El Pejerrey Empedernido nos invita tan sólo a pensar. Salta entre las olas sucias que vienen con la marea maldita de Cambiemos y a la sazón de la las luchas subterráneas de los Metro Delegados y la represión que desató la cana del intendente de la Ciudad Buenos Aires, “Risatrucha” Rodríguez Larreta, dio en las Redes con dos textos del poeta poetazo Daniel Freidemberg; y luego, entusiasmado surcó la aguas en busca de palabras complementarias, que aquí presentamos no si antes la aclaración de cada madrugada textual: El Pejerrey Empedernido es una columna descolocada como el solicitante de Leónidas; gracias Lamborghini. Lleva el nombre que él mismo eligió, a contramano de su primer bautizo, que le había llegado de arriba. Navega por las Redes, porque de redes sabe escapar. Para quienes aun no lo conocen recordemos que esta sección, cuyo título deriva de ciertos textos del sabio mexicano Alfonso Reyes – en el Descanso IX de su libro de obligatoria lectura “Diez descansos de cocina (Fragmento de Memorias de cocina y bodega y Minuta)”; Fondo de Cultura Económica; México; 1998) –, se dedica a retomar intervenciones en las llamadas redes sociales, en algunos casos con firmas conocidas y en otros no tanto, que hacen a la pugna por la sobrevivencia existencial de los habitantes de estas tierras, más allá de sus géneros, credos o no credos, colores, sean o no unicornios azules; identidades varias o pertenencias culturales. Luz, cámara y al abordaje.
Los textos de Daniel Freidemberg en Facebook a horas apenas de la represión policial sobre los trabajadores del Subte:
Un muy buen muchacho el que viene una vez por mes a esparcir el líquido contra las cucarachas. No sólo ya no tenemos cucarachas (que hace años fueron una plaga omnipresente en casa) sino además da gusto su disposición para ayudar en lo que sea, su responsabilidad, su buena onda, las conversaciones con él suelen ser un placer. Y hoy, poco después de llegar, me viene con «qué barbaridad lo del subte H», e inmediatamente aclara cuál es «la barbaridad»: la protesta de los trabajadores, no la represión a balazos de los Robocops policiales. Le digo que tienen razones para protestar y me dice que entonces, bueno, que liberen los molinetes pero que no suspendan el servicio porque así perjudican a la gente más que a la empresa. Puede que en eso tenga razón, no sé, pero lo que me llamó la atención es que sobre la represión policial no tuviera nada que decir, como si la considerara natural, él, un laburante. ¿A qué da uno prioridad en su evaluación de lo que ocurre? ¿Con quiénes se identifica más y por qué? No voy a aceptar, en los comentarios, los chistes que fácilmente puede suscitar el oficio de eliminar cucarachas, porque es otra cuestión la que me lleva a plantear esto: esa suerte de estupor o de impotencia que uno siente ante esa realidad extraña, incomprensible, que son las subjetividades, ese desafío, ese interrogante. No hay esquema ideológico ni sociologismo ni psicologismo que sirva.
Y después: «Voy en un colectivo a Constitución. Ni sé qué número es. Desde que salimos de Retiro, el chofer abre todas las puertas (adelante/ medio/ atrás) para que la gente suba. Adentro, alguien grita « Acá en el medio hay lugar ». Y la gente sube y se acomoda. De pronto el chofer dice « Vamos que apoyamos a los metrodelegados ». Alguien responde que claro. No solo existen los desclasados.» Copiado de un post de Guga Klimt. Es muy bueno tener evidencias de que «no todo es lo mismo». También hay gente así. Ayuda a seguir adelante.
