Cuando el domingo pasado murió Alfredo Carlino, por acá se decía: se fue de ronda entre poetas y boxeadores, y volverá en un verso rante y peruca. “El duende mágico. El peronismo y la poesía. El que se había perdido en los ojos de una gitana. Vendió libros para no pasar hambre y escribió libros para contar la historia con belleza. ¡Alfredo Carlino, gracias por todo! Al poeta, periodista, ex boxeador, siempre militante y activista del 17 de octubre de ’45. Y hoy, desde aquí publicamos los versos del escribidor de Berazategui que suele recalar en una redacción de La Plata, “Los poetas peronistas”, como decíamos afanado de la Red, esa misma que dicen la chamuya para ganar elecciones; y dale que va con el chamuyo. Pero antes sentarnos con ellos, rantifusos y rantifusas, el recuerdo de siempre: esta sección, cuyo título deriva de ciertos textos del sabio mexicano Alfonso Reyes – en el Descanso IX de su libro de obligatoria lectura “Diez descansos de cocina (Fragmento de Memorias de cocina y bodega y Minuta)”; Fondo de Cultura Económica; México; 1998) –, se dedica a retomar intervenciones en las llamadas redes sociales, en algunos casos con firmas conocidas y en otros no tanto, que hacen a la pugna por la sobrevivencia existencial de los habitantes de estas tierras, más allá de sus géneros, credos o nocredos, colores, sean o no unicornios azules; identidades varias o pertenencias culturales. Ahora sí. A solas con el poeta que le escribió al poeta.
Los poetas peronistas
somos todo,
cualquier cosa,
absolutamente todo.
Todo
menos peronistas.
Y, mucho menos,
poetas.
Somos mentirosos,
borrachos, estafadores,
delirantes, putos, anarcos,
psicólogos, policías,
abogados, periodistas,
juntapuchos, avivados,
vendehumo, mediopelos,
liberales, pequebús,
fachos, zurdos,
sibaritas, malayunta
jetones y buscavidas.
Todo eso y mucho más
somos los poetas peronistas.
Todo eso mismo que
en esta vida, justamente,
no sirve
para nada.
Los poetas peronistas
vivimos y nos amamos
todos
en silencio,
siempre mudos.
Más clandestinos
que un guerrillero,
más prohibidos
que un sindicato,
más obsoletos
que una doctrina.
Y nos reconocemos
en la calle
unos a otros,
con disimulo,
como se reconoce
un pincheta con otro
en el colectivo
sin decirse nada,
adivinan
solo con mirarse
los puntitos rojos
en las venas
de los brazos
y las piernas,
goteando muerte,
y la oscuridad infinita
en los ojos.
Así mismo
los poetas peronistas
nos encontramos
nos detectamos
en el gris
acartonado
de Argentina.
Y así mismo
los poetas peronistas
nos protegemos
de todos,
en especial
de otros peronistas
(que nos odian)
y de otros poetas
(que nos odian,
aún mas).
Nos odian
porque, en esta guerra,
no servimos para mierda:
ni al peronismo,
ni a la poesía.
Somos los poetas peronistas
y tan solo
estamos acá,
boyando,
disfrazados
de poetas
y camuflados
de peronistas.
Poniéndonos
el maquillaje,
el corpiño
y la bombacha
de Perón,
para ver
si con eso
salimos al mundo
y hacemos algo
de nuestras vidas
y logramos que,
de una vez por todas,
reine en el pueblo
el amor y la igualdad.