¡Y pobre mierda!, ya que la que caracterizaría a la actual gestión de la Casa Rosada está más entroncada con la estigmatización que la Modernidad provocó acerca de los excrementos humanos, aunque y gracias a ella, las especulaciones financieras y los engendros del “marketing” y los CEOs haciendo negocios, y ni que hablar en el gobierno de un país, son consideradas como “la mierda” del sistema global. Para intentar un entendimiento mejor recordaré también en este artículo que la Antigüedad trataba a la caca en tanto gesto o una consecuencia diaria más de lo humano. Lo que sigue no es apto para prejuiciosos, prejuiciosas ni remilgados o mojigatas de todo pelaje, aquellos para los cuales los cuerpos apenas deben ser si metafísicos inodoros, incoloros e insípidos como en los de avisos publicitarios de la tele. Este texto entonces no escatima historias que incomodan. Y con la intención de aportar alguna idea, aunque haya quienes puedan considerarla de mierda.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / A fines de abril de 2010 la agencia de noticias francesa AFP consignaba que el banco de inversiones Goldman Sachs vendió deliberadamente «negocios de mierda» a sus clientes, según un correo interno cuyo contenido fue comentado en una audiencia de varios dirigentes de la institución ante el Senado de Estados Unidos, y añadía lo siguiente: “El presidente del subcomité de investigación permanente del Senado, Carl Levin, comenzó interrogando a Daniel Sparks, responsable de la división de préstamos hipotecarios del banco, sobre un correo electrónico del 22 de junio de 2007 que le envió otro ejecutivo de Goldman Sachs, Thomas Montag, en el que éste afirmaba que un producto financiero denominado ‘Timberwolf’ era un ‘negocio de mierda’. ¿Cuántos de estos ‘negocios de mierda’ vendió a sus clientes?, preguntó Levin. Usted sabía que era un negocio de mierda (…) y vendió cientos de millones de ellos, dijo. Molesto, Spark respondió balbuceando que no recordaba haber vendido cientos de millones de ese producto financiero. La SEC, el organismo que fiscaliza las actividades bursátiles, acusa al banco de haber vendido a sus clientes productos vinculados a activos inmobiliarios de riesgo, sin informarles que el banco recibía recursos de fondos especulativos para montar una transacción que permitía a dichos fondos apostar contra aquellos mismos títulos. Los senadores de la subcomisión permanente de investigaciones buscan explicaciones de las causas de la crisis de 2008, desencadenada en parte por una mala gestión de los activos inmobiliarios de riesgo”. Quizás la política de endeudamiento y bestial transferencia de riquezas a las arcas del sistema corporativo que implementa el gobierno de Mauricio Macri desemboque en un crisis de repercusiones locales de magnitudes proporcionales a la vernácula del 2001 y a la general de siete años después; y me animo a cambiar el quizás por seguro.
Según estimaciones volcadas por el colega Alejandro Bercovich el 28 de agosto de 2014, en la nota “El negocio menos pensado” (el del papel higiénico) difundida por la FM Rock & Pop, desde el sitio RadioCut, cada ser humano, a lo largo de su vida, pasa como promedio unos tres años sentado sobre el inodoro; cada uno de nosotros expulsa unos 85 kilos de heces por año y en una ciudad como Buenos Aires la cifra total y diaria llega a las 600 toneladas. Todos cagan decía el periodista económico que se desempeña en C5N; “el Papa, la presidenta, y hasta Lionel Messi”.
