Una vez más la literatura se adelantó a la historia fáctica. “El baile de las locas”, editada por Christian Bourgois, 1977, en París, y “La guerra de las mariconas”, también hecha libro en la capital francesa por Albin Michel, en 1982, y con una edición argentina de El Cuenco de Plata, de 2010, son obras, con otras notables de ese gran escritor argentino llamado Raúl Damonte Botana, pero más conocido como Copi, que se adelanto en tanto tiempo en la maravillosa y fértil subversión que en tiempos de explotación (siempre) requiere la Justicia.
Primero vamos a recordar un texto del 22 de diciembre de 2008, publicado en Página 12 por Juan Sasturain (Copi o la incomodidad):
Son curiosos ciertos destinos. O todos lo son, en realidad. Pero entre tantos, el de algunos artistas –en tanto figuras públicas– resultan muy reveladores de las habituales casualidades, paradojas, equívocos y malentendidos que signan vidas y famas. La acaso obvia cuestión viene al caso, al menos para mí en estos días, al reencontrarme una vez más con la figura de Copi. Buscando rastros de su obra gráfica para una eventual compilación, confirmo un dato perturbador. El único libro de historietas de Copi que se publicó en la Argentina, Los pollos no tienen sillas, salió hace exactamente cuarenta años (!), en 1968, con el sello de Jorge Alvarez, la misma editorial pionera que reunió por entonces el primer libro de Mafalda –que luego seguiría De la Flor, hasta llegar a los diez tomos clásicos– y la Vida del Che, de Oesterheld y los Breccia. Y a partir de entonces, aunque se ha (lo hemos) publicado en revistas, en libro argentino, nunca más… Y lo mismo –o casi– pasa con el resto de su obra dramática y narrativa. Es algo por lo menos raro, digo yo. Porque era un genio.
Cargaba mucho apellido, Copi. Tal vez por eso no los usó: se llamaba Raúl Natalio Damonte Taborda (o Damonte Botana, mejor) y vale la pena hacer historia con él, acaso o precisamente porque se deshizo, como nadie, de ella.
Copi nació en Buenos Aires en 1939 y murió de sida en París –donde vivió más de 25 años, algo más de la mitad de su vida– a fines de 1987. Era nieto nada menos que de Natalio Botana, el director de Crítica, y de la no menos mítica Salvadora Medina Onrubia, anarquista, agitadora y autora teatral en los años veinte. Fue precisamente esa abuela impar la que lo bautizó, cuando era nene y muy blanquito, Copito de nieve. De ahí lo de Copi, que le quedó. También esa abuela le metió la idea del teatro, de la representación y el disparate, desde muy chico. Y de la soberana anarquía, claro.
El padre de Copi fue también periodista, y de los combativos. Raúl Damonte Taborda se casó con Georgina, la hija de Botana, fue dirigente radical antifascista en los treinta y heredó la dirección de Crítica a la muerte del suegro, en 1941. Ahí, Damonte Taborda se acercó al primer Perón pero después, junto con Crítica, cayó en desgracia con el régimen y terminó exiliándose en Uruguay con familia, el pequeño Copi y todo. Allí escribió el famoso Ayer fue San Perón, una diatriba furibunda que circuló clandestinamente. Volvieron a Buenos Aires recién en el ’55 y Damonte Taborda retomó el periodismo político y combativo desde Resistencia Popular, ahora contra el gobierno militar de la Libertadura de Aramburu-Rojas, la vetusta Junta Consultiva, la política económica entreguista, etc. Y fue ahí, en ese diario de batalla de su padre, donde un pendejísimo Copi de algo más de quince años firmó sus primeros, extraños dibujos militantes. No hace mucho Horacio Tarcus –historiador prolijo de la prensa política– los publicó con una muy buena aproximación crítica.
