Entre intervenciones al rojo vivo de los acontecimientos – con ellas comienza esta columna –, otras de un pasado aunque hoy resulte no tan lejano, porque suele hacerse presente, y como siempre las digresiones que, espero, los eventuales lectores sepan disculpar. Un texto que apenas si pretende registrar por escrito una serie de interrogantes y aproximaciones.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / “¿Brasil viaja hacia el pasado? Los poderes mediáticos (Red Globo) y judiciales (juez Sergio Moro) están defendiendo privilegios de facción e intereses de clase. No es casualidad que el presidente (de) Temer congeló la inversión pública, aprobó una reforma laboral e impulsa la extranjerización del petróleo. De manera similar a la actual, procedieron las elites brasileñas contra Getulio Vargas, quien se suicidó en 1954 y sostuvo que “la campaña subterránea de los grupos internacionales se alió a la de los grupos nacionales” para eliminar las leyes de protección del trabajo y de regulación de capitales. Lo mismo harían con Joao Goulart, a quién hostigaron con la prensa y con diversas amenazas militares: finalmente lo derrocaron e iniciaron la dictadura de 1964. ¿De potencia mundial a satélite de Estados Unidos? La historia de Brasil tuvo tres grandes ciclos, caracterizados por la expansión (Imperio); la unidad territorial y el desarrollo industrial (nacionalista con Vargas y desarrollista con Juscelino Kubitschek y con los dictadores Ernesto Geisel y Emílio Garrastazu Médici); y la etapa social (iniciada por Vargas y Goulart, y potenciada por Lula). El PT fue la expresión más avanzada del nacionalismo industrialista y popular brasileño. Con Lula el país fue la sexta economía mundial, tuvo una política exterior soberana (BRICS, UNASUR y relaciones con África, Irán y Cuba); y se impulsó el ciclo de distribución del ingreso más importante de su historia. Ya en el año 2016 el historiador Luiz Alberto Moniz Bandeira, denunció que la caída de Dilma fue estimulada por la oligarquía interna y por el imperialismo estadounidense, con el objetivo de frenar la distribución del ingreso e impedir un Brasil potencia regional”. Así sintetizaba, con una de sus intervenciones desde Facebook, el sociólogo y doctor en Comunicación por la UNLP Aritz Recalde, intelectual peronista y animador constante de los debates políticos, de particular agudeza en sus análisis.
Otra académica, de la UBA ella y caminante incansable de los senderos por donde discurren las polémicas acerca de Comunicación y Política, Mariana Baranchuk, publicó en la misma red dizque social el pasado fin de semana de tempestades en Sudamérica: “Lawfare y post verdad, los nombres de la derrota en el siglo XXI”.
Lula se había adelantado a todos, inapeable dijo: “Cometí el crimen de poner pobres y negros en las universidades, pobres y negros comiendo carne y viajando en avión. Por ese crimen me acusan”.
Distintos decires sobre un mismo drama.
El de quien quizá sea la figura política más relevante de la historia brasileña, asediado y finalmente encarcelado por la telaraña judicial y mediática que tejen las derechas criollas en todo el subcontinente. Y en forma de pensamiento automático recuerdo la figura usada por un colega en El Salvador, durante cierto coloquio académico llevado a cabo en los claustros que supieron ser del asesinado monseñor Arnulfo Romero, citada ya en otros textos pero de carácter insoslayable en el presente: impera una suerte Perversa Trinidad (Dios Padre: el poder económico financiero concentrado de las corporaciones; el Hijo: los partidos políticos que representan a la deidad; y el Espíritu Pecador: los medios de comunicación hegemónicos que propalan las voces de ese Padre y es Hijo como si fuesen verdades universales). A la ingeniosa creación del colega habría que añadirle ahora una cuarta representación, la de los Malditos Poderes Judiciales.
