La adicción por comprar más y más dólares se ha visto expuesta durante el gobierno macrista, ya que las políticas neoliberales que aplica Cambiemos permiten una liberación de la moneda extranjera con duras consecuencias para la propia economía argentina. Pero la cultura de atesorar la divisa estadounidense no es algo nuevo, sino que nació hace más de 40 años en plena década del ‘70, cuando la Argentina entraba en una de las crisis sociales y económicas más destructivas de la historia, como fue la última dictadura cívico-militar. Desde ese momento y pasando por hiperinflaciones y diversos momentos de crisis con inestabilidad política, social y económica, los argentinos tomaron el dólar como moneda principal de ahorro, desprestigiando cada día más al peso. Políticas macristas como el ajuste del gasto público, los tarifazos en los servicios básicos o la desregulación del comercio exterior provocan una permanente pérdida del poder adquisitivo en el bolsillo de la clases bajas y medias, que como consecuencia, en caso de que tengan la opción de elegir, atesorarán más dólares por el temor cotidiano a perder valor ante la tenencia de pesos nacionales.
Por Carlos López / El pasado año unas 3,6 millones de personas avanzaron en la compra de la divisa estadounidense, confirmando que la pasión de los argentinos por el dólar sigue más viva que nunca. Lo que se debería analizar para profundizar en la relación de la ciudadanía con esa moneda, es precisamente a qué se debe que más que una alternativa económica de paso, la compra de dólares se convierta en una necesidad innegable para la gran mayoría. Como es costumbre, Estados Unidos muestra al mundo sus políticas económicas y deja al servicio de los países menos desarrollados opciones que son totalmente unilaterales. La Argentina históricamente ha caído en ese juego político, generando una pasión por el dólar que si bien a niveles individuales puede generar ganancias, a nivel colectivo y nacional se traduce como una pérdida de valor agregado. Un dólar en manos de un argentino es un préstamo realizado a Estados Unidos, pero a cero tasa de interés, lo que se conoce en economía como beneficio de acuñación. De esta manera, el país que hoy conduce Donald Trump logró que más del 75% de los billetes de 100 dólares circulen en la actualidad por fuera del territorio norteamericano.
En territorio nacional la estadística oficial del Banco Central remarca que se le compró al Tesoro US$ 16.036 millones en 2017, al mismo tiempo que los bancos y otros organismos del sector público vendieron US$ 7.362 y US$ 5.093 millones respectivamente, cifras compradas por clientes del sector privado a través del mercado de cambios. Las elevadas sumas se condicen con un aumento en las ventas de divisas para comprar pasajes y hacer gastos con tarjetas en el exterior. A su vez, el acumulado de 2017 dejó un déficit en la cuenta de turismo de US$ 10.662 millones, lo que implicó un aumento de 25% respecto del año anterior. Esto provoca que el Banco Central pueda engrosar sus reservas, que crecieron en US$ 15.747 millones, terminando en más de US$55.000 millones y alcanzando 10,1% del producto bruto interno. Pero esto nada tiene que ver con un crecimiento a nivel del país, ya que el aumento de las reservas se genera principalmente con ingreso de dólares del exterior, algo que no es acompañado con una política industrial o de desarrollo interno. El gobierno macrista coloca deuda en dólares afuera del país que luego es comprada por el Central para fortalecer las reservas.
Sumado a esto la Argentina atraviesa un déficit externo con la baja de exportaciones con respecto a períodos anteriores. Según el análisis de la consultora Agritrend, este es un problema histórico que demuestra cómo principalmente en los últimos años la Argentina ha perdido la carrera de la soja frente a Brasil. Asimismo, hacia el futuro se espera que el país vecino produzca 112 millones de toneladas contra 53,5 millones de producción nacional. Es decir que el escenario no promete ser mejor para el 2018. El déficit comercial, calculado por la diferencia entre exportaciones e importaciones, el pasado año rondó los US$ 8.500 millones, lo que este año podría elevarse a los US$ 10.000 millones, con políticas que tienden a que la población se vuelque sobre la compra en el exterior y como consecuencia de la baja de las exportaciones en rubros que habían comenzado a tener una presencia en el mundo con producción nacional.