En “La materia oscura: historia cultural de la mierda” (Tusquets, México, 2013), el alemán Florian Werner nos recuerda que ella, la mismísima mierda, es algo con lo que convivimos a diario, pero que sin embargo nos obstinamos en ocultar, en esconder, en no mencionar, porque se ha convertido en uno de los grandes tabúes de nuestro tiempo. “El autor logra ensamblar con habilidad la historia, el psicoanálisis, la filosofía, el arte, la biología y las referencias culturales, para configurar un ensayo que ilustra, entretiene e incluso hace sonreír”, escriben en el sitio thekankel.blogspot y del cual tomo algunas citas: “Desde la cuna hasta la sepultura, la mierda impregna nuestra concepción de la cultura, la sociedad, la salud, el decoro, el humor y la identidad (…). No obstante, por norma general, nos negamos a admitir el papel fundamental de los excrementos en nuestra vida. Casi ninguna otra materia se sustituye de manera tan natural como la que diariamente se origina en lo más profundo de nuestro interior. En realidad, apenas dos tercios de la población mundial cuenta con un retrete; y unos 2.600 millones de personas en la tierra carecen de acceso a instalaciones sanitarias. Pero en la mayor parte de nuestro industrializado mundo occidental se hace desaparecer por completo la mierda de lo público. Hay que tener en cuenta que los habitantes de una ciudad del tamaño de Berlín producen al día una cantidad estimada de 800 toneladas de excrementos, por lo que resulta realmente sorprendente que sólo de vez en cuando nos tropecemos por las calles con alguna caca de perro. La mayoría de los excrementos desaparecen tan invisible e inodoramente en las tripas de la ciudad que parece que nunca hubieran existido (…). Nuestra concepción occidental de la civilización está, pues, vinculada de forma inseparable a la desintegración de la mierda, y su relativa visibilidad o invisibilidad es, por así decirlo, una escala para medir los niveles de desarrollo de un país (…). En la misma medida en que los verdaderos excrementos desaparecen de nuestra vida, podría decirse que aumenta la mierda producida por la industria y por los medios (…). La mierda es una condición básica de la vida, pero al mismo tiempo está considerada una sustancia sucia o incluso mortal (…). La creciente sensibilidad contra el olor de la mierda es en gran medida resultado del desarrollo del sujeto moderno (…). El asco, según Winfried Menninghaus (filólogo alemán y director del Instituto Max Planck de Estética Empírica de Fráncfort), ‘concibe cualidades, nunca como simples circunstancias, sino siempre como algo que no debe ser, por lo menos no cerca del que juzga’. En otras palabras: quien siente algo como asqueroso, emite, o mejor, realiza con su cuerpo, instintiva y probablemente de forma inconsciente, un profundo juicio moral. Lo que provoca asco es malo, y no sólo en el sentido de ‘insoportable’, sino también en el de ‘moralmente malo’. Y también es probable que ésta sea la razón por la que los excrementos humanos son capaces de provocar un asco más intenso que el de los animales: quien consume mierda humana infringe no sólo el tabú de la coprofagia, sino que también comete, en cierto modo, un acto de canibalismo (…). En “La gaya ciencia”, Friedrich Nietzsche escribe: ‘El ser humano bajo la piel es para todo aquel que ama una atrocidad, es lo impensable, un sacrilegio y una blasfemia de amor’”.
En peterpsych.blogspot.com.ar puede leerse otro análisis, el formulado sobre el libro “Historia de la Mierda”, un ensayo del psicoanalista francés Dominique Laporte, publicado en 1978 (PreTextos, Valencia, 1998) y que reproduzco en algunos de sus párrafos, pues nada más estimulante que la admisión del materialismo y la dialéctica como paradigmas para el estudio de la Historia por parte de quienes los comentan con un tono crítico e inteligente: “Es un texto interesante para comprender cómo la mierda más que ningún objeto, ni siquiera el sexo, ha dado tanto de que hablar a lo largo de la historia (…). El libro se inicia con un curioso paralelismo. En 1539 un edicto del Rey de Francia obligaba a todos los habitantes de la por aquel entonces pestilente ciudad de París a guardar todos sus detritus –todos- en sus casas, hasta el momento de ser transportados más allá de los arrabales de la ciudad. Nada de lanzar el contenido de los orinales por las ventanas, ni las aguas putrefactas de las coladas. Nada de matar cerdos y gallinas en la vía pública. Orden, Limpieza y Belleza: esa era la consigna. El edicto afectaba a todas las clases sociales. Véase, si no, esta carta de la duquesa de Orleans a una amiga en Hannover, del 9 de octubre de 1694: ‘Sois muy dichosa de poder cagar cuando queráis, ¡cagad, pues, toda vuestra mierda de golpe! No ocurre lo mismo aquí, donde estoy, obligada a guardar mi cagallón hasta la noche; no hay retretes en las casas al lado del bosque y yo tengo la desgracia de vivir en una de ellas, y, por consiguiente, la molestia de tener que ir a cagar fuera, lo que me enfada, porque me gusta cagar a mi aire, cuando mi culo no se expone a nada. Todo el mundo nos ve cagar; pasan por allí hombres, mujeres, chicas, chicos, clérigos y suizos’. (Suizos ¿?