El Pejerrey es tan pero tan empedernido que siguió a los coletazos gambeteando Redes y encontró a Jean Paul Sartre en el prefacio a Los Condenados de la Tierra, de Frantz Fanon, de septiembre de 1961: En las colonias, la verdad aparecía desnuda; las «metrópolis» la preferían vestida; era necesario que los indígenas las amaran. Como a madres, en cierto sentido. La élite europea se dedicó a fabricar una élite indígena; se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia en la metrópoli se les regresaba a su país, falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran un eco (…). Europa creyó en su misión: había helenizado a los asiáticos, había creado esa especie nueva. Los negros grecolatinos. Y añadíamos, entre nosotros, con sentido práctico: hay que dejarlos gritar, eso los calma: perro que ladra no muerde. Vino otra generación que desplazó el problema. Sus escritores, sus poetas, con una increíble paciencia, trataron de explicarnos que nuestros valores no se ajustaban a la verdad de su vida, que no podían ni rechazarlos del todo ni asimilarlos. Eso quería decir, más o menos: ustedes nos han convertido en monstruos, su humanismo pretende que somos universales y sus prácticas racistas nos particularizan. Nosotros los escuchamos, muy tranquilos: a los administradores coloniales no se les paga para que lean a Hegel, por eso lo leen poco, pero no necesitan de ese filósofo para saber que las conciencias infelices se enredan en sus gemidos (…). Fanon menciona de pasada nuestros crímenes famosos, Setif, Hanoi, Madagascar, pero no se molesta en condenarlos: los utiliza. Si descubre las tácticas del colonialismo, el juego complejo de las relaciones que unen y oponen a los colonos y los «de la metrópoli» lo hace para sus hermanos; su finalidad es enseñarles a derrotarnos. En una palabra, el Tercer Mundo se descubre y se expresa a través de esa voz. Ya se sabe que no es homogéneo y que todavía se encuentran dentro de ese mundo pueblos sometidos, otros que han adquirido una falsa independencia, algunos que luchan por conquistar su soberanía y otros más, por último, que aunque han ganado la libertad plena viven bajo la amenaza de una agresión imperialista (…). En el siglo pasado, la burguesía consideraba a los obreros como envidiosos, desquiciados por groseros apetitos, pero se preocupaba por incluir a esos seres brutales en nuestra especie: de no ser hombres y libres ¿cómo podrían vender libremente su fuerza de trabajo? En Francia, en Inglaterra, el humanismo presume de universal. Con el trabajo forzado sucede todo lo contrario. No hay contrato. Además, hay que intimidar: la opresión resulta evidente. Nuestros soldados, en ultramar, rechazan el universalismo metropolitano, aplican al género humano el numerus clausus: como nadie puede despojar a su semejante sin cometer un crimen, sin someterlo o matarlo, plantean como principio que el colonizado no es el semejante del hombre. Nuestra fuerza de choque ha recibido la misión de convertir en realidad esa abstracta certidumbre: se ordena reducir a los habitantes del territorio anexado al nivel de monos superiores, para justificar que el colono los trate como bestias. La violencia colonial no se propone sólo como finalidad mantener en actitud respetuosa a los hombres sometidos, trata de deshumanizarlos (…).
El Pejerrey Empedernido es incansable: Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido (…). Rodolfo Walsh: Carta abierta de un escritor a la Junta Militar.
Y nada y nada entre las aguas: Solemos decir –desde la vereda del humanismo– que la tortura es un fenómeno que conduce a la inhumanidad tanto a la víctima como al verdugo. Walsh, al plantear la relación torturador-torturado, concluye que ambos se hunden en la abyección, en la inhumanidad, ya que la tortura “se extravía en las mentes perturbadas que la administran”, llega a la “tortura absoluta, intemporal, metafísica” y cede al impulso de “machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo”. Hay una paralela pérdida de la dignidad: la víctima la pierde porque habla, porque cede, porque delata y, al hacerlo, traiciona. Y el torturador la pierde porque –torturando– asume la figura del artesano del dolor instrumental, de la vejación. Este encuadre, sin embargo, pese a parecer terrible y explicitar una realidad dolorosa, tal vez insoportable, es optimista. Lo es porque plantea que el verdugo –al torturar– se hunde en la inhumanidad. Lo es porque, en el fondo, nos está diciendo que la tortura no es humana. Que el hombre es humano cuando no tortura y es inhumano cuando tortura. La afirmación “torturar no es humano” esconde otra: la tortura no pertenece a la condición humana. O a la dignidad humana. Que es lo mismo, ya que nos hemos acostumbrado a entender que cuando decimos “humano” estamos diciendo “digno”. Y cuando decimos “inhumano”, “indigno”. Pero toda reflexión implacable sobre la tortura nos conduce a asumirla como un fenómeno esencialmente humano. El torturador goza con el sufrimiento de su víctima, y este hecho –que un hombre pueda gozar martirizando a otro– lejos de ser inhumano es profundamente humano. Cuando el torturador ejerce su infame oficio no está hundido en la inhumanidad, sino que está exhibiendo una de las facetas de la condición del hombre: la de gozar con el dolor de los otros. Es injusto decir que los torturadores no son hombres sino bestias. Es injusto con las bestias: los animales no torturan. Apuntes sobre la tortura. (Jose Pablo Feinmann. Página 12; 2006).