El término Lawfare “describe un método de guerra no convencional en el que la ley es usada como un medio para conseguir un objetivo militar (o político) y es utilizado con este sentido en ‘Unrestricted Warfare’, un libro de 1999 sobre estrategia militar. En 2001 el concepto comienza a ser manejado en ámbitos diferentes a las Fuerzas Armadas Estadounidenses, tras la publicación de un artículo escrito por el General de Fuerza Aérea, Charles Dunlap, de la Duke Law School. Estados Unidos (por medio de la USAID) es uno de los principales proveedores de asesoría para la reforma de los aparatos jurídicos en América Latina y el Departamento de Justicia estadounidense ha estrechado en los últimos años los vínculos con los aparatos judiciales de la región en la lucha anticorrupción”. Así lo señalan Camila Vollenweider y Silvina Romano en un artículo publicado por el sitio web de Telesur el 7 de marzo de 2017.
El profesor titular consulto de la Facultad de Derecho de la ya citada UBA, Eduardo S. Barcesat, afirmaba por su parte en el diario Página 12, y sobre el mismo escenario de convulsiones: “asistimos a un proceso de notable deterioro de la credibilidad del accionar de los poderes judiciales en Latinoamérica. La racionalidad deseable y exigible del discurso jurídico y de las prácticas jurisdiccionales se derrumba frente a la infición del poder político y mediático dominante. En ese derrumbe, el recurso a la ficción es la máscara de la pretensa administración judicial, para obrar “como si” se estuviere obrando con sujeción al principio de la supremacía constitucional y del derecho internacional de los derechos humanos. El jefe de Escuela de la Lógica de las Ficciones (Hans Vaihinger; “Das Philosophie des “als ob”, Leipzig 1911), enseñaba que un enunciado ficto es aquel que se precede de la expresión “como si”, y que no se corresponde con ninguna situación del mundo real. Distingue Vaihinger dos grados en las ficciones; las fuertes, que son aquellas en que el enunciado no se puede corresponder con ningún acaecer, presente, pasado o futuro (por ejemplo hablar de los dragones), o que el enunciado sea autocontradictorio (llueve y no llueve). Las ficciones débiles son aquellas en que el enunciado ficto no se corresponde con ningún hecho de la realidad presente, pero pudo ser en el pasado o acaecer en el futuro. Las resoluciones recaídas en “el caso Lula”, se configuran en un paradigma del ‘como si’. En efecto, el muy difundido texto de la indagatoria prestada por el ex presidente ante el Juez Sergio Moro, y donde éste reconoce no tener pruebas para imputarlo y le solicita al indagado que ‘confiese’ (…). Ciertamente, la infición del poder político, mediático –y también militar–, que demuestra lo vulnerable que es la racionalidad del discurso jurídico, cuando sus conceptos, inscriptos en la normativa y afianzados en la dogmática, son perforados y deformados por la intrusión del poder en la reconstrucción de la verdad de los hechos investigados, que debiera ser el paso previo a la emisión del juicio de valor que comporta administrar justicia. Si el conocimiento es desviado por esa infición del poder –historia externa de la verdad, al decir de Michel Foucault–, el derecho y las prácticas jurisdiccionales se convierten en una suerte de magi-ciencia, en la que el tribunal, al igual que en un espectáculo circense, saca de su galera (el fallo) indistintamente conejos, palomas, ramilletes florales o pañuelos. Es un espectáculo vistoso para el circo, pero totalmente ajeno y degradante para un tribunal judicial de la máxima jerarquía (…)”.
Sin embargo, prefiero referirme al “como si” – casi sinónimo de imaginario tanto en literatura como en psicoanálisis, que aspira a la representación metafórica – en términos de “mascara”, conforme a las consideraciones formuladas por el suizo Carl Gustav Jung cuando sostiene que se trata de apariencias u ocultamiento de las propias identidades, recursos que puede ser de utilidad para el análisis de hechos históricos, y cito por caso y a título de ejemplo, con la disculpas por semejante salto o digresión, a nuestra Revolución de Mayo, que se llevó a cabo en nombre justamente del tirano u opresor; pues el denominado primer gobierno patrio que surgió y asumió en nombre de la Corona de la cual aspiraba a liberarse; del rey Fernando VII, el vapuleado por Napoleón.
