Una de nuestras tradiciones en la política como comunicación, o en aquello que puede definirse como dimensión discursiva de la política en tanto propuesta de poder, ha sido su capacidad de hallar y proponer síntesis portentosas en cada uno de sus respectivos contextos. “El pueblo quiere saber” en las jornadas de la paradojal Revolución de Mayo, paradojal pues se materializaron aquellos días en nombre de un soberano colonial de cual decíamos liberarnos (Fernando VII). “Viva la santa federación, mueran los salvajes unitarios”, cuando los tiempos en que Juan Manuel de Rosas proponía un modelo de país. “Civilización o Barbarie”, a la hora de la Argentina liberal oligárquica y casi como paradigma en disputa hasta nuestros días. “Braden o Perón”, que permitió la concreción de la experiencia de mayor justicia social de toda la historia de los argentinos. “Luche y Vuelve”, la consigna que movilizó a millones de jóvenes de una generación que se sumó a la última gran experiencia transformadora, revolucionaria, y que solo pudo ser sofocada con uno de los genocidios más salvajes que reconoce la memoria inmediata de los varones y las mujeres latinoamericanas.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Todas esas síntesis expresaron un programa y fueron panfletos que se enunciaban a sí mismos, sin necesidad de glosas ni de de demasiadas interpretaciones complementarias. Reconocían un sujeto histórico que fue y deber ser colectivo y una forma de organización. También los roles de la conducción política militante. No se incurría en la anomia a la que conduce la profesionalización de una nueva aunque perversa forma de vivir lo político, que se observa al interior del actual llamado campo nacional, popular y democrático – que es el que preocupa a los efectos de estas consideraciones -; proceso deformante en el cual ciertos individualidades surgidas en general de las agendas y de “las roscas”, para usar una giro tan nuestro, trabajan de “dirigentes” que no dirigen a nadie y como tales apenas, aunque con eficacia, son convalidados en los entramados mediáticos expropiadores de la dimensión pública.
Ernesto Espeche es sin dudas uno de militantes/dirigentes de la generación que hoy ronda los cuarenta y para quien el rechazo a aquella profesionalización lacerante está impreso en su ADN ideológico y de experiencias. Fue fundador de HIJOS. Es referencia en sus pagos como voz en Derechos Humanos. Caminador incansable de la luchas estudiantiles y académicas en la Universidad Pública. Doctor en Comunicación. Ex director provincial de Radio Nacional. Actual concejal kirchnerista en Mendoza.
Lo cito porque, en las últimas horas y como forma de homenaje al general Perón en el día de su cumpleaños, estampó en las redes sociales un salutación que bien puede leerse como reflexión en torno al tema sobre el cual este texto pretende ensayar (por supuesto en forma provisoria); y que a su vez evidecnia el grado de angustia que seguramente aflige a toda la militancia que no se resigna.
Escribió Espeche en Facebook: “¡Feliz Cumpleaños General! Hoy yo le invito el café. Ya que estamos, le pido un consejo: ¿cómo le parece que podemos salir de este quilombo? Sí, claro que entiendo eso de que “unidos triunfaremos”, pero créame que por estos días estaría costando la unidad… ¿No es mucho pedir que nos dé una ayudita? Sí, sí, ya sé, otra ayudita…. Bueno, lo escucho, será un gustazo…..”.
El uruguayo Aram Aharonian, un veterano de múltiples combates, casi una leyenda del periodismo latinoamericano, subrayó en su uno de sus últimos libros – “El progresismo en su laberinto: del acceso al gobierno a la toma del poder” (CICCUS; Buenos Aires; 2017): “…aparece como un auténtico tabú de nuestra política y hace necesario un debate en las fuerzas progresistas. La democracia representativa, la propiedad privada, la cultura eurocentrista, el sufragismo y los partidos políticos son alguna de las ‘verdades reveladas’ que organizan nuestra vida institucional, nuestra democracia declamativa, que venimos arrastrando desde las Constituciones del siglo XIX (…). Y así, las mejores ideas y expectativas electorales naufragan en las viejas instituciones de la democracia representativa, lo que nos plantea la necesidad de redefinir qué democracia queremos (…).