Esa es la realidad cuantificable que los argentinos atraviesan en la tirante relación que el sistema económico y político hace entre el dólar y el peso. Lo que no es meramente financiero es la pasión por la tenencia de la moneda extranjera. En 2016, la AFIP descubrió en una triangulación la existencia de más de 4.000 cuentas bancarias radicadas en bancos privados de Suiza, a nombre de personas e instituciones argentinas. Entonces ante esto surge el siguiente interrogante: ¿Por qué los argentinos deciden ahorrar en el país europeo o en cualquier otro paraíso fiscal del exterior? La explicación, además de financiera, no puede dejar de ser cultural.
El argentino tiene un profundo por la moneda local y, ante escenarios poco favorables para las clases medias y bajas, la orientación se mantiene hacia la inversión en dólares. Para comprender esto es necesario remontarse a la historia política argentina. Los economistas de las principales consultoras privadas ponen como punto de partida el final de la Segunda Guerra Mundial como el momento en el que la Argentina empezó a confiar más en el dólar que en su propia moneda, ya que la tasa de interés que las instituciones financieras pagaron por los depósitos en pesos, se ubicaron muy por debajo de la tasa de inflación. Internamente lo relacionan al gobierno de Juan Domingo Perón, pero se olvidan intencionalmente de las políticas de los gobiernos militares que fueron los principales en fomentar la cultura del dólar a nivel interno. Los estallidos hiperinflacionarios, el plan Bonex de 1990 y el corralito de 2001 complementaron la falta de crédito en la moneda local. Hoy esa sensación sigue estable ante una economía nacional con falta de inversiones y una inestabilidad política y social que genera la caída de la confianza en la gestión del gobierno que se genera por el repunte inflacionario de diciembre (el costo de vida subió 3,1%) y los aumentos de tarifas de luz, gas y transporte.
El periodista Alejandro Rebossio es el autor junto a Alejandro Bercovich de «Estoy verde: Dólar, una pasión argentina», un libro que precisamente trata de dar respuestas a la histórica obsesión nacional por el dólar. En una presentación, el primer autor remarcó que la dependencia constante del dólar en el país “no se trata de una patología de nuestra sociedad, la pasión por el dólares tiene sus razones, su lógica. Hay operaciones económicas, hay intereses, hay realidad y políticas que hacen que se dé este fenómeno, difícil de encontrar en cualquier otro país, que hace que toda la población viva pendiente de la cotización del dólar casi a diario”. Rebossio ubica el nacimiento de este fenómeno aproximadamente hace 50 años, y se centra principalmente en “el Rodrigazo” de 1975, cuando el ministro de Economía de Isabel Perón, Celestino Rodrigo, permitió una devaluación del 100%. La medida de Rodrigo provocó que la tasa de inflación alcanzara un 777% anual y los precios nominales subieran un 183%. Así, el dólar para transacciones comerciales aumentó a 26 pesos, en tanto que el dólar en el mercado financiero pasó de 15 a 30 pesos, creándose un “dólar turista” que se fijó en 45 pesos. Aquella fue una de las primeras veces que la población comenzó a ver al peso como un enemigo de la estabilidad económica familiar.
Estas políticas, que continuaron durante la dictadura cívico-militar de 1976 y tuvieron su pico con la hiperinflación del ’89, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, provocaron un mal que jamás se iría del seno de la sociedad argentina: la dolarización de la clase media.
“Durante la dictadura –señala Rebossio- se profundizó lo que había empezado antes, porque se liberalizó el sector financiero, se eliminaron los controles para comprar dólares. Esos controles existían en la Argentina desde la década del 30, es decir que hasta en gobiernos convervadores se apuntaba con esa medida a evitar que la elite exportadora se quedara con los dólares. La liberalización implementada por la dictadura marca la época popularmente conocida como de ‘la plata dulce’, que no es más que la ‘timba’ financiera: la gente ponía la plata en un plazo fijo, después compraba dólares, y así sucesivamente”.