Lo que sigue es más conocido: Copi apareció con sus flores, sus gallinas y su nena de moño inmenso haciendo un humor absurdo, a veces naïf, siempre raro -–era la época de Patoruzú y Rico Tipo, nadie hacía cosas así…– en la primera Tía Vicenta de Landrú, que era el único capaz de dar cabida a la rareza del talento atípico. Luego de un tiempo Copi pasó fugazmente por la fugaz Cuatro Patas de Carlos del Peral, un desgajamiento crítico y radical de la Tía, hasta que en 1962, paquetamente, se fue a París a ver teatro. Tenía 22 años. Y no volvió más.
Ese dato es clave, porque a partir de entonces toda la obra de Copi –las historietas y el humor gráfico, su teatro como autor y actor y su menos divulgada ficción– tuvo en su inmensa mayoría un primer público/lector francés. A nosotros, los argentinos, nos llegó en cuentagotas, tarde y de rebote, habitualmente con los condimentos del módico escándalo de una homosexualidad militante y de la provocadora incorrección política: su estreno de la obra Eva Perón, en 1970, hizo que se rasgaran (nos rasgáramos, seamos sinceros) diversas vestiduras nacionales. Era tiempo de prejuicios y quisquillosidades. Copi, saludablemente, se cagaba en todo.
Así, más allá de esa publicación de Los pollos no tienen sillas a fines de los sesenta, volumen en que reunía muchas de las memorables tiras publicadas en Le Nouvel Observateur, muy poco se leyó/vio/editó de Copi en muchos años. Prácticamente nada. Para leerlo en castellano hubo que esperar las ediciones españolas de sus historietas en los setenta y ochenta en Nueva Frontera –Las viejas putas, Mamá ¿por qué yo no tengo banana?– y las que realizó de su narrativa Anagrama en su primer tramo de la serie Contraseñas, desde fines de los setenta: El baile de las locas, Las viejas travestis y El uruguayo, La vida es un tango, Virginia Woolf ataca de nuevo y La internacional argentina. Claro que esas agallegadas traducciones del francés, como las de Bukoski del inglés, no se digieren con facilidad. Joderse: culpa nuestra.
Por eso es sintomático que, pese a otras aproximaciones, recién el estreno argentino de Una visita inesperada –una obra póstuma– en 1992 y en el San Martín, haya sido un verdadero acontecimiento teatral que permitió revisitar Copi, aproximarse se supone que ya sin prejuicios y salvedades a su obra. Marcos Mayer le dedicó entonces un catálogo y una semblanza inteligente y después, con los años, hubo un libro de Tcherkaski, Daniel Link se ocupó de sus textos y César Aira le dedicó un ensayo sagaz centrado sobre todo en el teatro y los relatos. Ya Copi no era un puto incómodo (sic) sino un escritor extraordinario, literalmente fuera de serie.
Si hay algo pendiente, sin embargo, son las historietas. Sus historias dibujadas han quedado ahí, vistas apenas como un primer ensayo, un esbozo –el dibujo “primitivo” colabora en esa lectura– de obras teatrales de un acto, escenas en tiempo real. Y en cierta medida lo son, del mismo modo que sus piezas son historietas actuadas… Copi maneja una puesta regular, de perspectiva uniforme, cámara fija –digamos– y un tiempo de lectura –hecho de silencios, pausas y pausitas– propio de la escena. Muchas veces, alguien está ahí quieto, acaso a la espera (y por lo general es la mujer sentada, la gorda emblemática) y entra otro a dialogar. Otras veces son dos enfrentados, enfrascados. Ahí se dispara todo. Tan simplemente maravilloso como eso.
Si se quieren simbolismos, claves, reparto de roles sociales, es fácil, cómodo, empobrecedor. Al principio, cuando sólo la iba a visitar el pollo o pato de a pie, la gorda sentada “era” la burguesía, el poder, la sociedad, lo que se quiera. Copi nunca dijo que sí ni que no. No tenía por qué. Para eso está lo dicho y lo dibujado. Nos basta.
A esta altura de la historia y de la narrativa argentina es evidente que somos muchos los que admiramos a Copi más allá de lo habitual y que (pienso que) es hora de que podamos tenerlo a mano y accesible a un público general para disfrutarlo del mismo modo que disfrutamos –desde hace dos años– sus saludables irrupciones en Fierro.
Ojalá se nos dé.
