En la Argentina de hoy todos estamos bajo fuego. Vivimos como “mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus”. Obreros y obreras. Trabajadores de las clases medias, profesionales que se las rebuscan a diario para pagar auto, cuotas y tarjetas de créditos. Desocupados. Malandras y vecinos que se dicen dueños de la buena moral. Argentinos y argentinas de todo temple y templo, y de ninguno. Inmigrantes que la yugan de sol a sol, las más de las veces en sus mercadillos de baratería. Todos diezmados. Ellos y ellas, por el gobierno de lúmpenes burgueses que nos somete, encabezado por el nene bien de una familia testaferro de la N’draguetta calabresa, que es ya pesadilla.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Incluso para quienes lo votaron y no saben qué hacer de cara a un futuro inmediato: con 150 mil millones de dólares (hoy) de deuda externa nueva en dos años; inflación y devaluación del 40 por ciento; recesión que llega a los 4 puntos de PBI; desempleo del 10 por ciento entre los trabajadores formales y, si existe, dios sabrá de cuánto entre los informales que mal viven en las barriadas de ese gigante conocido como Conurbano bonaerense.
Pese a todo, Mauricio Macri aun conserva una intención de voto a nivel nacional que supera el 30 por ciento, y por encima de la que registra la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Sí, país extraño el de los argentinos y las argentinas, aunque no tanto si tenemos en consideración la capacidad de fuego de los dispositivos mediáticos concentrados y disciplinadores del orden semántico opresor para las mayorías sociales, y del cual forman parte la TV, la prensa escrita tradicional y la Red, esa nube-fetiche en la que muchos de los hartos de tanto hartazgo descargan sus catarsis cotidianas, con la tonta convicción de que así militan contra el régimen: se olvidan que el algoritmo ordenador está bajo controles corporativos.
“Reventale la cabeza, matalo”
Cobijados por las altas cumbres políticas, los cuerpos policiales reprimen a las franjas más desfavorecidas de la población, primero estigmatizadas y luego criminalizadas.
Ahora a lo nuestro, que apenas si es un ensayo para interpretar cómo y por qué en esta “argentinidad” extraña se expande el delito, y para ello acudimos al marco teórico de lo que se conoce como “criminología mediática”, que estudia los modos y atributos del aparato cultural puesto al servicio de la creación de enemigos a reprimir, con consenso social casi siempre masivo, mientras encubre la verdadera naturaleza de las acciones criminales y de sus máximos ejecutores, la trama de complicidades entre crimen organizado (y no tanto), policías, fiscales, jueces, profesionales de la política y medios de comunicación.
Hace muy poco salgo a la calle más o menos temprano, no recuerdo para qué. De repente, un gentío que brama. ¡Dale, reventale la cabeza, matalo a ese hijo de puta! Eran varios los que se ensañaban contra el pibe caído que apenas si atinaba a cubrir su cabeza. Había intentando robar un kiosco de cigarrillos y golosinas, y lo corrieron hasta que finalmente cayó. La horda de linchadores anónimos se abalanzó sobre él.
Se salvó de una muerte segura porque algunos vecinos intervinimos, desolados, espantados por formar parte de una sociedad que está llegando a los límites de lo sin retorno. La cana, es decir la polis, llegó tarde y sin convicción. Sí indignados con quienes defendimos al ladrón, que a los catorce años ya se atrevió a cometer la peor de las blasfemias: violar la sacrosanta propiedad privada. Para la jauría más vale un puñado de devaluados pesos que la vida del otro, aunque sea delincuente.
“El carnicero quedó libre”
Pocos días después uno de los periódicos que tejen y destejen entre los pliegues de nuestra vida cotidiana afirmó: “El jurado decidió que Daniel Oyarzún no era culpable. El carnicero de Zárate (pequeña ciudad del noreste de la provincia de Buenos Aires, sobre el río) quedó libre. El 13 de septiembre de 2016, Oyarzún persiguió, atropelló y mató con su auto al delincuente que asalto su comercio suburbano. Para los doce integrantes del jurado no fue culpable.
“El ladrón, Brian González, había huido en una moto, pero terminó, desarmado, bajo las ruedas de un automóvil, el de su matador. El jurado demoró solo un día en llegar a la decisión que dejó libre de culpa y cargo al acusado”. Cuando los hechos, la TV se regodeó mostrando al ladrón aplastado en la calle, convalidando el asesinato. Los miembros del jurado pasan largas horas de sus propias vidas viendo esa TV.
La criminología mediática no es un invento académico, pese a que algunos trabajamos sobre el tema en las aulas de la universidad pública: soy profesor de “Análisis y producción crítica de narrativas sobre delito y violencia”, de la Maestría en Comunicación y Criminología Mediática de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), carrera de postgrado que dirige el ex juez Eugenio Zaffaroni, uno de los penalistas más prestigioso del mundo.
La policía “heroica” que mata por la espalda
En diciembre del año pasado, el agente de policía Luis Chocobar no estaba en funciones, ni en su jurisdicción de competencia. Juan Pablo Kukoc, de 18 años, acababa de robar y apuñalar al turista estadounidense Frank Wolek, de 54 años. Kukoc caminaba desarmado y lejos del lugar del hecho cuando Chocobar le disparó por la espalda y lo mató.
Sin esperar fallo judicial alguno, el presidente Macri lo invitó a la Casa Rosada y lo calificó de héroe. Sigue prestando servicio y ni siquiera fue suspendido. Se convirtió en paradigma, en el “caso Chocobar”, todo un programa de impunidad asegurada, desde las más altas cumbres políticas, para los cuerpos policiales dedicados a reprimir a las franjas más urgidas de la población -cifras oficiales admiten que un tercio vive bajo la línea de la pobreza, esa categoría estadística que encubre más de lo que devela-, primero estigmatizadas y luego criminalizadas.
Se trata de un programa represivo con facultades ilegales establecidas por la Democracia Criminal, quizá una nueva categoría política institucional imprescindible para el funcionamiento del orden neoliberal en su actual etapa expansiva. Además del “caso Chocobar”, convertido en doctrina oficial, en un texto de reciente publicación, el doctor en Ciencias Sociales y también docente de la UNLP, Santiago Galar, analiza otros elementos que él considera claves en la política represiva de Macri.
Modificaciones institucionales en las estructuras policiales, que se convirtieron en unas de la pocas fuentes creadoras de trabajo formal, a la vez que, por las precarias condiciones laborales y sociales en las que sus agentes se desempeñan, pasaron a ser también áreas de descontento y protesta social. Represión masiva a las organizaciones sociales que se enfrentan a las políticas económicas neoliberales.
Creación del concepto de “inseguridad ampliada”: cada vez todos somos más víctimas de más cosas, entonces cada vez pedimos más castigo, más punibilidad. Crecimiento de la población encarcelada. Unificación conceptual y práctica entre Seguridad y Defensa: militarización policial y militares con rol de policías. Reformas al Código Penal, proclives al cercenamiento de derechos y a la ampliación del poder discrecional de las fuerzas represivas.
En muy pocas y breves palabras finales: todo un programa de Democracia Criminal.
(*) Texto originalmente publicado por la agencia Prensa Latina, en su Sección / Blog Firmas Selectas. Doctor en Comunicación por la UNLP, periodista, escritor. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Profesor titular de Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la Maestría Criminología y Medios de Comunicación. Director de AgePeBa.