un ejemplo de ello la irrupción de diversas formas de corruptelas y apropiación privada o profesionalización de la práctica política –; y a disciplinar grandes contingentes sociales a partir de discursos y elaboraciones simbólicas de la negación y el ocultamiento, tal el caso de los “no” muertos del ARA San Juan
El diario Página 12 informa este sábado que, según informó la Armada, la búsqueda del submarino “continuará durante el verano tras coordinar acciones con la empresa Ocean Infinity” y que ésta “había anunciado horas antes su intención de suspender en forma transitoria las tareas (…). Fueron los familiares de los 44 tripulantes del submarino desaparecido quienes anunciaron el cese de las operaciones. El ARA San Juan navegaba desde Tierra del Fuego hasta Mar del Plata cuando se perdió el contacto, el 15 de noviembre pasado, frente a la costa de Chubut. Ese día, desde Londres, se detectó una explosión submarina en la zona que navegaba el submarino argentino. Comenzó entonces la búsqueda internacional, con la ayuda de barcos de Rusia y Estados Unidos, con resultados infructuosos”.
Por su parte el sitio de noticias InfoGEI registraba este mismo fin de semana: “El 25 de octubre de 2017 el submarino de la Armada Argentina zarpó desde la Base Naval de Mar del Plata hacia Ushuaia para formar parte de una serie de operaciones de adiestramiento y luego encabezar tareas de patrullaje en el sur del país. Apenas 20 días después, el 15 de noviembre del año pasado, los tripulantes del submarino reportaron la última comunicación con las autoridades y hasta el momento no fueron encontrados los restos del buque (…). El aniversario vienen cargado de malas noticias, ya que a través de un comunicado, los familiares dieron a conocer el último parte, donde se conoció que la empresa norteamericana ‘les resulta inútil seguir ampliando áreas’, tras los sucesivos rastreos, sin ningún resultado”.
Sin embargo, expertos de la Armada argentina y voces allegadas a las flotas extranjeras que cooperaron en el rastreo del submarino siniestrado coincidieron en una serie de apreciaciones muy pocas veces (por no decir nunca) reveladas por los medios de prensa que cubrieron en forma sistemática los acontecimientos.
La Armada y el gobierno supieron desde un primer momento que el ARA San Juan naufragó y que ese naufragio puede explicarse en que el buque zarpó de Mar del Plata sin estar en condiciones para hacerlo. Que la nave no tuvo el mantenimiento adecuado. Que sus responsables directos asumieron ese riesgo por responder a una suerte de conducta recurrente entre los marinos argentinos, la autosuficiencia. Que el submarino fue sometido a condiciones climáticas de navegabilidad incompatibles con su estado. Que su mando optó por la sumersión como maniobra de urgencia. Que el ingreso de agua provocó una explosión en el sistema eléctrico, lo que hizo que “una bola de fuego” lo recorriese en todo su interior, acabando así en forma inmediata con la vida de toda su tripulación. Que no estalló sino que quedó a la deriva bajo superficie y hacia las profundidades del océano. Que en algún momento temprano de ese descenso, su estructura se comprimió por efecto del sistema de presiones. Que el ARA San Juan quedó convertido en “una lata de cerveza Quilmes aplastada” en el fondo del Atlántico Sur. Que siempre se supo que es prácticamente imposible su hallazgo.
Y que, por supuesto, Macri escuchó con atención a su asesor y gurú Jaime Duran Barba cuando le dijo algo así como vos no debés anunciar malas noticias, tus muertos no están muertos, y para ello ahí tenés a tu cuerpo de expertos en comunicación, a los medios que viven de la puta oficial y entroncados con el orden económico financiero mismo que nos encargó el objetivo central de este gobierno, la tarea sucia. Y ahí tenés a tus expertos en redes sociales, a los cumplidores de órdenes del Videla algorítmico.
(*) Doctor en Comunicación por la UNLP, periodista, escritor. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II). Profesor titular de Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la Maestría Criminología y Medios de Comunicación (Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP). Director de AgePeBa.