Se hace difícil sentarnos los sábados por la mañana a un mesa del café “La Orquídea”, de Almagro. Allí se encontraban Carlos Catuogno y Américo Cristófalo, el actual vicedecano de Filo de la UBA, quienes, casi como un rito, se batían sobre un tablero de ajedrez y conversaban sobre minotauros, centrofowards como los de antes, aquellos que le pegaban como venía, y militancias por un cachito iluminado de felicidad. Entre torres presuntuosas y reyes incapaces de gambetear un jaque, se las ingeniaban para dar clase sobre Spinoza o Carrizo versus Valentín, por citar dos extremos que no se tocan entre tantos temas por ahí sueltos. Pero un día, hace pocas semanas, no daremos la fecha por odio a las necrológicas, Carlos Catuogno, decidió tomarse el raje, entre las sombras pero seguro que con una sonrisa de burla, como diciéndonos lo siento mis amigos, me tocaba pagar el próximo café pero no podrá ser.
Compinche y de alguna manera discípulo de Ricardo Piglia. Ex laburante de la vieja ENTEL, hasta su privatización en malditas manos corporativas. Gran sociólogo. Un italianista acérrimo, todo lo italiano le interesaba – sus relatos en torno a Nápoles y Capri, de donde era oriunda su familia, parecían películas orales en tecnicolor -. Oído musical infrecuente. Pianista. Tanguero. Vivió en Patricios y un día se mudo a un departamento altísimo de Parque Chacabuco, desde donde se alcanzaba a ver el río, y en el cual lanzaba diatribas contra un terco calefón que por años se le apagaba en mitad de la ducha. Su viejo trabajó en la construcción. Peronista por izquierda. Cuando nos dejo preparaba un libro con sus cuentos aún inéditos: “La militancia del Tigre”, dedicado a los ’70. Paradiso publicó la novela, su única y memorable novela: “Angelis”. También “Historia del arte”, un libro de cuentos que incluía un texto maravillo sobre “El ángel de la historia”, el cuadro de Paul Klee que había obsesionado a Walter Benjamin.
A poco de entrar “Angelis” a las librerías, en el sitio http ospdesba.org.ar Leonardo Pelliza escribió: “Angelis” refiere al “letterato” Pedro de Angelis (Nápoles, 29 de junio de 1784 – Buenos Aires, 10 de febrero de 1859), el mismo que atravesó la historia argentina desde Rivadavia hasta Mitre pero, esencialmente, como asesor letrado en todas las ciencias, de Juan Manuel de Rosas.
La abrumadora imaginación de Catuogno no se detiene en el siglo XIX, en la Argentina, o en la época de Rosas. Abarca desde 1647, la Revolución de Masanielo en Nápoles (Nápoles, 29 de junio de 1620 – 16 de julio de 1647), pescador analfabeto que había triunfado sobre el Virrey y que por medio de la doble traición de su amor y del arzobispo fue envenenado y degollado ante su pueblo. Un siglo después con el más grande filósofo italiano, Giambattista Vico, enemigo de Descartes para el que había inventado un juego que practicaba frente a una vaca luego de quedar baldado: primero extendía el dedo pulgar y decía poesía , enseguida el dedo índice y decía fábula y después con el mayor erguido decía razón. Así, mediante papeles guardados por antepasados de nuestro protagonista Don Pedro Angelis se recorren partes de Europa, de nuestra América, de la masonería que reinó en siglo XIX, de las carbonerías anarquistas, de un probable encuentro entre Rosas y Garibaldi que hubiera cambiado el curso de nuestra historia, todo mediante investigaciones que no son ajenas a los afanes sociológicos del autor. ¿Y quién investiga? Un equipo que trata de reunir toda la documentación de Pedro de Angelis.
Algunos capítulos de la novela se pueden leer, además, como cuentos y así fueron a veces publicados. En sus primeros cuentos se notaba en Catuogno una prosa cortazariana que se mantiene hoy mediante el humor y la ironía permanentes. Luego su estilo se abarrocó, quizás por la influencia de Severo Sarduy quien como Jurado le otorgara un premio, las lecturas de Giuseppe Ungaretti o Eugenio Montale, el gran L. F. Celine o, más bien, debido a su propia madurez en la que fue encontrando una voz única en los lindes del lenguaje; esto es lo más difícil para cualquier escriba: el lector sabe cuando el texto es de Borges o de Onetti y también sabe cuándo es de Catuogno.
Como los grandes escritores, según piensa Deleuze, “inventa dentro de la lengua una lengua nueva, una lengua extranjera. Extrae nuevas estructuras gramaticales o sintácticas. Saca a la lengua de los caminos trillados, la hace delirar…Su literatura es delirio pero el delirio no es asunto de padre-madre, no hay delirio que no pase por los pueblos, las razas y que no asedia a la historia universal. Todo delirio es histórico mundial, desplazamiento de razas y continentes”.
Unos fragmentos del relato del funeral de Vico, el gran filósofo, extraídos de la novela:
“…Una vez guardado el cadáver de Vico en un ataúd, la fracción de profesores que se consideraban sus herederos en la Facultad de Leyes, discutieron airadamente con la cofradía de encapuchados rojos, y el ataúd, sostenido por los doctos y por lo camorras, en vez de avanzar giraba en el patio de la calle frente al portal de la librería. Era un cortejo que seguía una trayectoria circular y emitía como fondo insultos y amenazas y hasta juramentos por la memoria del querido difunto. El paseo circular del féretro duró unos minutos hasta que uno de los doctos cayó apuñalado y el ataúd cayó, se deslizó vertical y cayó parado y saltó la tapa, ya que no era usanza clavarla. Se abrió como una puerta y apareció el filósofo de pie. Entonces, quedó el cuerpo de pie ante la vista de los presentes y un ojo pareció semiabrirse, la mirada del filósofo quiso decir algo, que sólo pudo descifrar su mujer, la analfabeta Constanza. Ésta, enaltecida y por primera vez erguida en toda su dignidad que la hacía bella, con voz clara y firme expulsó a unos y otros con un argumento sólido que ligo la codicia con la equivocada concepción del tiempo como eternidad. Le ordenó a su hijo y a su amigo Francisco de Angelis, padre de Pedro, remediar la situación. Éstos desaparecieron en el interior de la Librería y la viuda llamó a la casa de su vecino, el distribuidor de leche, quien viéndola sufrir con tanta decisión no dudó en acceder a su pedido…”
Acerca del autor: Carlos Catuogno publicó artículos de teoría sociológica en: Diccionario de Ciencias Sociales (UNESCO, Madrid, 1976) y Dependencia e Independencia (CIS, Madrid, 1979). Recibió el 2° premio en el Concurso Juan Rulfo de París, 1985, los jurados fueron Augusto Roa Bastos y Severo Sarduy entre otros. Su libro de relatos Y si los bárbaros asaltan fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes en Buenos Aires, 1987. Sus cuentos formaron parte de varias antologías, entre ellas Cuentos de Historia Argentina, compartiendo autoría con los mejores escritores argentinos desde Bioy, Borges, Cortázar, Mugica Láinez, Fogwill, Fontanarrosa, hasta Piglia, Saer, Walsh, Rivera y Abelardo Castillo. En 2007, junto a Sandra Somoza, publicó Maquiavelo Light, es un ensayo crítico sobre el trabajo actual.
Ya nos volveremos a encontrar, Carlos, quizá soñando con Nápoles y Capri, o en un rincón invisible de “La Orquídea”; y entonces pagarás el café que nos debés.