Este número sobre la libertad se imprime en un tiempo de autoritarismo creciente para la Argentina y para la región. Han encarcelado a uno de los mayores líderes políticos del mundo, Lula da Silva. Tenemos presas y presos políticos. La libertad de expresión está jaqueada, no sólo por la hiperconcentración de medios sino por la existencia de listas negras de comunicadores. Más de tres mil periodistas han perdido su trabajo. La protesta social se reprime sistemáticamente. El programa de miseria planificada para las mayorías implementado por un gobierno que crece en su impopularidad, va de la mano de la pérdida cotidiana de libertades individuales, colectivas y hasta nacionales. Se asfixian la libertad y la soberanía mientras aumentan los mecanismos de control y disciplinamiento.
Por Florencia Saintout (*) / Ante el riesgo de que una parte de la ciudadanía comience a naturalizar esta realidad, es necesario advertir que el autoritarismo no se construye en un solo golpe. Los sujetos no se levantan una mañana y se encuentran atados a la cama, con la mordaza entre los dientes. Más bien, lo más profundo de la matriz autoritaria se va consolidando de maneras imperceptibles para la mayoría de la población. Golpes muy duros y a la vez golpes pequeños, sinuosos, engañosamente ambiguos: una persona que va presa por enviar un tuit o una joven mujer que es condenada por besarse con su pareja en la calle; jóvenes a los que se obliga a descender del colectivo para ser requisados sin razón; represión de una murga en un barrio popular y finalmente infernales asesinatos de pibes por la espalda; persecución política y hasta muerte cívica a través de los linchamientos mediáticos a los opositores.
A lo largo de toda la bibliografía sociológica y literaria existen profundos desarrollos de este proceso, con algunos textos clásicos como Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt o, en otro registro, 1984 de Orwell. La lista es innumerable, por extensión y complejidad. En este último año leí El cuento de la criada de Margaret Atwood, que convoca de manera extraordinaria a pensar los modos en que el autoritarismo se sedimenta en finas placas superpuestas entre sí, a veces invisibles, para dar al fin golpes mortíferos.
Durante mucho tiempo las matrices emancipatorias de nuestro país han bregado por igualdad y justicia social, y de alguna manera dejaron el clamor por la libertad en segundo lugar. Debido al contenido fuertemente conservador del liberalismo en la región, el pronunciamiento de las libertades ha estado asociado mayoritariamente a la derecha, que siempre las entendió como libertades individuales. El neoliberalismo reinante, además de fijar la libertad en el individuo, ha ubicado a este en el territorio del consumo. Los ciudadanos transformados en consumidores se piensan libres para consumir, y si no pueden hacerlo se los considera automáticamente como desperdicios, deshechos de los que es posible, e incluso deseable o necesario, prescindir. Es por esta razón que, en ocasiones, libertad y justicia social han funcionado como opuestos.
Sin embargo, hemos comprendido de la mano de nuestros gobiernos populares que libertad e igualdad no pueden ir separadas. No hay igualdad sin libertad. No hay libertad sin igualdad. Pero cuando este enlace se produce, la idea misma de libertad se transforma. Ya no es más la libertad de los individuos aislados entre sí, o aquella que se reduce a la capacidad de consumir, sino que entonces la libertad sólo es posible en el marco de la realización colectiva. Mi libertad ya no es aquella que termina donde comienza la del otro, sino que, por el contrario, mi libertad comienza con la del otro, que por ser otro no es idéntico a mí mismo. Como afirmaba Rosa Luxemburgo se trata de ser “socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
Pero además, y tal vez ese sea el reaprendizaje de estos tiempos con tanta oscuridad, la libertad sólo es posible si se lucha por ella. Es en la lucha donde se alumbra su posibilidad. Y son justamente los que padecen el infierno y el sofocamiento de su falta los que son capaces de romper las cadenas que arrastran. La libertad nunca es dada: siempre es ganada. La libertad para –hacer, pensar, crear, imaginar– y la libertad de –de los opresores, los destinos, los colonialismos, del patriarcado– son paridas en la esperanza. Porque la lucha siempre contiene la esperanza de que algún día sea posible la justicia.
Este número de maíz es el de una revista en lucha, con la esperanza de que algún día muy cercano sea posible la justicia.
(*) Diputada provincial de Unidad Ciudadana, ex concejala de La Plata, ex decana de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, la doctora Florencia Saintout es director de la Revista Maíz, de la cual tomamos este texto, que fue Editorial en su número reciente.