“¡Te estaba esperando! Bah, todos te esperábamos”, y segura dentro de unas pocas palabras más. Inspirado en un tuit de @HuracanTavo, Julián Cáceres escribió acerca de la muerte de René Houseman; el sitio Primereando lo publicó y nuestro Pejerrey empedernido escabulle entre las olas de las Redes y (re) cuenta, siempre inspirado en esto que recordamos: esta sección, cuyo título deriva de ciertos textos del sabio mexicano Alfonso Reyes – en el Descanso IX de su libro de obligatoria lectura “Diez descansos de cocina (Fragmento de Memorias de cocina y bodega y Minuta)”; Fondo de Cultura Económica; México; 1998) –, se dedica a retomar intervenciones en las llamadas redes sociales, en algunos casos con firmas conocidas y en otros no tanto, o nada, y si así mejor, que hacen a la pugna por la sobrevivencia existencial de los habitantes de estas tierras, más allá de sus géneros, credos o nocredos, colores, posicionamientos o (des) políticos, sean o no unicornios azules; identidades varias o pertenencias culturales.
El corpulento con la voz aflautada lo recibe y el apretujón es tal que el flacucho tiene miedo de quedar achicharrado, pero no. Se siente más fuerte, como si los dolores de los últimos años hubieran desaparecido mágicamente.
– ¡Para, che, que casi me rompés todo! Mirá que ahora te bailo. – responde con su voz de arrabal, su voz que suena como aquellas gloriosas épocas.
El grandote que oficia de dueño de casa mete una carcajada y arremete: – Vos me bailás y ya sabés cómo termina esto. Mejor juguemos juntos, como siempre lo hicimos y vení que te tengo que hacer conocer este lugar.
Aún no sale de su asombro; el andar lento no es como aquél al que tardaba en acostumbrarse (nunca se acostumbró) y las ansias de pegar un pique corto con quiebre de cintura le brotan en cada paso.
– Pará un poco que vas a tener tiempo de sobra, relajá que acá no hay relojes que te marquen el paso del tiempo, acá vas a disfrutar, hasta un vino tranquilo te vas a poder tomar.
Los ojos saltones, esa marca indeleble la tuvo siempre y al escuchar las palabras de su viejo amigo lo perturban.
– No, pará que hace años que dejé el chupi, no vaya a ser cosa que me tome una copa y a la mierda todo.
– No te hagás problemas, acá no hay ni diarios, ni televisión, ni periodistas que te vengan a decir qué cosa hacer y qué cosa no. Aparte el alcohol en este lugar es solo ese gusto que nos deleita y libre de todo tipo de tóxicos.
– Bueno ya vamos a ver, dejame por ahora seguir así que estoy bien.
La caminata es larga, pero el nuevo habitante se siente un pibe ¡Es un pibe! Es aquel que maravillara a todo futbolero que pisaba una cancha en aquellos años 70 donde los sueños de utopías y de juventud también daban el presente en el Palacio Tomás Adolfo Ducó. Él, con su desfachatez, fue bandera y quedará su marca por los siglos de los siglos, no solo en el club de Parque de los Patricios, sino ya a nivel mundial, sin dudas uno de los grandes de este deporte.
– ¡Qué lindo quilombo armaste abajo, Loco! Yo todavía recuerdo mi despedida en el ’76, esa bala maldita, pero bueno a los dos siempre nos gustaron los riesgos, aunque hubiera estado bueno estar un poquito más allá abajo. Igual no me quejo, acá cada tanto me lo cruzo al morocho y tiramos unos guantes, vino hace poco y lo fui a buscar, le hice una joda y se puso pálido pero después la entendió y fue inevitable el abrazo. Lo vengo atendiendo parejito ¡Pero es bueno Alí! (Mira con picardía) Ya no lo cargo con que su verdadero nombre es Clay pero un “chicken” cada tanto se me escapa, es inevitable.
Los dos ríen, las sonrisas vuelven a ser eternas y es verdad que ahí el tiempo se detiene.
– Vamos a ver al mejor de todos ahora, ese era guapo en serio.
– ¿A quién? ¿A Herminio? – responde el Loco.
– ¿A quién otro sino? Guapo entre los guapos.
El encuentro con Masantonio lo lleva al Loco a un estado de alumno escuchando al maestro y se sorprende cuando cae una número 5 y le pega un fierrazo como los que acostumbraba dar.
– No sabe cómo le damos a la pelota, con Tuchito y don Alfredo estamos como nuevos, va siendo hora de jugar un buen picado y luego cerrar con un costillar.
René continúa incrédulo y la nostalgia se apodera de él.
– ¿Y mi viejita? ¿Dónde está mi viejita? – piensa para adentro y allá la divisa entre unas nubes bien blancas.
Lágrimas de felicidad recorren sus rostros, ese encuentro por fin se dio, años esperándolo. Ella es joven y hermosa, tal como la recordó siempre y lo regaña con sus diabluras pero con un beso en la frente todo se acomoda. No se despegan, pasan las horas y las anécdotas son interminables.
– Ahora tenés que disfrutar, René. Esos últimos años quedaron atrás, ahora tenés que patear la pelota, tu verdadero amor.
Así René sigue su recorrido por su nueva casa, Ringo se le pega al lado y lo ve dubitativo, pensante.
– Si, ya sé que te pasa. Querés bajar, ¿no?
– No, no es eso, aunque un poco ya estoy extrañando ¿Sabés lo que me pasa Ringo? Nunca la conocí a Eva. ¿Anda por acá?
– Claro que está, está junto al General. Viste que yo era un poco contrera, pero acá entendí todo y ni hablar cuando vino el flaco ese de Santa Cruz, un cabeza dura pero un verdadero patriota, otro que llegó acá y al minuto ya quería bajar.
-Si, me imaginé. Cuando lo vea le voy a dar un abrazo como cuando me recibió en la Rosada. Viste que yo soy negro, villero, quemero y peronista…
Cuando se encontró con el General, con Eva y con Néstor, los tres lo recibieron como a un hijo y él no hacía más que escucharlos y admirarlos. La síntesis de la charla la dio el General y con su voz característica dijo:
– Los pueblos nunca se equivocan, hay que desensillar hasta que aclare, las ideas del justicialismo viven en el pueblo y pronto la Argentina volverá a tener un gobierno que piense en los más humildes.
La palabra del General le queda nuevamente grabada, su cara muestra alegría en esos ojos nostálgicos tan característicos en él. Ringo le pregunta dónde va a dormir ya que por más que ahí el tiempo no pase, dormir siempre se duerme y le dice que tiene un departamentito reservado, cómodo sin grandes lujos pero que iba a estar bien para empezar. René responde de forma afirmativa pero algo no le cierra, es parte de su ADN eso también y a lo lejos ve unas casillas que le suenan familiar.
– Acompañame allá Ringo, vamos a esas casillas.
– ¿No te contó tu vieja? Andá vos, yo te espero, disfrutalo.
René se adentra en los pasillos como cuando era un pibe, cierra los ojos y sabe cómo llegar a cada lugar que se proponga, el olor a guiso es intenso, la madre ya está cocinando. Los aromas son los mismos que vivió durante su infancia, las chapas son parecidas, pero tienen otro aspecto, viejos vecinos que nunca jamás iba a olvidar lo reciben con el cariño de siempre y él se larga a llorar. Ringo va a buscarlo para darle ánimo, le dice que ya es hora de ir al departamento que le tiene reservado.
– Dejá Ringo, yo me quedo acá. Volví al barrio. Mañana te paso a buscar y jugamos a la pelota con Herminio.