Y se sumerge aun más. Encuentra entonces a Eva Lerner. I CONGRESO ARGENTINO de CONVERGENCIA, movimiento lacaniano por el psicoanálisis freudiano.» Ideales actuales y ruptura del lazo social». HOTEL SAVOY (13,14,15 de diciembre de 2002): Es tan fuerte el amor como la muerte (Cantar de los cantares). En el verano de 1973 ,en Estocolmo, Suecia, cuatro rehenes tomados en cautiverio durante seis días en el robo de un banco ,se opusieron activamente tras su liberación, a atestiguar contra sus captores y uno se enamoró de su captor. Se observaron otros casos,algunos durante el proceso militar en nuestro país, con ese extraño comportamiento al que ya se le denomina desde entonces Síndrome de Estocolmo. Acontece cuando un cautivo no puede escaparse, es aislado y amenazado de muerte y a raíz de actos de amabilidad del captor, a los tres o cuatro días se instala ese cambio psíquico en el capturado. Los legos refieren que la estrategia del capturado comienza por intentar mantener al captor feliz para seguir vivo y se convierte en un amor obsesivo con sus gustos y con la comprensión de sus tormentos. La descripción de este síndrome se puede hacer extensiva también a lo que hoy se llama Síndrome de Estocolmo Doméstico en parejas de golpeadores y la dilucidación del fenómeno ilumina los casos que se emparejan de este modo. En lo colectivo se describe en víctimas de genocidios y de todo tipo de abusos de poder cuya respuesta a la tortura, lejos de ser la esperada, el odio , es la contraria, un amor-fusional. Hombres o mujeres, no importa el sexo, «chupados», que terminan por no resistirse y se los nombra «quebrados», en su ética y en su integridad subjetiva. Algunos permanecen víctimas del verdugo ,excluidos de cualquier encuentro con un semejante, las más de las veces torturados y forzados a la delación, a la indignidad y a la tortura, en exclusión precisamente del lazo social ,sin la protección de la ley intentando salidas subjetivantes aún en el encierro y tenemos testimonios de ello (…).
Y claro, también desenreda de las Redes a El MITO DEL AMO Y DEL ESCLAVO EN HEGEL Y EN LACAN. Por Oscar Alberto González. «Fundamentos de la práctica analítica». Seminario: «Lacan y el retorno a Freud: comienzo de una enseñanza». EFBA. Clase del 8-9-93: Voy a hacer una breve introducción a modo de comentario sobre Hegel. La presencia de citas de Hegel, sobre todo en los primeros seminarios y en «Los Escritos» de Lacan son innumerables. Esto pone de manifiesto la inestimable influencia que ejerció este filósofo sobre él. Influencia que llevó a más de uno a preguntarse si él era hegeliano (…). En «El Seminario XVII» (de Lacan) el desarrollo del mito del amo y el esclavo está tomado en otros términos. Aquí va a hablar del S1 y del S2. El primero referido al «significante amo» (también nombrado como ideal del yo, verdad, rasgo unario), y el segundo (S2) correspondiente al campo del esclavo y es también el significante del saber. En este mismo seminario dice que la historia de la Filosofía, es la historia de la sustracción del saber del esclavo para llevarlo al bolsillo del amo (…). Para Aristóteles el esclavo lo es por naturaleza y así ha de permanecer hasta el fin de sus días. En otras palabras, le desconoce naturaleza humana. Para Hegel en cambio, se es amo o esclavo – en la génesis de la historia de la humanidad – como consecuencia del primer enfrentamiento, a raíz del cual, si uno devino esclavo es porque ha renunciado a arriesgar la vida. El esclavo prefiere ser esclavo. Esto es coherente con la idea de que el hombre puede crearse a partir del animal que fue, por medio de la lucha (…). Para que la historia continúe – o se inicie, según se mire -, es preciso que ambos sobrevivan. Que algo los detenga un segundo antes de la muerte. Y esto es exactamente lo que ocurre. Y es el esclavo quien renuncia a su deseo y se somete al deseo del otro. De este modo el esclavo reconoce al amo como tal y se hace reconocer por él como esclavo. Es decir que después de este primer enfrentamiento el amo le impone al esclavo un trabajo servil al que éste se somete voluntariamente. El amo satisface su deseo – que sigue siendo animal, natural – consumiendo lo que el esclavo ha producido con su trabajo. Sin embargo eso opera una cierta transformación en el amo puesto que se satisface sin hacer esfuerzo alguno, vive como gozador y deja de ser animal. Ha realizado su humanidad como consumidor. Sufre pasivamente la Historia, no la crea. Si evoluciona es al modo animal.
Y todo por la bestia Cambiemos hace lo que vino a hacer.