Las urgencias de vida o muerte que acucian a la inmensa mayoría de los argentinos y argentinas –más allá las decisiones en las urnas que cada varón o mujer con derecho a voto pueda adoptar, porque las mismas están condicionadas por múltiples factores, las más de las veces de naturaleza ideológica/mediática – por supuesto que demandan que la coyuntura electoral ocupe buena parte de la escena: las políticas de tierra arrasada – que no son errores sino objetivos claros de la lumpen burguesía que encarna Mauricio Macri y Cambiemos- obligan a que nuestra sociedad diga basta, por su propia sobrevivencia.
Sin embargo, los desafíos del campo popular son mucho más que electorales. Consisten en que la coyuntura y los encuadres tácticos y estratégicos sean concebidos desde una vuelta de tuerca al pensamiento crítico nacional y latinoamericano, desde una nueva teoría política de la transformación; sin la cual las derechas y sus baterías de acción económica, financiera, política, militar y mediático/cultural seguirán imponiéndose, porque trazan a largo plazo, crean el campo minado para estimular a “la política” del espacio democrático en el uso de prácticas burocratizadas/profesionalizas, y así llevarlo a la trampa, a que pisen la mina, y después vuele por los aires.
La consecuencia más acabada de esa estrategia de la derecha es el desánimo ciudadano, el descrédito de la política, el triunfo de la antipolítica.
No bastan las declamaciones de unidad ni mucho menos cuando se refieren a unidades de cúpulas, cada vez más alejadas de la ciudadanía, aunque frente a las cámaras de TV, a su vez esclavas de los estilos hegemónicos, proclamen lo contrario. He allí la constatación que vienen haciendo los aritméticos de la política, es decir los encuestadores, en torno al quiebre del sistema de representaciones.
Tampoco bastan el estado perpetuo de diagnostico, queja y denuncia en el cual incurre la dirigencia profesionalizada, pues sus interlocutores saben del sufrimiento por sus propios cuerpos y, aunque muchas veces en forma difusa, en realidad demandan en silencio propuestas y salidas concretas del laberinto en que se sienten atrapados.
Un párrafo aparte merece el periodismo y la acción mediática de todo tipo – atención con los entusiastas de la catarsis algorítmica en redes sociales porque a ellos y ellas también les cabe el sayo -; ese periodismo que con miriñaques de famas y reconocimientos pero tantas veces con dineros enemigos inventó lo que puede llamarse prensa sumarial: la denuncia sobre la denuncia de la denuncia. En última instancia de regocijo para la feligresía propia pero paralizante de cara al conjunto de la sociedad.
Si no se registra ese proceso complejo, colectivo y militante que exige toda reformulación teórica y la partitura continúa sin alteraciones, en la que “las roscas” y los armado de listas casi funcionan como fetiches de los tiempos actuales, en el más marxista de los sentidos del signo fetiche, pues entonces las grandes mayorías y sus necesidades materiales y simbólicas seguirán sometidas al exterminio que propone el capitalismo predador, en esta etapa denominado neoliberal, y en las por venir.
Atención que el “Luche y se van” no es destituyente. Contempla los institutos jurídicos que constan en la Constitución para casos de renuncias en el Poder Ejecutivo (las mismas funcionaron en 2001 cuando la crisis que terminó con el gobierno de la Alianza, por ejemplo).
Se aclara ese tópico para evitar bravatas o interpretaciones capciosas. Y, aclarado, se pasa entonces a una breve reflexión final sobre el nudo de la cuestión.
Toda consigna o síntesis comunicacional – como así el conjunto de instrumentos de la propagada política a partir de las experiencias revolucionarias registrables en los orígenes mismos de la Modernidad – se constituye como herramienta organizativa y movilizadora, es decir presupone un colectivo con propuestas programáticas, con frentes estratégicos y tácticos (el electoral es uno más como lo son cada uno de los que actúan sobre las dimensiones reivindicativas, tales como sindicatos, estudiantes, mujeres, identidades y minoría, por mencionar algunos), y pone en tensión todo tipo de intervenciones públicas, apuntando, con todo ello a la construcción de modos de poder popular en consonancia con cada tiempo y espacio histórico.
De eso se trata “Luche y se van”, retomada de aquella gran huelga que conmocionó a la más sangrienta de las dictaduras cívico militares, iniciada con el golpe de 1976. Una consigna que debe ser recontextualizada para tiempos de democracias rengas o condicionadas, pero que es programa; y está pendiente.
(*) Doctor en Comunicación por la UNLP, periodista, escritor. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Profesor titular de Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la Maestría Criminología y Medios de Comunicación. Director de AgePeBa.