Que el proteccionismo de los países centrales – y el de la Unión Europea y Francia se encuentran entre los más agresivos – es un dato histórico no puede ser novedad para nadie que haya seguido más o menos de cerca las negociaciones comerciales globales de las últimas tres décadas, en la Ronda Uruguay del ex GATT, en la OMC y en la raquítica y devaluada Ronda Doha. La Cancillería argentina, incluso durante el nefasto menemato neoliberal, supo encabezar con India, Brasil y otros países del orbe en desarrollo las duras confrontaciones que platean las políticas agrícolas y de sectores primarios y textiles, por ejemplo, de la UE y Estados Unidos. En el Palacio San Martín hay acumulados saberes al respecto. Qué sucedió: ¿Esta vez no vieron con anticipación las “líneas rojas” de las que habla el presidente Macron – sin ninguna sorpresa por cierto –, o esa ignorancia de idiotas – escrito idiotas en sentido técnico – de los gerentes bien pagos que conforman el gobierno de Cambiemos, con el propio empresario Mauricio Macri a la cabeza – hijo y protegido de la burguesía lumpen argentina –, sigue sin enterarse de nada que no sea la poco delicada apropiación de la riqueza que ellos no producen? Y dicho sea de paso: patético al respecto resultó el viernes en C5N el titular del macrista Club Político Argentino, Vicente Palermo, quien con gestos extraños – parecía un tanto desorbitado ante la contundencia intelectual e ironías del ex viceministro de Economía Emmanuel Alavarez Agis, pretendía denostar a quienes señalan que el de Macri efectivamente es un gobierno “del mal” para las mayorías. Pues lo cierto es que el Macri grandulón, es decir Macron, lo dejó pagando a Macrito Mauricio. No podía ser de otra manera; para plantarse ante los mandamás del Imperio hay que, por lo menos, saber algo de algo; así que deberían darse cuenta que no basta con el versito de “las inversiones”: a los países centrales se los confronta en serio o te someten.
Sobre los resultados del viaje de Macrito por Francia, el diario Página 12 publica este sábado cuatro notas más que ilustrativas y que pasamos a citar.
“La cigüeña del acuerdo no pasó por París. En una conferencia de prensa, el mandatario francés señaló que acordar con el Mercocur podría ser ‘desestabilizador’ para el sector bovino de su país. Macri pidió “no desperdiciar esta oportunidad”. Las negociaciones entre ambos bloques continuarán. (Por Eduardo Febbro):
El mundo sin fronteras ni regulaciones pegajosas que constituye la tabla de la ley de los liberales del mundo tiene muros muy sólidos. Mauricio Macri no los pudo atravesar. A pesar de haber hecho los deberes que Occidente exige de todo candidato que quiera atraer a los nuevos colonialistas, es decir, los inversores, el acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea chocó con las “líneas rojas” que planteó el presidente francés Emmanuel Macron. Incondicional de un mundo circulante y enemigo de cualquier aislamiento, Macron no despejó las trabas que desde hace décadas bloquean la firma del pacto entre los dos bloques. La cigüeña del acuerdo no pasó por París. Después de haberse reunido a la mañana con los miembros del Consejo Ejecutivo del empresariado francés, el MEDEF, y participado en un almuerzo organizado por el grupo Rothschild, el presidente argentino acudió a la cita con el jefe del Estado francés en el Palacio presidencial del Elíseo. Las expectativas de arrancar un gesto de Macron para liberar el acuerdo eran más que escasas luego de que, la víspera, durante un encuentro con agricultores franceses en el centro de Francia, Macron les dijera que le presentaría a Mauricio Macri “líneas rojas que Francia no desea sobrepasar”. Y así fue. En el curso de la conferencia de prensa conjunta, el mandatario francés aclaró que, en lo que se refiere a la esfera bovina, un acuerdo con el Mercosur “podría ser desestabilizador para ese excelente sector”. Mauricio Macri defendió ante su par francés la idea de que “no podemos desperdiciar esta oportunidad”. Macron, sin embargo, se mantuvo fiel a la línea que Francia siempre ha tenido a este respecto y al enorme electorado constituido por agricultores híper subvencionados a través de esa arma de destrucción masiva de los mercados mundiales que es la PAC, la Política Agrícola Común de la Unión Europea.
