Este fin de semana, como tantos otros, vinieron hijos, hijas, nueras, nietos y nietas a comer a casa. Pero esta vez los invité por una razón especial. Para pedirles a los más pequeñines que me (nos) disculpen. Porque debo (debemos) aceptar la cierta alícuota parte de responsabilidad por la tanta anomia social frente al saqueo que tiene como responsables a las viejas y a las recicladas oligarquías, encarnadas en el gobierno de Mauricio Macri y su banda; las que entregan la producción social de los argentinos a un puñado de predadores representados por el FMI. Los siguientes son los puntos más graves de mi (nuestra) responsabilidad colectiva.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / No seré yo (nosotros) sino mis (nuestros) nietos los que deberán trabajar y trabajar para pagar las cuentas del festín de caníbales que disfrutan nuestras burguesías lúmpenes, con el agravante de que la deuda, ese pasivo histórico, es y será impagable, incobrable e inmoral. Es apenas un engranaje perverso para producir y reproducir un sistema de renta financiera global, la que, están convencidos los caníbales, le dará vida hasta el infinito al paradigma capitalista / imperialista, que en esta etapa caracterizo como Imperio Global Privatizado (IGP).
No quiero (queremos) ni debo (debemos) resignarnos a esa suerte de metafísica berreta según la cual la Historia está conformada por ciclos que van y vienen como si el calendario fuese único, estático e inmutable, casi un simple escenario dentro el cual sólo se mueven los personajes de un drama con texto y trama establecida por un creador divino. Y como de metafísica berreta se trata, es que soñamos que, de tanto en tanto, “los buenos” volvemos.
Tras el genocidio material y simbólico que llevó a cabo la dictadura iniciada en marzo de 1976 – expresión local y regional de un tiempo breve en el cual los proyectos transformadores, revolucionarios, fueron destrozadas a sangre y fuego; de un tiempo breve en el que fui (fuimos) derrotados – no pude (pudimos), no supe (supimos) o no quise (quisimos) comprometernos con la refundación del aquél sueño eterno; y entonces los modos de la política de los vencedores se impuso, en estas nuestras democracias complejamente rengas.
Hubo intentos. Se hicieron esfuerzos y algunos senderos de la tragedia fueron desandados. Ahí estuve (estuvimos) y no me arrepiento (arrepentimos) y estaré (estaremos) si es posible, llegado el caso. Pero no fue (es) suficiente.
El concepto de inclusión es engañoso, lo sabíamos.
¿Inclusión en qué, dónde, en un modelo como el vigente? O transformación, mejor dicho sustitución de ese modelo por otro (revolución).
Vivimos el 2018. Transcurrieron cincuenta años de aquel ’68 que pudo ser bisagra. Cuando dejé (dejamos) de exigir y pelear por lo imposible, creo que me (nos) rendimos; o casi.
Si quienes son más pobres que nosotros abren nuestra heladera porque tenemos más y ellos nada, estaríamos entonces frente a un acto de justicia, de legítima defensa.
Pero ese no fue el caso.
Entraron a casa los más ricos, fueron ellos los que asaltaron nuestra heladera y se llevaron todo.
Porque sí, por angurrientos, por hijos de puta.
¿Qué debimos hacer? ¿Llamar a la policía? No; es de ellos. Debimos sacarlos a patadas en el culo, expulsarlos del barrio para que no vuelvan nunca más; y celebrar todo juntos, nosotros, en casa, y en la casa grande de todos, un banquete en el que los pobres comamos pan y ellos, los ricos, mierda, mierda.
¿Lo hicimos? No. Se llevaron puestas las sonrisas, la escuelas, los hospitales, la mesa digna y sabrosa, el tiempo de juego, las piruetas de sus héroes, la felicidad futura de mis (nuestros) nietos.
Y se sentaron a cenar en Olivos. Y luego a darle al bla bla en el G-20, rodeados de milicos con uniformes y armas nuevas y relucientes.
Sí hubo protestas. Estuve (estuvimos). Pero fue (es) dramáticamente insuficiente.
Las encuestas todas dicen que la inmensa mayoría de los argentinos y las argentinas rechazaos los acuerdos de muerte con el FMI.
Todas las organizaciones políticas y sociales, y sus dirigentes y dirigentas, salvo los y las allegadas a Macri, se oponen. Si hasta lágrimas y voces de cocodrilo aparecieron, pero hay que aceptarlas.
Entonces, por qué no pudimos organizar no sé – ¿una multisectorial? -, por afuera del mundillo especulador y ruidoso de las necesidades electorales – dicho sea de paso: sí hay que concurrir a y ganar elecciones, pero desde un paradigma organizativo, simbólico y fáctico alterativo – , y con un consenso mínimo, una sola consigna (No a la deuda. No al FMI, por ejemplo), y todos, los muchos y las muchas (¿millones?) que viven detrás de esas encuestas y de esas organizaciones, salir entonces a las calles y plazas del país entero, un día y a una hora señalada; juntos, juntas, de la mano, y que se la banquen. No habría gendarmería que valga. Otro gallo cantaría.
Si todo lo que escribo (escribimos) y digo (decimos) se convirtiese en cuerpos en acción. Si los y las representantes más lúcidas y representativas de las organizaciones que están de este lado, candidatos y candidatas o no, con cargos lectivos o no; si todos los que aspiran a algo de ello o no (en fin, alguien queda suelto por ahí), se apartasen aunque sea un poquito (sé que cuesta) de la política por TV (y ahora redes), para que la capacidad de fuego simbólico sude y sangre, entonces sí, también, otro gallo cantaría.
Les pido (pedimos) disculpas chicos. Les aseguro que quise (quisimos) hacer las cosas mejor.
(*) Doctor en Comunicación por la UNLP, periodista, escritor. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Profesor titular de Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la Maestría Criminología y Medios de Comunicación. Director de AgePeBa.