A propósito del “caso Sheila”, lacerante femicidio, repdodicimos un texto de la periodista Úrsula Asta, publicado hace ya casi un año, en noviembre del año pasado, pero cuya relectura ofrece herramientas de análisis imprescindibles sobre la comunicación en tiempos de fuego como el que vivimos.
Por Úrsula Asta (*) / Las noticias no son un mero reflejo de la realidad, sino una representación de la realidad, una construcción de los acontecimientos llevados a cabo por periodistas, por las condiciones de producción y los formatos de los medios de comunicación.
En este sentido, la comunicación es trascendente por ser productora de sentido. Y la noticia es el relato de un hecho que implica ciertos elementos: criterios de noticiabilidad, decisión de la elaboración de ese mensaje, decisión de los elementos que van a acompañarlo, como imágenes recurso o incluso la música. Y la decisión originaria de incluir o no ciertos temas dentro de la agenda mediática. Por lo cual, el campo de influencia está dado no sólo por otorgar o no relevancia a determinado tema, que va a ser incluido en la agenda mediática; sino sobre qué se va a opinar de este tema o qué se va a decir sobre él.
Sin embargo, es preciso destacar que los medios tampoco son una herramienta de carácter absoluto que permite permear ideas adquiriendo una suerte de control social sobre la sociedad. No son un factor decisivo de pensamiento, sino que hay múltiples situaciones que generan corrientes de opinión y pensamiento. Entonces, los medios de comunicación son sólo una parte, importante, de muchos otros factores económicos, culturales, sociales y políticos que influyen en los comportamientos y pensamientos. De nuevo: su incidencia es extensa, pero siempre relativa.
En la Argentina, desde el reconocimiento de la existencia de violencia simbólica y mediática hacia las mujeres, ha habido conquistas, pero la discusión sobre la remoción de los dominios del patriarcado, asume reflexionar y poner en discusión varios elementos.
Como inicio, es importante señalar que asistimos a formas cotidianas de violencia hacia las mujeres. Que, dentro del aparato comunicacional, implican su ejecución por parte de una maquinaria hegemónica que, salvo excepciones, insiste en poner a las mujeres en el foco responsabilizante de violencia machista.
Esto lo vemos a menudo en cómo son abordados casos de violencia de género y femicidios en particular. Aunque observamos que la figura de “crimen pasional” ha sido casi erradicada del lenguaje de los medios de comunicación como instancia que remite a que la violencia hacia las mujeres es un hecho aislado, consecuencia del amor o de los celos por amor, encerrándolo así en un hecho del ámbito privado; los elementos que acompañan las noticia continúan reforzando esas ideas.
Seguramente recordamos el titular: “Melina Romero. Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. Melina Romero, por cuyo crimense inició el juicio esta semana, era una adolescente de 16 años que había ido a bailar y apareció un mes después asesinada, con signos de haber sido violada, a metros del ceamse de José León Suárez.
Pero no hay que irse tan atrás (2014). En diciembre de 2016 un titular expresó: “La denuncia de violencia de género hecha ayer había desatado un cuádruple femicidio”. Es decir, en palabras más concisas: Tras denunciarlo, él la mató. Un titular, en referencia a un cuádruple femicidio vinculado en Santa Fe, expresa una causalidad que invierte la carga de responsabilidad y la coloca sobre la mujer denunciante del maltrato. Ella lo denunció, por eso el la mató.
Este año, y en relación al femicidio de Micaela García en Entre Ríos escuchamos que “el problema es la provocación”. “Si tu hija de 12 años sale mostrando las tetas con un tatuaje haciendo trompita, hay una provocación”, se dijo. Y, aunque si bien estos son sólo algunos ejemplos, este tipo de relato aparece usualmente. Más o menos camuflado, está allí.
Entonces, pesa sobre nosotras un torbellino criminalizante que nos dice cómo vestirnos, cómo salir o no; el cual nos marca conductas; distingue entre el bien y el mal. Valores atravesados según género y clase social a partir de los cuales seremos presentadas, en el caso de adaptarnos a ciertos “patrones” del bien, como ingenuas, inseguras, dependientes o sumisas. O, seremos criminalizadas y juzgadas por no ser buenas mujeres, por no hacer lo que es debido.
El reproche social aparece ante esos cuerpos de mujeres que por acción u omisión no encajan dentro del mandato que nos vuelve cosa, que nos hace objeto del consumo privilegiado en la estructura del capitalismo patriarcal.
Pero hay más. En la cocina de la producción comercial de la información, estos casos son presentados como una ruptura, aislados, muchas veces abordados desde el género policial, que introduce elementos sensacionalistas que banalizan los hechos. En febrero 2017: “Masacre de Hurlingham ¿brote psicótico o asesino frío y calculador?”; “raid de locura”; “le agarró la loca”; son algunas frases tomadas de periódicos al respecto. “¿Cómo hacer volar a tu suegra con dinamita?”, tituló el editor de policiales del “gran diario argentino”. Son situaciones en las que se utilizan incluso recursos cómo imágenes o música de película de terror para el formato audiovisual.
Estos tratamientos dejan entrever muchas veces el completo desconocimiento sobre el tema. Y, sin mayores precauciones se afirman elementos que remiten a la locura o adicciones del agresor. Es decir, elementos que invierten la responsabilidad. O se relatan situaciones como “volvió con él porque lo perdonó”, o se juzga el porqué una mujer no se fue antes de la casa –“le gustará”-, en un claro desconocimiento de lo que implica atravesar una situación de violencia.
Con el propósito de sumar elementos sobre la mesa, incluimos aquí la elección de las fuentes. Quienes brindan la información al periodismo son, en general, fuentes policiales o –en el mejor de los casos- alguien con sensibilidad sobre el tema, pero con profundo desconocimiento. Entre las fuentes aparecen, claro, vecinas o vecinos indignados apuntando datos como “se peleaban mucho” o “el era un buen tipo, esto nunca había pasado antes”, aportando mayores niveles de confusión y desinformación.
Como fue comentado al principio, la normativa vigente en nuestro país -ley nacional 26.485- reconoce la violencia simbólica y mediática hacia las mujeres. En este camino, es preciso entender que la comunicación se inscribe como un derecho humano fundamental. Y que así como el movimiento de mujeres crece y se visibiliza cada vez más como expresión en las calles y hace escuchar sus reclamos, hay múltiples experiencias desde donde esa porción de sociedad se hace a la vez productora y protagonista en la producción de información que disputa poder.
No somos ingenuas ¿Desde dónde, para quién, por qué? La comunicación comunitaria y/o popular tiene amplia tradición en la historia de la Argentina y de América Latina. A través de estos medios de comunicación, quienes protagonizan el hecho noticioso son a la vez sujetos y sujetas productoras.
Los espacios comunitarios cargan de sentido procesos de participación y de información al tiempo que se contraponen a las lógicas de dominación y control social. En estos entramados de comunicación, LOS NUESTROS, existen incluso otras lógicas de producción. Entonces, la disputa es por el sentido, contra la concentración del poder, contra el patriarcado.
Y es desde aquí, repetimos, desde donde se construye participación y democracia, frente a un sistema de medios profundamente mercantilizado y cada vez más concentrado.
(*) Conductora del programa Feas, Sucias y Malas, en Radio Gráfica. Tesista en la Maestría Maestría en Comunicación y Criminología Mediática, de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.