Si bien España y Alemania han variado su postura, Francia lidera el grupo de tres países más hostiles a los avances con el Mercosur: los otros son Polonia e Irlanda. Hay varios puntos en discordia, empezando por el etanol. La UE impone un límite de 600 mil toneladas de etanol. La oferta es inaceptable para el bloque sudamericano. Las patentes y el sector bovino son otras de las líneas rojas. El Mercosur reclama mucho más espacios para la exportación. La oferta del sur es demasiado frondosa según los europeos. Estos temas ya impidieron que el pacto se firmara en 2017 en la Argentina durante la conferencia de la Organización Mundial de Comercio. Francia es, de hecho, el primer productor agrícola de la Unión Europea. Abrirle las puertas de ese mercado al Mercosur significaría un trastorno monumental que podría “desestabilizar ese sector”, según expresó Macron. Brasil y Argentina reclaman porciones suplementarias para la exportación, a lo que la UE se niega. Los europeos imponen una cuota máxima de 75 mil toneladas de carne cuando el Mercosur ya exporta 180 mil toneladas con un 85 por ciento de gravámenes. El tema, desde luego, no está cerrado. La semana entrante se iniciará otro ciclo de negociaciones en Bruselas. Sin embargo, la decepción parisina fue considerable. Las posiciones son, por ahora, inconciliables: Francia pide demasiado para respetar sus líneas rojas y les deja a los miembros del Mercosur, en particular a la Argentina y Brasil, la responsabilidad de ceder. París miró ya con muy malos ojos las concesiones que hizo la Comisión Europea en lo que atañe al etanol y la carne a cambio de una mayor apertura para su sector automotriz.
Durante la misma conferencia de prensa los dos mandatarios pusieron de relieve sus coincidencias, sus apuestas comunes por la “renovación en la forma de hacer política” y transformaciones que “le devuelvan el optimismo a la gente”, dijo Macri. Macron calificó esas convergencias como una “complicidad”. Venezuela les permitió sacar de la galera un consenso político y pasar el bache de la evidente decepción que provocó entre los argentinos la “línea roja” de Francia con respecto al Mercosur. Macron criticó al gobierno de Nicolás Maduro por su “deriva autoritaria” y pidió que se ampliaran las sanciones para que se “vaya más allá en coordinación con nuestros socios de la Unión Europea” ante las últimas decisiones tomadas por Caracas. En el mismo tono, el mandatario argentino afirmó que “nos apena lo que está pasando en Venezuela”, donde “cada vez hay más autoritarismo y eso ya no es una democracia”.
Macri había empezado la jornada cumpliendo escrupulosamente con el libreto que más enamora al cinismo occidental. El sector empresarial con quien se reunió por la mañana tenía muchas expectativas por ver al hombre que derrotó a lo que ellos han pintado como un populismo nefasto para los negocios, es decir, el peronismo. Tal vez nunca hayan hecho tan buenos negocios en su vida, pero están obsesionados con esa narrativa. Macri representaba al hombre blanco, oriundo de sus mismos valores y espantado por los populistas imaginarios que pululan en el sur. Da mucha risa, pero es así de dibujo animado para niños. Porque en realidad, los populistas de verdad están aquí. El populismo más rancio y peligroso lo tienen ellos incrustado en la almohada, pero siempre van a culpar al Sur: los Trump, los neonazis alemanes que están en el Parlamento, la racista Liga del Norte en Italia, Nigel Farage en Gran Bretaña o Marine Le Pen en Francia son la más espantosa expresión del populismo gris. Sus pasados son un cementerio con millones de muertos y la exterminación de personas. Con la bandera de quien “derrotó al populismo”, Macri le vendió al empresariado la estabilidad de la economía argentina y los méritos que la hacen depositaria de la “confianza de la comunidad internacional”. En París, Macri repitió la retórica de Davos, es decir, dijo que se “ha abandonado el ciclo populista”. Nada podía entusiasmar más a un sector empresarial que todavía, sin embargo, pide más y más y más. Luego, en el almuerzo organizado por el grupo Rothschild, se