Facebook aspira a encarnarse como el sueño eterno e inmutable del control social absoluto, casi como el Ministerio de la Verdad o Miniver que George Orwell diseñó en su libro “1984”, y con una deliberada estrategia de la incineración subterránea de la memoria como método. Sin embargo, ese sueño, esa búsqueda de lo que me animo a calificar de “fascismo algorítmico”, registra una historia de años, de siglos. Ocupó las noches de la prensa que pasó a profesionalizarse cuando el proyecto burgués se cristalizó como modo de producción y organización de bienes materiales y simbólicos dominante, expoliador de las mayorías sociales y explotador de lo que, con el retruécano del eufemismo, en la actualidad de la semántica hegemónica se denominan países periféricos o emergentes. Las llamadas “redes” poco tienen de sociales y mucho (todo) de emergentes de primer nivel en el sistema económico y financiero corporativo que las sustenta.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Desde el siglo XIV, cuando en la Casa de los Van Der Buerse, en Brujas se instaló la primera Bolsa o antecedente de ella, y hasta nuestros días, el universo de la economía no real, es decir la especulativa y simbólica, pero sintomática del capitalismo -la de las transacciones bursátiles-, es de manifestaciones efímeras y una labilidad que siempre contó con su propia Razón hermética y sigilosa.
Tanto que en 1570, en Londres, los operadores de la primera Bolsa de esa ciudad, se las arreglaban también para organizar juegos clandestinos, dando origen a la lotería moderna y a una variedad de esta que tomó vida propia e independiente, imprescindible para la expansión capitalista: el negocio de seguro.
Todo un paradigma que fuera sistematizado en el siglo XVIII por un tenedor de libros de la Compañía de Indias Orientales llamado Adam Smith, el mismo que teorizó sobre lo imprescindible que resulta para el capital la existencia de economía “off shore”, inventando a Hong Kong y al banco que hoy sigue brillando en las marquesinas: el HSBC.
¿Por qué esa apelación a la historia bursátil? La idea consiste en entender a Facebook y al conjunto de “redes sociales” como entidades que pertenecen a una trama de larga data. Para ello resulta ilustrativo recordar cómo el universo del “me gusta” y los “amigos” virtuales gana hasta cuando pierde, tanto que en el “mundo algoritmo” puede suceder que lo que es no parece y lo que parece no es.
Las acciones de Facebook cayeron el jueves 26 de julio un 18 por ciento en la bolsa NASDAQ, de Nueva York. Perdió 120 mil millones de dólares, según la agencia Bloomberg, pero a la vez reconocía beneficios netos por 5 mil.110 millones de dólares, a 1,74 dólares por acción. Como se observa, las “redes” poco tiene de sociales y mucho (todo) de emergentes de primer nivel en el sistema económico y financiero corporativo, dueño y árbitro de lo que ese mismo sistema requiere como condición indispensable para su propia existencia: la compleja batería de instrumentos semánticos aplicados a la puesta en marcha del dispositivo de producción y reproducción de sentidos más poderoso todos los tiempos.
A principios del presente siglo, el 80 por ciento de las producciones culturales en su conjunto pertenecía a un puñado de 20 grande transnacionales, en su mayoría de origen estadounidense. En la actualidad aquellos niveles de concentración se expanden en forma geométrica.
El entramado de agencias de inteligencia y militares de Estados Unidos y sus aliados tomó nota de ello: desde hace más de un lustro, todas sus estrategias de manipulación, desinformación y acción psicológica parten de operaciones visibles o encubiertas desde las “redes sociales”.
