El caso de hoy es simple testigo, porque pudo haber sido otro y en cualquiera de los canales dizque de noticias de nuestra maldita televisión. Recuerdo el apaga y enciende bobo de luces con los que TN a la medianoche jodía y jodía durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Esta vez pudo haber sido la presentadora de noticias matinal de A 24 que dice Antonio en francés y vacaciones en inglés (con pobre pronunciación en ambos casos), o el del enciende y apaga de TN, ahora temprano pero en el mismo registro que antaño. Pero no. En esta oportunidad le toca el turno a C5N como ejemplo de la forma en que las líneas editoriales y hasta los modos de pensar y hacer el periodismo por televisión son funcionales al vaciamiento de la noticia, a su frivolización; y por lo tanto mecanismos que convalidan el orden de los sentidos que, dicen, pretenden criticar. Que este párrafo, y los pocos que siguen, sean interpretados tan solo como breves apuntes.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Pocas veces acontece lo que aconteció en una canal de noticias durante la mañana de este 5 de septiembre de 2018, todo concentrado en un mismo programa y en pocos minutos. Fue en C5N, bien temprano. Una conductora saltarina, gritona y con aires de cheronca rante que no convence a nadie de su crencha engrasada a bordo de un súper sport. Primero jugó con su partenaire de la meteorología a tomarle el pelo, si el pelo, a los pelados. Después, al mismo de recién, abocado siempre a los anuncios de lluvias o los soles rampantes, le recomendó o cosa parecida que fuese a un proctólogo; vaya a saber uno por qué. En forma inmediata, y tras hacer piruetas sobre una bicicleta, fue a dar con sus huesos sobre los decorados, y desparramada casi de jeta. Al dislate se sumó el columnista habitual de temas médicos, todo un galeno él, correteando por el estudio con una cajita de metal y diciendo aquí traje mi equipo de cirugía. El programa continuó con todo el panel sentado a la mesa y antes de pasar a la agenda noticiosa fueron largos los minutos dedicados a la chanza y el humor tan divertido y saleroso como lo puede ser un tornillo oxidado, acerca de las alternativas que intenté describir.
Entonces, ahora sí a la información, y aunque a los efectos de estas observaciones ya estaba todo o casi todo explayado, desde la computadora se podían oír sus voces sobre lo previsible: los policiales del día, el dólar que se fue al mismísimo carajo – que en lengua de marineros significa tanta altura y lejanía como puede ser posible sobre el extremo de allá, del palo mayor -, las rutina de voces oficialistas y opositoras, los triunfos o derrotas en tenis, no viene al caso si fue pena o gloria, cuarentenas para viajeros enfermos en un aeropuerto de Nueva York; y es previsible que a lo largo de las tantas horas de la jornada desfilen por la agenda, el asesinato de un pibe de 13 años en el Chaco cuando la cana reprimía un saqueo, las bravuconadas fachas de Patricia Bullrich, el dicen que ministro de Economía con la flaca y garca Lagarde, y…para qué continuar.
Sí. Para qué continuar. Y no porque los temas no lo ameriten sino porque el modo de hacer TV elegido en estos tiempo por el aparato comunicacional del poder semiocapitalista dependiente y dominante – no sólo en Argentina, porque es una tendencia muy generalizada en el entorno de las denominadas industrias culturales – consistente en alentar y despejarle el balero a los seres humanos devenidos televidentes o pantalla/dependientes mejor dicho, y de carácter serial – y para la cual apelan al espectáculo como instrumento ordenador.
De ahí que el FMI, un tifón japonés o un tercio de nuestra población bajo la línea de la pobreza y la mitad de sus pibes que viven en la mierda de la urgente necesidad económica evitable, todo llegue hasta los usuarios a través de espejos deformantes como aquellos que eran atracción en los viejos parques de diversiones.
Porque cuando el operativo risa boba le de paso a los periodistas que, aunque sea a los trompicones, intentan cumplir con su función, todo ya sucumbió en la banalidad: será por eso que hasta los programas que forman parte de lo más infame del escudo mediático que protege al gobierno del desastre nacional, de esos quienes explican que hay morir de hambre, con sus dejos tartamudez cajetilla y deliberada tan a propósito del habla por Recoleta; será por eso, escribía, que los programas cómplices no tiene reparo, muchas veces, en criticar al sistema de explotación, dominio y control social del cual forman parte.
Habiendo surgido hace años ya en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP una corriente de reflexión teórica acerca de la ontología, los métodos y las funciones del hacer periodístico y comunicacional en general, corriente que le dio paso al modelo denominado Intencionalidad Editorial – ver entro otros textos “Sigilo y nocturnidad en las prácticas periodísticas hegemónicas”, de varios autores y editado en Buenos Aires en 2009 por la editorial del Centro Cultural de Cooperación (CCC) -, quiero refrescar aquí que la que plantea, entre otros tópicos, que la toma de posición ideológica y política de todo contenido mediático se traza fundamentalmente desde los estilos, las gramáticas, desde los modos de narrar.
Entre esos estilos, el poder del semiocapitalismo dependiente vernáculo ha optado por uno que resulta eficaz a la hora de encubrir los discursos, de embozarlos o esconderlos entre los cortinados del símbolo, como se escondían tras los terciopelos pesados los sicarios de puñal en la mano. Ese estilo es el del espectáculo de divertimento, el que nos cuenta cómo, entre pelados, proctólogos, gritonas y bicicletas, la TV hace que la muerte brille y el hambre sea joda.
(*) Doctor en Comunicación por la UNLP, periodista, escritor. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Profesor titular de Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la Maestría Criminología y Medios de Comunicación. Director de AgePeBa.