repitieron estas retóricas que pusieron a la Argentina como país seguro, en plena reforma, con la irrenunciable intención de tener más integración comercial, una economía más abierta, más competitiva y bajar la inflación”. Ese era exactamente el canto que querían escuchar los directivos de Carrefour, del grupo hotelero Accord, de L’Oréal, de la farmacéutica Sanofi, del banco corporativo y de inversión Natixis, de Nestlé, BVA y tantos otros. Querían oír de la boca del jefe que “la Argentina está en el camino correcto” y seguirá en él. Nada nuevo. Viejas historias recicladas para hacer buenos negocios y proponer tupidos beneficios. Ni una sola idea que se pueda rescatar. El ex presidente Carlos Menen, en su primer viaje a Francia, les había dicho a los, en ese momento, atónitos empresarios del patronato francés. “No les vengo a pedir ayuda sino a proponerles un negocio”. Ya sabemos lo que pasó.
“El tratado Unión Europea-Mercosur no logra superar los escollos. Los tropiezos del acuerdo. El afán del gobierno argentino, acompañado por el de Michel Temer en la actual instancia, no ha resultado suficiente para traspasar los obstáculos que impone un importante lobby empresario europeo. Entre los industriales locales, temor y desconfianza”. (Por Javier Lewkowicz):
La firma del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea sumó ayer un nuevo traspié, luego de las declaraciones del presidente de Francia, Emmanuel Macron, en favor de continuar protegiendo al sector ganadero de ese país. De todas formas, el Gobierno espera en el corto plazo poder alcanzar el objetivo de la firma. Hay dos grandes impulsores del mega convenio liberalizador: Mauricio Macri y los líderes de la Comisión Europea, un organismo supranacional que tomó carácter propio. Por el lado sudamericano, Brasil acompaña porque tiene el afán de recuperar posiciones en el concierto político global, mientras que en Europa los industriales, a favor del acuerdo, discuten contra el lobby agrícola que frena el acercamiento. Macri fue a buscar a Francia un gesto que no consiguió. El próximo martes hay una nueva reunión por el acuerdo en Bruselas.
El acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea implica la gradual reducción a cero de los aranceles en prácticamente la totalidad de las posiciones del comercio entre los bloques. Por fuera de la desregulación sólo puede quedar un puñado de productos de extrema sensibilidad. El resto queda sujeto a la reducción a cero, aunque la aplicación es paulatina en función del grado de daño comercial. La baja es más rápida en donde hay nula producción nacional y más lenta en donde hay mayor riesgo de pérdida de empleos. Las etapas de liberalización (que van de cero a diez años) en donde entra cada sector es parte de la negociación.
En términos de acceso a los mercados, entre el Mercosur y la Unión Europea hay una divergencia que admiten los propios negociadores argentinos. El Mercosur tiene aranceles altos en términos relativos para los bienes manufacturados, de alrededor del 15 por ciento. La eliminación de esa barrera es una zanahoria tentadora para los europeos y el mayor temor para los industriales locales. Los países desarrollados tienen aranceles industriales de alrededor del 2 por ciento, porque al ser competitivos no necesitan protección y el promedio de los países en vías de desarrollo tampoco alcanza el nivel de aranceles del Mercosur.
Los sectores manufactureros argentinos que mayor impacto podrían recibir son el automotor, maquinaria y bienes de capital y el químico, aunque las cámaras representativas de casi todos los industriales han manifestado públicamente sus reparos con el acuerdo. En Brasil también se esperan consecuencias industriales negativas. La manufactura del país vecino tiene más potencial exportador aunque también se perjudicaría si Argentina, su principal cliente en el capítulo industrial, accede a los productos europeos sin aranceles. Uruguay y Paraguay tienen un sector industrial mínimo, con lo cual el impacto negativo es casi nulo. De hecho, Uruguay llegó a plantear la firma un acuerdo de libre comercio con China.