Pero volvamos a los saltos en el tiempo: ese “como si” de Hans Vaihinger que cita Barcesat o la extrapolación de “la máscara” jungiana para el terreno de la Historia en tanto observación política, pueden conducir hacia el siguiente y breve ensayo de ideas: ¿Por qué no pensar en que las estrategias de la derecha en nuestra América se ven facilitadas o enjaezadas sobre las propias limitaciones de las experiencias alterativas del orden hegemónico; o dicho de otro modo: así como la experiencia burguesa necesitó de la novela moderna (la Bovary, de Flaubert si acaso), para darle categoría de realidad a su propia narración, casi seguro es que un nuevo tiempo para nuestras culturas y sociedades demanden – como lo han hecho en el pasado (ahí el caso de la Revolución Cubana) – de nuevos hecho y textos, porque me permito diferir con aquellos que afirman, en base a lo que suele especificar ese gran maestro que se llama Noam Chomsky, que los grupos humanos han dejado de creer en la realidad, considerando a ella como el mundo hechos, más allá de las palabras.
Y en ese punto exploro a otro estadounidense, al filósofo Richard Rorty, fallecido en 2007: a través de sus ensayos se puede concluir que, debido al carácter performativo del lenguaje en tanto modo del decir, las construcciones simbólicas, desde la imágenes más complejas hasta las palabras garabateadas con una tiza o un carbón sobre los muros, son hechos en sí mismas, son realidad. Y justamente, la política como herramienta libertaria, esto es con capacidad para interpretar, interpelar y crear un nuevo tipo de sentido entre las mayorías en su diversidad – con sus discursos performativos-, surge cuando surgen plexos de hechos – realidades (textos y palabras performativas), e intervenciones concretas en términos de políticas públicas, tendientes por ejemplo, a la construcción de viviendas para quienes carecen de ellas, o escuelas y hospitales, o la nacionalización de la banca, la legalización del aborto como derecho de las mujeres o a la reforma al sistema judicial, hoy en nuestra región un instrumento de las clases ricas.
Y se podría seguir en orden a lo que es, en definitiva, una tópico central: la búsqueda de modos colectivos para la práctica política con los cuales puedan ser superadas las limitaciones estructurales, de clase y hasta de aparente imperativo histórico, que condujeron, en casi todas las experiencias en la Sudamérica de las décadas que siguieron a la dictaduras de los ’70 / ’80 y al restablecimiento de los sistemas democrático formales (vigilados o controlados), a la adopción de métodos ontológicamente incompatibles con lo emancipatorio, caminos alentados y hasta forzados por los conglomerados político culturales de la derecha, para usarlos cuando les fuere oportuno a través del “como si” en tanto arma de destrucción masiva. En otras palabras: sin desconocer la capacidad operativa / disciplinadora de los medios de comunicación concentrados, así lograron que “la corrupción” se convirtiese en categoría para la acción política y, tal cual trampa de hierro, se cerrase sobre las vocaciones antineoliberales.
Ahora, el último capítulo que no pudo ser el primero por eso de la imposiciones que sólo la escritura puede explicar, o acerca de lo imposible que resultó no escribir lo que acaban de leer – muchas veces es el mismo pulso del texto periodístico el que va marcando la elección y el ritmo del golpeteo sobre el teclado -, porque más allá de las tantas posibilidades de abordaje que ofrece el tema que enuncia el título de este artículo, desde el inicio había optado por lo que sigue, que hace a mi historia como periodista y a la de mi paso ya lejano por las redacciones de la agencia Prensa Latina, la que, pese a sus limitaciones y a veces errores – al fin de cuentas sus creadores y ejecutores fueron, son y serán seres humanos -, puede seguir siendo algo así como santo y seña a la hora de pensar a la América Latina y al Caribe en y con lenguajes latinoamericanos. Con sus agendas, sus voces y sus gramáticas, los tres ejes que jamás me cansaré de revisar en las clases sobre producción y análisis de contenidos para el complejo mundo mediático de nuestro tiempo, que incluye desde la ya casi prehistórica prensa impresa en papel hasta las redes y los circuitos del universo algorítmico.