A continuación, un artículo del 15 de octubre de 2010 Por Daniel Gigena, también en Página 12 (Se chocan los planetas):
En una guerra delirante y transgresora entre locas y más locas, entre militancia y transexualidad, la mamá de Copi, uno de los personajes de este comic político, recibe un castigo ejemplar.
Ni la guerra gaucha, ni la guerra de los mundos o de las galaxias, ni siquiera la de los gimnasios, emplazada por César Aira en el barrio de Flores. Con un título como La guerra de las mariconas, se podría esperar que, en principio, los homosexuales entraran en guerra contra los heterosexuales. Pero ellos, salvo algunas madres, están ausentes de la trama. Ambientada en el parisino barrio de Pigalle, en 1981, la obra de Copi narra el combate entre una banda de travestis sadomasoquistas y los gays que contratan sus servicios. Eso sólo al comienzo, antes de bosquejar un diagrama de las luchas de liberación homosexual de la época, incluso de liberación de ciertas conductas homosexuales, como las del colonialismo norteamericano (que en la actualidad dominan el imaginario gay global, con sus reivindicaciones reformistas y su consumo desaforado), representado en la novela por las brigadas homosexuales espaciales: uniformadas, educadas, musculosas y ricachonas. Además de éstos, caritativos y seudonazis, aparecen los grupos de resistencia homosexual franceses, réplicas moderadas de Acción Directa (mientras que los guerrilleros secuestraban empresarios y planificaban sabotajes, los gays se juntaban para debatir acciones y fumar porro), con figuras como Michel Foucault o Marguerite Duras en sus filas, y los exiliados del Tercer Mundo en Europa, representados como caóticos, sensuales y con prácticas sanguinarias (ejecuciones sumarias, venganzas y atentados descabellados, como incendiar el Maracaná en protesta por un arresto). La guerra se libra entre putos: liberales, como el narrador historietista llamado Copi y su pareja, el arquitecto Pogo Bedroom; inmigrantes, como las hermafroditas brasileñas lideradas por Conceiçao do Mundo y su padre (su dueño), el malvado y simpático Vinicio da Luna; militantes, como los amigos del narrador, con contactos con la policía, el mundillo del arte homosexual y la prensa. Copi, el personaje, se enamora del asesino de su pareja, porque, se sabe, “uno solamente se enamora de monstruos”. A partir de entonces, se desencadenan persecuciones, exterminios, amenazas apocalípticas y una fuga interespacial. Thriller humorístico, comic político, biografía de una época, utopía lisérgica que rinde homenaje a Walt Disney, La guerra de las mariconas condensa el ímpetu orgiástico de la comunidad gay con las aspiraciones cívicas de la militancia; en un mismo nivel, el discurso se apropia de eslóganes marxistas o libertarios, vulgaridades, chistes verdes y fantasías de loca, algunas políticamente muy incorrectas, como la idea de solucionar el conflicto árabe-israelí convirtiendo el Muro de los Lamentos en una tetera donde hacerse coger por palestinos, o que el protagonista gay encuentre el éxtasis en la vagina de Conceiçao.
Igual que en los films de Bergman, el infortunio de los hijos constituye aquí la dicha de los personajes maternos. La madre de Copi, viuda de Pico, cuida de sus rosales a la vez que desoye los lamentos y las tribulaciones de su único hijo varón, a quien toma por un suicida, un paranoico y un exagerado. El tendrá su venganza cuando un grupo de hermafroditas caníbales la crucifiquen (en una cruz esvástica) para dejarla a medio devorar en un banquete en la Luna. La exageración, sin duda, es un elemento central de la narrativa de Copi, embrague esencial de su humor alocado y transgresor, arrebatadamente político y anticatólico. Novela actual que no ha envejecido en absoluto y que humillaría a cualquier texto de la literatura contemporánea, hay un elemento que por cuestiones temporales (la novela se publicó en 1982) falta, y que luego pasaría a formar parte del engranaje textual de su obra: la hecatombe del sida, agente de una guerra menos divertida que haría estragos entre las mariconas. (La guerra de las mariconas; Copi; El Cuenco de Plata; Traducción de Margarita Martínez; 128 páginas).
