Nos llegó por WhatsAPP y lo vimos en la Web. Desde ese todo llamado allí, es decir yendo de una pantalla a otra, fue que tomamos el siguiente texto – “Comunicar Derechos Humanos: la búsqueda de la empatía” – de Mariana Baranchuk, Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Magister en Comunicación y Cultura. Investigadora; docente en FSOC-UBA, UNQ y UNPAZ. No es la primera vez que Resistencia del Pejerrey apela a sus textos y lucidez; y aclaramos lo del título genérico porque tenemos la esperanza, de ella también se vive, de que en cada aparición vaya sumándose algún lector o lectora a esta suerte de buceo literal entre bytes y algoritmos: deriva de ciertos textos del sabio mexicano Alfonso Reyes, precisamente del Descanso IX de su libro de obligatoria lectura “Diez descansos de cocina (Fragmento de Memorias de cocina y bodega y Minuta)”; Fondo de Cultura Económica; México; 1998). Ahora sí, la nota de Baranchuk afanada al sitio Diagonales punto com.
Raquel Robles (periodista, escritora) al preguntar sobre el paradero de su mamá, su papá y su hermanito gráficamente sobre el lienzo que es su cuerpo, inaugura una forma lacerante, directa y revulsiva de comunicar DD.HH. en una época donde el Estado no sólo es lento en dar respuestas, sino que se niega a darlas y oculta las que tiene.
Examinar la comunicación en DD.HH. en los últimos años, obliga a precisar sobre cuáles derechos humanos se va a reflexionar. En este caso será lo que hace a Memoria, Verdad y Justicia. Sobre cómo se han comunicado y cómo se comunican los juicios de lesa, la restitución de identidades, la actividad de los organismos u otras cuestiones adyacentes.
Dejemos de lado, por inconducente, analizar los modos de comunicar de las editoriales de los medios que de alguna manera han estado asociados con el terrorismo de Estado. Pensemos en las coberturas de los “nuestros”, de aquellos medios y/o comunicadores consustanciados con las premisas del movimiento de derechos humanos.
Algunos problemas que hemos tenido se relacionan con estar imbuidos de las urgencias propias de la prensa comercial: la necesidad de la primicia y la urgencia frente al cierre tienen como resultado la falta de un dato trascendente, el mal chequeo de fuente, el apuro por informar pudiendo entorpecer la causa judicial, la falta de cuidado frente a la intimidad del otro.
Se inicia un juicio y un cardumen de cronistas se abalanza sobre querellantes y testigos a preguntarles qué sienten. Entonces la respuesta es trillada: “una gran satisfacción”, “un alivio luego de esperar tantos años” y así ad infinitum.
Compañeros, colegas, la empatía es otra cosa.
A veces hay que mirar, más que preguntar y la respuesta está. Quizá podamos, de esa manera, reducir títulos pavotes (cuando menos) como los que refirieron a la ya mencionada intervención de Raquel Robles: “Hija de desaparecidos se desnudó en juicio a Etchecolatz”; “Juicio a Etchecolatz: una hija de desaparecidos se puso en topless”; “Las lolas que horrorizan a Facebook” o “Incidente en el juicio oral a Etchecolatz”.
Y cuando se trata de identidades restituidas. Las veces que en un uso erróneo de la libertad de expresión y por el sólo hecho de tener el dato, se publica el nombre de los apropiadores o se invade la intimidad entorpeciendo el accionar de la justicia y los tiempos de aquellos que deben procesar su verdad, su historia, su identidad.
La empatía no puede llevarnos a confusión: nosotros no somos las Abuelas, ellas pueden hablar de sus nietitos. Raquel puede escribir sobre su anatomía “dónde está mi hermanito”, así en diminutivo. Nosotros debemos acompañar esa búsqueda, darle visibilidad y poner en contexto que el Estado adeuda la aparición de hombres y mujeres que rondan los 40 años. Que el Estado adeuda justicia. Que el Estado adeuda.
Todas estas cuestiones sobre modos de comunicar, no debieran hacernos olvidar el cambio de situación en relación a la conducción del Estado. Durante los años del kirchnerismo, no sin dificultades, los derechos humanos constituyeron una política de Estado. Los Organismos, por primera vez en su historia, no se sintieron tan solos. Cómo comunicar y su efectividad podíamos reducirla a seguir cuestionando errores como los mencionados, puliendo nuestro lenguaje, comprometiéndonos con una política que, por el bien de todos como sociedad democrática, no debía seguir quedando exclusivamente en manos de las víctimas directas del genocidio.
Hoy la situación es infinitamente peor. El Estado no sólo no acompaña sino que ha retrocedido varios casilleros en lo que hace al respeto de los derechos humanos en general y a la búsqueda de memoria, verdad y justicia en particular.
Varias empresas de comunicación han cerrado sus puertas o reducido drásticamente su planta periodística, ya no contamos con los medios públicos como espacios que dan lugar a estos reclamos, más de 3000 trabajadores de prensa han perdido su fuente laboral.
Frente a este panorama volvemos a preguntarnos como hacia el final de la dictadura ¿cómo damos visibilidad a estas temáticas? De hecho, pareciera que estamos confinados casi en exclusividad a los medios comunitarios y universitarios, a las calles y a los muros (reales y virtuales); quizá llegó la hora de hacer verdadera empatía y escribir sobre los lienzos que son nuestros cuerpos, aquellas preguntas que deseamos impregnen en una sociedad que, a veces, y a pesar de todo, pareciera querer seguir mirando para otro lado.