Con algunos de mis alumnos y colegas de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) intercambiábamos impresiones sobre los posibles desenlaces de la crisis abierta en Brasil y fue entonces que surgió un recuerdo que, paso a relatar.
Apenas restablecido el orden democrático formal en Brasil, con la asunción del presidente José Sarney el 21 de abril de 1985, después de casi dos décadas de dictadura militar explicita, porque el 1 de abril de 1964 las fuerzas armadas habían derrocado a Joao Goulart – finalmente fallecido el 6 de diciembre de 1976 en aquella Argentina que vivía sometida al terrorismo de Estado impuesto por el régimen genocida que irrumpió el 24 de marzo de aquél mismos año-, después de la asunción de Sarney, escribía, la corresponsalía de Prensa Latina en Brasil volvía a trabajar, esta vez a cargo de un maestro de periodistas, el chileno Sergio Pineda, quien desde hacía tanto tiempo se había convertido era un suerte de cubano sin ciudadanía pero del mundo, un coronista de su propia tiempo; un gran sabedor de por dónde venían los tiros del tablero regional, del quehacer político de América Latina toda y ni que hablar de Brasil. Pero más aún: gracias a esos dones mágicos que en este oficio apenas si están reservados para muy pocos también alertaba sobre lo que muy probablemente sucedería en las próximas décadas.
El calificaba al gobierno de Sarney de “continuidad civil del régimen militar”. Un día, sentados al aire del atardecer en La Habana y a la sombra de una de las galerías del Hotel Presidente, Pineda explicó el por qué de aquella frase, “la continuidad civil del régimen militar”, que tantos martirios supo provocarnos en la Redacción Sur de Prensa Latina, puesto que cierto cuidado de lenguaje e intencionalidad editorial había que tener en aquellos tiempo de transiciones en un país nada menos que llamado Brasil. Y analizó con lujos de detalles la trama golpista del ’64, entre mandos militares locales, operadores de Estados Unidos, la burguesía paulista y la corporación política reconvertida – el PMDB, surgido en aquél escenario, sigue siendo la cantera del sistema partidario de poderes, más allá de que presente o no candidatos a la presidencia -; que se trató de un modelo a largo plazo de finos equilibrios en el contexto de aquella categoría denominada sub imperialismo en América de Sur; que la salida institucional del ’85 siguió el recorrido de ese mismo trazado monitoreado por la Embajada, y que las posibilidades del movimiento obrero – Lula ya venía encabezando las luchas contra el régimen desde al menos el ’80 – de articular una respuesta post doctrina de la Seguridad Nacional estaban amarradas y condicionadas por el mismo escenario. Una clase que tuvo como excusa al Brasil de Sarney pero que fue y es útil hoy mismo como enseñanza de periodismo aplicado, toda vez que esa nuestra práctica que parece (en cierto punto lo está) desbordada por las tecnologías, reconozca el carácter de ley o de imperativo categórico, digamos, de aquello que los anglosajones denominan “background” y prefiero traducir como trastienda del segmento de historia inmediata a relatar. Y ya que estamos como casi siempre sometidos al orden de las digresiones, el recuerdo de un texto único de Alejo Carpentier como último guiño al maestro Pineda, donde esté, porque se nos fue en Santiago de Chile, en 1994, y para comprender la relación amorosa existente entre la Historia, la crónica y la literatura: en “El periodista, un cronista de su tiempo” (conferencia dictada por él en el taller “Alfredo López” del diario Granma, el 15 de enero de 1975), señala que, entre los haceres del escritor y del periodista, “se plantea una cuestión de estilo, y es allí donde vería yo la única diferencia” respecto de las funciones de uno y otro.
Sí, cierro con Lula, otra vez: “Cometí el crimen de poner pobres y negros en las universidades, pobres y negros comiendo carne y viajando en avión. Por ese crimen me acusan”.
(*) El autor es periodista y escritor. Doctor en Comunicación. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Director de AgePeBA.