El 14 de julio pasado, el periodista argentino Santiago Masetti -dicho sea de paso, nieto de Jorge Ricardo Masetti, el legendario fundador de de Prensa Latina- explicaba cómo una entente creada entre Facebook y Chequeado (una página en la Web supuestamente especializada en el rastreo de las llamadas “fake news”, de allegados al gobierno de Mauricio Macri y financiada por empresas transnacionales, la NED y otras organizaciones similares), sin fundamento alguno, calificó de falsa, censuró y bajó de la Red una nota de su autoría, en la que se denunciaba que el FMI les exige a las autoridades de Buenos Aires el desmantelamiento del millonario sistema de pensiones y jubilaciones. Días después, fue el propio FMI el encargado de confirmar las revelaciones formuladas por Masetti.
Otro medio digital argentino -InfoGEI- narraba que parlamentarios británicos admiten una “operación mediática” realizada desde Londres por la empresa SCL Group contra la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner cuando ella aun ocupaba la Casa Rosada.
Se trata de la misma consultora que este año se vio forzada a cerrar parte de su negocio global a raíz del escándalo destapado en su filial Cambridge Analytica, involucrada en el uso de los datos de 50 millones de usuarios de Facebook en favor de la campaña del presidente Donald Trump.
Ya en 2009, con el libro “Sigilo y nocturnidad en las prácticas periodísticas hegemónicas (Ediciones del CCC, Centro Cultural de la Cooperación; Buenos Aires), y con la colaboración de otros colegas, me propuse desmenuzar los mecanismos a partir de los cuales las clases dominantes convierten sus sistemas ideológicos en dispositivos de verdad para el conjunto de la sociedad, apelando a la “objetividad” como mito, como fetiche metafísico. Concluimos que todas las prácticas periodísticas son especificidades del género propaganda, porque siempre disputan poder; y que esa “objetividad” fetiche y metafísica- “just de facts”, según la jerga anglos ajona hegemónica – es un espejismo.
Que no existe la neutralidad, que todo contenido mediático implica una toma de posición a favor de algunos de los actores individuales o colectivos de lo noticiable; y que los posicionamientos periodísticos (intencionalidad editorial) se construyen siempre (y únicamente) desde tres dimensiones: el recorte de la realidad o agenda, la selección de voces, o fuentes, y la implementación de los recursos narrativos y sus estilos.
Existe el debate, por supuesto, pero considero que las llamadas “redes sociales” son medios complejos, casi “totales / totalizadores” porque, como expresiones y aplicaciones de las incesantes innovaciones tecnológicas, poseen una intrincada trama de soportes audiovisuales, producen contenidos, alojan otros, editan direccionando agendas, voces y estilos, y ponen en ejecución todos esos recursos en orden al trazado de sus propias opciones o cargas ideológicas-editoriales, aunque muchas veces con sutileza, siempre con sigilo y nocturnidad, en el embozo de las sombras, entre los pliegues del discurso.
Pese a nuestras vanidades, debemos admitir que poco de lo que afirmamos es novedoso, que simplemente se trata de reelaboraciones para contextos históricos actualizados, diferentes.
“Desgraciadamente la prensa es beneficiaria de una enorme impunidad legal o ilegal y puede predicar el asesinato, el incendio, la expoliación, la guerra civil, aumentar la difamación y la pornografía a la altura de dos instituciones intangibles. La prensa es el poder soberano de los nuevos tiempos (…). En el presente, el arte de gobernar se ha convertido en gran medida en la habilidad de servirse de los diarios”, escribía el sociólogo, criminólogo y psicólogo social francés Jean-Gabriel De Tarde, entre fines del siglo XIX y principios del XX, impactado por las resonancias del Caso Dreyfus.
Facebook, Twitter, Instagram y el concepto de “redes sociales” no existían en los tiempos de Emile Zola y su legendario texto “J’accuse”, pero el poder sí, desde tiempos inmemoriales, y la necesidad de que los pueblos se sometan a él también.
(*) Texto tomado del suplemento Firmas Selectas, de la agencia Prensa Latina. Su autor es doctor en Comunicación por la UNLP, periodista, escritor. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Profesor titular de Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la Maestría Criminología y Medios de Comunicación. Director de AgePeBa.