¿¿¡¡) (¿Será por eso que son los amos del oro, del dinero y del principal paraíso fecal…?). Al mismo tiempo, se producía el definitivo intento de doctos, académicos, abades y poetas para acabar con las impurezas con las que un latín degenerado, practicado durante siglos sin ningún control, había ensuciado la lengua francesa. El edicto de Villers-Cotterets dice: ‘El latín es el olor a estadizo: lugar del saber escolástico corrompido, tiene ese regusto a litera de los colegios de entonces. Lugar de la ambigüedad y de la duda. Uno se confunde a causa de la comprensión de las palabras latinas, es una lengua turbia (…)’. La tesis de Laporte es, en cierto sentido, una afirmación lógica y consecuente que surge del materialismo histórico y su relación con el psicoanálisis freudiano. Laporte remarca la subjetividad que se refleja dentro de los intentos de la civilización para hallar un modo de convivir con los desperdicios. El desarrollo histórico del sujeto occidental coincide con el más vil de los niveles, incluso se ve decisivamente influenciado por su relación con sus propios residuos. Como materialista, Laporte está comprometido con la idea de que el sujeto, en lugar de ser un moldeador con esencia metafísica, es un subproducto concreto de las condiciones materiales (…) En ‘El Malestar de la cultura’, Freud afirma que la civilización se define por su obsesión con el orden, la belleza y la limpieza. Laporte va mucho más allá y dibuja una influencia adicional de la ecuación psicoanalítica dinero/oro igual a heces. Audazmente sostiene que la condición que la estructura sociopolítica de la civilización pretende domesticar es la necesidad del ser humano de defecar (…). El argumento de Laporte implica una distancia ante lo repugnante y las cosas repugnantes, como la mierda, el pis, los cadáveres, los mocos, etc. Es decir, el sujeto, en la jerga freudiana, rechaza lo desagradable de su cuerpo (…). Insiste en que las diversas prácticas por las que el sujeto se involucra de manera explícita con cosas tales como sus funciones excrementicias definen las características de la estructura misma de la subjetividad. En lugar de rechazar/desconocer su mierda pura y simple, el sujeto la sublima, empleándola como fertilizante o usándola como un producto de belleza. Laporte menciona que hasta el siglo XVIII algunas mujeres frotaban las heces en sus rostros para mantener un cutis hermoso. Lo mismo hacían las mujeres romanas, que usaban guano de pájaro para disimular pecas y verrugas. Hoy en día lo siguen haciendo, dada la cantidad de mantecas cadavéricas que contienen muchos productos cosméticos (…). Es la alquimia que transforma la mierda en oro (…), simbiosis dinero-mierda, retención de capital, paraíso fecal, y así sucesivamente. En resumen, la civilización y sus formas concomitantes de la subjetividad se revuelcan en la inmundicia”.
Interesante resultaría saber qué cantidad de dólares anuales provoca en ganancias el circuito de producción y ventas globales de papel higiénico, quizá un equivalente simbólico de esos papeles perversos con que se aceitan las cadenas de la bicicleta financiera vernácula llamada Lebacs. Pero, para ser fieles a la propuesta de este texto, continuemos con las historias entrecruzadas: antes de su invención (del papel higiénico, se entiende) se utilizaban materiales diversos: lechuga, trapos, pieles, césped, hojas de coco o de maíz. Los antiguos griegos se aseaban con trozos de arcilla y piedras, mientras que los romanos se servían de esponjas amarradas a un palo y empapadas en agua salada. Otras culturas optaban por musgo en verano y por nieve en invierno, y para la gente de zonas costeras la solución procedía de las conchas marinas y las algas. Los primeros en crear y usar papel higiénico fueron los chinos, quienes en el siglo II antes de las tiempos contabilizados a partir del supuesto nacimiento en Palestina de un judío llamado Jesús y después Cristo. ya diseñaron un papel cuyo uso principal era el aseo íntimo. Varios siglos más tarde (allá por el siglo XVI), las hojas chinas de papel destacaban por su gran tamaño (medio metro de ancho por 90 centímetros de alto). Sin duda, estas hojas estaban en consonancia con la posición jerárquica de sus usuarios: los propios emperadores y sus cortesanos. En higiene personal las clases sociales estaban bien delimitadas. Los antiguos romanos de las clases pudientes utilizaban lana bien empapada en agua de rosas, mientras que la realeza francesa utilizaba nada menos que encaje y sedas. La hoja de cáñamo era el más internacional de los materiales utilizados por los ricos y poderosos. Joseph C. Gayetty fue el primero en comercializar el papel higiénico allá por 1857. El producto primigenio consistía en láminas de papel humedecido con aloe, denominado «papel medicinal de Gayetty», un auténtico lujo para los más hedonistas. El nuevo producto, de precio prohibitivo, se comercializaba bajo un visionario eslogan: «la mayor necesidad de nuestra era, el papel medicinal de Gayetty para el baño». En 1880 los hermanos Edward y Clarence Scott comienzan a comercializar el papel enrollado que hoy conocemos. Una presentación en sociedad llena de obstáculos dados los muchos tabúes que rodeaban al nuevo producto. Por la época se consideraba inmoral y pernicioso que el papel estuviera expuesto en las tiendas a la vista del público en general. En 1935 se lanza un papel higiénico mejorado bajo el reclamo de «papel libre de astillas». En 1944, el gobierno de Estados Unidos llamó “heroico” al suministro oficial de papel higiénico a las tropas que actuaban en la II Guerra Mundial.
