Un mago de medias caídas ¡Hasta todos los goles, siempre! Y lo despide tras robar de la Red – los pejerreyes saben mucho acerca de fugas, aleteos y coletazos entre redes enredadas en las aguas – un texto elocuente. El del veterano notable del periodismo deportivo argentino, Juan José Panno, quien así escribió y firmó este viernes en el diario Página 12. Gracias, pero Antes, y para quienes aun no leyeron sobre pejerreyes en resistencia: esta sección, cuyo título deriva de ciertos textos del sabio mexicano Alfonso Reyes – en el Descanso IX de su libro de obligatoria lectura “Diez descansos de cocina (Fragmento de Memorias de cocina y bodega y Minuta)”; Fondo de Cultura Económica; México; 1998) –, se dedica a retomar intervenciones en las llamadas redes sociales, en algunos casos con firmas conocidas y en otros no tanto, que hacen a la pugna por la sobrevivencia existencial de los habitantes de estas tierras, más allá de sus géneros, credos o nocredos, colores, sean o no unicornios azules; identidades varias o pertenencias culturales.
Su apellido era como el aristocrático nombre de otro. El era René o Hueso o mejor Loco. El loco lindo que hacía maravillas tirado contra la raya, porque como decía el entrañable Osvaldo Ardizzone, a los locos la vida los tira contra la raya. René Orlando Houseman había nacido en Santiago del Estero, pero su vida fue un tango, como la de Homero Manzi, que también era oriundo de Santiago. En La Banda, nació René el 19 de julio de 1953 y en la banda, es decir en el costado, en los márgenes, en la raya, vivió desde los dos años cuando su padre se afincó con sus cuatro hijos en el Bajo Belgrano. “Si yo fuera millonario me compraría una villa”, les dijo a los chicos de la Garganta Poderosa cuando lo entrevistaron hace unos años. Decía “soy villero”. Con orgullo lo decía y dejaba helados a los señores moralistas del mismo modo que dejaba helados a los marcadores de punta que le ponían enfrente, que no sabían para que lado iba a disparar y siempre se les escurría. Una vez cuando empezaba en Huracán le dijeron “tené cuidado que mañana te va a marcar el Chivo Pavoni” y respondió algo más o menos así “que tenga cuidado a él, ¿sabés qué baile le doy a ese”. Era pícaro, rápido, divertido. Una vez le preguntaron por Ortega y dijo que era “un fenómeno” y entonces le recordaron que antes de eso había dicho que era un calesitero. “Si, pero ahora se sacó la sortija”, contestó.
De pibe fue sodero, cadete de farmacia, carnicero y verdulero antes de que llegara el fútbol profesional. Era flaquito, huesudo, esmirriado y por eso el cuidador Julio Penna lo tentó para que fuera jockey, pero él solo quería correr detrás de la pelota. En Excursionistas, el cuadro con el que tenía más afinidad le dijeron que no. Y recaló en Defensores de Belgrano, donde empezó a sorprender con su gambeta, su freno y sus cambios de velocidad. La primera guita grande que cobró la repartió con los amigos de la villa. Saltó varios casilleros en poco tiempo: Huracán, la selección nacional, dos Mundiales. En el club de Parque Patricios, con 20 años, fue una de las figura del campeón de 1973, uno de los equipos más brillantes de la historia del fútbol argentino. Suele asegurar Miguel Angel Brindisi que “René era el mejor de todos nosotros”. Jugando para Huracán en el Metro del 75 llegó a la concentración totalmente mamado. Lo bañaron, le dieron café en baldes, entró a la cancha, le hizo un gol al Pato Fillol, se hizo el lesionado, salió y se fue a dormir. Cesar Luis Menotti contó que en un partido de campeonato lo retó porque había tirado un caño. “Estamos jugando en serio”, le dijo. Su respuesta es un trazo fino de su vida entera: “¿En serio? En serio jugábamos en la villa por guita y si perdíamos nos teníamos que ir a casa sin la ropa”.
En 1974, antes del Mundial de Alemania, la selección era dirigida por tres entrenadores que nunca se ponían de acuerdo sobre qué rumbo tomar y ese barullo arrastró a casi todo el plantel. Pero René fue uno de los que salió mejor parado. Le hizo un gol a Italia, definiendo con los dos pies en el aire, en un partido que terminó 1 a 1 y admiró a todos con su gambeta. Quedó en el recuerdo un amague, que hizo que dos italianos que desde dos lugares distintos corrían a marcarlo terminaran chocando de frente. Después también hizo un gol contra Haití y otro contra Alemania Democrática. Este link pemitirá disfrutar del maravilloso juego del crack que desplegó en ese campeonato con la camiseta numero 11: www.youtube.com/ watch?v=3JEIVezTPL4.
El último partido, contra Alemania Democrática casi no lo juega. Era uno de los integrantes del plantel más golpeado por la muerte de Juan Domingo Perón, que se había producido el día anterior.
En el Mundial 78 hizo un gol (el quinto contra Perú), jugó el primer partido contra Hungría como titular y después alternó con Ortiz y Bertoni y jugó la ultima media hora de la final. A Menotti lo quería como a un padre y por eso se sentía culpable por no haber rendido todo lo que quería en ese torneo. Después de Huracán pasó por River, Colo Colo y el Amazulu de Sudáfrica. Cuando volvió, con su picardía natural dijo que había aprendido algo de inglés: “one whisky”, “one beer” y “one wine”. Después tuvo un paso fugaz por Independiente y remató su carrera en el viejo y querido Excursionistas.
Del infierno del alcohol salió con la ayuda de una hermana que hizo que lo internaran un mes en el Hospital Durand, pero no le pudo escapar al cáncer de lengua, la terrible enfermedad que también habían padecido sus padres. “Tengo miedo de morirme” había titulado El Gráfico una nota que se publicó mucho tiempo atrás.
Se murió ayer, tenía 64 años, lo llora todo el fútbol.