Y por último, la crónica de la colega Daiana Gimenez consignada este martes en el sitio Contexto, de La Plata, acerca del fallo histórico que contempla la figura del travesticidio.
En un fallo histórico, el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 4 de la Ciudad de Buenos Aires condenó a prisión perpetua por unanimidad a Gabriel David Marino por el “travesticidio” de Diana Sacayán, siendo la primera vez que la Justicia tipifica así el crimen de una travesti.
Amancay Diana Sacayán fue asesinada en octubre de 2015 en su departamento del barrio porteño de Flores. Según las pericias, fue asesinada “con ferocidad”, con veintisiete lesiones, trece de ellas puñaladas, destacándose la violencia del ataque. Marino, quien se estipula que actuó con otra persona aún no identificada, fue condenado a la máxima pena por “homicidio triplemente agravado por haber sido ejecutado mediando violencia de género, por odio a la identidad de género y con alevosía, en concurso ideal por robo”.
Tras once audiencias, los jueces Adolfo Calvete, Ivana Bloch y Julio César Báez, utilizaron en su condena la figura de “travesticidio”, siendo algo inédito en la Justicia, que reconoció el asesinato de Sacayán como un crimen de odio con “perjuicio a su identidad de género travesti”, lo que genera antecedentes para la comunidad trans, aún perseguida y estigmatizada.
En ese sentido, los fiscales intervinientes manifestaron durante el juicio que Merino actuó con ensañamiento, excediendo la intención de matar, e indicaron que Sacayán fue asesinada por “mujer trans y por su calidad de miembro del Programa de Diversidad Sexual del INADI, impulsora de la lucha por los derechos de las personas trans, secretaria de la Asociación de Lesbianas, Gays y Bisexuales para América Latina (ILGA-LAC) y líder del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (M.A.L.)”. De igual forma lo entienden las dos querellas: Say Sacayán, hermano de Diana, y el INADI.
“Estamos conformes y conmocionados con esta sentencia. Es el homenaje que Diana se merece. Ahora sí podemos hablar de justicia y no sólo por ella, sino por todas las compañeras que han sido históricamente víctimas de travesticidio y nunca se ha hablado de sus muertes”, dijo a Contexto Say Sacayán.
Cabe destacar que, además de buscar justicia por Sacayán, quedó demostrado con la participación de treinta testigos la violencia que sufren las personas trans en Argentina, siendo que sólo en 2018 han ocurrido 36 travesticidio en Argentina, que aún siguen impunes. La implementación de este fallo histórico será clave para que haya justicia.
“Esto marca un precedente y la inmensidad de la lucha de Diana. Queda claro que ella incluso no estando presente nos deja una marca”, sostuvo su hermano. “Esto tiene que ver con el legado de Diana, es una lucha ganada por ella y estamos muy orgullosos y muy contentos”, agregó.
Lara Bertolini, militante trans, al conocerse al fallo manifestó que “se tuvo que romper el paradigma jurídico. No es sólo un asesinato, sino que fue un travesticidio. Con categoría fundante en la identidad de Diana Sacayán. Este crimen de odio está gravado por el género de Diana”.
Durante las diferentes audiencias, acompañaron a la familia organizaciones de derechos humanos y de la diversidad. Ayer también se hizo presente la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas y los diputados nacionales Leo Grosso y Araceli Ferreyra, de Peronismo para la Victoria, y Mónica Macha, del Frente para la Victoria, ambos espacios impulsores de una declaración de interés del fallo, al tiempo que exigieron la implementación del cupo laboral trans en la provincia, así como también su tratamiento en nación.
“La violencia hacia las personas trans y travestis alcanza estas tristes estadísticas en un contexto marcado por la exclusión sistemática de este grupo social del sistema de educación y salud y del mercado laboral formal. Razón por la cual las organizaciones trans y travestis vienen exigiendo la implementación de la Ley 14.783 de la provincia de Buenos Aires y el tratamiento de los proyectos de ley sobre cupo laboral trans y travesti que descansan en el Congreso de la Nación”, sostuvieron.