Sí ahora algunas consideraciones sobre por qué el de Macri y sus CEOS puede ser considerado un gobierno “de mierda”, tomadas o incluso simplemente inspiradas en el texto “El negocio de la mierda”, de Thomas Klikauer (profesor de Gestión de Recursos Humanos y Relaciones Industriales en la Escuela de Posgrado de Administración de Sydney, Australia), publicado por la revista estadounidense Counter Punch, el 17 enero pasado.
Comienza Klikauer con la siguiente afirmación: que los “negocios de mierda” requieren un base semántica aportada por el “negocio de las tonterías”, que se refiere al lenguaje sin sentido, vacío y engañoso utilizado por los bancos, las consultoras, la política, los medios y, por supuesto, en miles de escuelas de negocios que liberan gerentes certificados y diplomados, para convencer a millones de seres humanos de que los empresarios “de mierda” son gentes buena, sensible y útil para la comunidad. En ese marco entonces surgen los “negocios de mierda”, que apelan a aquellos lenguajes sin sentido para lograr sus propósitos comerciales: ocultar que tan sólo buscan alcanzar el máximo de sus propios beneficios, a cualquier precio por supuesto, e incluso por los bordes o al margen de las leyes.
Cuando los académicos, escritores especializados, directores generales y gerentes de nivel superior, inventan lenguajes mentirosos, lo hacen para sostener lo que en las prácticas corporativas actual se denomina “gerencialismo”, el mismo que en Argentina se expresa casi como paradigma en el actual gobierno de CEOs, a quienes lo único que les importa es que los receptores de sus discursos sean persuadirlos de que las empresas son buenas, que la administración a favor de los poderosos y de sus familias es legítima y que, en última instancia, el capitalismo es el mejor sistema en la tierra.
En ese proceso perverso, los sueldos de los CEOs aumentan en forma constante y la revista Fortune Magazine, que por lo demás es extremadamente favorable a los negocios, admitió recientemente que la brecha salarial entre el trabajador promedio y los CEOs fue de 271 por ciento en 2017, y anuncia que «los altos ejecutivos ganan más en dos días que un empleado promedio en un año». Y a medida que los trabajadores son ignorados o desechados, los regímenes de gestión autoritarios deben “desaparecer” en el aire de la retórica pero mantenerse por otras vías menos visibles aunque más eficaces a la hora de cumplir con lo que “la ideología” gerencialista se propone lograr: 1) Camuflar las contradicciones; 2) Dominar y controlar a los trabajadores y 3) prevenir todo tipo de emancipación, mediante la utilización de las cortinas de humo semánticas que proveen los lenguajes como modos de expresión y comunicación. Es por eso que la trama global de poder económico invierte tantos millones de dólares en controlar los aparatos mediáticos concentrados, impulsar cada vez nuevas tecnologías en aplicación de las denominadas redes sociales, y en el impulso de lo que se llama industrias culturales, por cierto el sector más representativo y dinámico de los que componen el PBI de Estados Unidos.
En síntesis, la gestión de los “negocios de mierda” despliega un complejo dispositivo de simulación democrática para contar con una suerte de Gran Hermano como método de vigilancia y control laboral y social, en el que los trabajadores y la sociedad entendida apenas como conglomerado de consumidores vivan de acuerdo a un programa de comportamientos guionados, y con sanciones económicas, psicológicas, culturales y punitivas de Estado llegado el caso, previstas en forma sistemática para todo caso de insubordinación.
Por semejantes derroteros deambula el capitalismo contemporáneo, y con mayor facilidad en nuestros países dependientes. El gobierno de Cambies es ejemplo y muestra.
(*) Doctor en Comunicación por la UNLP. Profesor titular de Historia del Siglo XX en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de esa Universidad pública de Argentina. Profesor de Narrativas de la Violencia y el Crimen, en la Maestría Criminología y Medios de Comunicación, de la misma Facultad. Periodista y Escritor. Director de la agencia AgePeBa.