La inflación que comenzó por aquellos años y, principalmente, la variación constante de precios hizo que las grandes operaciones del mercado inmobiliario se comenzaran a hacer en dólares, para evitar la conversión constante a pesos. Es así como las clases medias adoptaron el dólar como herramienta de ahorro ante la depreciación del peso argentino, cuando hasta la década del ‘70 los únicos que ahorraban en dólares en gran cantidad eran la clase alta y fundamentalmente los empresarios. Desde ese momento, la Argentina empezaría una relación con el dólar que es difícil de encontrar en otro país del mundo. Justamente en Brasil, la sociedad en general desconoce la cotización del dólar a diario, más allá de las operaciones de importación o exportación.
“Los brasileños no saben cuánto cuesta el dólar. Salvo el que va a viajar al exterior y tiene que comprar, no forma parte de su cotidianeidad, porque la economía brasileña funciona en reales: las propiedades se venden y compran en reales y los plazos fijos tienen un interés alto que los convierte en la mejor manera de ahorro; entonces, no hay razones para comprar dólares”, dice Rebossio, y agrega: “Otra cosa que parece normal en la Argentina, pero que no sucede en ningún otro lado, es esto de comprar los inmuebles en dólares y encima en efectivo; llevar billetes y billetes. En el mundo se hace por transferencia bancaria y no es porque acá sea plata en negro y allá no, en todos lados siempre se paga una parte en negro y otra en blanco, pero lo de la bolsa de plata pasa sólo acá. Eso habla un poco también de la obsesión por el billete. Es más simbólico, pero no es un detalle menor”.
En una reciente entrevista con esta agencia, el economista del Departamento de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación y docente de la UBA, Ernesto Mattos, analizó que “las malas soluciones a los problemas de la economía argentina han incentivado más la cultura del dólar, en cada momento de las crisis se tomaron decisiones de orden liberal como el ajuste del gasto público o la desregulación del comercio exterior, y esas políticas hacen que los hogares en su mayoría pierdan valor adquisitivo y se refugien en el dólar como única variable que les permita no perder ese valor”.
En este sentido, el especialista aseguró que con las políticas de Macri #se está incentivando el consumo de dólares”, y explicó que “si bien la gente que consume dólar es una minoría porque ronda el 10% de la población, es una moneda que pega mucho en los argentinos ante los ajustes”.
Mattos también remarcó el rol que juegan los grandes exportadores, ya que “la soja y el cereal generan más o menos un 40% del dólar divisa que ingresa al país, y si le sumamos alimentos y bebidas tenemos casi el 50% de la divisas que le generan al país”.
“Entonces, en este momento el análisis de la situación pasa porque los exportadores se concentran en el dólar para recuperar el precio de los commodities, por eso se discute qué tipo de dólar se quiere. Lo que no entra en todo este debate es el poder adquisitivo de la gente que sigue en pérdida”, advirtió.
El fervor por el dólar nació en una Argentina con permanentes crisis y continuó con altas y bajas. En el 2015, la agencia de información financiera Bloomberg señalaba que los argentinos estaban introduciendo la palabra “dólar” en el motor de búsqueda de Google a un ritmo sin precedentes, seguidos por los venezolanos. Esta estadística a pesar de demostrar sólo un aparente interés, bien podría aplicarse para este año en el que las políticas neoliberales de Mauricio Macri vuelven a poner a los argentinos ante la decisión de invertir en la moneda de Estados Unidos como base para el ahorro familiar. Macri liberó el control a las exportaciones y ajustó con política antipopulares que son incluso más fuertes que gobiernos anteriores de derecha o incluso procesos de dictaduras argentinas.
Asimismo, las compras en el exterior y los viajes desde el territorio nacional hacia afuera han aumentado, aunque el gran provocador de que el dólar siga tan vigente en la vida económica argentina es la costumbre ya instalada como única posible de que las grandes transacciones se tengan que cotizar y realizar en dólares. Los alquileres y los créditos hipotecarios que se encuentran en una burbuja financiera que el gobierno celebra como crecimiento siguen siendo comandados por el dólar. Mientras la economía siga alternando con políticas de corte neoliberal y no se fomente una política de apuesta al comercio interior, producción industrial y principalmente estabilidad de los precios en las góndolas de los supermercados, los argentinos se seguirán refugiando en el dólar como moneda de confianza.
O quizá se tomaron muy en serio el presagio con el que ridiculizaba a esta cultura de protección individualista el humorista Tato Bores: que un día los argentinos van a juntar todos los dólares guardados bajo el colchón e irán a comprar Estados Unidos.