Europa podría perder mercado en manos sudamericanas en determinados sectores agrícolas, como en carnes, etanol, vinos, lácteos y cereales. Argentina, en particular, exporta al viejo continente pellets de soja, cobre, mariscos, carne, limones, maní y vinos. Más allá de la mayor productividad del Mercosur en algunos de estos sectores y de la posibilidad de la baja de aranceles en Europa, hay relativo consenso alrededor de la idea de que los subsidios europeos no van a mermar y por lo tanto el acceso a ese mercado, incluso con la firma del acuerdo, no se allanará. Esa cerrazón europea la vivieron en carne propia Australia y Nueva Zelanda, que también trataron de negociar un relajamiento de las normas proteccionistas pero no lo lograron a causa del fuerte lobby agrícola.
Otro de los puntos sensibles para los industriales argentinos locales es el establecimiento de normas de origen que impidan que Europa venda al país productos que en realidad fueron fabricados en las economías asiáticas. Para los economistas heterodoxos, el acuerdo de libre comercio con la UE es directamente perjudicial porque profundiza el deterioro en la calidad de la inserción comercial internacional del país. En la visión del Gobierno, el país gana en términos “reputacionales”, al avanzar en la agenda del libre comercio, lo cual sería útil para atraer las inversiones.
“Biocombustibles y carnes, beneficiarios hipotéticos. Los sectores con mayor expectativa” (Página 12):
El sector de biocombustibles figura entre los escasos e hipotéticos ganadores que arrojaría la firma de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (UE). Sin embargo, los beneficios no están garantizados. A pesar de las concesiones realizadas al bloque europeo en materia de regulaciones, compras gubernamentales y patentes, los países sudamericanos no lograron que la UE garantice la apertura de mercados como los de biocombustibles y carnes. De hecho, la Comisión Europea definirá el próximo miércoles si comienza una nueva investigación sobre la magnitud de los subsidios que reciben los exportadores argentinos de biodiesel. Si los europeos avanzan por ese camino, el potencial incremento de las exportaciones de ese producto al mercado europeo podría verse bloqueado por la suba de los aranceles.
No es la primera vez que la UE intenta restringir el ingreso de biodiesel nacional. El último reclamo iniciado ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) terminó dándole la razón a la Argentina. A partir del año pasado, España, Holanda y Malta adquirieron biodiesel local por unas 560 mil toneladas. Las empresas del sector pretenden aumentar las exportaciones al bloque europeo en 2018, aunque la investigación europea pone en riesgo esa posibilidad. El reclamo de los industriales europeos es una copia de la presentación escrita por las empresas norteamericanas ante la Secretaria de Comercio de los Estados Unidos a fines del año pasado, que terminó en una fuerte suba de aranceles.
“12,5 millones por cinco cazas” (Página 12):
No sólo Mauricio Macri dejó París sin anuncios que hacer respecto al acuerdo Mercosur-Unión Europea, sino que además dejó algunos millones de dólares para la adquisición de unos cazas militares que las fuerzas armadas francesas ya no usan. El presidente francés Emmanuel Macron confirmó que en el encuentro en el Elíseo concluyeron la firma del contrato. “En materia comercial nos hemos felicitado por el acuerdo firmado por nuestros ministros de Defensa para la venta de cinco Super-Etendard modernizados y sus equipamientos para las fuerzas armadas argentinas”, declaró Macron en rueda de prensa. Los Super-Etendard de Dassault Aviation empezaron a ser utilizados por la Marina francesa en 1978, y los últimos fueron retirados del servicio activo en julio de 2016. En su momento, el embajador de Francia en Buenos Aires, Pierre Henri Guignard, reconoció que se trataba de acciones “un poco antiguos”. El monto que pagó el país por los cinco cazas –similares a los que usó Argentina en la Guerra de Malvinas– es de 12,5 millones de dólares.