Endémica y mortal son algunos de los calificativos que los expertos emplean hoy para definir uno de los mayores desafíos de África: el hambre. Los analistas señalan que sobre todo se ve afectada por este mal la región subsahariana, donde unos 220 millones de personas están siempre subalimentadas.
Por Richard Ruíz Julién, desde Addis Abeba (*) / Y lo horrendo de este drama no son tanto las cifras, sino el hecho de que pese a saberse las causas del mismo, nadie parece querer realmente ponerle fin, alertaron los observadores.
El investigador del Centro de Estudios Estratégicos, Alemayehu Kassa, comentó a Prensa Latina que las causas de ese enorme déficit son más que sabidas: la ignorancia general, la pobreza del campesinado y la desidia gubernamental.
El motivo principal de esa miseria agraria africana es el desconocimiento; la inmensa mayoría de los campesinos subsaharianos ignoran casi todo acerca de abonos, pesticidas, selección de semillas y uso de maquinaria agrícola, detalló Kassa.
Tanto economistas como expertos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura coinciden en que esta ignorancia técnica es la causa primera de que las explotaciones de cereales alcancen cosechas de una a dos toneladas por hectárea, mientras en el resto del orbe se producen cuatro o más.
Ahora bien, a ello habría que añadir el mal uso -cuando llegan a hacerlo- de pesticidas y abonos, que se usan en cantidades excesivas, produciendo un agotamiento de los terrenos o la contaminación de los acuíferos, precisó por su parte el agrónomo Teodros Gebresembet.
Y todo esto, en una región cuya tierra es de enorme fragilidad y proclive a la erosión, añadió.
Otro de los factores determinantes en este tema es, a consideración de los estudiosos, la pobreza.
Incluso los pocos agricultores subsaharianos que tienen conocimientos para desarrollar una agricultura moderna, tampoco lo pueden hacer.
Sus propiedades son demasiado pequeñas para una mecanización de las labores; el 80 por ciento de los campesinos de esta zona carecen de maquinaria y sólo unos pocos disponen de un bóvido para ayudarles en el cultivo de sus campos de cereales, yuca, mijo, arroz, entre otros, manifestó Gebresembet.
En su opinión, incluso si tuvieran capital para comprar o alquilar maquinaria, las explotaciones son tan diminutas que la mecanización no resultaría rentable.
Y en el plano político, agregó, la corrupción general y una desidia gubernamental de siglos impiden que las pocas ayudas recibidas lleguen a los sectores más amplios de la sociedad.
Ni siquiera iniciativas individuales que surgen aquí y allá (como en Burkina Faso, donde un empresario joven ha montado una planta que transforma la basura urbanas en abonos orgánicos; o como en Kenya, donde una red de altruistas informa telefónicamente a los campesinos sobre las evoluciones futuras de los mercados para que los agricultores sepan qué sembrar y cuándo) reciben el menor apoyo estatal, ejemplificó el comentarista Bilal Derso.
Para Derso, eso pone en tela de jucio ciertos compromisos continentales, pues todos los países miembros de la Unión Africana se han comprometido a invertir cada año el 10 por ciento de sus presupuestos en el sector agrario.
Esa desidia es tanto más dolorosa cuanto que en unas cuantas naciones que tradicionalmente pasaban hambrunas -como Etiopía o Malawi, que obtenía cosechas decepcionantes desde la expulsión de los colonos blancos- están alcanzando en los últimos tiempos rendimientos enormes, argumentó.
No obstante, dichos avances, concluyeron los expertos, no fueron en su mayoría por la intervención o promoción estatal, sino porque grandes inversores foráneos han comprado enormes latifundios y los explotan con toda la maquinaria existente y los métodos científicos más modernos.
(*) Tomado de la agencia Prensa Latina.