La intervención en Facebook, este sábado, de Carlos Ciappina – Doctor en Comunicación y profesor de Historia de América Latina en Periodismo de la UNLP – a propósito de este nuevo caso de gatillo asesino, esta vez en Tucumán son contundentes como lo es la carta de Mercedes del Valle Ferreira, la abuela de Facundo Burgos, publicada por La Garganta Poderosa, que también difundimos.
Dice Carlos Ciappina: “Pablo Kukok (17 años) Quilmes. Asesinado por la espalda. Rafael Nahuel (21 años) Villa Mascardi. Asesinado por la espalda. Facundo Burgos (11 años) El Bajo, Tucumán. Asesinado por la espalda. Las balas que los asesinaron provienen todas de las fuerzas de seguridad habilitadas y felicitadas por el gobierno macrista. 725 asesinados por las fuerzas de seguridad en 721 días de gobierno (CORREPI, informe anual 2017). Eugenio Zaffaroni sostuvo con clarividencia «América Latina sufre un genocidio por goteo». En el gobierno Pro-Cambiemos el goteo ya es un río de muertes……”.
“Mercedes del Valle Ferreira, la abuela de Facundo Burgos, el niño que el miércoles pasado fue fusilado por la espalda por la policía tucumana, publicó una carta en la que describe el crimen de su nieto de doce años como un nuevo caso de gatillo fácil. Denuncia las versiones falsas difundidas por los medios, las violencias padecidas en el hospital y en la comisaría, y exige justicia. ‘Ahora, el barrio está lleno de patrullas’” advirtió”, comentó por su parte este sábado Página 12 respecto de la carta que pasamos a reproducir.
Mataron a mi negrito: Ya no me quedan lágrimas. Nos destrozaron la vida. El Negro era un niño maravilloso, lleno de amistades, que no tenía problemas con nadie. Y anteayer a la madrugada, a pocas horas de su primer día en la secundaria, lo mataron, me lo mataron. Tenía 12 años: 12 años, tenía, ¿entienden? Un niño, hermanito de otras dos niñitas, de repente pasó a estar en el hospital Ángel Padilla, tirado en un rincón, con la cabeza destrozada… Era una criaturita, mi criaturita.
¿Cómo se hace? ¿Cómo hacemos? ¿Quién se lleva este dolor? Para colmo, debemos soportar infinidad de historias falsas, circulando por internet o televisión, porque no, nada hubiera justificado lo que hicieron, pero mi nieto no robaba, ni manejaba un revólver, como inventa la Policía. Había terminado la primaria en la escuela Miguel Lillo con muy buenas notas y estaba por arrancar su nuevo ciclo en la ENET Nº5. Ya tenía todos los útiles, la mochila preparada y su ropa lista. Es más, acabábamos de comprar unos zapatos que no le gustaban para nada, pero los necesitaba para arrancar el colegio. Vivía conmigo y con sus tíos, en mi casa, en el barrio Juan XXIII, conocido como Villa Bombilla, en Tucumán.
El miércoles a la noche, Facu salió en moto con Juan, un amigo dos años más grande, para ir a ver las picadas en el Parque 9 de Julio, como es común acá entre los changos… Al regresar, pasada la medianoche, unos uniformados les dispararon a quemarropa, así, ¡a quemarropa! No existió ningún enfrentamiento. Y en cuanto nos enteramos, salimos corriendo al hospital, donde nos recibieron con mentiras los voceros arreglados con las Fuerzas. “Sufrió un accidente vial”, nos dijeron. Y minutos después, la tomografía nos anunció que había fallecido por el tiro de un arma de 9 milímetros.
La versión oficial vino acompañada por un cordón policial, porque “íbamos a generar problemas”. Y entonces inmediatamente fuimos a la Comisaría 1ª, donde nos dijeron que los agentes ya estaban detenidos. Éramos dos mujeres y ellos un montón de hombres, apuntándonos con itakas. Nos ocultaron información y nos sacaron zamarreándonos de los brazos. Ahora, el barrio está lleno de patrullas y, mientras dejo caer estas palabras como lágrimas, comienza una razia en la otra cuadra, bajo la mira de un helicóptero policial que sobrevuela la zona.
El 7 de mayo, Facu iba a cumplir 13. Y sí, soñaba ser como Messi, para poder comprarle una casa a su mamá, que vive en Santa Fe. Allá, él había jugado al fútbol en Unión de Sunchales y tenía pensado volver en unos meses. ¡No podrá! Me parece verlo ahora, jurándonos que algún día nos iba a comprar “una mansión, para poder vivir mejor”. Lo pienso y todavía no entiendo. ¿Cómo que no volveré a ver a mi nieto? ¿Cómo que no volverá a correr hasta mis brazos, gritándome «Pachona, Pachona»? ¿Cómo que lo mataron, si nunca nadie dijo nada malo de mí negrito? No puedo explicar lo que siento aquí, en el pecho. ¡No saben cuántos amigos tenía! No saben cuántos niños había en su entierro.
¡Su entierro!
Ahora sólo nos queda luchar, yendo a Tribunales todos los días, caminando en los pies de todos ustedes, todas las veces que haga falta, porque nosotros no tenemos plata, pero tenemos dignidad. No entendemos y nunca podremos entender por qué hicieron lo que hicieron, pero no van a detenernos hasta que no se haga justicia, para que mi nietito pueda descansar en paz. Yo sigo llorando. No puedo parar. Siento un dolor inmenso, que ya no puedo calmar con sus abrazos…
Te juro, mi negrito, que no voy a bajar los brazos.